29 de noviembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XI)

Pasamos toda la tarde hablando. Le conté mejor de mi internación, de lo que me tocó pasar después, y de los dos años más felices de mi vida en mucho tiempo: los años cursando la carrera de Letras.
Él me insistía en que yo podía retomar si tanto lo deseaba. Y yo le contaba del intento fallido del último año, en otro lugar, de donde nunca me sentí formar parte.

-¿Es apegada a los lugares, verdad?
-Sí, maestro. Ojalá no lo fuera tanto. Quizás viviría más liviana.
Sigo extrañando rutinas, lugares, gentes, situaciones vividas, que ya son del pasado.
-¿Ha pensado en lo fuerte que resulta ver a su padre vivo?
-Sí, por supuesto. No sé cuál será mi reacción, pero espero evitar emocionarme. No sería coherente.
Yo seré una simple amanuense.
-La amanuense de Jorge Luis Borges.
-¡Nada más y nada menos! - le respondí.

El timbre sonó. Yo temblaba entera. Ignoraba si iba a poder disimular.
Fani abrió la puerta, lo llevó a la sala de estar y él inmediatamente se dirigió a Borges. Le expresó toda su admiración y luego se acomodó cerca de ambos, no sin presentarse: Salcedo, me dijo.
No supe como haría para preguntarle sobre mi mayor incógnita. Lo dejaría en manos del maestro.

-Dijo que vamos a ser vecinos. ¿Anda buscando mudarse por la zona?

Me estremeció que lo hiciese tan pronto.

-Sí, efectivamente. Al fin voy a ser padre. Mi hijo nacerá en Octubre, y con mi esposa queremos estar mudados.
-¿Es su primer hijo?
-Sí, el sueño de mi vida. Pensaba que no iba a hacerse realidad...

Mucho más que eso no podía preguntársele. Me sentí desahuciada.

-¿Estuvo casado sin embargo antes? - el maestro insistía.
-Sí, con la actriz Julia Sandoval, pero nos separamos antes de siquiera programarlo.

Ni una palabra de María Gracia, de Luján, de Jorgito.
Si tenía tantos deseos de ser padre, cómo había negado una paternidad...
Lo que yo siempre había pensado, e incluso charlado con María Gracia en tantos encuentros posteriores a la muerte de Jorge. El nacimiento de mi hermano había ocurrido en el sesenta y seis. Él aún no estaba casado con mi madre. No había motivo por el que ocultarlo.

-Bueno, pues entonces me alegro mucho de que su sueño se haga realidad. ¿Octubre me dijo? Lo tendré en cuenta para felicitarlo. No dudo que todas las revistas del ambiente se encargarán del tema. No lo olvidaré.
Bueno, Salcedo, le he elogiado telefónicamente su voz, y es ese el motivo de mi llamado. La editorial está preparando las Obras Completas en un solo tomo. Proyectan la presentación en el Teatro San Martín. Me gustaría contar con usted para la lectura de los poemas, y si no le resultase inconveniente, ya que dice haber leído todo, que me ayude con la selección.
-Será un honor. Ya mismo le digo que sí.
Espero que no coincida con ninguna de las giras. Tengo una obra en cartel. Y empiezo a filmar "Amalio Reyes, un hombre".
-No se preocupe, lo coordinaremos.

Inmediatamente mi padre comenzó a recitar "1964". No pude evitar las lágrimas. Era mi poema favorito.
Borges ya lo sabía. Sabía incluso todo lo que me había ocurrido con ese poema a lo largo de mi vida, y que lo había aprendido de memoria a los seis años.

-Mi secretaria se emociona porque es su poema preferido.
-Es también el mío. No hay nada que no aprecie de su obra, pero ese es especial.
-Irá en la lista. No lo duden. En honor a ustedes. Para mí es muy triste, pero lo estaba cuando lo escribí.
Bueno, es mi estado natural. No tengo nunca una visión demasiado feliz de la vida, sobre todo desde mi ceguera.
He perdido los atardeceres, los arrabales del Sur, los rostros de las mujeres que amé.
-No los ha perdido, Borges. Restan en la memoria como tesoros. Es miedo a perderlos lo que tiene - le dijo mi padre.
-¿Tan seguro está de lo que dice?
-Sí, Borges. Jamás he olvidado un rostro aunque no lo haya vuelto a ver. ¿Por qué usted olvidaría los suyos?
No he visto letras que describan mejor los colores de un ocaso, los barrios porteños...
-Gracias, Salcedo, pero el tiempo puede jugar malas pasadas. Perdí la vista en el cincuenta y cinco, justo cuando me nombraron director de la Biblioteca Nacional. Una verdadera ironía...
-Míreme a mí, mi vida ha cambiado por completo desde que conocí a mi mujer. Es muy joven, me ha regalado vida, y ahora un hijo pronto a nacer.
-Lo felicito nuevamente.
-No descarte que eso puede ocurrirle a usted, y con respecto a la selección de su obra empezamos ya mismo. La conozco muy bien. No será un trabajo arduo para mí. Será un honor y un placer.

Tenía a mi padre adelante. No había mencionado la existencia de un hijo previo a este último matrimonio. Es como siempre pensé. María Gracia no dice toda la verdad.
Lo único que siempre me hizo dudar es que mi propio tío me presentó a mi hermano en el año noventa y nueve. Y fue a través de él que supe la historia.
A ella la conocí dos años después de muerto Jorge, al otro día de saber que Claudio había partido para siempre...
Necesité estar en su casa y una amiga me acompañó.
No parece mentir. Es como si hubiera dos verdades...
Él no supo de ese hijo, o lo supo tarde, y ella ya casada le negó la paternidad.

-Dígame, Salcedo ¿cuándo podemos empezar? Hoy ha sido una charla informal para conocerlo, que me diga su opinión y saber si aceptaba mi propuesta, pero de aquí en más será todo trabajo.
-Ya le he dicho, mi amigo. No habrá inconveniente. Será un orgullo trabajar con ustedes.

Ahí pareció reparar en mí. Hasta el momento yo solo era una fiel testigo de la escena, mientras en mi cabeza se mezclaban, pasado, presente y futuro. Emociones.
Estaba frente a mi padre. Podría conocerlo mucho mejor como la adulta que era, y no la niña de seis años que lo vio irse para luego tener visitas condicionadas por un juez. 
Siempre sentí que no lo había disfrutado. Quizás este tiempo me permitiría hacerlo.
Siempre me dijeron que era el mejor amigo de todos sus amigos, y yo jamás lo viví. Jamás lo supe.

Conversaciones, Borges (parte X)

-Maestro, ¿Quiere almorzar?
-Fani tuvo la misma idea. Según ella debemos reunirnos mucho antes de que llegue su padre, y está cocinando desde temprano.
Me acaba de confesar que cuando puede mira ese teleteatro del trece, así que calculo que su hiperactividad de hoy tiene que ver con su descarado fanatismo.
-Bueno, algún defecto tenía que tener. O quizás el teleteatro es excelente...
-Dicen que el excelente es su padre, pero la televisión no es de mi preferencia.
-Tampoco de la mía.
-¿Por eso se ha dedicado tanto a leerme?
-Quizás. A leer y a escribir.
-Me gustaría que me lea algo suyo.
-Jamás me permitiría la osadía.
-¡Usted me ha leído toda la obra y yo no tengo derecho a saber cómo escribe!
-Me encantaría que lo haga, si va a ser sincero, y no como con sus alumnos de Literatura Inglesa...
-¿Qué pasa con ellos?
-Se dice que siempre les destaca lo bueno y obvia los errores. Hay pocos aplazos en sus cursadas...
-Aprenderán cuando quieran aprender. Mi lugar no es exigirles, sino incentivarlos.
-Ojalá todos pensasen así.
¿Recuerda que abandoné mi carrera de Letras?
-Pero la puede continuar.
-No lo creo. Soy grande. ¿A qué edad me estaría recibiendo? Y el Griego me estaba complicando la existencia.
Siento una gran angustia cuando hablo de esto. No pensé que no lo iba a lograr...
Hubo otros inconvenientes en el medio que ya le contaré.
Quiero que sepa todo de mí. Me está ayudando tanto...
-Bueno, no agradezca. Lo hago con placer. No siempre se reciben visitas del futuro. Usted también me ha ayudado mucho. Sobre todo con el miedo a la soledad de los últimos años de mi vida, y por eso le estaré eternamente agradecido.
-La espero. El almuerzo estará pronto a las trece.
-Maestro, hay algo que debí contarle quizás el primer día, pero no surgió. Quizás la emoción del encuentro, la charla, la angustia de saber si podría regresar a mi presente con facilidad...
-No dé tantas vueltas.
-Tenía dos hermanos. Uno de ellos se suicidó hace seis años.
-¿Qué hizo?
-Un tren.
-Qué valiente. Siempre he admirado a los suicidas. Un abuelo mío se suicidó, amigos míos como López Merino y Lugones también se suicidaron. Creo que el suicidio puede justificarse. De hecho usted sabe que la posibilidad la he barajado en varias ocasiones. Usted me detuvo del que intentaría en el año ochenta y tres.
-Amo su poema "El suicida": "regalo mi último ocaso, cedo la nada a nadie"...
-¿Está enojada con él?
-En absoluto.
-Fueron dos tremendos años posteriores de terapia, más una internación, ya que mi otro hermano no supo entender. Decía que había quedado acelerada.
-¿Y su madre?
-Lo apoyó en la decisión.
-Vaya caso.
-Bueno, volvamos al punto. ¿Usted cree que yo tenía que saber esto por algo en particular?
-Sí, maestro. Por un lado porque Jorge hoy vive. Tiene tres años o cuatro años, y su madre durante toda su vida le ocultará la verdad. Y por el otro, porque cuando hoy mi padre venga, habría que hostigarlo...
Nunca supe si el ignoraba la existencia de Jorge. Y para mí es muy importante saberlo.
-Bueno, pues él nos ha adelantado que será padre. Bastará con preguntarle si se trata del primer hijo. Cuente conmigo.

28 de noviembre de 2014

Km 5 (parte XVII)



Los días siguientes ella se encargó de repartir curriculum por la ciudad. Cosa que jamás pudo hacer con Claudio vivo. Fue a la Dante Alighieri, se atrevió a ofrecerse como profesora. Juampi mismo entregó uno en su escuela, ya que decía que ella sabía más de Literatura que las mismas maestras.
Viviana también vivía en el km 5, a pocos metros de la casa que había ocupado Claudio hasta sus últimos días.
Ella se llegó hasta ahí. Cortó una flor. Miró esa puerta con el número tres que él no volvió a abrir...
Como no respondía el teléfono fue Viviana la encargada de forzar la puerta y encontrarlo. Según ella estaba en paz.
Ella no podía quitarse de la cabeza la idea de que ahí hubiesen vivido cuando ella llegara, cuarenta y ocho horas más tarde de lo que ocurrió.
Recordaba las últimas conversaciones. Él le rogaba que viajase cuanto antes.
Se encontró con Patricia la primer mujer de Claudio. Habló con Sebastián, que vivía ya en pareja, a punto de casarse y en Neuquén. Sebas se rió mucho del viaje "en grupo", después de tanto...
O de que estuvieran Viviana y ella prácticamente juntas, ahí, en Bariloche.
Una tarde salieron a recorrer. Ella le pidió que la llevara hasta los Coihues, quería volver a ver esa casa donde empezó su infelicidad. Era al borde del Lago Gutierrez. Claudio la hacía compartir mucho tiempo ahí con sus amigos e hijos y ella sabía perfectamente que la mujer del matrimonio había sido amante de él antes de que ellos se casasen. No podía quitárselo de la cabeza. Y para variar era madrina de Sebastián y éste la adoraba.
Fueron hasta el km 5. Nada indicaba que ahí hubiese habido tanta historia. Ella solía hacer hablar a los lugares. No le ocurrió así...
Fueron hasta la casa donde nació Juan Pablo. 
Ella le mostró el departamento de la calle Frey donde habían vivido hasta que ella viajó por el coma diabético de su abuela.
Viviana le dijo, que cuando se conocieron, Claudio le había jurado que su mujer no se había adaptado al Sur y había decidido regresar a Buenos Aires. Ella también le contó, por qué nunca se alejó de él. 
De haber sabido que Juampi era hijo de ella, lo hubiese hecho, pero él hasta osó mencionar irónicamente, "un vientre alquilado", y si bien sabía que no era verdad, tampoco tenía por qué dudar de que el nene fuese fruto de otra relación. Después de todo estaban separados.
Tanto Viviana como Patricia tenían ganas de que ella se quedase definitivamente a vivir en el Sur como siempre había deseado, y ahora en libertad. Y más, si la situación con la embajada terminaba de cerrarse.
El resto de los días los pasó en San Martín de los Andes. En cinco días consiguió estar a cargo de la oficina de "Rincón de los Andes". Adoraba ese lugar. Y ahí estaba Rober, un viejo amor. 
Pasaron diez hermosos días. Ella no podía creer que de eso también se trataba trabajar.
Vendió en ese tiempo lo que otros acostumbraban a hacer en seis meses.
Llevaban a la gente al cerro, era plena temporada de invierno. Subían el Bandurrias, armaban fogones y compraban las tortas fritas a los indios. Bajaban el río en gomón a pesar de la temporada.
Ella no se cansó de mandarle mensajes de texto a Álvaro, y no recibió respuesta a ninguno.
Le contaba lo bien que se sentía al fin, y cuánto lo extrañaba. Del deseo de que su lugar en el mundo fuese Montevideo y no San Martín de los Andes, como lo había sido siempre.

27 de noviembre de 2014

Encuentros, Borges (parte IX)

Amaneció más temprano que de costumbre. Por la noche le había costado conciliar el sueño.
Hubiera querido llamarlo al maestro, pero temía molestar.
El párroco la había advertido simplemente: mantenerse en su eje. Ella a partir de ahora cargaría con un doble pasado, y había que estar muy bien plantado para no desvariar. Le aconsejó no seguir mucho tiempo más con ese juego.
Había vivido cuarenta y tres años. Había perdido su padre a los diecisiete. En realidad mucho antes, porque cuando ella nació, él ya era grande, y según su madre tenía poca paciencia. Según ella misma, que era una pequeña, él no estaba bien de salud.
Desde chica lo vio tomar toda clase de medicinas, y siempre temió por su vida.
Un día, a los tres años, decidió controlarle la respiración mientras dormía, y le pareció advertir que ésta se había detenido.
Pensó, "si está muerto lo escondo en el placard. No quiero la lástima de nadie".
Cuando sus padres se separaron, ella tenía solo seis años, y se dijo "ahora será solo mío". Un poco también lo que sintió cuando falleció a sus diecisiete.
El divorcio había durado siete años. Fue de lo más conflictivo.
Se le mezclaban todas estas emociones. Su padre, el que conocería esa misma tarde, gracias al maestro, nada sabía de esto.
¿Y si había algún modo de evitarlo? ¿De ayudarlo?
Tal vez su viaje en el tiempo tenía algún otro sentido que ella aún no había descubierto.
Por lo que él anticipó telefónicamente había un bebé en camino, y estaban buscando vivienda por la zona.
Claro, sería finalmente la de la calle Arenales Suipacha, donde ella nacería. La casa que tanto amó. La que abandonaría a los doce años y a la que siempre soñó volver.
Pensó en Jorgito. Su hermano del alma.
No le había contado al maestro de él.
Lo había perdido en 2008, "debajo de un tren". A los cuarenta y dos años había decidido quitarse la vida...
Jorgito nunca había llegado a conocerlo. María Gracia, su madre, le presentó otro padre que ni siquiera lo crió. Lo criaron sus abuelos.
Era cinco años mayor que ella. Había nacido en el sesenta y seis. ¡Jorgito ya vivía!
Pasó engañado dieciocho años de su vida, hasta saber que él también era hijo de Salcedo.
Quizás pudieran preguntarle de modo casual, si era su primer hijo el que esperaba. 
Quizás mencionarle Luján, para ver su reacción, que fue donde Jorge vivió toda su vida...

Lo conversaría con el maestro, juntos debían organizar la charla, y nadie mejor que él para ayudarla.

26 de noviembre de 2014

Encuentros, Borges (parte VIII)

-Mucho gusto, Salcedo. Usted se preguntará el motivo de mi llamado...
-Borges, sea por el motivo que fuere, es un honor para mí.
Apenas me advirtieron en el canal, no hallaba los minutos de cesar de grabar para poder telefonearlo. Usted me dirá. Yo solo puedo manifestarle mi gran admiración. He leído todos sus libros, al margen de que la vida aún no nos haya cruzado personalmente.
-Es muy gentil. Aunque le aconsejaría leer a otros. Son mucho mejores que yo.
-Pues le agradezco el consejo, pero no lo tomaré en consideración. Hace muchos años que sus cuentos y poemas me acompañan.
-Bueno, basta de cumplidos. Ahora yo iniciaré con los propios.
Sabe que soy ciego, y reparo mucho en las voces. Creo que la suya es especial.
Me gustaría encontrarlo, Salcedo, y charlar de esto personalmente.
-No tiene más que decirme cuándo y dónde. Sé que usted vive por la calle Maipú. No sé si prefiere su casa o la mía.
-¿Somos vecinos?
-Aún no, aunque estoy buscando por la zona. 
Mi mujer va a tener familia y queremos mudarnos a un departamento más grande. Por ahora estoy en Juncal y Anchorena.
-Entonces creo que si no le resulta mucho inconveniente, prefiero esperarlo en mi casa, la tarde que usted elija.
No es urgente. Pero tengo una propuesta para hacerle.
Eso sí, confírmemelo a mí o a mi ama de llaves Fani, porque mi amanuense debe estar presente para tomar nota.
-Mañana mismo, Borges.
En el canal grabamos todas las mañanas. Pero si usted prefiere el horario de la tarde, para mí mañana es perfecto. Páseme su dirección exacta.

Él y ella se despidieron. Esta vez con menos angustia. Iba adquiriendo más certezas. Y sabía fehacientemente que el día de mañana llegaría y no se quedaría perdida en un espacio del tiempo.
De todos modos al salir, pasó por la iglesia y pidió hablar con el párroco del día anterior.
Regresó a casa caminando la ciudad. La esperaba un día muy movilizante. Quería irse a dormir temprano y pensar en lo poco o mucho que podría hablar con su padre. Él no debía sospechar ni por un momento quién era ella.

24 de noviembre de 2014

Km 5 (parte XV)

Salió del bar con una excusa poco creíble. Ni recuerda cuál.
Al resto del mundo no le había ocurrido nada. Sin embargo toda su vida cambió en un instante.
Se había apartado para leer el mensaje, ante el aviso se le paralizó el corazón. Solo después supo por qué.
Le solían ocurrir estos presentimientos. Sobre todo cuando se trata de muertes.
Con solo tres años intuyó la de su madrina, a los diecisiete la de su papá y ahora, apenas oyó la señal, se le había entrecortado el aire.
Ahogada en llanto comenzó a caminar mientras contestaba.
-¿Quién sos?
-Vivi
-Esto sí que no lo voy a poder superar.
-No digas eso, el quería volverte a ver y bien. No le falles.
Continuó caminando sin rumbo hasta que decidió llamar a Carmen.
Le pasó un mensaje de texto a su tía que atinó a responder...
-¿Tu Claudio? ¡No!
Carmen la esperaba. Jamás recordará cómo fue que llegó. Qué le dijo al taxista. Estaba en shock.
Pasó todo el resto de la tarde y de la noche llorando. El mundo seguiría andando. ¿Cómo haría ella para seguir en él?
Para colmo de males, Carmen vivía con su madre con alzheimer, más las chicas que la cuidaban.
Lloró, sin embargo, como si no hubiera habido testigos.
A la mañana siguiente su amiga intentó amenazarla con llamar a su familia si no ponía un poco de voluntad en componerse.
-No entendés. El duelo de Jorge me duró dos años. Aún no he salido. De esta no salgo más.
-¿Qué querés hacer? - preguntó Carmen.
-Ir a la casa de mi hermano, en Luján.
No había vuelto desde que él todavía vivía. No conocía a su madre más que por teléfono.
A pesar de eso, ante la pregunta, supo de inmediato que necesitaba estar ahí.
Tampoco recuerda cómo llegaron. Solo la tarde con Graciana, y cómo logró despejar algo la mente.
Entre las dos supieron contenerla
Contrariamente a lo que pensaba, esa noche durmió. Durmió en su casa. En paz. Graciana le había regalado un rosario tejido por ella y un reloj de Jorgito.
Los días siguientes transcurrieron iguales.
Iba dando la noticia, y recibía la sorpresa del entorno.
Claudio ya no estaba. Se había ido en un km 5, al pie del Cerro Otto, muy lejos de ella. Esperándola.
¿Cómo sería vivir sin él? Siempre había estado, de uno u otro modo. 
Comenzaron los mensajes y mails de Viviana. Quería saber cómo se encontraba. Parecía preocupada de verdad. 
Evidentemente sabía por Claudio de los malos trances que había atravesado, y también sabía que él la estaba esperando.
Lo mismo le dijo la mamá de Sebas. "Al menos sabés que te quería a vos, se murió esperándote", fue la frase. "Me había contado que vendrías", le diría cinco meses más tarde cuando por fin ella se animó a viajar para visitar su tumba, y fijaron un encuentro.
Viviana le pasó las tres últimas fotos de Claudio. Se lo veía tan mal. Había recuperado todo el peso perdido, lo que denotaba la mala alimentación que había tenido en esos dos años lejos de ella. Nunca vio una mirada tan triste... Cuánto lloró con esas fotos. 
Habían ocurrido muchas cosas en esos meses.
La principal fue que Claudio tuvo razón, "el primer día del otoño vas a estar bien", le había dicho en una de las conversaciones previas al viaje, y el veintiuno de marzo fue justamente el día que ella selló su amor con Álvaro.

22 de noviembre de 2014

Encuentros, Borges (parte VII)


Caminó Palermo, la Avenida Santa Fe. Notaba un ritmo distinto.
Por lo pronto se dio cuenta que ya no era doble mano.
Pasó por el cine teatro Gran Splendid, recordó que en su época estaría convertido en una importante librería, con tardes de tango o jazz.
Soldría gustarle dedicarse a escribir en esos sillones. Pero aún era el viejo teatro.
Continuó marchando a pie. Era una delicia vivir la ciudad a esa velocidad.
Había teléfonos públicos, lo difícil fue encontrar alguno que funcionase y conseguir los cospeles. Sin embargo lo logró y no se sintió sorprendida de oír la voz de Fani del otro lado.

-¿Cómo está?
-Muy bien, Fani. Quería saber si se encontraba el maestro, o si molesto.
-No, en absoluto. No creo que pueda molestarle su llamado. Ha estado preocupado por usted, y su regreso a casa. Ya la comunico.
-Maestro.
-Querida ¿cómo está?
-Muy bien, maestro. He podido regresar a casa. No habían pasado dos días, y el párroco del Santísimo me tranquilizó muchísimo cuando me despedí de usted.
-¿Ah, sí? La iglesia aún sirve de algo...
¿Qué le ha dicho?
-En síntesis, que los deseos pueden convertirse en realidad. No sea malo, yo fui muy angustiada.
- Lo sabía. Por eso le agradezco este llamado.
-Maestro, ya sé que no fue de la idea, pero si paso a buscarlo, almorzamos en El Tortoni o donde usted prefiera...
-Prefiero La Ideal. Más tranquilo. Tengo el día libre.
-A propósito ¿cómo estuvo la conferencia de ayer?
-Nunca me gusta como hablo. Sin embargo la gente aplaude. Reproducen las charlas. Editan libros...
-Me hace reír, maestro. Paso a buscarlo, en media hora estaré ahí.
Me esperaba en la puerta apoyado en su bastón. Tenía un libro en la mano. Es para usted, me dijo. Tiene el cuento de la otra noche. Ese que a usted tanto le gusta, el del Hotel Las Delicias. Lo escribí en 1977.
-Pero, maestro, ¿si usted impidió el suicidio del viejo Borges hace dos días?
-Ya ve. Pueden no ser solo dos las líneas del tiempo.

Marchamos lentamente hacia La Ideal. Parecían conocerlo mucho. Nos dieron una mesa apartada y le sirvieron sin consultarle: pollo con arroz. Lo acompañé en el menú, pero pedí una copa de vino. El día que iba a vivir lo ameritaba.

-Maestro, quiero ver a mi padre. ¿Me ayudaría a encontrarlo? Puedo ser una amiga suya, una alumna...
-Sí, con eso no habría problema. Pero yo a él no lo conozco personalmente. ¿Con qué excusa debería buscarlo?
-El libro, maestro. El libro de las Obras Completas que en unos años presentarán.
-No es mala idea. En este país los proyectos se demoran mucho.
-¿Habrá que pedir una cita?
-Soy Borges, no creo. ¿Usted me la pidió a mí?
-Pero es que no sabemos cómo ni dónde ubicarlo.
-Está haciendo una tira en canal trece. Será cuestión de llamar.

Terminamos de almorzar, me preguntó si estaba segura de lo que iba a hacer, y nos dirigimos nuevamente a su casa.
Al llegar dejamos inmediatamente un mensaje en el canal.
El corazón se me salió del pecho cuando en menos de una hora el teléfono sonó, y Fani nos anunció que el señor Jorge Salcedo pedía hablar con el señor Jorge Luis Borges.

21 de noviembre de 2014

Encuentros, Borges (parte VI)

Amaneció distinto. Los rayos de luz que se filtraban tenían un brillo especial y la temperatura era la ideal. Primavera, su estación favorita. 
No podía dejar de pensar en todo lo acontecido, por suerte estaba el padre de la iglesia del Santísimo Sacramento.
Decidió abandonar la cama y salir a desayunar afuera, con calzado cómodo, por si tocaba caminar. Palermo era ideal.
No cesaba de pensar en lo conmovedor que hubiese sido un encuentro con su propio padre.
¿Qué hubiese ocurrido si en lugar de ir a tocar el timbre del departamento de Maipú se hubiese dirigido a buscar a su papá?
Quizás La Casa del Teatro, La Asociación de Actores, porque ella en el setenta no había nacido y con Borges habían corroborado que el departamento donde ello ocurriría tampoco existía. Pero sí vivían su padre y su madre...
El maestro le había dicho que no era una buena idea buscarlos, que no todos estaban preparados para comprender, y ella obedeció. 
Sin embargo, quería verlo. Tal vez no decirle nada. Tal vez ocultarle su identidad pero sí conversar con él. Después de todo lo disfrutaría tan poco...
Luego de la separación, las visitas serían reguladas por un juez, y los años siguientes sería poco y nada lo que lo vería, hasta que él muriese cuando ella tuviera diecisiete años.
Después de saborear un rico desayuno, decidió intentar con el número de teléfono que el maestro le había dado antes de despedirse, por si precisaba regresar, quería contarle que todo había estado en orden y que efectivamente había podido volver a su presente.
Ahora sí corría el riesgo de que el departamento de Maipú estuviese ocupado por otra gente y que Borges hubiese fallecido en Ginebra en mil nueve ochenta y seis, acompañado por María.
De todos modos lo intentaría.
Ahora la prioridad era verificar quiénes ocupaban Maipú y si ella podía transitar dos líneas diversas de un solo tiempo.
Si efectivamente era como el cura le había dicho, que un gran deseo puede provocar este tipo de encuentros, el encuentro con su padre lo deseaba con el alma.

17 de noviembre de 2014

Km 5 (parte XIV)

Ella compró su pasaje. El vuelo sería el dos de febrero. Corría el año 2010, y a pesar del sentimiento por Álvaro, Claudio estaba primero y volvía a optar.
Siempre tuvo que elegir entre Buenos Aires y un trabajo, o el verdadero amor. Como si estuviese designado. No había sido la única vez.
Ahora ya no le interesaba ni la embajada, ni lo que dijese su familia. Solo importaba que el amor por él estaba vivo, y ya eran muchos los escollos sorteados.
Ella intentaba aún recuperarse de esos dos años donde hubiese preferido morir, a soportar lo que soportó: la muerte de Jorge, las largas caminatas "buscando enterrarlo", la internación, los miedos, la angustia casi permanente. Juntos todo sería más fácil.
Él solo al lado de ella quería estar.
..."la muerte ese otro mar, esa otra flecha, que nos libra del sol de la luna y del amor"... leía. Estaba en la esquina de Moldes y Congreso. Era sábado. Sábado treinta de enero. Faltaban cuarenta y ocho horas para el viaje. Hacía dos días que no hablaban. Ella le había enviado un mensaje diciendo: "Clodito, te extraño".
No serían más de las cuatro de la tarde.
..."que nos libra del sol, de la luna, y del amor. La dicha que me diste y me quitaste debe ser borrada, lo que era todo, tiene que ser nada, solo me queda el afán de estar triste"...
El aviso de un mensaje de texto sonó.
-Claudio no está.
-¿Está bien?
-No.
-Lamento en el alma decirte que partió el miércoles. Hoy descansa en paz.

14 de noviembre de 2014

Encuentros, Borges (parte V)

La mañana era espléndida, pero no tenían mucho tiempo para recorrer. Debían regresar. El tren salía a las once y él por la tarde debía dar unas conferencias en el Teatro Coliseo.
Ella comenzó a sentir la desesperación de las despedidas. Le ocurría muy seguido, pero ahora era una despedida muy particular. No sabía dónde estaba. Quién era realmente. Adónde volvería.
Él le ofreció su ayuda si no llegaba a lograrlo, pero la intranquilidad la abrumaba.
Se le ocurrió que lo mejor era despedirse donde se habían encontrado y desandar. Tal vez casi por obra del azar lograse ubicarse en su presente.
Antes de cruzar la Plaza San Martín decidió que lo mejor era ingresar al Santísimo Sacramento. Ahí había tomado su primera comunión.
Él le dio un fuerte apretón de manos y le insistió en que no dudase en volver si no encontraba el rumbo.
La iglesia le dio paz. Habló con un sacerdote, le contó todo lo ocurrido, y éste la tranquilizó muchísimo. Le explicó que a veces deseamos tanto algo, que eso sucede y le confirmó que efectivamente estábamos transitando el año 2014, que ella tenía cuarenta y tres años, y que no dudaba que su madre la estaría esperando donde siempre. Su padre, efectivamente, había ya fallecido como ella bien recordaba.

-Pero, Padre. Han transcurrido dos días...
-Verás que no. Que ella te recibirá como si ese lapso de tiempo no hubiese pasado.

Comenzó a caminar. Siempre la había relajado hacerlo. Arenales ya no era su casa, debía atravesar la ciudad, y ahí también recordó que ya no vivía con su madre, que tenía su propio lugar, en el barrio de Palermo. El favorito de él. 
En la calle Serrano Borges había vivido gran parte de su infancia, pero esa casa, la del aljibe, ya había sido demolida también hacía años y hoy solo la recordaba una placa.
No obstante eso, decidió pasar. Caminar la calle Jorge Luis Borges, visitar su escuela en la calle Ecuador al 1000. Volver, volver al presente lentamente.

13 de noviembre de 2014

Km 5 (parte XIII)


Los viajes no cesaron, ni de Bariloche a Buenos Aires, ni al revés. La relación continuó siempre a pesar de Juan Pablo o de los amores que pudieran surgir. Pero fue justamente su hijo, lo que impidió, que él regresase definitivamente a Buenos Aires, cuando se sintió preparado. El nene era su luz. Incluso ella notaba una gran diferencia entre lo que había sido Claudio papá de Sebas, y Claudio papá de Juampi.
Él se enfermó. Tenía tres arterias tapadas, situación que se hubiese solucionado con tres bypass. Sin embargo, eligió hacer lo mismo que hacía con sus pacientes, "medicina no invasiva", e inició una dieta "crudívoro vegetariana". Ella lo ayudó muchísimo, y muy a su pesar lo apoyó ante su negativa a operarse.
Cada vez que sonaba el teléfono, y era un número de Bariloche, le agarraban palpitaciones. Siempre temía alguien le pudiera informar lo peor.
Pasaron un hermoso verano juntos, hasta compartieron por primera vez una estadía en San Martín de los Andes. Siempre estaba el terror de que algo malo ocurriese.
Él se automedicaba. No se había puesto en manos de ningún colega. Nadie confiaba en su plan.
Sostenía que al eliminar las grasas, desaparecería también aquella retenida en las arterias. Y ella lo acompañó en su decisión, una vez más...
Un día inesperadamente volvió a llamar Viviana, pidiéndole por Claudio. Él quería estar con ella y la otra lo asumía. Tarde pero lo asumía.
Él viajó a Buenos Aires en el peor momento. Jorgito, el hermano mayor de ella, su alma par, se había quitado la vida cuarenta y ocho horas antes. Había "buscado un tren", supo decir la madre al teléfono.
Ella al inicio intentó ocultárselo. El estado de él era deplorable. Había perdido mucho peso a causa de la dieta impuesta y casi no se sostenía en pie. "Gastó todos sus ahorros en comprarles escopetas a los indios, para que defendiesen sus pozos de petróleo, y subió el cerro López con el auto destruido a escuchar Serú Girán y a mirar la luna". La policía no había sabido entender y le inyectaron una fuerte droga.
Ella no dormía pensando en él, en él y en su hermano. No le quedaban fuerzas. Sin embargo, se obligó a sacarlas de alguna parte, e intentó ayudarlo mientras pudo.
El cinco de mayo de 2008 se despidieron. Fecha que ella recordaría para siempre. Él le dijo "gracias, perdón y no me odies". 
Él optó por volver al Sur, cerca de Juan Pablo. Para ella fue un gran alivio, a pesar del dolor... Precisaba hacer el duelo de su hermano.
No obstante, no pudo sola. Al mes la internaron con un pico de estrés, lugar donde permaneció más de veinte días forzosamente encerrada.
Los dos años siguientes se trató de sobrevivir, y no de vivir. No hallaba el rumbo. No le encontraba sentido a nada. Solo la calmaba la voz de Álvaro, a quien había conocido poco antes del caos, y la voz de Alejandro, el hermano de Claudio, desde Italia. Ambos eran su sostén.
Con Álvaro se conocieron leyéndose mutuamente, los dos escribían, y pronto había nacido el amor, pero una frontera los separaba...
Una tarde, desde la embajada donde continuaba trabajando, ella decidió volverlo a llamar. Por suerte él conservaba el mismo número de celular. La emoción lo quebró. No podía creer estar oyéndola de nuevo. Lloró durante toda la conversación. Ahí mismo supo que fue su misma madre la que lo había amenazado, para que no volviese nunca más a comunicarse con ella: "le había arruinado la vida", no había hecho más que repetirle. Y él accedió.
Con pocas charlas ella decidió viajar, viajar a pesar de su trabajo y de todo. 
Ya no tenía sentido seguir separados. Quince años los unían a pesar de las distancias.

9 de noviembre de 2014

Encuentros, Borges (parte IV)

Nos despedimos de Fani.
Él le dejó un encargo para madre: no decirle nada de la visita que había recibido, y advertirla de que pasaría la noche en Adrogué.
Caminaron hasta la Plaza San Martín, la cruzaron en diagonal, tal cual las indicaciones de ella, y llegaron hasta el Palacio San Martín. Desde ahí, intentaron tomar la calle Arenales, pero una línea de terrenos y obras en construcción ocupaban las calles.
Tampoco estaba la Avenida 9 de Julio, que era la esquina de su departamento. Una gran cantidad de edificios impedía que fuese de doble circulación.
No fue fácil conseguir un auto.
Él había sido de la idea de pedirlo desde el departamento de Maipú, y no estaba tan errado.
Se rió cuando ella le contó que tenía un teléfono portátil, con el que supuestamente lograría comunicarse con una remisería.
No tenía tono.
Una vez más, él y sus aciertos.
-Escúcheme. Volvamos al departamento y por el timbre le pedimos a Fani que solicite un coche. No tardarán. Me conocen. Conocen el camino.

Lejos de estar asustada, estaba cada vez más entusiasmada con lo que ocurría. Aunque en verdad no llegase a tomar conciencia de la gravedad de la situación.
¿Si aún no había nacido, qué haría con su vida transcurrida hasta entonces?

-Maestro, si yo no nací, podría intentar buscar a mi padre al menos. Él es muy famoso, y contarle quién soy. Quién seré.
-No me parece una buena idea. No todos están capacitados para comprender.
Ahora encarguémonos de este presente ¿No es acaso lo que quería?, ¿permanecer aún en agosto de 1970, antes de su nacimiento?
-Sí, es verdad. Pero temo no poder regresar.
-Regresará. Estamos todos en un mismo plano. Solo se trata de saber ver.
-Eso mismo me dijo mi padre en un sueño, después de muerto.
-Y bueno, hágale caso. ¿No debemos llevarnos muchos años su padre y yo, verdad?
-Mi padre es del quince y usted del noventa y nueve.
-¿No hay nada que usted no sepa de mí?

Ya en el coche pude cerciorarme que el acertado era él. Solo estaba el edificio Cavanagh y la iglesia del Santísimo Sacrameto. El resto de las construcciones eran en su mayoría casas bajas, de esas que yo adoraba fotografiar en San Telmo.
No me sorprendió que mi máquina de fotos tampoco funcionase.
Él me insistía en que faltaba un rollo de fotos, y yo le explicaba que ya no eran necesarios.

Ambos se quedarían sin imágenes de un día tan particular.
Llegar a Adrogué tomó más de dos horas. Nos guiaba el aroma a eucaliptos.
Las arboledas y casas quintas eran maravillosas.
Se podía llegar también en tren, pero el viaje hubiera demorado mucho más tiempo, y no contábamos con tantas horas de luz.

-¿Qué prefiere hacer primero? ¿Qué le muestre la pulpería donde me inspiré para escribir "El Sur", o ir directamente a Las Delicias?
-Creo que será mejor ir primero a la pulpería, y después ya sí, tomar dos habitaciones en el hotel. ¿Fani las reservó?
-Sí, querida. Lo ha hecho.

Me emocionó ver que la pulpería se trataba de la misma. La que hoy ocupa el restaurante Santa Rita.
Le conté la noche de mi cumpleaños número cuarenta y dos, con el vino "El Aleph", la comida por pasos y el show de tango. Brindamos con dos cañas de naranja, consintiendo mi capricho de homenajear el cuento "El Zahir".
Cuando quise invitarlo, no pude. El dinero parecía falso.
El hotel era maravilloso. Mucho más de lo que pude haber imaginado.
Al llegar, él fue el primero en registrarse y se sorprendió de ver que la tinta del libro de huéspedes estaba aún fresca, y contaba con nuestros nombres ya escritos.
Ambos nos miramos desconcertados, e intentamos disimular ante el conserje del hotel.

-¿Necesitan algo?- preguntó. ¿Algo no estaba bien en las habitaciones?
-No, no. Todo está en orden. Solo hemos querido recorrer el hotel y tomar alguna copa.
-¿Gustarían pasar al jardín?
-Se lo voy a agradecer. La dama no conoce el hotel.
-Ya mismo les enviaré las copas de bienvenida.

Recorriendo el jardín, bebieron la segunda caña de naranja de la noche, pero ahora eran ellos los sorprendidos.
Todavía ninguno de los dos se había atrevido a subir a las habitaciones ya ocupadas.
Se despidieron en el hall de recepción y se desearon buenas noches, augurando que todo haya sido un error.
Ella abrió la habitación dieciséis, muy segura. Contrariamente a lo que había sentido en primera instancia, no tuvo temor.
Se vio a ella misma muy pequeña, ya dormida. Quiso corroborar no estar imaginándolo.
Tendría unos seis años. La misma edad en que empezó a leer al maestro, pensó.
Tuvo la oportunidad de hablarle, de hablarse, sin que la niña se despertase. Le contó lo esencial: la separación de sus padres que afrontaría en poco tiempo, el amor de su vida que aún tardaría en llegar, la carrera que quizás no debería elegir.
Después se arrepintió. Tal vez solo debía ser como había sido, o quizás la línea del tiempo le permitiría regresar al pasado para poder cambiar el futuro, y esa niña podría evitar los errores.
Se despertó abrazada a la pequeña con los primeros rayos de luz. De pronto la imagen se desvaneció.

Tenía hambre. Bajé al desayunador. Todo era impecable, y no dejaba de sorprenderme la amabilidad del personal.
Pronto bajó él.

-¿Estuvo cómoda?
-Muchísimo. Siéntese ¿Lo ayudo?
-¿Qué pasó en su habitación al ingresar? ¿Estaba ocupada?
-Una niña ocupaba la cama. Era yo misma a los seis años. He conversado bastante con ella. Tenía muchos miedos.
-¿Se los ha quitado?
-No lo sé. Quizás olvide nuestra conversación y crea que fue un sueño.
-Quizás no, quizás le sirva.
-¿Y usted, maestro?
-Yo no me sorprendí. Ocurrió lo que usted me dijo. El viejo Borges intentaría suicidarse en el año 1983. 
-¿Lo evitó, maestro?
-Sí. Lo convencí de que no morirá solo como usted me ha dicho, y que todavía le quedan años felices por recorrer.
-Usted ha sido muy convincente.
-Me alegro muchísimo, maestro. 

 
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