Empezamos a pensar cómo podríamos aprovechar ese año que ambos ya habíamos transitado.
Fuimos testigos del bautismo de mi hermano en Luján.
Mi padre filmaba "El derecho de nacer". Ni noticias tenía de lo que seríamos en su vida, ni de la propuesta que tres años más tarde Borges y yo le haríamos.
Silvina Ocampo escribía "El pecado mortal".
Yo no dejaba de concurrir a ninguna de las clases del maestro en la universidad.
No podíamos intentar acercarnos a María Gracia. Ya lo haríamos en un futuro... ¿O también lo habríamos cambiado?
Estuve invitada al casamiento de Borges, y desde un comienzo supe del disgusto y el pesar que ese paso en su vida le depararía.
Una tarde decidí desandar. Solo con Borges compartíamos el mismo estado...
Por suerte, no habíamos perdido nuestra rutina de encontrarnos. Lo solíamos hacer en algún bar del Barrio Sur.
Coincidió conmigo en que lo mejor era buscar a aquel Padre del Santísimo Sacramento, que tanto me había sabido ayudar.
Así lo hice. Le anticipé como sería mi vínculo con él, y cuánto me guiaría años más tarde. Le expliqué que estaba perdida en un espacio del tiempo donde no había siquiera nacido.
Me sugirió de todos modos que me aproximase a mi padre y viviese más de cerca aquel momento en que mi hermano sí estaba vivo y yo aún no, cuando todavía María Gracia no lo había entregado a sus abuelos...
Según él no haría daño alguno, y tendría quizás la oportunidad de cambiar algún destino.
Se ofreció a ayudarme.
Hice lo que el Padre me indicó, tomé el 57 a Luján, y me dirigí a la Catedral. Corroboré la fecha en que Jorge había sido bautizado, y en la que con el maestro habíamos estado presentes.
Busqué una guía en un comercio, tomé nota de la dirección y el teléfono del marido de María Gracia.
Algo no podía entender. Se había casado con Jorge siendo un bebé. Nada había esperado ante el rechazo de mi padre. O nada había aguardado ante su ocultamiento.
¿Cómo acercarme a ella?
Pensé en decirle que iba de parte de Salcedo, que él quería hablarle en buenos términos, y eso hice.
Me dejó pasar. Me sirvió una limonada y comenzó a mirarme sin emitir palabra.
Seguramente las palabras las traía yo, y ella escucharía.
-Bueno, como le decía, Jorge está dispuesto a reconocer a su hijo si es que así es, y desea hablar con usted pero no quiere importunarla. Está al corriente de su casamiento.
-El casamiento lo arreglaron mis padres. No querían que criase un hijo sola.
-Pero el bebé tiene un padre. Usted tiene la certeza de eso. Una madre no duda. Siempre sabe quién es el padre de su hijo.
¿Y usted sabe que es hijo de Jorge, verdad?
-Por supuesto que sí.
-Entonces enmiende su error cuanto antes. En un futuro las cosas pueden complicarse para todas las partes, pero sobre todo para el niño.
Usted ya le ha colocado un apellido que no le pertenece.
-Es quien lo está criando.
-Usted sabe que no está bien así. Que con el tiempo alguien va a sufrir.
-Yo estoy sufriendo muchísimo - dijo con congoja.
-Lo sé, María Gracia. Lo veo.
Nadie podría ser feliz cargando con una mentira tal en sus espaldas.
-¿Y usted, por qué viene a verme?
-Para que cuente conmigo. Para que no cometa un error irremediable.
Debe hablar con Salcedo. Él no sabe dónde hallarla. Usted desapareció después de darle la noticia del embarazo. Tampoco es justo para él. Quizás solo lo tomó por sorpresa. Solo eso...
-Estábamos ya separados. Era lógico que dudase.
Pero hubiera tenido cómo ubicarme. Él sabe que nací en Luján. No tenía donde volver más que a casa de mis padres.
María Gracia era una mujer confiable. Se fiaba del prójimo. Lo mismo que notaríamos con Borges años después. Es una buena mujer, sabría decir el maestro.
-Entonces ¿qué me aconseja que haga?
-¿Confía en mí?
-Sí, no sé por qué, pero sí. Siento como si nos conociésemos desde hace muchísimo tiempo. La siento familiar.
Me preguntó cómo había ubicado la dirección, y no tuve necesidad de mentirle.
Le conté de la Catedral, del comercio y de la guía telefónica...
-¿Por qué no lo ha hecho él directamente? - me preguntó con lágrimas en los ojos.
-Porque ya le dije, no quiere incomodarla. Sabe que usted se casó, y también tiene sus dudas.
Necesita tener la certeza de que es su hijo.
-Entiendo. Además, es lógico que quiera cuidar su reputación y su familia.
-Usted ya le colocó el apellido de su marido, póngase en su lugar.
-Tiene razón, gracias. Gracias de verdad por sus palabras.
Puede transmitirle que el niño es de él, como le dije desde un principio...
Huí por miedo. Por consejo de mis padres, que me decían que me lo quitaría. La boda la organizaron ellos con un amigo de la familia, para que no les representase una deshonra.
Dígaselo.
-No tenga dudas.
Nos abrazamos al despedirnos y me invitó a regresar si volvía por Luján. Prometí hacerlo.
Al llegar a casa, luego de un largo y cansador viaje, me comuniqué con Borges.
Desde su casamiento, antes de hablar con él, había que hacerlo con Elsa. Ya no era lo mismo...
Coordinamos vernos a la mañana siguiente. No quería poner a su esposa al tanto de los hechos.
Coincidimos en un cien por ciento. Ahora el dilema era cómo ubicar a mi papá y acercarlo a María Gracia.
Las revistas ya hablaban del romance con mi madre.
-¿No cree usted que retrocedimos en el tiempo porque había temas que en el setenta ya eran irremediables?- me preguntó con certeza.
Necesito hacerle una pregunta referida a Elsa.
-Dígame, maestro.
-¿Esto es lo que la vida me tenía preparado para mis últimos años?- parecía reprocharme.
-No, maestro. Ya le aseguré que va a ser muy feliz. Y falta tan poco...
Pero no puedo decirle más. Lo debe ir viviendo.
-Bien. Confío en usted.
-Volviendo a Salcedo, aún la editorial no ha propuesto la edición de las Obras Completas, pero lo sugeriré yo mismo. Y ahí no deberemos pensar demasiado, sabemos que la vez anterior aceptó. Lo hará también ahora.
Yo creo que el destino le ha regalado estos años para arreglar su futuro.
¿Se acuerda cuando estábamos presurosos porque le faltaba un mes para nacer? No había tiempo de nada...
Esta vez no está haciendo televisión, está filmando "El derecho de nacer", ¿sugestivo, verdad?
-¿Cómo le diremos las cosas? María Gracia comprendió tan bien, pero si supiera que él aún no sabe nada...
-Primero hay que contactarlo y citarlo.
Extraño mucho el departamento de Maipú...
-¿Y por qué no citarlo ahí de todos modos? No creo que a su madre le incomode.
-Tiene razón. No entiendo cómo no lo pensé antes. Me siento prisionero en mi nueva casa...
Por suerte el ritual de cenas con Bioy y Silvina rompen la rutina.
Volví a casa con una extraña calma.
Trataba de no pensar demasiado.
Antes me preocupaba que faltase un mes para nacer. Ahora faltaban tres años.
Vivía en un hueco del tiempo. Por suerte estaba el maestro para acompañarme.