En mi cumpleaños 2013 no
sabía cómo festejar. Tampoco tenía muchos motivos. Sí tenía que estar
agradecida de haber estado muy acompañada durante todo el año. Por Santiago y
sus caminatas maratónicas, por Andrés, por Luis y sus charlas, por Helen, con la
que nos entendíamos con tan solo mirarnos, por Ale que me había presentado a
todo el grupo, y por Daniel que me escuchaba vía chat cada vez que llegaba a mi
casa y estaba sola. Todos sabían que era a lo que más le temía.
Santiago me propuso
festejármelo en su casa. Él se encargaría de todo, y más que nada de lo que más
me atormentaba, esperar sin compañía hasta la hora que llegasen los invitados.
Estuvo conmigo desde las cinco de la tarde. Fue una linda noche. A
pesar de que algunos de ellos no estaban muy bien, pero nos conteníamos entre
todos. Después de ese día decidí
no verlos más. No fue culpa de ellos.
Fue absoluta responsabilidad mía.
Yo era muy estricta con
mis horarios de medicación, y por eso me gané el apodo de "blister"
por parte de Andrés, y Nacho llegó a decir que mis ataques de pánico eran
inventados. Solo por pedido de Santiago, ambos, pero tarde, pidieron disculpas.
A Nacho le deseé que
nunca tuviera que pasar por uno de esos estados que frecuentemente atravesaba
yo, como para aseverar que eran inventados. Y a Andrés que no solo me había
clasificado como "blister", sino que me sugería una buena noche acompañada,
más un buen vino, lo perdoné inmediatamente por su habitual buen proceder y
coherencia para con todos.
Al que nunca podré
perdonar es a Daniel, que afirmó una tarde por escrito, a través de un largo
mail, que yo no me recuperaría nunca. Que ya había pasado demasiado tiempo, que
mi cumpleaños había sido patético, que él estaba mejor que todos nosotros
juntos, y no recuerdo cuantas barbaridades más. Solo sé que me quedé con
taquicardia. Mi vulnerabilidad era extrema. Y lo que me dijesen repiqueteaba en
mi cabeza sin cesar, a pesar de los esfuerzos de mi psicoanalista en decirme a
la sesión siguiente, que el sujeto en cuestión había hecho espejo, que era su
sola opinión y nada más.
Me alejé de todos.
Incluso de Santiago.
Ya se habían disuelto
también los grupos de San
Martín de Tours y de Loreto. Ni siquiera los tenía a
ellos. No supe separar a quienes me habían lastimado, del resto.
Solo me veía con Luis
cuando viajaba de su Rosario natal. Había regresado a vivir con su
madre. Lo extrañé mucho.
Habían sido todos una
gran compañía. El año siguiente lo pasé muy sola, solo yendo a trabajar y
regresando siempre a casa de mi madre, hasta que llegada casi la noche, y la
hora de la medicación para dormir, ella me alcanzaba a la mía. Mi madre durante
ese año fue mi único pilar.
En el verano nos vimos
con Luis, él no se resignaba a no encontrar un trabajo en Buenos Aires, y por fin lo
obtuvo. Volvió a ser desde entonces alguien muy presente, y no solo eso, me
reencontró con Santy, que juró no haber entendido nunca mi desaparición.
Solo ahí conté lo que me
había pasado con Daniel y sus malos augurios cual sentencia irrefutable.
Hoy Andrés me apoda
"bliss", que significa "dicha". Ha sido el primero en leer
mis escritos.
Nacho regresó también a
vivir con sus padres a Coronel
Suarez, y con el resto, aunque se haya dividido el grupo, yo estoy más
unida que nunca. Todos me remarcan mis progresos, que ignoro si son tantos...
Me afirman que mis
vacaciones serán para recuperar mi confianza y seguridad. Que los libros que
escribí han exorcizado el dolor que estaba adentro. Que merezco este reparo y
que mi amiga Luciana va a estar cerca. No conmigo, pero cerca.
En mi último cumpleaños,
que esta vez sí fue en mi propia casa, estuvieron casi todos. Todos intentando
que crea en mis avances, que es increíble la transmutación que tuve.
No solo estuvieron ellos,
sino algunos amigos de la vida.
Me he separado de mucha gente.
Gente o que no supo entender o que no quiso. Y eso es muy triste de asumir. O
que solo intentan reaparecer ahora, casi dos años más tarde, después de haberme sentido
testeada durante todo este largo lapso de tiempo.
Lucas logró la baja de
medicación que prometió casi culminar en diciembre, pero igual mis mañanas son
de mucha aceleración, excepto que tenga que ir a trabajar.
Hace casi dos meses,
comencé a ensayar estar en casa sola. Fue Claudia, la que en un principio no
hacía hincapié, diciéndome que no me presionara, que a mucha gente le pasa, y
luego empezó a sugerirme intentarlo.
-¿Haciendo qué? - le
preguntaba yo. Mi principal problema al llegar es el vacío...
-Escribiendo -respondía.
Era casi imposible lo que
me sugería.
Un día le pregunté qué
opinaba con respecto a asistir a un taller que comenzaba a dar mi amiga
Luciana. Somos muy pares, le dije. Los talleres siempre los hemos hecho juntas.
Incluso yo siempre he tenido el mío propio "De Laberintos y espejos".
-¿Me servirá de algo? -le pregunté nuevamente.
-Por supuesto que sí.
Hacelo. Será una actividad más.
Ella insistió desde
siempre con sumar actividades para evitar mi principal problema: el vacío.
Aunque el fundamental se diese al ingresar a casa.
También comenzamos en
agosto. Un escrito cada viernes. Casi como cuando iba al hospital de día y me
volvía con un escrito cada miércoles. Precisaba consignas para no hablar solo
del vaivén mental. Del laberinto. Y así fue. Sirvió de mucho.
No solo me enamoré de
"Casa Valle" que es donde mi amiga daba su taller, sino que
esperaba cada viernes con entusiasmo.
Muchas veces nos
retirábamos con tareas con las que no coincidía, y sin embargo el lápiz y el
papel luego cedían.
Continuar un cuento,
escribir la historia precedente a uno ya escrito, intentar una poesía, un policial,
escribir una historia insertando una frase de algo leído durante la clase.
Recuerdo que enojada me fui el día del policial, casi tanto como el día que a
mi compañero Carlos le sugirió llevase para la próxima clase un escrito de
charlas con San Agustín, al que había decidido descubrir el mismo, y a mí me
dijo "y vos vas a charlar con tu amado Borges". ¿Qué? Estás
loca. ¿Qué querés que le diga a Borges? No se me van a ocurrir más de dos
líneas.
Hoy esa historia tiene
treinta tres capítulos. El policial dieciocho, y al terminar ambos decidí
comenzar con esta historia, que a pesar de que tiene partes comunes con las dos
anteriores es, como dijo Lucas, la cruda realidad. Por eso cuesta un poquito
más.
Acá no fabulás matar a
alguien que finalmente no matás, y a la que nunca hubieses matado, ni está
lleno de metáforas y saltos en el tiempo como en la historia con Borges. Esta
es tu vida, tu verdad. No me extraña que me digas que escribís un manuscrito
muy veloz, y me preguntes si estás maníaca. Estás sacando todo lo que tenías
guardado...
Por si acaso se cercioró
de mi letra en mi habitual cuadernito, el que transporto conmigo a todas
partes, el que me acompaña a mis tres bares favoritos.
Aseguró: no te preocupes,
esta letra no denota ningún tipo de patología como pretendías saber. Ignorás
como escriben los maníacos, río.
El primer capítulo de
"Charlas con Borges" ya fue presentado en "Casa Valle"
el día de cierre de fin de año. Costó mucho atreverse. No invité a nadie por si
acaso decidía que la encargada de leer fuese Luciana.
Por suerte pude hacerlo
yo.