17 de noviembre de 2012

En mis manos


Fueron muchos los avatares, y no por ello carentes de sentido. Pero ya es un mes de tu partida, planeta maestro, y por cierto que he notado la diferencia entre obrar con una mochila que además sobrepasaba y confundía por la multiplicidad de opciones, de imperiosas soluciones, de las más imprescindibles decisiones.
Abofeteo permanente. ¿Te lo creíste? Ya no es la edad de la inocencia.
Genero o generan; lo desconozco. Quizás en algún otro plano nos sea develado.
Azar o camino reglado, y ahí la desubjetivación, la impotencia, el "no" como costumbre ineludible: no te toca a vos, y ahora tampoco.
¿Seré sospechosa? como sostiene Houellebecq en su isla. Cruzo el río una vez más. Sola. Como casi siempre; sola es como mejor puedo propiciarme las pausas para el alma. También antes, cuando no entendías nada y entonces dolía. Cuánto...
Dolía porque acunábamos la idea de que todo llega, pero claro, "cuando llega tarde deja de ser justicia". 
Por eso, por eso mismo vivo en presente continuo. Lo mejor para mí "cueste lo que cueste y caiga quien caiga". Y sumar. Sumar gracias. Treguas. Reparo. Intensidad; a pesar de los entornos y las vicisitudes.

3 de noviembre de 2012

Abreviados


Somos segundos, milésimas. Maniobrados.
Y te siento, te quiero; te eludo. Fortuita la noche. Te trae.
Fuimos ínfimos, abstractos y enormes. Subjetivos. Intensos y cobardes. 
Y quieren nacer insolentes, las lágrimas. Aunque la alegría esté. Más allá de la tolerancia, del perdón, de la aceptación, del dolor del beso ausente; de las orillas. De tus manos.
Sí, tus manos que se van, que detienen, alejan y sostienen, y amarran, y anudan. Contienen. ¡Cuánto!
Maniatados.
Desafiamos. Detuvimos y evitamos, aunque de a ratos: oprima, ahogue.
No fue la vacilación sino la alarma, por si acaso, por si después hiere.
No salimos ilesos. Asediados.
Pretende. Interpela. Nos querella.
Persistimos, resistimos: distraídos, abreviados. 

30 de octubre de 2012

Octubre


Suma de días, kilómetros y rutas distintas; desvíos inesperados. No tener la menor idea de quién era ella, y terminar siguiéndola por todo su recorrido porteño. La tarde de aquel miércoles en Malba donde viajamos, decididos, a los tiempos de Arturo; desciframos símbolos, y despejamos mitos. Me lo juré al salir: toda actividad sería interrumpida, hasta haber transitado por los tres encuentros. La duplicidad de caminos, la decisión, la pregunta, la no pregunta y su consecuencia. Epicentros.
Y cuánto cuesta salirnos de nuestros yo e interpelar, permitirnos ver y vernos. Porque de haberlo hecho el resultado hubiese sido otro. 
La noche en Palermo, en una Fundación a metros de casa, donde nos detuvo Jung y su libro rojo. La letra D, la E, las ilustraciones; los signos. Los dilemas.
Nada anticipaba para ese entonces la mañana mágica que sucedería a aquella noche, tan imprescindible como ardua. Porque por más que la ida de Saturno haya traído la pausa, los avatares no cesan. 
Nuestra segunda foto, cuando la primera tenía ya dos años y algunos meses. Nos habíamos conocido en aquel contexto donde los laberintos condujeron a la magia y al cambio, a tantos porvenires inesperados. 
Confirmar que también te inunda la claridad, el andar calmo. No, si no te eligió por nada...
Ya veníamos de un brindis muy especial, de una noche mágica del pasaje a esta reciente cifra, con la posibilidad de descubrir un nuevo Aleph, cuando todas las coordenadas coincidieron para que así fuese. Descubrirme bajo los eucaliptos de una noche muy arbolada y diáfana en su Adrogué. Magia y azar comulgaron. Con aquellos otorgamientos que nos da el don de la aceptación, cuando dejamos de culpar externos.
Y cedieron las demoras, hasta aquella del arribo de las primeras "letras de molde", desde la madre patria... Los textos que quiso la ventura o el destino, fuesen esos y no otros; coronando encuentros y celebrando por tanto de lo recibido. 
Pero tanto, y no era todo. Después de veinte años de aquella vez, cuando zambullirme en sus letras significó el hechizo y la fascinación, la conclusión de aquel camino. Su Ética para Amador fue eso y más, y pude contártelo. Descubrir otro rincón en el mundo. Sí, porque mi paisaje está lleno de rincones, de esquinas y lugares que hago míos.
No hace aún un mes, la suerte también quiso, que el río se enangostase una vez más, y a pesar de las lluvias plateadas se tratase de tres días de ensueño. Donde todo lo que fue debía ser, y por algo. Gracias, paisito, porque siempre estoy en casa... 
Para ese entonces faltaban treinta y cinco días para volver; hoy falta sólo una decena, y entonces un cuento me abrirá sus puertas. Muros que hablan. Historia para nada vacía...
Estaré ahí y me entrego a lo que el destino tenga escrito. Solo auguro estar bien despierta, porque es atentos como mejor vemos, y lo suficientemente distraída para que nada apremie, para perderme entre tus calles sin tiempo, dispuesta a todos tus acaso... 

24 de octubre de 2012

Los jueves, relato: de colores...

Se trata de ver y de mirar, de percepciones, de poder, porque no basta con querer. Porque a veces es nuestro mayor anhelo, y sin embargo no lo alcanzamos, olvidando cómo fue cuando de verdad fue. Cómo antes sí y ya no. Hoy no. No hay fórmula.
Entre lo mejor de lo vivido recuerdo los colores, casi tanto como sus músicas. Pero triunfan ellos, los tintes: el brillo en el aire, los paisajes de lavandas de mi sur, los violetas y anaranjados de los atardeceres en Arrayán, los crepúsculos descendiendo sobre el Nahuel, desde alguna ventana del Hotel Correntoso; el Paso del Córdoba regresando a casa...
Los días lilas y celestes en las tardes de Castex y Coronel Díaz, en aquellos años de una casa verde, tan verde como el atuendo que me acompañaba la primera vez que llegué; cuando el número de la entrada me anticipó el resultado. Era 2899, y yo tenía veintiocho años y corrían para ese entonces los meses previos al umbral del nuevo milenio. Los verdes de Juez del Valle: tu lugar en el mundo es verde.
Una mañana de amarillos, portadora de tanto después inesperado. Los sueños se cumplen...
Una gema lila, casi transparente, se quedó conmigo; la trajiste de tu Roma natal, cuando seis años nos separaban del último abrazo. Cuando se despedazó el alma, y sentí me evaporaría en llanto.
El Patio de los naranjos y, en tus brazos, un domingo de junio gris.
La tarde en Rincón que fue adiós, cuando aún vibraba en mi ser todo, la noche roja de un Séptimo cielo, y apenas bendecíamos haber llegado a aquel Balcón, iluminado por tus velas...
Y te veo en naranja. Siempre te vi naranja; desde que miraba el río, en la bajada del sol de los confines. Cuando ese mismo río que ya nos separaba, aunque lo ignorásemos, preludiaba el fin del día, y daba inicio a aquellas mañanas, que no por escasas, no permanecen intactas en el recuerdo. Porque la intensidad de lo vivido no tiene que ver con una duración en el tiempo.
Aquella alfombra azul que nos enlazó infinitas veces. Jugábamos en azules. Te amé y fui tuya en esa casa que hoy, aun cercana, ya todo lo calla; como si no hubiese sido verdad; como si jamás hubiera sido nuestra.Ya nada; no tiene nada por decirme. Y tampoco duele.
Y esta casa amarilla donde comulgaron almas tan lejanas, como suma y resultado de infinitas letras en juego. De tanta letra propia. De lo silencios que escribiste. De los interiores que ya no enmudecieron. De tu voz. Del color de tu voz...
De los grises y la lluvia de la mañana de domingo, que pudo ser la primera. Cuando resultó ineludible, inevitable. Urgente. 
Y también estoy allá. En Huilo Huilo. En medio de la magia de tus verdes, del agua que se reune transparente entre paredes de acantilados. 
Y allí, en mi Montevideo, en mi paisito del alma, donde el sol se calla con pereza, y la lluvia más plateada, no oculta tu naranja. 

                                                                                         Hay muchos más en casa de ellos

22 de octubre de 2012

Postergados


No quiero. No se puede, no debemos. Tolerancia, paciencia; desplazamientos. No vale la pena. 
No puedo esperar ni esperarte; esperarlos. Sólo depende de mí. Soy quien mejor se propicia las alegrías. Aquellas que no tienen que ver con vos, ni con nadie, ni con la situación, ni el tiempo determinado. Busco presentes perfectos, continuos. Las hipótesis demoran y defraudan.
Hablo de gozos y complacencias, de paladear el instante; su suma. Del ahora. Ni del antes, ni el después. 
Antaño ya partió, y nos dejó su compendio. Eso somos. Eso fuimos. Hoy toca ser: planear, ejecutar y terminar; pensamiento, palabra y acción. Utopías que nos permitan seguir caminando. Sueños materializados; ya. Aquí y ahora. Porque mañana es incierto y será subordinado a otras fases, a otras magias.Y quizás no abunde la ocasión. Y tal vez toque en esta época y no otra vez. 
Que la suma persista como experiencia. 
Somos nuestra praxis.Que no nos destruya el hábito, ni la costumbre.
Devastados; abatidos. Porque no se trata de suprimir, porque aflige y lastima. 
Somos patronos y propietarios; únicos responsables. De la demora, del retardo que sostiene y sobrevive en un mañana inverosímil. 
No me mientas, no encubras, no calles. No hay por qué. No hay infinitud que sostenga, solo la brevedad de lo fugaz. Encontraremos la excusa perfecta o la solución posible si de veras hay ganas, o nacerá la vacilación, sin omisiones. Pero es hoy, y no mañana o por si acaso. Y es hado y fortuna, pero también osadía sin artificios. De esa voluntad que no elige y espera, y contempla, y atempera; certeros de lo venidero. Pero no, no te detengas. Aún empantanados, vacilantes y confusos, es hoy. 

17 de octubre de 2012

Los jueves, relato: De libros...




El bastón, las monedas, el llavero, la dócil cerradura, las tardías notas que no leerán los pocos días que me quedan, un libro y en sus páginas la ajada violeta, monumento de una tarde sin duda inolvidable y ya olvidada,¡ Cuántas cosas, nos sirven como tácitos esclavos, ciegas y extrañamente sigilosas!  Durarán más allá de nuestro olvido; no sabrán nunca que nos hemos  ido.
Ya no es mágico el mundo. Te han dejado. Ya no hay una  luna que no sea espejo del pasado, Hoy sólo tienes la fiel memoria y los desiertos días. Nadie pierde (repites vanamente) sino lo que no tiene y no ha tenido nunca, pero no basta ser valiente para aprender el arte del olvido. Un símbolo, una rosa, te desgarra y te puede matar una guitarra. 
Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo; un instante cualquiera es más profundo y diverso que el mar. La vida es corta y aunque las horas son tan largas, una oscura maravilla nos acecha, la muerte, ese otro mar, esa otra flecha que nos libra del sol y de la luna y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada; lo que era todo tiene que ser nada. 
Sólo que me queda el goce de estar triste, esa vana costumbre que me inclina al Sur, a cierta puerta, a cierta esquina.

Si fue causa o causal; destino o azar. Innato o adquirido. Si los elegimos o nos eligen... 
Fundamento y motivo; uno o muchos. Razón para obrar. Determinante y definitivo. Categórico en palabras de Kant, que conocería mucho después en su Crítica de la Razón Pura. Aunque no se refiera quizás, a esta suerte de imperativo.
Era gordo y de tapas verdes. Él un viejito ciego que vivía a cuadras de casa sobre la calle Maipú. Nuestras ventanas miraban desde distintos ángulos la Plaza San Martín; mi plaza. Sabía que papá se juntaba a leer con él, si bien para ese entonces no entendía mucho el por qué; tiempo más tarde supe que juntos elegían los poemas a los que él les pondría voz, en la noche del Teatro San Martín.
Tenía muy poquitos años para comprender la profundidad y, sin embargo... la negación de la felicidad de modo definitivo, y en ella el goce; la soledad irremediable, el abandono, las esquinas del sur, la ajada violeta entre las páginas de un libro, las cosas que nos trascienden, no se movieron ni cambiaron, y siguen aún hoy habiendo transitado casi toda su obra, siendo mis elegidos.
Sin embargo podría hablar de la magia en la simpleza, del himno al acto más polémico, al hecho de elegir el destino final: Moriré y conmigo la suma del intolerable universo. Estoy mirando el último poniente. Oigo el último pájaro. Lego la nada a nadie.
O su tributo a mi lugar en el mundo, Montevideo: Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive. Eres el Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente. Puerta falsa en el tiempo, tus calles miran al pasado más leve. Ciudad que se oye como un verso. Calles con luz de patio.
Si tengo que elegir un libro suyo ese es El libro de arena, un cuento "25 de agosto de 1983" que me traslada a esa habitación del Hotel Las Delicias de Adrogué: "En cualquier parte del mundo en que me encuentre cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué. Adrogué era eso: un largo laberinto tranquilo de calles arboladas, de verjas y de quintas; un laberinto de vastas noches quietas que mis padres gustaban recorrer. Quintas en las que uno adivinaba la vida detrás de las quintas. De algún modo yo siempre estuve aquí, siempre estoy aquí. Los lugares se llevan, los lugares están en uno. Sigo entre los eucaliptos y en el laberinto, el lugar en que uno puede perderse. Supongo que uno también puede perderse en el Paraíso. Estatuas de tan mal gusto y tan cursis que ya resultaban lindas, una falsa ruina, una cancha de tenis. Y luego, en ese mismo hotel "Las Delicias", un gran salón de espejos. Sin duda me miré en aquellos espejos infinitos. Muchos argumentos, muchas escenas, muchos poemas que he imaginado, nacieron en Adrogué o se sitúan en ella. Siempre que hablo de jardines, siempre que hablo de árboles, estoy en Adrogué; he pensado en esta ciudad, no es necesario que la nombre"; un poema "1964" y "Las cosas", y de ahí el gran epígrafe.
Es tal el compromiso y la certeza de lo definitivo, que en la noche del sábado trece para el catorce, con motivo de mi último onomástico, elegí recibir el nuevo año en El Sur de Dalhmannen el Almacén Santa Rita. Fue magia: las guitarras que sumaron a Piazzola, el vino El Aleph; lo especial de todo...
Y para que el día catorce no perdiese su estrellato, una tarde de domingo en Villa Ocampo, la casa de Victoria, donde la emoción no cesa al hallarme entre Roger Caillois, Drieu La Rochelle... y se me hace presente el éxtasis de la muestra que hace un año en otra casa de Victoria en Palermo Chico: La Gallimard, me transportó a otros tiempos, a otros planos, entre manuscritos de Camus, entre los primeros relatos de Cortázar y Borges en Francia (gracias al mismísimo Caillois); los programas de La Pleiade y tanto más.
Si hubo un libro clave ese fue L´etranger de Camus. Muchos pero muchos años más tarde mi absoluto respeto ante Cunningham por "Las horas", y el éxtasis hasta las lágrimas en "Anima Mundi" de Susanna Tamaro.

14 de octubre de 2012

Convocatoria de jueves: De libros...



                                                                     El recuerdo que deja un libro  
es más importante que el libro mismo
                                                                                                                                                                          Gustavo Adolfo Bécquer.



Quisiera que me cuenten de aquel primer libro, o de aquel otro que, sin ser el primero, fue el que nos dejó marcados para siempre; el que el tiempo quizás modificó en la memoria, pero continúa siendo "nuestro elegido". 
El olor a papel y a tinta de un libro nuevo, o esos por los que hurgamos entre tiendas de usados buscando marcas, huellas de otros tiempos. 
Aquella narración, los protagonistas que supimos imaginar; ese cuento, que no fue una historia más, sino "la" historia. O por qué no las historias...
Por otra parte les dejo este cuento de Clarice Lispector, Felicidad Clandestina, que nos habla mucho de ese sentimiento que busco invocar, y los espero con sus links el próximo jueves.
No les dejo una foto en particular, sino este epígrafe, porque prefiero optar porque cada uno de ustedes se identifique con la propia. Un abrazo.


Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.
No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.
Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".
Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.
Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía Las travesuras de Naricita, de Monteiro Lobato.
Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.
Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.
Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.
Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diabólico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.
Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.
Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió al fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!
Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena, le ordenó a su hija:
-Vas a prestar ahora mismo ese libro.
Y a mí:
-Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras. ¿Entendido?
Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.
¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.
Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.
A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.


Los libros de ellos:

11 de octubre de 2012

Los jueves, relato: el téléfono

Su timbre me anticipó siempre, quién habría del otro lado. Para ese entonces eran voces, hoy muchas veces son palabras escritas, mensajes que perpetúan, que aferran, dicen de nosotros y también detienen.
Era noviembre. Veintitrés. 1999. La mañana de sol me tenía en casa en la previa a aquel coloquio de la universidad perugina. El lunes marcaría el fin de una etapa. Del esfuerzo progresivo y constante. La previa siempre fue lo más difícil de sobrellevar. Hoy ya aprendimos, o estamos en eso...
Por fin también, llegaba a la meta; sin abandonarme en los desvíos. 

- Rossina. Soy María. La esposa de tu tío Antonio.
- María! Tanto tiempo ¿Cómo estás? Qué alegría enorme.

Doce años nos separaban. Recordaba perfectamente que el último encuentro cara a cara había sido en el velatorio de papá. Sí. Porque al entierro no llegamos. Fue tanto el incordio, que no llegamos. 
Se vislumbraba algo que más tarde se volvería, destino causal. Los muertos entierran a sus muertos, supieron decirme desde muy lejos. Cuando no hallaba consuelo en haberlo sabido dos días más tarde. Sí, de vos y más tarde de vos también. Preferible pensarlo como karma.

- Me emociona que me recibas así. Ignoraba cuál podía ser tu reacción después de tanto tiempo.
- María! Cuál iba a ser... Tengo el mejor recuerdo de ustedes. Jamás entendí el por qué de la distancia. ¿Cómo están mis primas?
- Te llamamos porque hoy a la noche en una cantina de la Boca, Antonio festeja sus ochenta años. Tus primas le tienen preparada una sorpresa. Le han editado tantos años de escritura silenciosa. Querríamos que estés ahí.
- María. Una pregunta... El jueves en una reunión de amigos de amigos, conocí una chica de Luján que me dijo que yo tenía un hermano. Otro. Que se llama Jorge. Como Jota. Como el de toda la vida... Que es hermoso. Que me lleva cinco años...
- Ese es un tema que deberías hablar con Antonio.

La voz de Antonio y la respuesta de María confirmaron aquel dato.

- Él también quiere conocerte. Un poco mi llamado era para contarte eso. Venite esta noche, él va a estar.

Le supliqué te dijera, que me llamaras esa misma tarde. Al cumpleaños no iría. No sólo porque ibas a estar ahí y prefería conocerte de otra manera, sino porque el coloquio lo ameritaba. Había sido mucho el esfuerzo por no claudicar, y emociones semejantes: verlos a ellos después de doce años, conocer a mi segundo hermano casi transcurridas tres décadas, habiéndome enterado ese día de su existencia; me pareció mucho.
No obstante haber permanecido en casa, no cesé de llamar. Uno a uno. Quería contarlo a todos. Fui muy feliz.
A la noche sonó el teléfono, y supe que serías vos. Una voz afónica, un poco por la tarde en la Bombonera, por la emoción del festejo, por la incertidumbre quizás. El no saber con quién, con qué te encontrarías del otro lado.
Fueron tres horas. Y así los siete días siguientes. Hasta que fijamos el encuentro. Hasta que comprobamos lo que ya sabíamos. No sólo seríamos hermanos. Éramos dos mitades. Almas pares. Nos elegíamos.
Los ocho años que duró nuestro encuentro fue eso; comunión. Complicidad. Intuir todas y cada una de tus respuestas. Todo encuentro fue un brindis. Mi mejor compañía. Estarás para siempre entre lo mejor de lo vivido. 
Otra voz en un teléfono, anticipó la decisión irreversible; terminante. Tu último llamado había sido un par de meses antes...

- Voy a estar amotinado, hermanita. Creo que me vengo equivocando mucho con mucha gente. Lo necesito para volver a ver con claridad. Te prometo que el 08 se viene de disfrute sí o sí.

Más llamadas por acá

22 de septiembre de 2012

Pátinas


Luces, soles y naranjas, atardeceres violetas y amarillos, y un puntito en el mapa en el que juré amor eterno. Tenía catorce años. Era la primera vez que llegaba hasta ahí, y desde ese éxtasis, desde los colores y el lugar exacto, prometí mi eterno regreso y mi absoluta fidelidad. 
Pero, al principio, no dependió tanto de mí. Tenía catorce años y ante la inminencia de las vacaciones, siempre algo se interponía. No sé si de verdad habrá sido así, pero yo lo sentí siempre como un ritual de  supervivencia, contra la posible vivencia. 
Ese viaje tuvo lugar de modo sorpresivo, con gente impensada. La cabaña era la "3", en una esquina de Brown, a tres cuadras del lago.

He regresado una y mil veces, y no sé si no fue del todo, porque no era destino, porque anticiparía la adversidad, o porque, lisa y llanamente, me conduje siempre por senderos paralelos o transversales, bifurcados en mañanas distintos. Paradójico que cuando casi tenía que ser, y estaba todo dado para quedarme, tan solo una voz logró convencerme de lo contrario. Como si tan solo hubieses aparecido para decirme eso...
Pero más allá de las luces, hablaba de los brillitos en el aire. De los días diáfanos, que curan, sostienen una decena de días que jamás fueron olvido.
Me acuerdo de una mañana por Figueroa Alcorta, en un Falcón de papá, habíamos salido a pasear y yo sólo reparaba en la diafanidad del día. Creo que ese día aprendí la palabra...
O aquel mediodía en un muelle del Este, con Testigo de uno mismo entre mis manos.
El río, esa partecita de Buenos Aires que tanto te llenaba de fluos. Porque me enseñaste a reconocer verdes, y a andar por donde la fluorescencia guiase...
Hace un par de sábados los encontré volviendo de Nuñez: García del Río, Amenabar, hasta que una esquina de Moldes me detuvo, y emergieron letras a narrar esos dos años que nos separaban. 
Volví a buscarlos hace una semana; ya no estaban. 
La tarde de la estación a Acassuso; la calle Elortondo, alejándonos por los jardines de Victoria. Alguna mañana de jueves de octubre yendo al curso de Literatura de la otra orilla.
Quisiera atraparlos en un frasquito, o entre las páginas de un libro que al abrirlo me regalase un segundo de esos instantes que aparecen imprevisibles. Que no se anuncian y, vivos en el hoy, son más que cualquier  presente.

Alguien dijo ayer, lo que me da miedo de la primavera, es que obliga a ser feliz. 
A mí, en cambio, me llega por añadidura.


15 de septiembre de 2012

Deshojando atardecidos


Antes de mi segunda caída. De mi incomprensible e injusta segunda caída, volví a Moldes y Congreso
Deshojando atradecidos titulé el escrito, que bien podría ser también el nombre de esta historia. 
¿Cómo estás, tanto tiempo? Me vine caminando hasta vos, para envolverme en tu recuerdo, que ya no es malo. Que ya no duele ni produce temor a las cenizas. 
Las letras surgen imprevistas y recorren esta servilleta que antaño secó lágrimas, cubrió los ojos y las mejillas; calmó el ahogo. 
Donde se desvanecieron las semillas de un mañana; del después que ya no sería. De ese instante donde algunas letras trajeron la sentencia definitiva. Diagnóstico irreversible: dolor, soledad, muerte, recuerdos llovidos y mojados. Anhelos dormidos.
Y pasaron, fueron las sumas y los días, la tarde noche donde decidí volver, a desmitificar/te. A poner tupido velo...
Porque no fue aquí, en una esquina de Moldes y Congreso. Fue allá, muy lejos y muy cerca, juntos en la añoranza, en el entramado de un después posible. Habíamos desafiado al tiempo y al destino. Y ya no lastiman el sabor de la frambuesa, ni el día y la hora exacta. Era veintisiete. Era enero. 
Hoy es septiembre. Casi primavera; se atreven los primeros soles. Se animan los pies a dejar nuevas huellas. Ha transcurrido mucho y poco tiempo. Hemos cambiado cuatros veces la cuarta cifra del año aquel, que hizo que vos y yo, nos detengamos en la espera.
Las letras no sólo ocuparon las tardes de sábado sino cada día de las semanas incesantes, de la sucesión que es rutina y vida, y decisión; elección.
Porque se allanaron los caminos, a pesar de los senderos dobles y los obstáculos. De lo resuelto que se tornó incertidumbre y por fin meseta, llanos, vida.
No anidan los miedos, ni el error. Todo se tornó razón y destino. Aceptación.
Ya no es causa. Es motivo. Y cesan los grises y los vaivenes sin sentido. Parece encauzarse el río.
Si habría motivo o por si acaso, si debía ser así; destinados.
Ya no sostienen los pasados no resueltos; las manos. Ya no llueven lágrimas las miradas, ni apuñalan los ayeres vencidos.
Alguien espera. No sabemos cuándo ni dónde. Y es mañana; el hado urge e impone.
Aún queda mucho por ser, por hacer; por darse.
No lloró el otoño. No presagió la mañana, aquel verano atardecido. 

8 de septiembre de 2012

De antes y de ahora


quiero hablar de vos, sí, de vos y de esto que hace que estés conmigo todo el tiempo aunque estés lejos, o que anoche sueñe su muerte y ya no duela. En el sueño dolía y mucho, había una desazón, una pena inmensa y casi que no podía ponerme de pie. Volvía a estar como antes, en medio del laberinto. Y pensaba que eran dos las muertes, la de él, y ahora la suya, y lo injusto, lo impensable, y no... no me podía poner de pie. Estaba apunto de caer. Pero sin embargo, cuando me desperté, me di cuenta de que no era cierto, y al margen de que fuese un sueño, ya no lastimaba. No, no lastimaba más con sus vacíos y sus silencios, con sus descuidos; con lo impensable del fin.  Más que del fin, de la manera. De que justo él hiriera, de que justo él que sabía todo, sumase más. Sí, más lágrimas... Él que las habías secado una a una y arropado en medio de la tempestad, cuando todo era nada. 
No se si fue que soñé con él porque sos un poco vos. Sí. Te lo confesé siempre. Eso fue lo primero que acercó. Claro, porque no estábamos cerca, o tal vez sí, pero fue ahí, fue desde entonces que fuiste más importante que el resto y de a poco, más importante que nadie. Con esa facilidad de juntar elegidos, a los que todo se les comprende. Todo se entiende como parte de un todo, que en definitiva es afín y cercano. Y duele más por eso, por abrir el alma y que entres, aunque sé que viniste con el corazón en la mano. De eso no caben dudas. Yo seré menos efervescente pero más continua; me quedo más tiempo. No sé si despegar es la palabra, porque en realidad desde el momento en que vivís adentro mío, se trataría más de escapar, de sacarte de adentro y arrojarte bien lejos, sin dañarte. Como en esas visualizaciones, esas de empaquetar, de anudar lo que ya no sirve y lanzarlo al medio del océano. Y ponerle colores y aromas y sentir que es verdad. En realidad, como digo siempre, cuando dolés, no dolés vos, duele la suma de dolores. La cantidad de veces que tocó perder. Y esta vez no, no debía ser así. No debíamos perdernos. Ni tampoco debió ser así cuando pasó con él, sí él, que soñé que anoche había muerto. Porque ya había llorado tanto. Había descreído de todo. De absolutamente todo y ya no había ganas. Ni de chocolates ni de viajes, ni de libros, ni del lago. Porque llegué al lago y lo comprobé: tampoco ahí había paz. Y después de tanto, no era justo que pasase eso, que otra vez se tratase de que duela. Que fuesen más las lágrimas y los nudos, la asfixia y los brívidos, los escalofrios, a mí me gusta más llamarlos brívidos... que el tiempo de la magia y el corazón explotando de alegría. Latiendo fuerte todo el tiempo. De los abrazos, de la comunión que todo lo justificaba. Fundidos. Que estuvieses en mi vida justificaba todo lo anterior. 
Por eso. Por eso ahora digo que no es justo. Yo diría que es demasiado. Que elegí de nuevo y que, aunque perdí desde el comienzo y lo supe, quizás cuando lo supe ya estabas dentro. Ahí arropado, entre la garganta y el pecho, viviendo ahí, aunque deambules y transites y te alejes, y vuelvas. Estás ahí siempre. Y como te decía, siento que no es justo. 
Una vez más en primavera, era tarde. 

2 de septiembre de 2012

Ineludible



Hay frío. Hay hielo. Dejo que te acerques, aunque no te atrevas. La distancia es un muro que se eleva y diluye entre las manos, que tocan y alejan, que empujan y sostienen; los puños apretados retienen pasados, sueltan murallas que se pegan y deforman, transforman y no sueltan.  
Equilibrio que es meta, verdad y razón; paciencia. 
Te creo y te abrazo en las noches de distancia, en lo días previsibles y contiguos, en la suma cotidiana. 
Temo a la sucesión, a lo estático que aferra y no afirma. Y te dejo ser en tu suma de vaivenes, en tus certezas inciertas, en la seguridad que es ambivalencia. Tus leyes que tiemblan ante lo irrefutable que crece y aumenta. Se eleva y construye, paredes de acantilados y olas; marea, remolinos. Se evapora y resurge, en tus ojos, en el cuerpo que avanza y conduce, a recuperar perdidos. En tu voz.
No te alejes. Te dejo llegar. Sigo siendo yo. No temas. No te vayas. 
¿Seguís siendo vos, el otro, el mismo? el que sostiene y determina, duda y lamenta. Y quiere pero vacila; por si acaso, por si nos duele, por si después lastima. El horror de lo imposible.
Y sin embargo, vivís aquí, entre estas paredes que no te tuvieron, entre sábanas ausentes del sentir que no muere, y sobrevive a la vicisitud. 
No te tuve, no me tuviste, y aún así: sos presente, sos constante. Irrumpe tu imagen. Resuena la precisión de tu palabra justa, que punza, que eriza la piel y trae la lágrima de la sentencia, del afecto. Y esta necesidad de vos a pesar de todo; ansiedad y alivio. Porque más allá de todo, qué límite, qué frontera nos separa, cuando la comunión ostenta, vence; inevitable.

26 de agosto de 2012

Borgeana


Por lo dones, el anatema y el laberinto, los espejos y el instante, más profundo y diverso que el mar; las horas que son tan largasla muerte, esa oscura maravilla que acecha, como otro mar, como otra flecha; tu idea de eternidad; la mañana en Montevideo (ese Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente), por aquel legado de la nada a nadie, por el París d´Alsace... porque en cada paso estás, están. Por lo infinito de tu compañía permanente, porque estamos menos solos, más contentos.
Por aquellos tácitos esclavos - las cosas-, que durarán más allá de nuestro olvido, no sabrán nunca que nos hemos ido.
Que por vos haya llegado a mí, que esa comunión, que el hallazgo de lo perdido y vuelto a hallar, no nos tenga, y lo que pudo ser camino par, diluido en pormenores vanos, en la suma intrascendente. Ridículo. 
Y renace, brilla la memoria que te evoca, vive, comulga, no muere, entre lo mejor de lo vivido. 
Un libro de arena entre las manos, entre sábanas revueltas, en una tarde de otoño gris, cálida en el recuerdo. Una habitación que sí fue real, cuando no huimos y cesó el terror a lo sucesivo. 
Las esquinas que se atrevieron a narrarnos.
Nos fuimos de ahí y de ahí también, nadie sabrá que no se nos volvió a ver. La escena no anticipaba ese desenlace; no hubo milagros, aquella tarde de octubre.
Que es imposible no traerte, que si en vos ocurrirá algo parecido, cuando se trata de él, cuando no estoy, cuando no estás. Cuando sí están aquellos que nos unieron. Si seguiremos siendo en alguna esquina testigo, en una pálida ceniza vaga que se parece a la memoria y al olvido.

27 de julio de 2012

El tiempo de un instante


Tuvo que no ser mi Sur, 
el nuestro
y una casa amarilla, hoy lavanda
Aquel 14 de abril
la calle arenales
Mi carta
Decir adiós cientos de veces
y todos aquellos ocasos
Confiar y errar
Tuvo que conocerte
Una primavera, y en octubre
y ser su primera hija
aunque ya existieras
Conjugar muchas letras
Recorrer tantas historias
y los brívidos innumerables
Tuvo que ser ese día y a esa hora
El Patio de los naranjos
El cruce del río
Un domingo en el mercado del Puerto
Las calles de aquel mar de junio
La tarde en París 
Un tren en la Bourgogne
El azaroso encuentro
Las noches de desvelo
los sueños 
El hallazgo fortuito
Los diálogos con el lago
Irte y volver
para volver a partir
y haberte ido para siempre
Treinta días y treinta noches
y el encierro que hoy es un instante
Un saxo y el tango
La magia y el desengaño
La vida entre paréntesis
La desesperanza
El anhelo logrado
El bosque
Los empedrados
Los regresos 
El abismo
Los no por si acaso
Todo lo que no fue
tuvo que haber sido
así
Intacto.

17 de julio de 2012

Fortuito


Cuando algo iba a ser distinto, nada ni nadie lo anunció. Nunca nos alertó aquel día, del paraíso que auguraba, de la variante incipiente; del encuentro.
Latía una mañana como cualquier otra, sin inquietud ni sospecha, y sin embargo, nada volvió a ser como antes y nuestro cotidiano nació así: frecuente, conocido. 
No hubo mapas ni guías, ni vaticinios ni avisos. Nada indicó que después de aquel amanecer se suscitaría tanta vida.
Pienso en qué o en quién se empecinó, y arremetieron hasta que, sin destruirnos, nos involucraron en tanta historia ajena. Historia que fue y es, y que cambió para siempre nuestros devenires. 
Y en esta película, de la que desconocemos el ocaso, donde las respuestas cobran sentido no antes ni después, y de la cual todo ignoramos. Si llegará el día de las justificaciones, y ya no dolerá ningún desacierto.
Si hubo razones para que este presente sea este y no otro, para que una vez más los aconteceres, las elecciones, no fuesen lo que ansiábamos; por qué una vez más, la comprensión y la paciencia...
Camino entre avatares, y se cierne de dilemas y opciones sin razón aparente. Si es por algo, si es por nada... 
Vadeando inciertos, avanzando azarosos; dominados en lo fortuito del sendero.


27 de junio de 2012

Estigmas


Estoy en una cama, lejos de mi casa, es domingo, y todo es gris. Lejos de mi ciudad y de mi gente, de los cotidianos irrefutables. Llegué a donde siempre quise estar. No lo sabía, lo intuí mucho tiempo, cuando desde los balcones de flores de lavanda que miraban el río y los atardeceres naranjas, algo me decía que este mañana estaría vivo. Miré hacia aquí, desde una Buenos Aires sepia, a la que aun le quedaba tanto por darme. 
Estoy acá, hace frío, el mediodía trajo tu abrazo y un almuerzo juntos. Un almuerzo en los suburbios de esta ciudad, la tuya, que tanto amo. La amo con el alma, su nombre; oír su nombre, eriza la piel; brotan lágrimas, las de la certeza, las del hallazgo, las del anhelo cumplido.
Nos despedimos hasta más tarde. Emocionados, ahogados de deseo, cubiertos de estigmas, derramados; nuestros. 
La siesta no trajo el sueño; fue vigilia y ahí estabas; conmigo, entre sábanas húmedas, revueltas, que no dieron ni el reparo ni la pausa, porque estabas ahí. Tu voz en el teléfono cesó la fuga ilusoria. 
Ni viniste esa tarde, ni esa tarde hecha noche; ni al día siguiente, ni en el mes venidero.

Intento cobijarla del dolor que vendría, decirle que una vez más no era su falta, que lo había dado todo y más. Destino...
La ambivalencia y el descuido,  porque la tierra nos devuelve la mitad, que antes fue una. Pero bastaría con poder recordar. Uno de dos no supo, no pudo. Olvidó la misión ancestral, la meta. 
Le recuerdo que es íntegra y que podrá una vez más; renacer, transmutar. Que es mucho lo que le espera: descubrir, afrontar. Que aún hay fuerzas. Que parece que no pero sí.
Que sería preciso mucho tiempo. Pero lo lograría. Que los días veintisiete pasan cosas. Que está escrito.
La cubro en un abrazo, intento protegerla; que me escuche. No me cree. Aún apaña, todavía confía. 

Pasaron dos años, el mismo gris; el brívido: sacude, fricciona. Las lágrimas, están retenidas; un sollozo que es nudo. Un imposible determinado. Un devenir prefijado. El dolor es el mismo y es otro. El cansancio es mayor. La fe declina. Ya no dolés vos. Volví a amar, sabés... pero no es y no será, más que lo que ya es, el sentimiento incondicional. Su ofrenda más noble y franca. Su verdad más pura e inmutable. 

23 de junio de 2012

Los premios


Una piedra roja, un libro de Simone y un jardín de cerezos: hallazgo, causalidad. Una cornalina en la mano izquierda. Aún no te fue dada. 
El vértigo del ayer concluso e insignificante, no había un por qué; el desvío de doce años, el letargo, en pos de tanto. De vos que ya no estás, y nuestra casa en la montaña, a medias. "Buenos Aires", demorando, interrumpiendo...
Hoy no estás, y quizás debió ser así. Y aquel marzo llovió de lágrimas nuestro Sur, cesó la espera. Lo desconocíamos. Era la calle Primera Junta, muy cerca del cerro; de los cinco kilómetros diarios que debías caminar para sanarte. 
Una piedra roja que compense el fuego ausente, que trascienda el pensamiento y traiga la acción. Que cesen el laberinto y las vacilaciones; la ansiedad y el desconcierto. 
Preciso reparo, de tanto absurdo. Que llegue la réplica.
Si nada fue por nada, si se trató solamente de direcciones incongruentes. Si la huella impar nos condujo por azar, si la contingencia y los por si acaso, si todo fue por nada. Si no hubo sospechas.
Quiero el premio; tu abrazo y compañía, la razón de este encuentro. Las fuerzas para no torcer. Así, sin más pero juntos; resarcidos del revés y los tropiezos; sin temores. Verdaderos.
Las calles recorridas son otras, quedaron iluminadas por la estela. La que traza nuestro andar. La que nos devuelve y compensa.
Julio fue el testigo, la claridad de la pausa, de la misión cumplida; que el azar o el destino, digan lo que digan. 

Volví a mi casa, la de la infancia, en sueños. 


16 de junio de 2012

Travesía


Rodea la meta

Tránsito indemne 
Suma de días.

Intervengo,
me alejo...

Abandono ante el enredo 
Descuidos...

Declina, 
decrece, 
mengua y aumenta.

Avatares:
dilema o alternativa...

No revela ni presagia 
embiste, 
asalta...
No se apaga; 
atenúa. 
Oscila. 
Se desplaza 
no se extingue. 
Permanece.

Que haya sido por algo; 
lo fortuito y adverso...

No fue mañana de indicios. 
Omitieron la estela. 
Hoy son huellas...

El dilema no ha sido resuelto;
ignoramos los esquemas. 

Vacilantes y certeros 
andamos, 
desconociendo 
de motivos.

10 de junio de 2012

Fragmentos


Es la fusión. Tu ser y el mío astillados, convergiendo en un todo que se fracciona y une en intervalos.
Fue tu llegada plenitud y olvido, de aquello que quebrantó hasta romper, en trizas, en cenizas. Volviendo añicos un pasado hostil, que inacabable, se tornó presente y porvenir. 
Son los fragmentos, los ratos de nosotros; sostienen y sustraen del cotidiano adverso, de los resultados contrarios.
Hallarte fue diáfano en la noche, en el avatar de los días incompletos y periódicos.
Me devuelve el sentir, la mitad perdida, el fracaso arbitrario; imparcial.
Vivo en mí, en todos mis adentros; se alejan las sombras. 
Tus ratos completan el suceder de los días. Unifican y enlazan, a pesar. De la ambigüedad y la incongruencia, de la afección certera y futura. De esta consonancia que qué será en lo venidero. 
Porque fue en el prefacio y fue ineludible, cuando tu ser todo sació la suma de descuidos; cobijó los anhelos. 
Tenerte es el todo. Rozarte es extremo. Y confluyen y coinciden y se unen los límites. Y sostengo tu disparidad, tus fases, tus cambios y el fluctuar; el énfasis. Tus miedos. La incertidumbre.
Somos en los ratos de la dádiva. Los que nos otorga el devenir. Suscita. Y no te evito. No me protejo ni amparo, ni esquivo, ni eludo. Te abrazo. Y lo fortuito...
Así como sos. Impensable y absurdo. 
Das sentido. Justificás las esperas. Los tiempos de pausa...
Y relumbran los grises. Y los lugares más corrientes. 
No se encubre el sentir, que asoma, que surge: ineludible; íntegro.

30 de mayo de 2012

Suma de días


Tantos... efímeros, perecederos. Pero amanecieron días distintos, sin anticipos ni indicios, sin latidos ni escozores que anticipasen el reto, ni los aromas anunciando que perdurarían intactos en el recuerdo; presentes en cada instante del hoy. Fechas señaladas; cartas marcadas, en el calendario de la existencia...
La fusión con tu piel, tan mía. La comunión sublime. Respirar distinto; con la certeza del acierto.  
Días que cruzaron caminos insólitos. Encuentros imprevisibles. Eternos. 
Perdurarán cual tesoros.
Recuerdo aquel que cambió el rumbo; no había habido ni el menor indicio. No, no hubo señales. Pudo ser como tantos otros; idénticos, sumidos en la rutina de un ordinario olvidable. De horas repletas de minutos infinitos hacia ninguna parte. De la sorpresa infrecuente, sin el brillo de lo imperecedero.
No caduca tu imagen viva, en cada paso que doy. La huella labrada, inmortal del encuentro.
Qué los propician...
Las decisiones o el azar. La buena fortuna o el destino. La acción o la pausa. Qué lo quiso así...
Dónde partieron los días que no vivimos, los futuros que no fueron. Las elecciones. El abandono de los sueños, el cansancio ante el reto. El error. La cobardía. El desánimo. 
Cuándo mi existencia pasó a convivir con tu imagen permanente. Cuándo tus pesares fueron los míos. Cuando tu ser abarcó todos mis rincones, hasta aquellos que te son ajenos.
Mi idea de vos que no necesitó de nada más. Y los tiempos de pausas inconclusas, incompletas. La espera; la esperanza de un mañana inesperado, generoso en la energía y las fuerzas; la fe. La meta alcanzada.
Cuando imantábamos, cuando las causalidades nos buscaron. Cuando los pasos condujeron al momento justo, al lugar indicado. Cuando ningún obstáculo pudo con nosotros, y todo fue propicio, y ni los retrasos, ni las demoras, ni los tropiezos...
Y no hubo absurdos y todo tuvo su por qué; nada era riesgo y el resultado evidencia. La energía viva; el contento. 
Las circunstancias que conforman este hoy. Los sinsabores. El cotidiano insistente. 

 
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