Estoy en una cama, lejos de mi casa, es domingo, y todo es gris. Lejos de mi ciudad y de mi gente, de los cotidianos irrefutables. Llegué a donde siempre quise estar. No lo sabía, lo intuí mucho tiempo, cuando desde los balcones de flores de lavanda que miraban el río y los atardeceres naranjas, algo me decía que este mañana estaría vivo. Miré hacia aquí, desde una Buenos Aires sepia, a la que aun le quedaba tanto por darme.
Estoy acá, hace frío, el mediodía trajo tu abrazo y un almuerzo juntos. Un almuerzo en los suburbios de esta ciudad, la tuya, que tanto amo. La amo con el alma, su nombre; oír su nombre, eriza la piel; brotan lágrimas, las de la certeza, las del hallazgo, las del anhelo cumplido.
Nos despedimos hasta más tarde. Emocionados, ahogados de deseo, cubiertos de estigmas, derramados; nuestros.
La siesta no trajo el sueño; fue vigilia y ahí estabas; conmigo, entre sábanas húmedas, revueltas, que no dieron ni el reparo ni la pausa, porque estabas ahí. Tu voz en el teléfono cesó la fuga ilusoria.
Ni viniste esa tarde, ni esa tarde hecha noche; ni al día siguiente, ni en el mes venidero.
Intento cobijarla del dolor que vendría, decirle que una vez más no era su falta, que lo había dado todo y más. Destino...
La ambivalencia y el descuido, porque la tierra nos devuelve la mitad, que antes fue una. Pero bastaría con poder recordar. Uno de dos no supo, no pudo. Olvidó la misión ancestral, la meta.
La ambivalencia y el descuido, porque la tierra nos devuelve la mitad, que antes fue una. Pero bastaría con poder recordar. Uno de dos no supo, no pudo. Olvidó la misión ancestral, la meta.
Le recuerdo que es íntegra y que podrá una vez más; renacer, transmutar. Que es mucho lo que le espera: descubrir, afrontar. Que aún hay fuerzas. Que parece que no pero sí.
Que sería preciso mucho tiempo. Pero lo lograría. Que los días veintisiete pasan cosas. Que está escrito.
La cubro en un abrazo, intento protegerla; que me escuche. No me cree. Aún apaña, todavía confía.
Pasaron dos años, el mismo gris; el brívido: sacude, fricciona. Las lágrimas, están retenidas; un sollozo que es nudo. Un imposible determinado. Un devenir prefijado. El dolor es el mismo y es otro. El cansancio es mayor. La fe declina. Ya no dolés vos. Volví a amar, sabés... pero no es y no será, más que lo que ya es, el sentimiento incondicional. Su ofrenda más noble y franca. Su verdad más pura e inmutable.