30 de enero de 2015

La doble identidad (parte XVI)

Para entonces concurríamos con Luciana al mismo taller literario los días miércoles. Era sobre todo especializado en poesía.
Supuse que quería conversar sobre eso. No era así...
Precisaba hablarme de otro tema, solo me anticipó que era importante.
Fuimos esa misma tarde al jardín del bar Notorious y ambas sin saberlo aún, tomaríamos una gran decisión.
Fue en el bar que me contó de la conversación que había mantenido con su novio la noche anterior, que además me implicaba a mí.
Nosotras hacía bastante tiempo que nos dedicábamos a tratar de encontrar el mejor taller literario, y por lo general terminábamos por quejarnos de quienes los coordinaban.
Él le había dicho entonces, que ambas estábamos perdiendo el tiempo. Que no recibiríamos un título por un taller. Que teníamos todas las condiciones dadas para convertirnos en profesoras y de empezar a hacer las cosas en serio.
No lo habíamos jamás pensado. Ninguna de las dos...
Yo misma me sorprendí de la percepción de él para conmigo.
Lo primero que pensé es que de ese modo ocuparía las ocho interminables horas de la embajada, donde mis funciones se habían limitado a abrir una puerta o a atender un teléfono...
Llevaba un ritmo de lectura increíble.
Si empezaba el profesorado, de veras tendría todo el tiempo del mundo para llevar las materias que fuesen al día. Habría entonces solucionado dos problemas.
Mi última carrera la había terminado hacía veinte años, y la única experiencia laboral con ella fue en San Martín de los Andes durante un corto invierno...
Pero esta vez no dudaba. A pesar de tener ya treinta y nueve años y de haber temido hasta hacía poco tiempo por todas mis capacidades, cuando Luciana terminó de hablar, yo ya lo tenía decidido.
En minutos estuvimos en Ayacucho y Córdoba en el Alicia Moreau de Justo. No había vacantes disponibles.
De ahí nos fuimos al Sagrado Corazón de Caballito, pero el horario de ingreso a clase era anterior al de la salida de mi oficina.
Estaba casi desistiendo, cuando una mañana comencé a ayudarme con internet : "Letras", "Literatura", "Profesorados" y la búsqueda me arrojó, Esmeralda al setecientos: Consejo Superior de Educación Católica.
Solo esperé hasta el horario de almuerzo para ir. Me indicaron que en ese turno era nivel primario, pero podía volver a la tarde.
Esa misma tarde, y mucho más tarde de lo que debería haber ido, fui a ver de qué se trataba.
Me preguntaron, "¿No querés ver una clase? empezaron el lunes, ya te perdiste dos días".
Sin pensarlo dije que sí, y en cinco minutos había sido presentada como una nueva alumna a la profesora de "Taller de Redacción".
Recuerdo haberme emocionado varias veces durante las tres horas que duró la clase.
Ese día nos habían dado un aula especial, no la que tendríamos. Era el aula de jardín de infantes.
No sé si eso tuvo que ver, pero estuve muy movilizada y feliz todo el tiempo.
Tardé mucho en contarlo a todo mi entorno.


Solo Luciana y yo sabíamos lo que habíamos emprendido. Ella en el Sagrado Corazón.

29 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXXI)

Ya hacía varios años que conocía a mi padre y que aún, a pesar de haber culminado con el proyecto de las Obras Completas, nos seguíamos frecuentando.
Una tarde lo cité en la confitería "D' accord", en la calle Carlos Pellegrini, a metros de su casa.
Siempre de pequeña me llevaba allí. Sabía que se sentía muy cómodo en ese lugar. Aceptó sin mayores preguntas.
Decidí hablarle con el alma en la mano. Le conté que no podía decirle exactamente porqué me tocaba a mí este rol, pero que la confianza que habíamos adquirido y su amabilidad de siempre para conmigo hacían que me atreviese a hablarle.

-¿Recuerda mis viajes a Luján?

Inmediatamente me respondió que sí. Que nunca había olvidado aquella conversación.

-A ver a su amiga María Gracia - agregó.

Exacto, le respondí. A ver a ella y a su niño del que quise ser madrina.

-Recuerdo perfectamente aquella tarde en casa de Borges y las coincidencias - me dijo.
-Yo también noté que usted fue consciente de ellas, pero no me quise inmiscuir en su privacidad, ya que no teníamos la familiaridad para que lo hiciese.
Yo había estado con María Gracia el día anterior y ella me había confesado toda su verdad: una separación, un embarazo, una huida, un casamiento arreglado por sus padres ante la deshonra.
-Lo sé - me respondió
Por eso me atreví sin meditarlo demasiado, a ir a Luján a cerciorarme de ello...
No lo hice en buenos términos. Cometí una torpeza.
Solo quería ver al niño, saber que sentía al tenerlo delante mío, y contraté una gente para que se encargue de retirarlo de la escuela donde iba.
Todo salió muy mal. Fue un escándalo, y no pude lograr siquiera mi intención. Yo no quería robárselo, afirmó.
Tampoco me atreví a hablar con ella. 
Yo tengo una familia armada, sé que mi mujer no lo aceptaría, ni me perdonaría algo así.
-Pero, Jorge. Si usted tiene la seguridad de que es su hijo debe hacerlo. 
Ese derecho no se lo roba nadie, y su esposa tiene que aprender a convivir con esa realidad, que por otra parte corresponde a una historia anterior a la de ustedes.
-No crea que es tan fácil.
-¿Y desde entonces, no lo ha vuelto a intentar?, ¿no volvió más a Luján?
-Voy todos los miércoles. Lo miro desde lejos. Lo veo crecer. Nunca me acerqué a él - dijo con la voz quebrada.
-Eso es un tremendo error, no me pregunte porqué, pero sé que sufrirán todas las partes involucradas, y será irremediable.
Jorgito merece saber quién es su papá y llevar su verdadero apellido.
Le han negado su identidad...
-Es muy segura cuando habla. Parece tener muchas certezas.
-Las tengo. No puedo decirle más.
Ya nos hemos revelado nuestras verdades. No le queda más que actuar con la misma valentía que su personalidad transmite.
-Gracias - me dijo.

Supe que lo había convencido. Ahora debía dejarlo obrar a él.

-Si requiere de mi ayuda, no dude de ello. Cuente conmigo.
-Lo haré.

Nos despedimos con un fuerte abrazo.
Fue el primero que recibí de mi padre en mucho tiempo.
No pude evitar llamar a Borges apenas terminado el encuentro. Merecía ser el primero en estar al tanto.
Me citó inmediatamente. Para ese entonces ya vivía con María y era extremadamente feliz.
Sentía que se iban acabando mis misiones a cumplir, en un tramo del tiempo que no era el mío.

28 de enero de 2015

La doble identidad (parte XV)

En abril de 2010 recibimos en la embajada al que sería el nuevo agregado comercial. Hasta ese entonces, Arístides, había estado casi siete años. Era un momento de cambios, de mucha melancolía por todo lo compartido, y también temor. 
En mi caso se incrementaba. Mi jefe para ayudarme en la relación con quien vendría en su lugar, me puso como referente vía email, y quien sería su reemplazo comenzó a comunicarse conmigo diariamente con todo tipo de pedidos. Algunos de lo más insólitos.
Esto no había ocurrido nunca desde que yo estaba, hacía once años.
Todos llegaban al país, elegían sus casas, los colegios y clubes para sus hijos, las esposas comenzaban a apreciar el buen vivir que les otorgaría Buenos Aires, pero no utilizaban para ello al personal administrativo.
Yo recién comenzaba a vislumbrar una lucecita al final del largo túnel. Temía cometer errores. Sin embargo, no los tuve.
Llegó el ocho de abril. Se presentó en la oficina. Se dirigió a mí en primer lugar y me agradeció por todas las molestias ocasionadas. 
Ya había tirado por las ventanas del hotel, los chocolates que tenía el frigo bar de la habitación, que según él, pidió dos veces que se los retirasen argumentando la tentación que le producían.
Comenzó a pedirme que lo acompañase en horario laboral a recorrer departamentos. Tenía la intención de comprar, porque Buenos Aires lo pensaba como su último destino.
No solo me encargué de eso. Debí ocuparme de todo, y él estaba fascinado con mi compañía.
Yo prácticamente ya no cubría mi horario. Estaba con él, con "Pino", como se hacía llamar.
No tutearlo podía conducir a un despido, anticipaba.
Los recorridos lograban que compartiésemos desayunos, almuerzos, y cuando llegaba la hora de la cena me suplicaba no lo dejase solo, y al negarme respondía: "He hecho una vida solo, no te preocupes"...
Un día me preguntó por mi situación sentimental. Le dije que había quedado viuda hacía dos meses. Que él estaba en Bariloche y que me habían avisado a través de un mensaje de texto. No lo pudo concebir. "Qué horror", exclamó. "No lo merecías"...
A partir de ese momento, comenzó a intentar acercamientos, y ante mi rotunda negativa empezó a ejercer una violencia primero verbal y luego física. Llegó a apuntarme con un facón diciendo que quería mi cuerpo o el de una amiga mía de veintisiete años. Él tenía sesenta y ocho.
Había averiguado que mis padres se llevaban treinta años de diferencia, así que, según él, mi madre no iba a poder decir nada.
Comencé a tenerle mucho temor.
Me obligaba a ir a terapia con el celular encendido. Manifestaba que el ladrón que yo tenía adelante, me cobraba para que yo hablase a las paredes, y que seguramente jamás me serviría de ayuda.
Por el contrario, él se ofrecía  a escucharme y a responderme. Sin cobrarme.
Nicolás escuchó lo que dijo. Por suerte lo escuchó...
En julio, cuando la situación ya era inmanejable, y por supuesto ninguno de mis colegas intervenía en mi defensa, me cerró una puerta encima gritando que se había terminado, que ya había jugado lo suficiente. Que era una inútil.
Para entonces, ya me había zamarreado de los puños o arrancado el teléfono de las manos mientras hablaba con los exportadores, y quitado la oficina que miraba al río por apenas un espacio sin luz ni ventilación al lado de la suya.
Me fui directo a ver a Nicolás. Creo que le avisé en el camino. Me dio un certificado por cinco días de licencia psiquiátrica por estrés laboral.
Tenía testigos de todo lo que ocurría, pero nadie arriesgaría su trabajo. Ni Olga. Que cuando se iniciaron los problemas, comenzó a alejarse de mí y a acercarse a él, mostrándose totalmente disponible.
Pude comprenderla. Tenía solo a su madre en este mundo. Había estado casada toda su vida y se había divorciado hacía poco. No tuvo hijos. Tenía mucho miedo de una vejez sola. Su trabajo era su motor, su vida.
Entre toda la gente que perdí en estos años, la perdí también a ella. Nos perdimos ambas...
Fueron doce años compartiendo ocho horas diarias, me había sabido acompañar en mis peores momentos. Eso no lo olvido.
Tuve mucho miedo de caer en un pozo nuevamente.
Nicolás había logrado bajar las dosis de los sedantes pero las había tenido que volver a incrementar.
La estadía de este señor sería de tres años. No iba a poder soportarlo. Ni él tampoco a mí, si no lograba lo que quería.
De todos modos me inclino a pensar que ya me odiaba con todas sus fuerzas.
Con la licencia que me había firmado Nicolás, y que luego volvió a extender, pasaba muchas horas en casa, aunque la embajada nunca mandase un control médico.
Aprendí, eso sí, a volver a estar sola en mi lugar y sin miedo. Uno de los problemas que más me había costado trascender.
El abismo que significaba entrar a mi casa, comenzó a reducirse. También el vacío.
Había vuelto a Montevideo en junio. Pasé un mes en el Hotel Espléndido que se convirtió en mi casa.
Con Álvaro las cosas no marchaban bien...
Yo viajé a buscar trabajo. Había conocido en Buenos Aires en la "Bienal Borges Kafka" al secretario cultural de allá, y pactado una futura charla.
Mis sentimientos por Álvaro estaban intactos, pero no podía comprender que no quisiese compartir más cosas juntos estando yo en su país.
Su escuela de cine quedaba a siete cuadras del hotel...
Tampoco había querido importunarlo instalándome en su casa. Ni siquiera se lo pedí. Él vivía la mayor parte del tiempo con su hijo, y después de todo, la idea de viajar e intentar trasladarme allá era mía, e iba mucho más allá de él. Siempre amé el paisito.
A partir de la Bienal habían surgido muchos contactos. Tenía grandes expectativas de poder lograrlo.
Abandonar mi casa de Palermo, donde durante el último tiempo había sufrido tanto, y mi trabajo al que por el concepto de seguridad mal aprendido había cuidado siempre ¿en pos de qué?, ¿de mi vida en Bariloche junto a Claudio por ejemplo?
La licencia otorgada por Nicolás fue de seis meses.
Resulta indescriptible y continúa siéndolo contar cómo fue regresar el día que culminó, y tuve que presentarme finalmente.
Era veintitrés de enero. Había pasado los cinco días anteriores en Uruguay, para no pensar en lo que se venía, pero fue imposible. Los nervios me doblegaban.
Mi cabeza ensayaba mentalmente, cómo sería volver a entrar, qué me diría  ¿Yo debería decirle algo?
Llegó el momento y lo afronté. Mis compañeros me recibieron muy bien. Él aún no había llegado. Al hacerlo, vino con dos integrantes de la sede, y se vio obligado a saludar.
Mi ingreso después de tanto meditarlo, había sido así:
-¿Limpieza, portería, a qué sector me derivó?
-Bueno, te puso en el escritorio de la entrada - dijo Luis apesadumbrado. Solo quiere que "aprendas a abrir la puerta y a responder al conmutador".
-Perfecto - respondí. -Lo aprenderé seguramente...
Nadie comprendía mi buen humor.
El sedante en gotas recetado por Nicolás para el día del regreso estaba funcionando magníficamente.
Pero yo estaba alerta. En algún momento me llamaría. En esos seis meses mi abogado le había mandado cartas documento enumerando todos los hechos, y acusándolo de mi estado de salud a causa del estrés vivido.
No me habló el primer día, ni el segundo. No me habló más.
Todas las reuniones de staff las hacía a puertas cerradas.
Solo comenzó a entrevistar chicas bilingüe cada día. Yo las recibía y las acompañaba al despacho de él.
Después salía y les preguntaba a mis compañeros: ¿Será mi sucesora?
-No, no pienses eso - me respondían intentando tranquilizar el ambiente. Está buscando promotoras.
Sin embargo, así fue. En cuatro días cumplía doce años de mi ingreso en el año noventa y nueve. Mi función había sido siempre la de asesorar a los exportadores, encargarme de la secretaría privada del dirigente, además de estar a cargo del vínculo con todos los hoteles de Buenos Aires y la actualización del sitio web.
Durante esos tres exactos meses, no pude cumplir con ninguna de mis tareas asignadas, así fue que me inventé qué hacer, durante ocho horas diarias. La meta sería un libro por día.
Había llegado el momento de leer todo lo comprado en la última Feria del libro, donde había quebrado una de mis tarjetas.
Empezaría por la colección completa de Cortázar, culminada esta, la sucedió la de Abelardo Castillo, hasta que un día recibí un llamado de mi amiga Luciana, quería verme esa misma tarde.

27 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXX)

Elegiríamos dieciséis poemas, y se agregó un décimo séptimo "Oda", escrito en 1966. El maestro y yo sabíamos porqué...
La editorial optó por la sala Casacuberta del Teatro San Martín y el anunciado recital poético fue bautizado "Jorge Salcedo en Borges - Buenos Aires". Tendría lugar el dieciséis de junio de 1974. 
Serían doce presentaciones, seis de ellas en junio, y las otras seis en agosto.
El maestro tuvo razón cuando al inicio de nuestros ensayos afirmó que el proyecto se demoraría...

Borges entró junto al público y charló cuarenta y nueve minutos sobre el tema "Buenos Aires".
Mi padre recitó con el acompañamiento en guitarra de Jorge Valcárcel.
El compilado de su obra Borges lo dedica a su madre, Leonor Acevedo. Y la antecede el siguiente prólogo:

Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos. Estoy hablando de algo ya remoto y perdido, los días de mi santo, los más antiguos.
Yo recibía los regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlos. Desde entonces me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores _los patios, los esclavos, el aguatero, la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas_, tu prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos, las mañanas de Paso del Molino, de Ginebra y de Austin, las compartidas claridades y sombras, tu fresca ancianidad, tu amor a Dickens y a Eça de Queiroz, vos misma.
Aquí estamos hablando los dos, et tout le reste est littérature, como escribió con excelente literatura, Verlaine.

Nuestros encuentros en esos años devinieron rutina y ya no me parecía extraño frecuentar a mi padre con tanta asiduidad. Habíamos adquirido la suficiente confianza que no teníamos en nuestras citas del año setenta, como era lógico... y que se perdieron en el tiempo cuando con el maestro retrocedimos al año sesenta y seis.
También frecuentábamos mucho su casa como había sido mi sueño, con lo cual era corriente ver a mi madre y a mi abuela, con quien por supuesto ya habíamos coordinado desde hacía tiempo compartir todos los domingos la misa de la Iglesia del Socorro o algunas caminatas.
Yo continuaba reuniéndome con el Padre del Santísimo Sacramento. Me ayudo muchísimo. Sus charlas calmaron todos los nervios y la ansiedad del paso del tiempo y la llegada de mi nacimiento.
Como él me supo asegurar, sí podía haber una misma identidad en el mismo plano llevando adelante dos existencias distintas. Tenía una gran causa, y no lo había decidido yo, sino el destino. Solo me pedía rezase mucho. Temía por mi integridad. Siempre me auguraba fuerzas.
Borges, Fani y él, eran los únicos que conocían mi secreto.
Continué mi vínculo con María Gracia, se podía decir que ya éramos amigas.
Yo no había hecho más que seguir paso a paso los consejos del maestro.
A veces nos reuníamos a escribir, nos corregíamos los escritos y después de largas charlas, entendió que separarse del marido que le habían elegido los padres era la opción mejor. No se animaba a acercarse a mi papá, pero yo sabía que no faltaba mucho para que cobrase el coraje.
Lamentaba no poder contarle quién era de veras, aunque creo que me hubiera sabido entender.
Mi hermano iba creciendo a mi par. A la par de la beba que nació el catorce de octubre de 1970. A la par de mi hermano Jorge Hernán, que había nacido en el año setenta y tres, y a la par mía que tenía más años que su propia madre y la mía...
Con Jorgito nos adorábamos. Yo era la confesora de todas sus travesuras.
Un día le pedí a María Gracia que le dijera la verdad, o al menos comenzase a decírsela.
No estaba lejos de convencerla.
Yo entendía su miedo a inmiscuirse en la vida ya armada de mi padre, después de tantos años, pero intentaba que entendiese que su hijo debía ser su aliado, y no un ignorante de la verdad durante toda la vida. Lo debía dejar elegir a él.
Internamente sabía que no faltaba mucho para que lo hiciera.

24 de enero de 2015

La doble identidad (parte XIV)

No solo iba al taller literario de los sábados, al que pude regresar contrariamente a lo que pensaba después de aquella tarde donde la noticia de la muerte de Claudio llegó por escrito a través de un teléfono, justamente ahí.
También empecé un curso sobre Borges que me llenaba el alma. Estaba atrapada con la relectura de "El libro de arena". Había conseguido una primera edición en la feria de Tristán Narvaja.
Con Álvaro pactamos vernos en mayo. Parecía una eternidad. Me costaba mucho poder sobrellevarlo, pero elegimos esa fecha porque el veintitrés era su cumpleaños.
Casi por casualidad, o el destino lo quiso así, terminé viajando con Inés, una ex mujer de Claudio y el hijo de ellos Juampi. Fue un viaje de liberación. Nos perdonamos tantas cosas...
El que no supo entender la nueva relación fue Alejandro. Me decía que no comprendía cómo yo podía perdonar a alguien que nos había hecho tanto daño.
Álvaro filmó a Juampi en su escuela de cine, el nene decía que cuando fuera grande quería ser director. También nos filmó a nosotras.
Durante bastante tiempo estuvimos muy conectadas. Creo que nos hizo bien a las dos. Ambas continuábamos amándolo...
Fue ella quien tuvo que tirar la puerta abajo, cuando al llevarle la comida a Claudio, éste no respondió.
Me aseguró que en el lugar había paz y que Claudio me estaba esperando, le había contado que yo viajaría.
Alejandro me supo decir "los muertos que entierren a sus muertos". No te tenía que tocar esa función a vos.
Pactamos con ella, que el trece de junio, fecha del cumpleaños número cincuenta y uno de Claudio, yo viajaría a Bariloche, a despedirme también.
Fue muy mágico. Estuvimos los tres frente a su tumba. Juampi hablaba en voz alta con su papá y le contaba todo lo que había pasado desde su partida. Al culminar nos dijo a las dos: "dice que ya no volvamos, que se va a ir, que va a cruzar la puerta azul".
Para ese entonces, había ido también a Luján, a ver por segunda vez a María Gracia, y a visitar el cementerio.
Ella no se había atrevido a regresar.
Yo le dejé un recuerdo muy simbólico, que le devuelve su verdadera identidad.
No hacía más que cumplir con ciertos consejos que me había dado Nicolás: "enterrá a tus muertos", "no te avisaron en la fecha exacta, andá y despedite, cerrá las historias".
Y así lo hice. Con ambos.
Antes de regresar del Sur, pasé una semana en San Martín de los Andes. Ahí comencé a dormir siestas, hacía dos años que no lo lograba. Hasta conseguí un trabajo en "Turismo Aventura" por esos días y volví a sonreír.
Por otra parte, no tenía noticias de Álvaro. El tema me tenía mal, pero no me quitaba las ganas de continuar. No me arrepentía de ninguno de mis pasos.

22 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXIX)

Nos encontramos a la mañana temprano. El maestro tenía ganas de caminar, y yo de acompañarlo.
Estaba muy apesadumbrado con su matrimonio. Sabía de las buenas intenciones de su madre al decidirlo, pero no podía perdonarse no haber sido más fuerte. No haberse negado rotundamente.
-¿Usted volvería a casarse con quien se casó?, ¿qué edad tenía en ese entonces? - me preguntó.
-Veintidós años. Estaba muy enamorada. Fue toda una locura, lo decidimos en cuatro días...
Pero sufrí mucho, no fue una relación convencional, y a la vez fui muy feliz. Si no estaba al lado de él no vivía; sobrevivía...
Casarme fue entregarle mi vida, mi libertad, mis decisiones a cambio. Deje de ser persona.
-Es muy fuerte lo que cuenta.
-Fue así. Pero lo amé con toda mi alma hasta el día que murió, con solo cincuenta y un años. Tuvimos cinco separaciones y siempre regresábamos.
-¿Qué le ocurrió?
-Un infarto masivo. Se negó a hacerse un bypass. Era médico, pero no creía en la medicina invasiva.
-¿Por qué no tuvieron hijos?
-Porque no quise. Nuestra vida era un barco sin timón. No podía someter a una criatura a ese vaivén.
-Bien hecho entonces. Confío en su sabiduría.
-¿Volvió a enamorarse?
-Sí, en Montevideo. Pero yo quise más de lo que me quisieron a mí.
No he tenido suerte en el amor. Tal vez por eso me llegan tanto sus letras...
Cuando Claudio murió, yo estaba en un Taller Literario leyendo "la muerte ese otro mar, esa otra flecha, que nos libra del sol de la luna y del amor"...
Me avisaron por mensaje de texto. En el futuro habrá teléfonos portátiles y se podrán escribir mensajes.
-Qué imprudencia.
-Lo fue. En la calle pudo pasarme cualquier cosa, estaba en la esquina de Moldes y Congreso. Nunca en la vida había llorado tanto sin importarme los testigos...
-Quizás este tiempo que le regalan le permita cambiar algunas situaciones. ¿O lo volvería a elegir?
-No sabemos qué pasará. Tal vez dentro de tres años no nazca. Estamos haciendo todo lo posible para que mi padre regrese con María Gracia...
-No, para que reconozca a su hijo, y usted nacerá de todos modos. Si no ¿quién tocará a mi puerta de Maipú, en agosto de 2014?
-No sé, maestro. Usted en esa fecha ya habrá partido...
-¡Al fin! Uno se cansa de vivir, ¿eh? Quiero decir que no me gustaría vivir mucho. Yo más bien deseo la muerte...
Además, ya sabe por lo que le dijo su padre en aquel sueño, que todos compartimos el mismo plano, y que solo es cuestión de saber ver. ¿Lo recordaba? 
-Por supuesto.
-Quizás, espero que no, se trate de una sucesión interminable de porvenires...

20 de enero de 2015

La doble identidad (parte XIII)

Nicolás no estaba de acuerdo con el viaje. Una vez que opinó algo y con mucha certeza, me le opuse, estaba totalmente decidida. En los días previos estuve más nerviosa que jamás, pero lo logré atravesar: al río y al estado.
Veintidós meses más tarde de nuestro primer encuentro, viajé yo, acompañada por Olga, y me reencontré por fin con Álvaro.
Como me había anticipado Claudio, sería muy feliz a partir del primer día del otoño, y así fue. No sé si cuando me lo dijo intuía que él ya no estaría...
Nuestra estadía continuó en Punta del Este. Floté en el mar, respiré la sal, volví a sentirme viva.
De Montevideo regresé con un bolso lleno de libros. Lentamente iba superando mi dificultad con la lectura y sobre todo con la concentración.
Mis grandes amigos eran los bares, ahí era donde mejor me inspiraba para escribir.
Nunca dejó de ser mi favorito El Club de Tenis Del Tejar
Un día sorpresivamente, me enteré que Diego no trabajaba más. Aparentemente "no estaba bien", y había tenido problemas con algunos clientes. No me dijeron mucho más.
Llegué a la sesión enojada con mi destino.
¿Por qué una vez que aparecía un nuevo vínculo, se tenía que romper así, de imprevisto? No sabía cómo saber de él. Y nunca más supe.
Nuestra última charla había sido tan linda...

-Te noto mucho mejor.
-¡También! la última vez me agarraste mareadísima, bajada de ese 67 que me dejó dada vuelta, si hasta las ventanas me tuviste que abrir (Pero, ¿mejor que cuándo pensaba yo?)
-¿Y cómo van tus cosas?- agregó.
-Me cuesta mucho dar vuelta la página - le sinteticé.
-Es que sos muy sensible, vos. Todo el pasado, todo mezclado ¿mucha memoria, no?
(¿Y vos cómo sabés? me preguntaba yo.  ¿Por qué te hablé del viaje chamánico para el que no pasé la admisión?, ¿la astrología?, ¿la abulia laboral? Ah no, debe tener que ver con la liturgia que en un momento de tu vida también te acompañó. Esa que sabés, me cuesta tanto.
¿Y si mis novios se bancan tanta búsqueda, tanta espiritualidad?
Y que las horas ahí son muy iguales. Y que tus horas a veces no pasan más...)

Siempre me cuestioné como transitarán las horas por los lugares donde alguna vez estuve. Porque a veces nos creemos tan ombligo, que al lugar en cuestión, lo volvemos propio, como si después de nosotros nadie hubiese andado exactamente "ahí" después, tejiendo historia. Como si el tiempo de un modo u otro se hubiese detenido.
Claro, ahora la tarta artesanal de frambuesas la compartíamos charlando, y ya sabías de memoria que el cortado en jarrito debía ser mitad y mitad, y eso que ni siquiera te imaginás que es el entretiempo para el diván...
Claro, ahora sé que querrías trabajar en el mar o en México. Que las rutinas te anulan, que lo cibernético te aisla, y que el argentino está perdiendo el "cara a cara", "el psicólogo de bolsillo" que siempre fue. Que ahora te dejan por texto o se te declaran por email. Y crees estar cerca de alguien por un mensaje tipeado dos veces al mes y tal vez no te ves hace años.
Te terminé contando mi idea ya frustrada y no patentada, y tan indígena como artesanal. El próximo capítulo ya estaba fijado, y también el porqué para ambos fue tan fuerte.
Y siempre era un gusto y un gracias por la charla...

18 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXVIII)

Tal como lo anticipó el maestro, se repetiría la historia y mi padre respondería a su llamado con rapidez.
Lo mismo ocurrió con la editorial, quedaron fascinados con la idea de un solo tomo para las Obras Completas.
Todo iba de prisa.
Para el primer encuentro, Borges le pidió a su madre que no estuviera, y le dio buenas razones para no ofenderla.
Ella, como acostumbraba a hacer, partió para casa de Norah.
Yo no tenía la emoción de la otra vez. Nos habíamos frecuentado tanto...
Sí me preocupaba, cómo introduciríamos el tema "María Gracia" en la conversación.
Lo hice sin pensar.
Después de la propuesta de Borges, la misma que había hecho en el futuro y que sabíamos él aceptaría, ya en medio de una charla cordial, dije en voz alta que Borges no había dedicado nunca ningún poema a Luján, como por ejemplo sí lo había hecho con Adrogué o Montevideo, y le pregunté al maestro si había andado por aquellos lados. Yo estuve ayer, afirmé. Es un sitio encantador. La gente es más confiada, más afable. Vuelvo con un semblante distinto.

-¿Tiene amigos allá? - preguntó mi padre.
-Sí, no muchos, pero sí.
Espero que me elijan de madrina. Una amiga ha tenido justamente un bebé tocayo suyo, y nos disputamos el madrinazgo entre varios - mentí con descaro.

Borges sonreía.

No perdíamos tanto tiempo en preámbulos. Éramos más directos. Más osados.
Mi padre no se sintió cómodo. Era claro que relacionaba las coincidencias.

-Tuve una novia que había nacido allá - agregó.
-¿Y qué sucedió con ella? - le preguntó Borges.
-Nos perdimos. Malos entendidos quizás. Era una buena joven. Mi madre la adoraba.
-¿Usted está casado, Salcedo?
-No ahora. Lo estuve. En este momento estoy iniciando una nueva relación. Nos estamos conociendo. 
-Parece tener cierta remembranza de su novia de Luján - dijo Borges con picardía.
-Así es. Siento la pérdida.
-¿No había forma de solucionar nada?
-No lo creo, se fue y hoy está casada y ha tenido un hijo. 
Mi sueño lo cumplió con otro. Siempre quise tener un hijo.
-Déjeme decirle que esa historia no está terminada - agregó Borges.
-Le agradezco el optimismo - dijo con cierta dosis de incredulidad.
-No suelo ser optimista. Le hablo por lo que oigo. Por lo que usted transmite.
-Con María Gracia teníamos ya una historia. Eso es lo que pesa. Solo eso.

¡La había nombrado! ya no había dudas.

-¿María Gracia dijo? No es un nombre común. Mi amiga, de la que le hablé, se llama igual - manifesté con sorpresa.
-No creo que estemos hablando de la misma persona - respondió mi padre.
-Sin embargo, nada costaría corroborarlo. Ella se casó con un hombre que no ama, obligada por sus padres ante el inminente embarazo. Un amigo de la familia que le reconoció su hijo.
No sé por qué le cuento esto...

Sus ojos me miraban con miedo y sorpresa, sentí que no podía decir más.
Coordinamos los días de ensayo y quedó más que clara la intención. Destacar lo mejor de las Obras Completas, avanzando cronológicamente. Mi padre como era de esperar estaba de acuerdo. Ya lo sabíamos. Como la otra vez.

17 de enero de 2015

La doble identidad (parte XII)

-¿Pero cuántas veces se lo preguntaste? - comenzó Nicolás ante mi relato.
-¿Qué de todo? - respondí desafiante.
-Es que todo es mucho...
-Sí, pero en mi cabeza repiquetea todo junto...
-Por eso - aclaró como dándose la razón. -¿Vamos por partes?, ¿Cuántas veces le preguntaste?
-Dos o tres, pero no contestó...
-Podés preguntarlo cuarenta veces más
-No pude - le dije casi vencida.
-¿Y le dijiste que vos no pensabas igual? ¿Que para vos no daba lo mismo el vacío al diálogo? ¿Que los intervalos te anudan?
-No.
-¿Por qué no?
-Porque me sentí muy lejos. Porque me harté de que me digan que en mí el otro queda como lacrado, o que pendo de ellos...
Porque cuando se dice toda la verdad, cuando se deja de lado el histeriqueo y la falsa suposición, el prejuicio, la coraza, la no menos falsa interpretación, también se produce un hueco y de vacíos, cómo estamos... y eso lleva más tiempo que la tinta corrida en lo dicho, y lo no dicho jamás será valorado por el que no lo escuchó, dijo alguien alguna vez...
Yo soy de las que se expresan sin parar, los silencios me asfixian. Los silencios dan lugar a conjeturas tal vez erróneas. Más vale la aclaración, más vale la palabra escrita o hablada pero manifestada. Claro, para los que siempre estamos en busca de la verdad, porque esos vacíos pueden hacernos elucubrar muy mal.
-Los silencios confunden, pero parece que hay gente que le gusta usarlos para eso, no tendrán otra virtud que ese defecto. Paradoja.



Fue la vez que Nicolás más habló.
Álvaro continuaba siendo uno de los principales temas de mi terapia.

-¿Dos noches seguidas lo soñaste? - preguntó Nicolás.
-Sí, como en continuado...
Me desperté, y volverme a dormir fue imposible.
-¿Me querés contar? Lo que recuerdes...
-En el primer sueño él había planificado un viaje. No íbamos solos. Era un viaje al Sur, a mi Sur. Pensar que alguna vez dio por sentado que en un futuro esto ocurriría... No recuerdo quienes más estaban.
-Deberías tomar notas - me interrumpió.
-Después se arrepentía, creo que cancelaba todo. Hasta un sitio web había hecho con el itinerario. Me decía algo así como que yendo allá, yo no iba a poder evitar estar con él, con Roberto.
Y entonces ahí sí, ahí sí le explicaba que él para mí lo era todo. Creo que nos besábamos: sí, nos besábamos. 
En el segundo sueño yo viajaba para allá. Por fin me atrevía. Él estaba esperándome pero cuando llegábamos a su casa estaba ella. Como si viviese ahí. Sí, ella, la modelito de la película. Y a mí, a mí me habían reservado un hotel. Siento que sufrí mucho en ambos sueños. Me desperté anudada.

Pensá entonces lo que él significa para mí. Ni a mi hermano he logrado soñarlo. Sólo aquella vez, la del llamado, donde me decía... "hermanita, venite, dale, que tengo que contarte algo. Algo que acabo de decidir"... Y ese algo, ya había pasado.

Terminada la sesión llegué a casa y hablé con Fiorella, la más montevideana de todas. Ella había formado parte del "intercharqueando", y sido testigo de todo.

-En fin, contá conmigo, como siempre, aunque sea para evitar los silencios.
Hay algo que cada vez percibo más: las relaciones que tienen origen por Internet son muy válidas por aquí, luego sostenerlas cuesta mucho y no todo el mundo está dispuesto a asumirse tal como nos mostramos.
Creo que la vida nos pone en relaciones complicadas, y solo nosotros, dirían los psicólogos, podemos salirnos de ellas. Si nos hacen mal, si nos ponen ansiosos, si no nos dejan respirar; lo que no quiere decir abandonar esos vínculos, pero si quizás "dejarlos ser", ocupar el "mientras tanto", porque no podemos tener la respuesta que esperamos, y yo en este caso, con todo el cariño del mundo tampoco te la puedo dar.
-¿Me entendés vos a mí? - le pregunté dudando.
-Claro, lo no dicho jamás será valorado por el que no lo escuchó...
La gente es así, y nos da lo que puede, y nosotros no podemos colgarnos en esas batallas por cambiar nada, solo tenemos que saber cuidarnos de que no nos maten, o seguir en otro frente, donde tengamos más probalidades de ganar o llegar a la anmistía...

16 de enero de 2015

Encuentros Borges (parte XXVII)

Empezamos a pensar cómo podríamos aprovechar ese año que ambos ya habíamos transitado.
Fuimos testigos del bautismo de mi hermano en Luján.
Mi padre filmaba "El derecho de nacer". Ni noticias tenía de lo que seríamos en su vida, ni de la propuesta que tres años más tarde Borges y yo le haríamos.
Silvina Ocampo escribía "El pecado mortal".
Yo no dejaba de concurrir a ninguna de las clases del maestro en la universidad.
No podíamos intentar acercarnos a María Gracia. Ya lo haríamos en un futuro... ¿O también lo habríamos cambiado?
Estuve invitada al casamiento de Borges, y desde un comienzo supe del disgusto y el pesar que ese paso en su vida le depararía.
Una tarde decidí desandar. Solo con Borges compartíamos el mismo estado...
Por suerte, no habíamos perdido nuestra rutina de encontrarnos. Lo solíamos hacer en algún bar del Barrio Sur.
Coincidió conmigo en que lo mejor era buscar a aquel Padre del Santísimo Sacramento, que tanto me había sabido ayudar.
Así lo hice. Le anticipé como sería mi vínculo con él, y cuánto me guiaría años más tarde. Le expliqué que estaba perdida en un espacio del tiempo donde no había siquiera nacido.
Me sugirió de todos modos que me aproximase a mi padre y viviese más de cerca aquel momento en que mi hermano sí estaba vivo y yo aún no, cuando todavía María Gracia no lo había entregado a sus abuelos...
Según él no haría daño alguno, y tendría quizás la oportunidad de cambiar algún destino.
Se ofreció a ayudarme.
Hice lo que el Padre me indicó, tomé el 57 a Luján, y me dirigí a la Catedral. Corroboré la fecha en que Jorge había sido bautizado, y en la que con el maestro habíamos estado presentes.
Busqué una guía en un comercio, tomé nota de la dirección y el teléfono del marido de María Gracia.
Algo no podía entender. Se había casado con Jorge siendo un bebé. Nada había esperado ante el rechazo de mi padre. O nada había aguardado ante su ocultamiento.
¿Cómo acercarme a ella?
Pensé en decirle que iba de parte de Salcedo, que él quería hablarle en buenos términos, y eso hice.
Me dejó pasar. Me sirvió una limonada y comenzó a mirarme sin emitir palabra.
Seguramente las palabras las traía yo, y ella escucharía.

-Bueno, como le decía, Jorge está dispuesto a reconocer a su hijo si es que así es, y desea hablar con usted pero no quiere importunarla. Está al corriente de su casamiento.
-El casamiento lo arreglaron mis padres. No querían que criase un hijo sola.
-Pero el bebé tiene un padre. Usted tiene la certeza de eso. Una madre no duda. Siempre sabe quién es el padre de su hijo.
¿Y usted sabe que es hijo de Jorge, verdad?
-Por supuesto que sí.
-Entonces enmiende su error cuanto antes. En un futuro las cosas pueden complicarse para todas las partes, pero sobre todo para el niño.
Usted ya le ha colocado un apellido que no le pertenece.
-Es quien lo está criando.
-Usted sabe que no está bien así. Que con el tiempo alguien va a sufrir.
-Yo estoy sufriendo muchísimo - dijo con congoja.
-Lo sé, María Gracia. Lo veo.
Nadie podría ser feliz cargando con una mentira tal en sus espaldas.
-¿Y usted, por qué viene a verme?
-Para que cuente conmigo. Para que no cometa un error irremediable.
Debe hablar con Salcedo. Él no sabe dónde hallarla. Usted desapareció después de darle la noticia del embarazo. Tampoco es justo para él. Quizás solo lo tomó por sorpresa. Solo eso...
-Estábamos ya separados. Era lógico que dudase.
Pero hubiera tenido cómo ubicarme. Él sabe que nací en Luján. No tenía donde volver más que a casa de mis padres.

María Gracia era una mujer confiable. Se fiaba del prójimo. Lo mismo que notaríamos con Borges años después. Es una buena mujer, sabría decir el maestro.

-Entonces ¿qué me aconseja que haga?
-¿Confía en mí?
-Sí, no sé por qué, pero sí. Siento como si nos conociésemos desde hace muchísimo tiempo. La siento familiar.

Me preguntó cómo había ubicado la dirección, y no tuve necesidad de mentirle.
Le conté de la Catedral, del comercio y de la guía telefónica...

-¿Por qué no lo ha hecho él directamente? - me preguntó con lágrimas en los ojos.
-Porque ya le dije, no quiere incomodarla. Sabe que usted se casó, y también tiene sus dudas.
Necesita tener la certeza de que es su hijo.
-Entiendo. Además, es lógico que quiera cuidar su reputación y su familia.
-Usted ya le colocó el apellido de su marido, póngase en su lugar.
-Tiene razón, gracias. Gracias de verdad por sus palabras.
Puede transmitirle que el niño es de él, como le dije desde un principio...
Huí por miedo. Por consejo de mis padres, que me decían que me lo quitaría. La boda la organizaron ellos con un amigo de la familia, para que no les representase una deshonra.
Dígaselo.
-No tenga dudas.

Nos abrazamos al despedirnos y me invitó a regresar si volvía por Luján. Prometí hacerlo.
Al llegar a casa, luego de un largo y cansador viaje, me comuniqué con Borges.
Desde su casamiento, antes de hablar con él, había que hacerlo con Elsa. Ya no era lo mismo...
Coordinamos vernos a la mañana siguiente. No quería poner a su esposa al tanto de los hechos. 
Coincidimos en un cien por ciento. Ahora el dilema era cómo ubicar a mi papá y acercarlo a María Gracia.
Las revistas ya hablaban del romance con mi madre.

-¿No cree usted que retrocedimos en el tiempo porque había temas que en el setenta ya eran irremediables?- me preguntó con certeza.
Necesito hacerle una pregunta referida a Elsa.
-Dígame, maestro.
-¿Esto es lo que la vida me tenía preparado para mis últimos años?- parecía reprocharme.
-No, maestro. Ya le aseguré que va a ser muy feliz. Y falta tan poco...
Pero no puedo decirle más. Lo debe ir viviendo.
-Bien. Confío en usted.
-Volviendo a Salcedo, aún la editorial no ha propuesto la edición de las Obras Completas, pero lo sugeriré yo mismo. Y ahí no deberemos pensar demasiado, sabemos que la vez anterior aceptó. Lo hará también ahora.
Yo creo que el destino le ha regalado estos años para arreglar su futuro.
¿Se acuerda cuando estábamos presurosos porque le faltaba un mes para nacer? No había tiempo de nada...
Esta vez no está haciendo televisión, está filmando "El derecho de nacer", ¿sugestivo, verdad?
-¿Cómo le diremos las cosas? María Gracia comprendió tan bien, pero si supiera que él aún no sabe nada...
-Primero hay que contactarlo y citarlo. 
Extraño mucho el departamento de Maipú...
-¿Y por qué no citarlo ahí de todos modos? No creo que a su madre le incomode.
-Tiene razón. No entiendo cómo no lo pensé antes. Me siento prisionero en mi nueva casa...
Por suerte el ritual de cenas con Bioy y Silvina rompen la rutina. 

Volví a casa con una extraña calma. 
Trataba de no pensar demasiado.
Antes me preocupaba que faltase un mes para nacer. Ahora faltaban tres años.
Vivía en un hueco del tiempo. Por suerte estaba el maestro para acompañarme.

14 de enero de 2015

La doble identidad (parte XI)

Nunca grité tanto en una sesión.
Durante el domingo posterior a la muerte de Claudio, y el sábado mismo mientras iba en zig zag llorando hacia la casa de mi amiga Carmen, casi sin saber donde me hallaba, comencé a colmar a mensajes el celular de Nicolás. Necesitaba una palabra suya como nunca.
No recibí respuesta. Sospeché que quizás no la tendría, y prefería esperar. De todos modos, no lo perdonaría.
¿Cómo me sacaría adelante ahora, con un nuevo duelo?
Él sabía que tanto Claudio como Jorgito habían sido mis dos pilares. Todo estaba bien con ellos cerca. El resto no importaba. Lo había manifestado muchas veces durante las sesiones de esos dos años.
El lunes, extrañamente, pude reunirme con mi amiga Luciana. Ella tampoco había recibido los mensajes.
Fue a la salida del trabajo, en nuestro entonces lugar predilecto, la confitería El Ateneo. Siempre nos juntábamos ahí, a escribir o a corregir nuestros escritos.
En la oficina no dije nada. Esta vez no pedí días. No quería volver a ser tan observada.
Solo lo supieron Yukino, la esposa de mi jefe con la que éramos amigas, y que prometió no decir palabra, y Rosario, que casi lloró a la par mía.
Con Luciana pude estar, hablar, me escuchó, no lloré. Sentí que quizás esta vez Dios me ayudaba y podría salir adelante en menos tiempo.
Claudio había sido mi pareja desde los veintidós años, a pesar de nuestras cinco separaciones.
El pasaje a Bariloche para el dos de febrero que quedó en mi bolsillo era nuestro sexto regreso.
Esperé a la sesión del martes. Nicolás y su cara, sus ojos, me demostraron que no había recibido ninguno de los llamados. A pesar de eso, le grité mucho.
Como de costumbre, no recibí mayores respuestas. Él quería escuchar todo lo que yo tenía para decir.
Sí supe que lo lamentó. Muchísimo. Que no podía creerlo. Poco pudo disimular.
Claudio me había jurado que yo iba a ser muy feliz y que todo quedaría atrás el primer día del otoño. Y así fue. No todo, pero comencé a resurgir...

13 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXVI)

-He hablado con Silvina, estarán en Mar del Plata la próxima semana. Le conté del proyecto del libro y no tienen inconveniente en que vayamos.
Me ha propuesto también una cena en el departamento de Posadas.

Desde el 2011 la ex Schiaffino lleva el nombre de Adolfo Bioy Casares, entre Posadas y Avenida Alvear, pensaba mientras tanto.

-¿Le interesa conocerlos?
-Claro, maestro.
-A Silvina le apasiona que vaya a cenar con ellos, dice que soy un "gran conversador". Es una mujer muy cortés.
Nos conocimos hace tiempo, en casa de Victoria, y desde entonces no hemos dejado de frecuentarnos.
Me ha comentado que está a punto de publicar. No lo hace asiduamente.
Desde el cuarenta que escribimos juntos "La antología de la literatura fantástica", no nos hemos distanciado jamás. Bioy lleva un registro de todos nuestros encuentros...
Somos también adictos a contarnos nuestros sueños.
-Siempre me han interesado los sueños, y si los recuerdo en detalle, luego los escribo.
Anoche, a propósito, soñé con mi padre y la casa de Arenales, pero no logro saber bien qué.
No ha sido común desde que partió, soñarlo. Solo aquella vez, que ya le comenté, donde él me decía que "estábamos en un mismo plano". No llegaba tampoco a contarle de Jorgito. Fijábamos un encuentro. Era por la Avenida Belgrano... pero me desperté antes.
-¿Quién le hubiera dicho que ahora iba a tener la oportunidad de verlo cotidianamente? Este es un regalo precioso que le ha dado la vida - agregó. -Y le repito, debe haber una razón de la que aún no somos partícipes.
-No ceso de pensar en eso.
-Yo creo que debe tener que ver con su hermano, pero también con usted. Hoy tiene la oportunidad de conocerlo como de pequeña no pudo.
-Maestro, desde su clase en la universidad que transitamos el sesenta y seis, yo sin embargo vivo, vuelvo a mi casa todas las noches, sigo experimentando el paso del tiempo a través mío ¿Usted cómo está?
-Preocupadísimo con los planes de madre. Le temo a su gran habilidad para alcanzar lo que quiere lograr, porque esta vez tiene que ver con Elsa Astete.
Me preocupa también que su padre no venga, nos hemos atrasado en el tiempo. Por lo pronto, prepárese para disfrutar la cena de esta noche, que Bioy y Silvina son excelentes anfitriones.

Borges se casa con Elsa Astete Millán en 1967, el veintiuno de septiembre, en la "Iglesia Nuestra Señora de las Victorias".
La luna de miel fue en Rincón Viejo, en la estancia de los Bioy, cerca de Las Flores.
A partir de ese momento compartió con su esposa un departamento en la Avenida Belgrano 1337.
A Elsa la irritaba que Borges fuese todo el tiempo a su casa de soltero, dicen que incluso la noche de bodas, por haberse hecho tarde, la pasaron ahí.
A Borges por el contrario le molestaban sus conversaciones, le extrañaba y no comprendía que Elsa dijera no soñar...
Ella como señal de enfado, podía no prepararle su plato casero favorito "ñoquis a la romana" o "sardinas".
Transcurridos tres años, con Bioy se organizaron con respecto a lo que a Borges más le preocupaba: sus libros. Planearon entonces un "contrabando hormiga".
"Puchero" y "hasta luego" fueron las dos últimas palabras que Borges esbozó en su fallido matrimonio. Huyó acompañado por Di Giovanni, con destino a CórdobaCoronel PringlesCoronel Suarez, y Tres Arroyos, para después regresar a casa de su madre.
Efectivamente, Elsa no era la misma mujer que él había conocido a sus treinta y dos años.
Dijo después de su separación de Elsa "Y no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla (...) 
Su separación de Elsa lo había dejado libre de concretar su amor con María Kodama, pero aún no estaba seguro de los sentimientos de ella.
Fue en Islandia en abril del setenta y uno, donde María lo estaba esperando. Un sueño hecho realidad. Ahí Borges le declara sus verdaderos sentimientos, y ella le responde que lo suyo no es una amistad sino amor. Vuelven nuevamente a Islandia en el setenta y seis.
María lo acompañó siempre después de la muerte de su madre, Doña Leonor Acevedo.
Ella conoció a Borges a sus dieciséis años participando en un seminario de épica que él dictaba, y al poco tiempo comenzó a frecuentarlo.
Desde el setenta y uno, tras Borges separarse de su primera esposa, comienzan a estudiar juntos anglosajón e islandés antiguo.
Ella le leía, él le dictaba, ella le dibujaba el mundo que los rodeaba.
Borges supo decir con respecto a los viajes: "son estímulos para escribir, sobre todo si uno no los busca, si uno deja que los estímulos lleguen a uno".
"Ahora que sé que no puedo ver los países, pero si soy capaz de sentirlos, viajo".

La última tarde de Borges en Buenos Aires fue el veintisiete de noviembre de 1985, lo estaría esperando Alberto Casares en su librería de la calle Arenales 1723. Allí, entre muchos otros, estaba su gran amigo Adolfo Bioy Casares.
Vieron cómo firmó libros con la mano y con las palabras; Borges preguntaba de qué título se trataba para así soltar su comentario. Mientras tanto el tema de su viaje a Europa reinaba en el ambiente. 
La pregunta no era por qué se iba, sino cuándo volvería, ya que llevaba unos diez años en un eterno peregrinaje por el mundo entre condecoraciones y conferencias. Nadie tomó en cuenta su respuesta: "No, no voy a volver; estoy enfermo". 
Nunca entendieron por qué no regresó, si quería ser enterrado en La Recoleta en Buenos Aires, junto a sus padres, Leonor Acevedo y Jorge Guillermo Borges, a los que visitaba con Fani mientras decía "Acá voy a estar yo también".
Al día siguiente, jueves 28, Fani lo llevó al almuerzo de despedida con su hermana Norah. El restaurante escogido estaba frente a su casa de la calle Maipú señalado con el número 963, el del Gran Hotel Dora. Fani volvió por él para que hiciera la siesta, pero la idea del viaje se la robó. Estuvo en su habitación en la cama de toda su vida, una de bronce de una plaza, rodeado de un cuadro de su madre, dos bibliotecas pequeñas y un caballo de bronce.
Llegado el momento cobró coraje, pero ya nada parecía detener los planes, ni siquiera el arrebato de estirar su mano en busca de las columnas de su cama para exclamar "¡Yo no me quiero ir! ¡Si me voy, me muero por allá!". Fani, que estaba cerca, le preguntó: "¿Y por qué no se queda?". 
En ese momento llegó María que lo había alcanzado a escuchar y le dijo: "¿Por qué dice esoUsted no sabe el problema que tendría yo si le pasa algo ". Las palabras lo serenaron y Borges apenas soltó un suave "Bueno, bueno, ya está". Hacia las cinco de la tarde, se despidió con su frase habitual: "Me voy".
Dos horas después partió de Argentina.
El catorce de junio de 1986, Jorge Luis Borges Acevedo muere en Ginebra, en el mismo tiempo en que se había ido de Buenos Aires, en primavera...
Sus restos allí descansan, en el Cementerio de Plain Palais

María estaba con él. 

 
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