7 de febrero de 2018

Cotidianidades



Tengo mucho sueño, solo quiero dormir o escribir. Mi trabajo me abruma. La nada. El tener que inventar todo el tiempo qué hacer.
Ayer escribí sobre mi encuentro con Galeano, en el Bacacay, estando yo con Fio. Creo que para mí el Bacacay siempre representará eso; fue una noche que permanecerá para siempre en el recuerdo. Eso y la croissants gigantes que nos trajeron cuando desayunábamos con Luciana antes del almuerzo en el Club Uruguay. Escribiendo ambas en nuestros cuadernitos de viaje, cuando todo parecía una despedida. Ella volvía a optar por su país y yo por vos, mi paisito encantado.
Ya hace tres semanas del viaje, de los nervios y la ansiedad "sin que se note". Esa era la misiva.
No podía permitirme que una vez más se me acusase con mi propio malestar, con la "autoprofecía cumplida". No estaba dispuesta a oírlo ni una sola vez.
El tiempo se completó, que es a lo que más le temo. A las horas vacías, a los segundos infinitos y al terror, porque no es temor, si estoy sola, y también si escasea el tiempo... Es muy ambiguo.
Y me llegué hasta tu morada, maestro Benedetti. Me costó encontrarte. Pero fui, volví, y volví a ir, hasta que obtuve el dato correcto.
Ya no es más el Buceo, ahora se trata del Central.
Cuánto misterio nos rodea...
¿Te llegarán nuestras emociones? ¿Tu mesa sabrá que fue tuya? ¿Tu ventana? ¿Tus libros?.
¿Michelini y 18?. Dicen que de ahí a la Independencia te solían ver seguido desde que ella partió. Y tu rutina era a las doce, ocupar la misma mesa en el San Rafael, y escribir. Qué solo te habrás sentido, habiendo compartido la vida desde que andaban en triciclo...
Gracias por tanto. Gracias porque aún me queda mucho por descubrir y descubrirte.
Y me pregunto por esos tres años después de tantos compartidos.
De lo dolorosos que me dijo Ángel que fueron.
Pero llegué y estuve. Y te llevé liriums porque liliums naranjas no encontré, también te dejé una pequeña carta, donde ante todo pido no interrumpir tu actual estado, pero que si aún nos vieses, si aún estuvieses cerca de este plano, te acuerdes. Te acuerdes de lo que te digo, que ya ni yo recuerdo.
La escribí en el momento envuelta en la magia del lugar, mirando tu placa con el fragmento de tu poema. Y también me quedé sola y pude hacer. Como antes, como hasta hace un tiempo. Cuando te pedía que intercedas para que tu tierra fuese la mía, y te pedía por el amor sincero, de quien yo creía era mi alma par.
Cuando no había miedo al miedo, al futuro, al instante mismo.
¿Me escucharás maestro? tu ciudad no fue la mía, pero la sigo amando como si tal, y quiero volver siempre, sin bastones, sin súplica de compañía. Como era antes, maestro, como debió seguir siendo aún.

29 de mayo de 2015

La doble identidad (parte XXXVIII)

A Luján y a conocer a María Gracia, me atreví a ir mucho tiempo después, cuando partió Claudio. Nunca entendí por qué justamente a la mañana siguiente, cuándo Carmen me presionó a hacer algo de mi vida y parar de llorar, mi respuesta fue "Quiero ir a la casa de mi hermano".
Había perdido mis dos grandes referentes, mis pilares.
Volví al cementerio de Luján, sola, y le dejé esta carta sobre la placa que dice "Jorge Claudio Relián 8-1-66 / 14-4-2008".
Fue uno de los pocos consejos de Nicolás: "Enterrá a tus muertos".

Brothercito,
Hace solo diez días que logré volver a Luján. Volver a tu casa. A tu casa sin vos. A tu quincho sin terminar. A tu pileta abandonada. A ese parque que soñabas ver lleno de hijos.
Me recibió tu mamá con todo el amor del mundo
Hermanito, brotercito, no solo te perdí a vos. Hoy tampoco está Claudio.
Se fue como vos decías "en su ley y como un gaucho". Ni en última instancia aceptó operarse. A los cinco días nos reencontraríamos en su Patagonia tan amada.
Como si todo fuese poco, revisé tu agenda (esa donde el día "D" figuraba y nada indicaba).
Recorrí tu estudio, palpé tus discos, me volví con tu reloj, con más fotos. Las fotos de todas tus edades, esas donde no te conocí, ya me las habías dado. "No harías a tiempo de escanearlas", me dijiste. Ni a copiarme los discos que querías que me llevara.
Volví a Luján, Jorgito, a tu casa y hasta donde debí haber estado aquel quince de abril, veintidós meses después.
Ahí donde hubo tantos que eran tan poco, o tantos otros que fueron mucho y todos lo ignoraban.
O bien yo, que ese día ni siquiera sabía que ya no estabas, y mientras tanto comía una pizza en "El cuartito". Cuando entré al tradicional lugar, tenía dos hermanos. Uno mayor, cinco años mayor, y uno menor. Ambos con el mismo nombre.
Por eso tal vez él siempre fue Jota, y vos brothercito.
Al salir de ahí, 14:45 de aquel lunes catorce de abril, tenía uno solo. Habías partido para siempre.
Hoy encontré un blog de nuestro padre. Lo creó una fan.
No solo menciona datos erróneos, sino que pareciera una suerte de testigo omnisciente de todo y afirma con vehemencia o mucha ignorancia.
Por ejemplo no te menciona a vos. Mirá que idónea resultó la detective.
Ni a la muerte de nuestra abuela Rosa en aquel fatídico accidente, antes de que naciéramos.
Tampoco habla de tu mamá y sí de la "azafata" que le dio dos hijos, que le prohibía ver...
¿Qué hubieras hecho en mi lugar? Yo la contacté. Ha sabido disculparse.
Parece que no bastó que ninguno de sus tres hijos estuviese en su entierro, y ese que se hacía pasar por tal, sí.
Ni que la "Asociación de Actores" que presidió durante dos períodos, no avisase del tema "mausoleo" y su cuerpo culminase en fosa común, sin nuestro consentimiento.
A vos te acompañan tus dos papás. El que hizo de, y él, simbólicamente hablando...
Porque se me ocurrió este modo de ritual brothercito "yo sé el corazón que lleva el que con gusto te escucha", que lleva inscripto su mate de plata y alpaca.
Aunque no estés ahí. Eso nadie lo puede saber...
Los mapuches calculan seis meses para que las almas se desprendan del cuerpo...
Tal vez esta sea la antesala, el ensayo. Desde aquí y vaya a saberse hacia dónde y hasta cuándo.
¿De aquí a la eternidad?
¿Hasta que nos unamos todos en el reconocimiento de las almas?
El secreto estaba tan bien guardado que no nos hubiéramos llegado a conocer jamás, y bendigo esos ocho años de tu ser cerca del mío. De tu palabra y compañía clara, justa y precisa.
Te amaré por siempre

Tu sistercita

13 de mayo de 2015

La doble identidad (parte XXXVI)

Era el año 2010. Mundial 2010. Decidí trasladarme un mes a Montevideo con el fin de testear el paisito: ver casas, posibles trabajos, concretar las citas. Desde marzo había sido una revolución, en lo afectivo y en lo laboral.
La primera noche decido inaugurarla en el Bacacay. Copa de vino blanco y sandwich tropical rebosado en provolone; un clásico. Fiorella me acompaña. De pronto lo veo. Dudo. Le consulto a ella que es montevideana. Suelo ser muy poco fisonomista. Sí, me afirma, es él, es Eduardo Galeano, y tuvo la vergüenza que yo no tuve, y que sí suelo tener... Me le acerqué. Irrumpí en su mesa., estaba con Helena y los hijos de ella. Nada me detuvo sin embargo, a él tampoco pareció molestarle.
Pronto habíamos entablado una fluida conversación sobre fútbol, le hice saber que mis favoritos eran los celestes, y no el equipo de mi país. Que Tabárez lo merecía más que Maradona. Recuerdo que me dijo que de todos modos ver perder a Argentina le rompería el corazón. Me sostuve en que no, en que ahora y bien merecido lo tenían, les tocaba a ellos. Un equipo tan solvente como unido. La charla no se interrumpía. Le conté que quería quedarme, me regaló un chanchito con una flor en la boca que me traería suerte. Lo dibujó debajo de la dedicatoria, en la primera página de Las venas abiertas de América Latina que corrí a comprar a La Lupa, no me importaba tenerlo dos veces. Según él no fallaba. Me haría cruzar el río y lograría que esa fuese de ahí en más mi orilla. Le conté que ya le estaba diciendo basta también a mi país, que había llegado a un límite. Me pregunto por qué. Le hice saber lo de la embajada, de los acosos, de los malos tratos. No sé si le conté de vos. No, creo que no. Sí le conté de la escuela de cine. Tenía dos tarjetas conmigo, la de Buenos Aires con los datos de la embajada, y la de Montevideo con los datos de la escuela de cineastas. Me aconsejó sutilmente manejarme con la primera...
En el cumpleaños de Mauricio no estaba. Esperaba verlo, pero sí estaba un amigo suyo. Me llevó hasta su casa, debía entregarle los bocetos de unas esculturas. Era en Malvín.
Supe que nunca condujo, que siempre eligió caminar, que va acumulando sensaciones, vivencias durante el día, que luego registra en unas diminutas libretitas en El Brasilero, y mientras estuvo cerrado, en el Bacacay. Yo misma le avisé que lo habían reabierto.

Desde que lo supe no estoy bien.
No, no quiero. No quiero que esté así. No quiero que le duela como dicen. Ni que olvide quién es y todo lo que nos dio...

19 de abril de 2015

La doble identidad (parte XXXIV)

En el año 2010 fui al Panteón de Actores. Hacía realmente mucho tiempo que no lo hacía. Herencia quizás de mi tío Antonio, que cada vez que yo decidía contarle que iba a ir, sola o con Jorgito, nos repetía aquello de que su hermano no estaba ahí, que tomaba mates, y escuchaba tangos con él todas las noches. Él único que no era espiritista en la familia de mi papá, era él.
Esa vez necesité ir, y me entero por el cuidador que el cuerpo ya no estaba, que había sido cremado en fosa común hacía ya un par de años. Al día siguiente comencé a redactar una carta, previo comunicarme telefónicamente con la Asociación y cerciorarme de los hechos. Era cierto. Lo habían hecho sin nuestro consentimiento. 
Luego de enviar la carta, recibí una amable respuesta confirmando lo ocurrido, y afirmando que no habían logrado ubicar a ninguno de sus familiares. Respondí a la misma diciendo que mi papá no solo tenía dos ex mujeres, sino que estábamos mi hermano y yo: en internet, en trabajos oficiales, en guía telefónica. Que no estábamos en la edad de piedra... Ahí fui citada, previo proponérseme remediar el error con la placa que yo desease que iría dentro del Panteón. Asistí en horario de trabajo, cuando ya estaba el nuevo agregado comercial. No era fácil que me otorgase un permiso. Solo intenté que entendiese el conflicto.

-¿Te crees que porque te venís con un "loden", podés llevarte todo por delante?

Lo miré sin poder creer lo que me decía y no le respondí. Acoté: hace frío.

-¿Mucho frío tenés? , ¿Querés que te dé un matecito?
-No, gracias.
-Bueno, mirá, te citamos porque lo que reclamás es improcedente. ¿Cuántos años hacía que no ibas al Panteón?
-Muchos. No creo que mi padre esté ahí. Pero esta vez necesité acercarme.
-Ah sí, mirá vos. Nosotros llamamos a Julia Sandoval, la única mujer legal que tuvo y está muerta.
-Julia no está muerta. Hablé anoche con ella.
-Eso es lo que figura en el expediente de tu padre.
-¿Podés mostrarme ese expediente?

A disgusto pero me lo trajo, sin embargo no lo quería soltar.
Lo agarré de todos modos.

-Mirá vos, le dije. Mi padre nunca se llamó Jorge, ese era el nombre artístico, y Di Paola tampoco figuraba en su documento. 

El expediente no solo decía: Jorge Pedro Codicinio Di Paola, sino que se titulaba "Fallecidos para la cremación que carecen de familiares". Ahí fue cuando más me alteré.
Le pedí me lo permitiese fotocopiar. Por supuesto que no aceptó, entonces decidí retirarme a lo que era la Secretaría General. Ahí estaba como secretaria una chica con la que habíamos creado un buen vínculo. Hasta me había presentado a un tío segundo, dueño de una tanguería. Le pedí por el secretario general. Su actitud ya era otra. Salió alguien que mostró inmediatamente peores modales que el anterior, y comenzó a refutarme todo lo que yo ya había anticipado por escrito. Quería al menos una placa. Una placa que dijese: tus hijos, Rossina y Jorge. Mi hermano menor no estaba de acuerdo, pero después de todo brothercito se llamaba igual. Sería solo para entendidos...
Entre un despacho y el otro me habían empujado por la espalda, agregando "rajá de acá, loca, te crees que porque te venís con un lodennnn..."

Internamente pensaba, como habían cambiado los tiempos para la Asociación. Cuando mi papá la había presidido era una primera figura. A esta gente que me recibía hoy no la conocen ni los propios padres....
Me retiré del segundo despacho, y fui a seguridad. Ahí creé una escena, les arranqué un cuadrito de mi papá que colgaba de una de las paredes junto a todos los presidentes. Y le dije "este señor no los debería haber presidido nunca, ni haber sido el único reelecto en la historia de la asociación". El joven de seguridad me amenazó con llamar a la policía porque yo estaba robando. A lo que inmediatamente contesté que ellos habían robado el cuerpo de mi padre, sin autorización de ninguno de sus hijos. Se acercó el portero del lugar. Era un señor que de solo verlo ya tranquilizaba. Me separó y habló por lo bajo. Me pidió que no hiciese nada más ahí. Que no valía la pena, más que levantarles una demanda por el maltrato recibido y otra por la situación con el cuerpo cremado. Me dijo que él estaba en ese puesto desde que mi papá presidía, que siempre lo había apreciado mucho. Que me fuera a la SAGAI, que ahí estaba Jorgito Marrale, que quizás me podría ayudar. Le agradecí por todo, devolví el cuadrito aclarando que había sido un "acting", y me retiré con los datos que me suministró este buen señor.
Regresé a la embajada. Para calmar a mi jefe por la demora -con el que ya las cosas no estaban nada bien- le conté todo lo ocurrido, y comprendió. Me comuniqué con la SAGAI esa misma tarde, y también esa misma tarde me respondió Marrale, donde de la mejor manera me sugería tratar de llegar a un acuerdo sin pasar a mayores, y me aclaraba que nada tenía que ver SAGAI con el Panteón. Que lamentaba todo lo ocurrido y que sí tenía para decirme que podía hacerme cargo de los derechos de mi padre. Esa era la función de la institución. Que los herederos reciban un dinero semestral por la cantidad de veces que se transmiten las películas en los canales. A ese, lo sucedieron varios emails más. Le conté que entonces, mi sueño era vivir en Montevideo. Él acababa de regresar. Me auguró una pronta y feliz estadía en el país vecino mirando desde mi ventana la fachada del Coliseo montevideano, según él, el Teatro Solís. Le hice saber que a pesar de haber sido yo misma bautizada por el Padre Mario Pantaleo, desde que él filmó "Las manos", yo intento pensar en el Padre  Mario y pienso en él... Se emocionó mucho.
Hoy justamente me avisaron del nuevo depósito, nunca es mucho, pero es sentir que llega desde mi papá. Tiene un valor muy simbólico. En esta oportunidad justamente cuando falta una semana para que llegue al mar. Cuando casi mis dos libros están escritos y tanto hablo de él. Con las dudas de siempre. Con mi deseo de perfil cero.
Lucas me decía en la última sesión que no es casual. Lucas afirma que voy a estar bien. Que es lógico que esté ansiosa porque me voy a mover de mi rutina habitual. Que nada malo va a pasar y que él va estar los quince días detrás del teléfono. Que no dude en llamarlo.
Presenté dos demandas contra la Asociación. Una por los maltratos dentro, cuando yo había sido previamente citada, y otra por la cremación sin autorización de sus familiares.

A los dos meses me llamaron para comunicarme que se archivaban por falta de testigos.

12 de abril de 2015

La doble identidad (parte XXXIII)

En mi cumpleaños 2013 no sabía cómo festejar. Tampoco tenía muchos motivos. Sí tenía que estar agradecida de haber estado muy acompañada durante todo el año. Por Santiago y sus caminatas maratónicas, por Andrés, por Luis y sus charlas, por Helen, con la que nos entendíamos con tan solo mirarnos, por Ale que me había presentado a todo el grupo, y por Daniel que me escuchaba vía chat cada vez que llegaba a mi casa y estaba sola. Todos sabían que era a lo que más le temía.
Santiago me propuso festejármelo en su casa. Él se encargaría de todo, y más que nada de lo que más me atormentaba, esperar sin compañía hasta la hora que llegasen los invitados. Estuvo conmigo desde las cinco de la tarde. Fue una linda noche. A pesar de que algunos de ellos no estaban muy bien, pero nos conteníamos entre todos. Después de ese día decidí no verlos más. No fue culpa de ellos. Fue absoluta responsabilidad mía.
Yo era muy estricta con mis horarios de medicación, y por eso me gané el apodo de "blister" por parte de Andrés, y Nacho llegó a decir que mis ataques de pánico eran inventados. Solo por pedido de Santiago, ambos, pero tarde, pidieron disculpas.
A Nacho le deseé que nunca tuviera que pasar por uno de esos estados que frecuentemente atravesaba yo, como para aseverar que eran inventados. Y a Andrés que no solo me había clasificado como "blister", sino que me sugería una buena noche acompañada, más un buen vino, lo perdoné inmediatamente por su habitual buen proceder y coherencia para con todos.
Al que nunca podré perdonar es a Daniel, que afirmó una tarde por escrito, a través de un largo mail, que yo no me recuperaría nunca. Que ya había pasado demasiado tiempo, que mi cumpleaños había sido patético, que él estaba mejor que todos nosotros juntos, y no recuerdo cuantas barbaridades más.  Solo sé que me quedé con taquicardia. Mi vulnerabilidad era extrema. Y lo que me dijesen repiqueteaba en mi cabeza sin cesar, a pesar de los esfuerzos de mi psicoanalista en decirme a la sesión siguiente, que el sujeto en cuestión había hecho espejo, que era su sola opinión y nada más.
Me alejé de todos. Incluso de Santiago.
Ya se habían disuelto también los grupos de San Martín de Tours y de Loreto. Ni siquiera los tenía a ellos. No supe separar a quienes me habían lastimado, del resto.
Solo me veía con Luis cuando viajaba de su Rosario natal. Había regresado a vivir con su madre. Lo extrañé mucho.
Habían sido todos una gran compañía. El año siguiente lo pasé muy sola, solo yendo a trabajar y regresando siempre a casa de mi madre, hasta que llegada casi la noche, y la hora de la medicación para dormir, ella me alcanzaba a la mía. Mi madre durante ese año fue mi único pilar.
En el verano nos vimos con Luis, él no se resignaba a no encontrar un trabajo en Buenos Aires, y por fin lo obtuvo. Volvió a ser desde entonces alguien muy presente, y no solo eso, me reencontró con Santy, que juró no haber entendido nunca mi desaparición. 
Solo ahí conté lo que me había pasado con Daniel y sus malos augurios cual sentencia irrefutable.
Hoy Andrés me apoda "bliss", que significa "dicha". Ha sido el primero en leer mis escritos. 
Nacho regresó también a vivir con sus padres a Coronel Suarez, y con el resto, aunque se haya dividido el grupo, yo estoy más unida que nunca. Todos me remarcan mis progresos, que ignoro si son tantos...
Me afirman que mis vacaciones serán para recuperar mi confianza y seguridad. Que los libros que escribí han exorcizado el dolor que estaba adentro. Que merezco este reparo y que mi amiga Luciana va a estar cerca. No conmigo, pero cerca. 
En mi último cumpleaños, que esta vez sí fue en mi propia casa, estuvieron casi todos. Todos intentando que crea en mis avances, que es increíble la transmutación que tuve.
No solo estuvieron ellos, sino algunos amigos de la vida. 
Me he separado de mucha gente. Gente o que no supo entender o que no quiso. Y eso es muy triste de asumir. O que solo intentan reaparecer ahora, casi dos años más tarde, después de haberme sentido testeada durante todo este largo lapso de tiempo.
Lucas logró la baja de medicación que prometió casi culminar en diciembre, pero igual mis mañanas son de mucha aceleración, excepto que tenga que ir a trabajar.
Hace casi dos meses, comencé a ensayar estar en casa sola. Fue Claudia, la que en un principio no hacía hincapié, diciéndome que no me presionara, que a mucha gente le pasa, y luego empezó a sugerirme intentarlo.

-¿Haciendo qué? - le preguntaba yo. Mi principal problema al llegar es el vacío...
-Escribiendo -respondía.

Era casi imposible lo que me sugería.
Un día le pregunté qué opinaba con respecto a asistir a un taller que comenzaba a dar mi amiga Luciana. Somos muy pares, le dije. Los talleres siempre los hemos hecho juntas. Incluso yo siempre he tenido el mío propio "De Laberintos y espejos".

-¿Me servirá de algo? -le pregunté nuevamente.
-Por supuesto que sí. Hacelo. Será una actividad más.

Ella insistió desde siempre con sumar actividades para evitar mi principal problema: el vacío. Aunque el fundamental se diese al ingresar a casa.
También comenzamos en agosto. Un escrito cada viernes. Casi como cuando iba al hospital de día y me volvía con un escrito cada miércoles. Precisaba consignas para no hablar solo del vaivén mental. Del laberinto. Y así fue. Sirvió de mucho.
No solo me enamoré de "Casa Valle" que es donde mi amiga daba su taller, sino que esperaba cada viernes con entusiasmo.
Muchas veces nos retirábamos con tareas con las que no coincidía, y sin embargo el lápiz y el papel luego cedían.
Continuar un cuento, escribir la historia precedente a uno ya escrito, intentar una poesía, un policial, escribir una historia insertando una frase de algo leído durante la clase. Recuerdo que enojada me fui el día del policial, casi tanto como el día que a mi compañero Carlos le sugirió llevase para la próxima clase un escrito de charlas con San Agustín, al que había decidido descubrir el mismo, y a mí me dijo "y vos vas a charlar con tu amado Borges". ¿Qué? Estás loca. ¿Qué querés que le diga a Borges?  No se me van a ocurrir más de dos líneas. 
Hoy esa historia tiene treinta tres capítulos. El policial dieciocho, y al terminar ambos decidí comenzar con esta historia, que a pesar de que tiene partes comunes con las dos anteriores es, como dijo Lucas, la cruda realidad. Por eso cuesta un poquito más.
Acá no fabulás matar a alguien que finalmente no matás, y a la que nunca hubieses matado, ni está lleno de metáforas y saltos en el tiempo como en la historia con Borges. Esta es tu vida, tu verdad. No me extraña que me digas que escribís un manuscrito muy veloz, y me preguntes si estás maníaca. Estás sacando todo lo que tenías guardado...
Por si acaso se cercioró de mi letra en mi habitual cuadernito, el que transporto conmigo a todas partes, el que me acompaña a mis tres bares favoritos.
Aseguró: no te preocupes, esta letra no denota ningún tipo de patología como pretendías saber. Ignorás como escriben los maníacos, río.
El primer capítulo de "Charlas con Borges" ya fue presentado en "Casa Valle" el día de cierre de fin de año. Costó mucho atreverse. No invité a nadie por si acaso decidía que la encargada de leer fuese Luciana.

Por suerte pude hacerlo yo.

8 de abril de 2015

La doble identidad (parte XXXII)

Con Jorgito nunca pudimos pasar una fiesta de fin de año juntos, porque no nos atrevimos a enfrentar a nuestras respectivas familias y plantearlo. Ya habría tiempo, decía brothercito con cierta resignación. Ya no solo lograríamos eso, sino viajar. Como ya conté antes, nuestra meta era llegar en auto haciendo muchas paradas, a San Martín de los Andes. Yo siempre le decía que era mi lugar en el mundo, y él quería conocerlo. También quería conocer a Roberto, que llamativamente el destino quiso que fuese mi pareja de modo alternado en muchas de mis separaciones de Claudio.
Yo ya había escrito  Historia de un hechizo, y Jorgito había reído mucho con ese libro, e incrementado sus ganas de tenerlo frente a frente.
Nunca faltó a un cumpleaños. Debíamos recuperar todos los que nuestras familias no nos habían permitido compartir. Recuerdo especialmente el número treinta, alquilé un lugar e invité mucha gente. Quería que estuvieran todos los que habían formado parte de mi vida hasta entonces. Ex hijos por ejemplo (tenía varios).
Yo para ese entonces pensaba mucho en alguien, alguien que Jorge conoció esa noche y que catalogó como "dos puntos" que significaba, dos puntos no sirve. Porque para él los dos puntos en la escritura eran totalmente inútiles. Después en el desayuno de la mañana siguiente me dijo: "sembraste el césped, techaste por si llovía, conseguiste los veintidós jugadores y nada, hermanita". "Dos puntos no sirve", reiteró.
Habían sido dos años de romance platónico. Había logrado que casi no pensase en mi distancia con Claudio. Pero nos unían tantas cosas como nos separaban, y avalaba una complicada historia familiar desde pequeño, que lo hacía no pensar siquiera en formar su propia familia. Me lo había dicho muchas veces.
Nos habíamos conocido durante un año por teléfono. Me había vendido unos pasajes a Europa. Nunca le dije lo que sentía por él, ni él tampoco a mí.

-Quiero agradecerle al que te salvó la vida en el río - insistía brothercito. Eso es un gaucho. Si no fuera por él, nunca te hubiera conocido.

Se refería a Roberto que cuando yo en el año noventa y tres me caí de un gomón, remó a contra corriente y pudo rescatarme en un rápido del río Meliquina.
Mi cumpleaños número treinta y siete sería el último que compartiríamos. Era amigo de todos mis amigos. Le encantaba mi gente. Y a ellos él, se hizo adorar siempre... Recuerdo que cuando se iba, le pedí que tuviera cuidado con el auto. Tenía que coordinar la animación y música de "El Mateo" y temí corriese hasta Luján. Me miro desafiante diciéndome: hermanitaaa.
Esa tarde había ocurrido algo muy mágico. El conductor Pipo Mancera, transmitió en su programa "Sábados Circulares", tanto mi nacimiento como el de mi hermano Jota. En la filmación que pasaron, yo tenía dos años y medio. Jorgito me lo trajo grabado. Mi madre ya discutía con mi padre en cámaras, presentando a Jorge Hernán como Hernán.
Jorgto llegó a casa, parecía haberlo tomado de modo muy natural. Incluso se demoró en venir para pasármelo a un CD. Sin embargo, años más tarde, supe que se emocionó tanto como le dolió. Él no había tenido ni siquiera la oportunidad de conocer a mi papá, le había dicho a María Gracia.
Un verano, pasamos su cumpleaños en casa de nuestro tío Antonio. Por lo general no lo sabía festejar, pero esa vez accedió. Nos reunimos todos: Antonio, mi tía María, mis tres primas. Nunca en nuestras vidas habíamos disfrutado de un encuentro así, y yo intuía que no habría muchas oportunidades más. Antonio estaba recuperándose de una intervención quirúrgica. Nos dijo "hablo con mi hermano todas las noches, nos tomamos unos mates y escuchamos tango. Está muy contento de que por fin estén juntos". Nuestro tío murió al año siguiente exactamente un año después de haberme avisado que tenía un hermano en Luján que quería conocerme. Como si hubiese sabido que solo le quedaba ese tiempo para encargarse él mismo del reencuentro y descansar en paz.
Jorgito no fue al cementerio. Me dijo con certeza, que más tarde se tomaría unos mates y escucharía unos tangos con Antonio. 

30 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXXI)

Después de "Moravia" no me permitieron volver con Nicolás. Aunque Silvia, la psiquiatra asignada cuando la dejé, supiese ya la historia tanto como Nicolás, hubiera preferido no perder tanto tiempo en narrarla. Nicolás lo había vivido a la par mía, casi inmediatamente después de lo acontecido. Eso era lo que quería evitar: empezar de cero.

-Jorgito era hijo de mi papá, de otro amor, de otra mujer, María Gracia. El rol de padre lo ejercía otro, Luis. La ficción era completa.  Su madre lo mantuvo alejado de la verdad hasta los dieciocho años, edad en que de improviso e intempestivamente lo abrumó con su versión de la historia. Su verdad. La trama, que él recapitularía más tarde de a pedazos, y que no podría completar hasta varios años después, lo hizo abordar los hechos quizás tarde. Mi papá ya no estaba vivo. Él se solía justificar diciendo que "había estado Jorgito a la misma distancia de Salcedo, que Salcedo de Jorgito". Pero le dolía. Yo sé que lo lamentaba. Tarde pero lo lamentaba. En noviembre del noventa y nueve, quiso conocer a sus hermanos. Casi al azar optó por mí, la mayor. Me decía que no había juntado el valor en su momento, las fuerzas, las ganas, la necesidad imperiosa de saberlo todo, de conocer al menos uno de los motivos que justificase tanta mentira, tanto ocultamiento, tanta negación. Tal vez él no fue el culpable, quizás todo recae sobre mi madre, si después de todo me entregó para la crianza a mis abuelos, me supo decir. Le había inventado un padre, una historia que no era, y así sin medir el tamaño de las consecuencias, mientras él miraba una película de mi papá (ignorándolo) había irrumpido diciéndole: acercate a él, es tu verdadero padre... Fueron muchos los años que pasaron hasta que él comenzó a reconstruir su propia historia, esa que le robaron. Que no dejaron ser. A través de algunas revistas que guardaba celosamente, conocía mi rostro y el de mi hermano menor. Coleccionó nuestras fotos, sabía nuestras edades y cumpleaños... Pero fue nuestro tío, el hermano de mi papá, quien le completó la verdad. Ya no recuerdo cómo me contó que logró ubicarlo, a él y a mis tres primas. No había sido hijo de una aventura y nada más. Eran seis los años que habían compartido mi padre y su mamá. Un día sintió, que a quien debía conocer era a mí.  Lo amé desde el primer momento. Fue verlo y que todo recobrase un sentido. Verlo y confirmar que un hermano podía ser también un amigo, un par, un confidente. Ambos nos sentimos desde el comienzo almas gemelas. No existían secretos entre nosotros, nos adorábamos. Disfrutábamos de cada instante juntos. Todo se convirtió en un antes y un después de ese encuentro, ya nada nos iba a separar. Nadie podría imaginarlo... Mi hermano menor, nunca lo quiso conocer. Fue su decisión. Yo le insistí en que lo hiciera durante ocho años. Jorge sin embargo, tenía pensado darle todo el tiempo necesario.
Tal vez fui yo la verdadera víctima de todo...
Me encerraron.
Casi no podía soportar la vida ante la sola idea de no verlo nunca más. Desde aquel dieciséis de abril en que supe que había abrazado un tren, sentí que una mitad me faltaba.¿Podría con el tiempo superar, camuflar tanto dolor y dejarlo por fin descansar? Era mi hermano, mi espejo, mi mejor amigo. Habíamos sido tan felices desde el primer encuentro... No había nada que opacase el brillo que juntos emanábamos. ¿Podrá alguien hacerme entender, que fue él, quien decidió a sus cuarenta y dos años, aquella fatídica tarde de abril, terminar sus días en aquellas vías? Fue exactamente veinte años y dos días después de la muerte de mi padre. El que él no llegó a conocer jamás.
Un mes después, junto a Ciru, Cass, Fiorella y Álvaro, pactamos un "intercharqueando". Había que cruzar el río, llegar a Montevideo. Sentí que Jorge me permitía continuar viviendo...
Teníamos una gran sintonía alcanzada a través de nuestros escritos. Todos nos leíamos. Todos escribíamos. La magia del mundo cibernético que une tanto como aisla... Antes de vernos, sabíamos prácticamente todo, el uno del otro. Yo con la poca energía que me quedaba logré impulsar el encuentro. Fue muy emotivo y movilizante, porque las distancias suelen desfigurar la realidad y fomentar la utopía. No fue así. Mientras el tiempo transcurría y se acercaba la hora de la despedida. Dolía por anticipado. Con Álvaro fue un "hasta pronto" con un nudo en la garganta. Me había pedido no abriese los regalos, ni leyese las dedicatorias hasta hallarme embarcada. Ciru viajaba conmigo. Hubo lágrimas. Más lágrimas. Las dedicatorias, los libros y el disco "Sansueña", decían mucho más de lo que yo ya sentía. Sin embargo él, desde un principio, decía no extrañarme, porque desde aquel momento me llevaba en su corazón, y afirmaba que estábamos unidos por hilos invisibles... En los dos años posteriores a la muerte de mi hermano, nunca dejó de llamarme cada noche. Siempre supo todo lo que me pasaba, todo lo que me tocó transitar.
A los siete días de regresar del viaje fue la internación. 

-¿Entonces vos considerás que esa internación fue innecesaria? -me preguntó Claudia, como dudando de mi postura.
-Sé que estaba muy acelerada pero yo había justamente viajado a Mar del Plata por eso, para descansar en lo de mi amigo Fer. Quería caminar, caminar para descomprimir, para pensar. Para cesar de pensar. Empecé a tener encuentros muy simbólicos. Era como si estuviese más despierta... Hubo una iglesia, un auto blanco y una rama. Me apuntaron y me dijeron "si hasta ahí lo había ido a buscar". Hubo alguien que también me zamarreó y me preguntó si me había arrepentido ya... La empleada del locutorio de la terminal se llamaba Gloria, me dio una lapicera que un chico "muy apurado y angustiado" le había dejado para mí... Era la misma lapicera que Gabriel y yo, uno de los integrantes de la banda, usábamos siempre... Logré desde un locutorio escribirle a Álvaro y contarle lo ocurrido. Algo muy fuerte ya nos unía. Al entrar al casino, el señor de seguridad me dice: "con el día que pasaste, piba, hoy la banca la hacés saltar". No era fácil mantener la cordura.
-No, me respondió Claudia.
-La noche había entrado hacía varias horas. Seguí caminando, no encontraba disponibilidad en ningún hotel. Caminaba y veía claramente hacia adelante, hacia atrás... Comprendía todo, pero necesitaba descansar. ¿Hola?, me dijo un hombre joven por la calle. Hola, le respondí yo. ¿Necesitás algo?, me preguntó. Un locutorio abierto y además no tengo monedas, le contesté. Yo te presto, me dijo, y fuimos hacia un kiosco con locutorio a llamar a mi mamá. Me pasaba que a todos los reconocía mirándolos fijo a los ojos, y así sabía si me estaban diciendo la verdad. Hasta el momento no había errado. Confié y me dejé acompañar. No encontraba casas de cambio abiertas, tenía solo cincuenta euros. Para ese entonces todavía estaba en la embajada. Mi mamá solo gritaba y lloraba .Era imposible explicarle algo. Es ahí cuando confiando en los ojos de aquel hombre decidí aceptar, subir a su departamento y esperar hasta el horario del próximo ómnibus a Buenos Aires. Sé que fue algo inconsciente de mi parte... Sin embargo en medio del llanto de mi madre, creí escuchar que mi hermano ya había partido para Mar del Plata en mi búsqueda. No era simple explicarle las coordenadas, para que me pudieran ubicar. En Mar del Plata la mayoría de las calles no tienen nombre. Eso le intenté aclarar. Pero no me escuchaba, solo gritaba. Cuando sonó el timbre del departamento de este hombre, lo último que le escuché decir fue "tu familia te va a traicionar, no digas que no te avisé". Abrió la puerta y eran: mi hermano, su novia y la policía. Me asusté muchísimo. Comencé a temblar. No comprendía nada. Yo había tomado un día de vacaciones más, no era que pensaba faltar al trabajo, que estaba perdida, por eso ese lunes había decidido pasarlo en Mar del Plata, que podía ofrecerme mucho más que la ciudad. En vano y tal vez verborrágicamente, intenté poner a mi hermano y a Laura al tanto de todos los hechos. No valía la pena. Por todo era acusada conmigo misma. Temía por esa ruta de regreso. Ya eran varias las desgracias... Quizás por eso les hablaba, les contaba detalladamente todo. Pero claro, para ellos que tan poco conocían de mi vida, ese todo pasó a ser una fábula. ¿Quién es Fernando?, ¿qué es eso de que escribís?, ¿cómo que estás en contacto con la madre de ese tipo?, se refería a Jorgito. Te dejó así la psicosis de Claudio, aseveró mi hermano con la aprobación de su novia psicoanalista. Claudio, justamente Claudio, el ser que más he amado. Desde los dieciocho años. Desde que fue mi médico, el de mi nona, mi marido. Tanto más... Yo era inocente. Era víctima del padecer que me inventarían. A partir de ahí fue el horror, el encierro, rodeada de almas desoladas, sin rumbo, con miedo a todo. A la vida misma. Aliento químico, anfetamínico, inventado para vendernos felicidades exógenas. Sin embargo, a pesar de que mi imagen se desdibujaba ante la existencia de un diagnóstico erróneo que mi familia apoyaba, existía la promesa de un después: retomar las riendas de mi propia vida. Cuando las toman por nosotros no es simple y para mí tampoco lo fue. El encierro hermana, y después se sienten las ausencias. ¿Sería muy difícil desembarazarse de tanto rótulo, de tanta etiqueta adquirida? ¿Volvería a confiar en mí misma? Muchos ahí dentro pensaban en la muerte como única salida. Cada despertar era un tormento. Bastaba con un primer paso para avanzar, porque no avanzar también era retroceder.
-Por hoy es suficiente, gracias. La próxima vez hablaremos de lo que pasó en "Moravia", y por qué si no coincidís con el diagnóstico, el episodio se repitió - cerró la sesión Claudia.

No la dejé terminar. Urgía defenderme.

-El episodio no se repitió. Eso solo fue lo que dijo mi familia. Yo estaba rindiendo diez exámenes. Diez. Tenía toda mi energía puesta en eso. Estaba obteniendo excelentes notas. Eso también lo tomaron como síntoma de manía. Estudiaba todo el año, cada tarde. No me hacía falta ni repasar para los finales. No entendieron nada. El estado de estrés en el que yo estaba cuando llegó la ambulancia, era por el maltrato de mi hermano. Me encerró apenas entró. No quiero detallarte el resto. Ya lo sabés, Claudia. Estaba tan feliz. Casi llegaba a mi meta. La mitad de la carrera totalmente aprobada.
Entre medio del caos que fue mi casa hasta que llegaron los enfermeros, porque ni un médico vino, Nicolás telefónicamente, me decía que no me podía atender ese mismo día. Que no me podía evaluar. Que hacía dos años que no me veía. Y mi familia decidió no esperar. ¡Yo le supliqué tanto, Claudia!
Sin embargo, continuó negándose. Recuerdo que le dije, ya sabés que me van a internar, y sabés también los dos años que me costó salir adelante la última vez cuando mi médico eras vos. Pero nada. Su no era rotundo. Me ofreció un turno para el lunes a las diez de la mañana. Era viernes. Era tarde.

20 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXX)

Son las siete de la mañana. Como cada día desde hace un tiempo, suena un mensaje desde España. Es Carlos. Cuesta creer que unas letras atraviesen el océano y provoquen un sonido, aquí, allá...
Sería más sencillo poner el despertador que no tengo, o la alarma del celular que no escucho. Entonces llega ese mensaje de Zaragoza, que insiste, que sí me despierta. Que ya no sé si pedí o me ofrecieron...
Creo que me lo ofrecieron cuando me quejé. Sí, de quedarme dormida y casi no llegar a zambullirme en el quinto subte que debo dejar pasar, para lograr subirme a uno, y llegar a las nueve a Plaza de Mayo.
Antes de salir es ritual el mate y el jugo de naranjas, y desde hace un tiempo el kriya casero: las respiraciones cortas de cada mañana que inician el día. Retengo dos, inspiro en cuatro, retengo en cuatro, exhalo en seis, que me enseñaron en "El arte de vivir".
Los miércoles a la noche nos encontramos para hacer el satsang todos juntos. 
Llego a Plaza de Mayo, camino por Perú, ya los artesanos acomodan sus objetos, a la espera de la primera venta. Ellos también comienzan su semana. Son más libres, ven el cielo. Elecciones de vida...
Doblo por Avenida de Mayo. Es lunes. Elijo las flores. Si no son macetillas, son margaritas de varios colores. Mi jefe quiere flores.
Pueden faltar muchas cosas en el despacho, pero nunca las flores...
La dueña del puesto me augura buena semana, y yo a ella.
En el ascensor está Betty. Conoce de memoria los pisos a los que vamos.
Llego y miro el río, hacia la otra orilla, hacia mi paisito del alma. Respiro bien profundo. Abro mi libreta, buscando hacer el sentimiento letras. Suena Trumpet, Vivaldi, Albinoni, Mozart...
Desde hace mucho, solo se trata de estar. De estar para lo que haga falta. Hace tiempo que recurro a mi imaginación para pasar las horas.
Enciendo mi ordenador. Necesito saber quien está del otro lado.
Qué esperar. Qué sentir. ¿El cotidiano me deparará algo nuevo? Me lo pregunto desde la mesa de este bar, Soraya, son las dos de la tarde, y una vez más me detengo un par de horas en la previa a la terapia. Aquí inicio otros nuevos cinco días, a pasar, a vivir, aunque no cese de preguntarme si seré capaz, si seré feliz, si hay algo que pueda hacer para variar mi vida, o debo esperar que los cambios vengan solos, agradeciendo este presente.
A veces me pregunto qué pasaría si no estuvieran las flores...

13 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXIX)


Caminos

Confluyen en mí, la suma de ayeres.
Sin embargo el tiempo se bifurca hacia incontables futuros posibles
porque es solamente en el presente que los hechos ocurren...
Pienso en una trama de tiempos que se aproxima
un viaje quizás
Desplazarme de mi lugar de siempre
que no se convierta en obsesión
porque las ganas desbordan
El paisito siempre me espera
y también mi Sur
pero son muchos los kilómetros que nos separan
Tener las fuerzas y las ganas
que no me abandonen
Que todo sea disfrute
Que desaparezca la abulia
Sin premoniciones
Y pienso en el presente
alejando el pensamiento del futuro
como si fuera tentación
Ruego cada mañana y repito mantras
intentando alejar la agitación
la preocupación.
Sin tormentos
sin confusiones
ni desesperación o apuros inventados
Porque nada urge
y sin embargo
cuesta el instante mismo

El diecisiete de enero serán exactamente dos años de mi regreso al afuera.
Al comienzo no me sentí extraña. Recuerdo que en una de mis primeras salidas, decidí ir a ver a Luciana en su horario de almuerzo, y nos deleitamos con uno de nuestros rituales: los sandwiches de salmón. A ella también mi familia la había tratado muy mal, y no la dejaron tampoco visitarme. El único autorizado era mi amigo Luciano, y el día que le tocaba ir lo olvidó...
Ella me había traído un mate de cerámica de sus vacaciones en La Lucila del Mar, que decía "estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo", una hermosa frase de "El amenazado" de Borges.
Regresé a pie. Me quedé en casa. Las primeras noches venía mi hermano a quedarse conmigo. Luego pactamos que podía dormir sola.
No sé cuando fue que comenzó el pánico. Nuevamente el pánico, como la otra vez. Como cuando caminaba ochenta cuadras al regreso de lo de Nicolás, para que se hiciese la noche.
Recuerdo un día que Silvia, mi psiquiatra, me preguntó si me lograba concentrar en los libros. Le respondí que sí, que totalmente, casi exclamándolo, como si eso estuviese descartado de poder ocurrir.
Me presenté a tres materias en febrero, y saqué el puntaje máximo. Los médicos estaban sorprendidos, pero recuerdo muy especialmente que Carolina, la profesora de Griego, me preguntó si me sentía bien. Le dije que sí,  que no se preocupara, que solo me había puesto algo nerviosa.
Di también "Contextos socio-culturales", la materia que tenía que rendir el día que mi hermano y mi mamá entraron a mi casa por la fuerza.
En esos primeros tiempos, regresaba a casa, hablaba por teléfono, me reencontré con alguna gente, actualizaba mi blog, y el veintitrés de enero por ejemplo le dediqué un escrito a uno de mis escritores más amados, Mario Levrero. Hubiera sido su cumpleaños número setenta y tres.

Hoy el día es de él. Ineludible.
Bajo el gobierno de Urano y Saturno, hace setenta y tres años, nació un señor que yo iba a querer mucho, conocerlo otro tanto, aunque seguramente no nos hayamos cruzado nunca. Y si digo seguramente y no lo afirmo es porque vivió también en Buenos Aires y quién podría discutirlo...  
Acaso no son a veces los escritores nuestros mejores amigos... 
Habitó Colonia y sus tiempos, Montevideo, y creo que no era muy devoto de los aviones. Tenía un tema con las palomas, la tecnología, con las horas sin dormir y los espacios, lo vacío o lleno de sus discursos; el vínculo entre una buena caligrafía y un supuesto orden psicológico. Siento que siempre buscó la paz. Ignoro si alguien le dijo que vino a regalarnos tantos momentos de buena literatura. Cuántos lo consideraron luminoso. Cuánto nos regaló en su primera persona. Cuánto nos hizo reír su detective.
Hace muy poco, la causalidad, la amistad, hicieron que supiese que su casa de Colonia era hoy posada y tardé en llegar lo que el barco y las seis o nueve habitaciones disponibles lo permitieron. 
He charlado con sus vecinos (sus casi biógrafos) y mucho antes, abrazado fuerte a su hijo -al de siempre-, y al del corazón. He recorrido infinidad de estanterías buscando sus huellas, preguntado siempre por él, desde que nos conocemos, desde el año 2010.
Fue por ahí, por un rincón de Tristán que nos cruzamos. Quedan pocas páginas por encontrar. Mucho por releer. Algunos consideran que eso es un lujo a celebrar.
Recuerdo cómo un "Larga vida a Onetti" terminó siendo "Levrero Luminoso", con los ojos llenos de lágrimas de Marcial, su primer editor. 
El jueves próximo, un juego propuso la página cincuenta y tres del libro en el que estemos sumergidos, y a pesar de "La Eneida", mi verdad tiene que ver con "El alma de Gardel".
Sé que me enamoré sin retorno desde "Dejen todo en mis manos",  y que también supe esa tarde montevideana, con mi ventana que miraba al Solís, que sería para siempre. 
Aún escucho tus palabras: y eso que no has descubierto "La máquina de pensar en Gladys". Y entonces me traslado a Luján, a un 57 para charlar un ratito con vos, Jorgito, y entro en "El Sótano", para saber mucho tiempo después que ese había sido tu hallazgo y tu enojo, Nico. Aunque en aquellos primeros cafés de "La Paz", recuerdo que dijiste inmediatamente "Gelatina".
Hoy es su día. 

Pero ocurrió como en el año 2008, después de la inesperada muerte de Jorgito. Pasaban los días y se incrementaba el miedo. A todo. Ya no me concentraba en los libros. Tomé aquella pregunta de Silvia como un mal presagio. Quizás si no lo hubiera dicho...
Tampoco sabía sobre qué escribir, y lo peor, lo que menos deseaba que se repitiese, el miedo a estar sola en casa comenzó a aparecer. Me resultaba imposible siquiera recordar cómo había salido adelante la vez anterior. Porque no hay raciocinio que valga.
Era un temor a todo, que te toma por completo. Se manifiesta al inicio con sequedad en la boca, nudos por dentro, respiración agitada, pensamientos acelerados, velocidad abismal para realizar cualquier cosa y un temblor inmanejable. Es imposible poder pensar en otra cosa que no sea en salir de ese estado cuanto antes y como sea.  Le sigue el miedo a que vuelva a ocurrir y se relacionan los lugares, las situaciones...

-¿Cómo llenar una hora de mi tiempo? -pregunté muchas veces a todos los que se encargaban de mi tratamiento. No sé cómo llenar una hora de mi tiempo. Me siento fuera del mundo. Despersonalizada. Intento recordar qué hice de mi vida hasta ahora y nada me atrae, ni mucho menos me tranquiliza. La propia tribulación no cesa, aunque esté mirando una película, intentando leer, o en una conversación con alguien.


Cuando llegó el mes de mayo de este año y comencé a atenderme con Lucas, supo justificarme muchos de esos síntomas. No podía creer que con la cantidad de medicación que ingería, trabajase y fuese todos los días a la facultad...
Mi paso por el Sagrado Corazón fue como un trance. Pocas cosas recuerdo.
Eso sí, no puedo olvidar que las cuatro materias en las que me había anotado, me resultaban imposibles de asimilar. Sin embargo, me comparaba con el resto y les pasaba algo muy parecido, lo que me serenaba un poco. Un día, ya ni recuerdo cuándo, le mandé un mail a la Directora de Carrera agradeciéndole por todo. Había ido con mis equivalencias de un profesor a otro. Cuando cesamos con la tarea, aunque pareciese increíble, desistí.
Me hice amiga de tres bares. Es en ellos donde más escribo: "Soraya" en Cabildo y Olleros, antes de entrar los lunes a mi sesión con Claudia, mi terapeuta, donde jamás ceso de escribir. Las palabras fluyen, la mano cobra velocidad...
Me atiende siempre la misma moza, ya sabe cuál es mi pedido. El otro día me quedé sin lapicera, y a pesar de que se retiraba me dejó la suya. Estuve más inspirada que nunca. "Cómo no te la voy a dejar si sé que venís a escribir todos los lunes", me dijo.
Los viernes voy a ver a Lucas. En la esquina de su consultorio tengo otro bar amigo "Sofía". Él se sorprende que en quince o veinte minutos de café, siempre llegué con algo escrito en borrador, más todo lo impreso.
Siempre y en cada sesión leemos todo lo que escribí durante la semana. Él, al inicio, se encargó de limpiar mi organismo. Según me dijo, estaba intoxicada de remedios. Al principio iba con miedo, a ver qué pastilla me retiraba esa vez, porque a pesar de la necesaria reducción, había una abstinencia. Así estuvimos meses. Siempre al principio me negaba y después aceptaba. Afortunadamente nunca se equivocó. Fue retirando lenta y paulatinamente hasta dejarme con el mínimo. Me aseguró que sería en diciembre que llegaríamos a una buena instancia.
En junio, destruida como estaba, y en pleno mundial 2014, recurrí a "El arte de vivir". También me lo sugirió Lucas. "A algunos pacientes míos les hizo muy bien", me dijo. "Te enseñan a respirar".
Fue un curso de cuatro días que durante el tiempo que duró estuve siempre a punto de dejar. Las posturas, las respiraciones, la concentración que piden al ciento por ciento, y yo adormentada.
Se le sumaba el proyecto "Manos que dan". Salíamos a dar de comer a la gente de la calle. No era para mi estado de aquel entonces, pero contra todo lo predecible, fue Rodo, el instructor, el que me aseguró varias veces que confiaba en mí y me lo repitió durante todos los días que duró el curso. Soy la única del grupo que continúa yendo. Estoy en la sede cada miércoles, en "Uri" como la llaman ellos, para hacer todos juntos el "satsang", y respirando todas las mañanas quince minutos antes de salir de casa.
Rodo está en La India hace meses. Nuestro grupo fue el último que coordinó. Hace unas semanas me envió una medallita desde allá para que esté conmigo.
Fue en agosto, que pude de verdad empezar a escribir nuevamente. Hasta entonces eran solo intentos. Solo prosa poética muy laberíntica. Eran exorcismos, casi vómitos de todos mis estados. También decidí seguir el consejo de Lucas, de buscarme un entrenador. Casi por casualidad me reencontré con Helen, nos habíamos conocido el año anterior en la Iglesia de Loreto. Íbamos todos los viernes a un grupo y habíamos sido bastante unidas. Desde que comenzamos, como dice ella, "tengo asistencia perfecta": cada martes, cada jueves y cada sábado. Dos horas cada vez.
Llega el final de otro año. Me espera un mar de sal en pocos días. Voy a estar un poco sola y un poco acompañada.
No es un desafío, siento que lo preciso.
Desde aquella vez con Luciana en Atlántida no volví a viajar, excepto los días de "ensayo" con Antonella en Uruguay.
Lucas dice que estoy preparada. Que aunque no nos veamos por un mes, voy a estar bien. Que estoy habituada a "esperar" en mi vida. Que puedo llamarlo por cualquier cosa y en cualquier momento. Así nos despedimos.
Miriam que me ha ayudado tanto, y es capaz de percibir las cosas sin que uno se las cuente, piensa lo mismo. La conocí casi por casualidad y no cesan las coincidencias. Ella habla de causalidades. Es montevideana, vive la mitad del tiempo en Rodríguez, lo descubrimos juntas mientras leíamos el capítulo donde te cuento, Ruth de mi corazón, por qué omití decirte qué estación había escogido mi hermano.
Mi tercer bar amigo es "Varela Varelita", en la esquina de Paraguay y Scalabrini. Ahí no soy la única que se sienta a escribir. Está lleno de escritores y cineastas. Un clásico de Palermo. Hace pocos días entré en crisis al llegar una tarde a casa, y faltaban muchas horas para la noche. Salí con mi cuaderno y "Varela Varelita" transformó mi ansiedad en tres capítulos de esta historia.

 
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