26 de agosto de 2012

Borgeana


Por lo dones, el anatema y el laberinto, los espejos y el instante, más profundo y diverso que el mar; las horas que son tan largasla muerte, esa oscura maravilla que acecha, como otro mar, como otra flecha; tu idea de eternidad; la mañana en Montevideo (ese Buenos Aires que tuvimos, el que en los años se alejó quietamente), por aquel legado de la nada a nadie, por el París d´Alsace... porque en cada paso estás, están. Por lo infinito de tu compañía permanente, porque estamos menos solos, más contentos.
Por aquellos tácitos esclavos - las cosas-, que durarán más allá de nuestro olvido, no sabrán nunca que nos hemos ido.
Que por vos haya llegado a mí, que esa comunión, que el hallazgo de lo perdido y vuelto a hallar, no nos tenga, y lo que pudo ser camino par, diluido en pormenores vanos, en la suma intrascendente. Ridículo. 
Y renace, brilla la memoria que te evoca, vive, comulga, no muere, entre lo mejor de lo vivido. 
Un libro de arena entre las manos, entre sábanas revueltas, en una tarde de otoño gris, cálida en el recuerdo. Una habitación que sí fue real, cuando no huimos y cesó el terror a lo sucesivo. 
Las esquinas que se atrevieron a narrarnos.
Nos fuimos de ahí y de ahí también, nadie sabrá que no se nos volvió a ver. La escena no anticipaba ese desenlace; no hubo milagros, aquella tarde de octubre.
Que es imposible no traerte, que si en vos ocurrirá algo parecido, cuando se trata de él, cuando no estoy, cuando no estás. Cuando sí están aquellos que nos unieron. Si seguiremos siendo en alguna esquina testigo, en una pálida ceniza vaga que se parece a la memoria y al olvido.

 
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