22 de septiembre de 2012

Pátinas


Luces, soles y naranjas, atardeceres violetas y amarillos, y un puntito en el mapa en el que juré amor eterno. Tenía catorce años. Era la primera vez que llegaba hasta ahí, y desde ese éxtasis, desde los colores y el lugar exacto, prometí mi eterno regreso y mi absoluta fidelidad. 
Pero, al principio, no dependió tanto de mí. Tenía catorce años y ante la inminencia de las vacaciones, siempre algo se interponía. No sé si de verdad habrá sido así, pero yo lo sentí siempre como un ritual de  supervivencia, contra la posible vivencia. 
Ese viaje tuvo lugar de modo sorpresivo, con gente impensada. La cabaña era la "3", en una esquina de Brown, a tres cuadras del lago.

He regresado una y mil veces, y no sé si no fue del todo, porque no era destino, porque anticiparía la adversidad, o porque, lisa y llanamente, me conduje siempre por senderos paralelos o transversales, bifurcados en mañanas distintos. Paradójico que cuando casi tenía que ser, y estaba todo dado para quedarme, tan solo una voz logró convencerme de lo contrario. Como si tan solo hubieses aparecido para decirme eso...
Pero más allá de las luces, hablaba de los brillitos en el aire. De los días diáfanos, que curan, sostienen una decena de días que jamás fueron olvido.
Me acuerdo de una mañana por Figueroa Alcorta, en un Falcón de papá, habíamos salido a pasear y yo sólo reparaba en la diafanidad del día. Creo que ese día aprendí la palabra...
O aquel mediodía en un muelle del Este, con Testigo de uno mismo entre mis manos.
El río, esa partecita de Buenos Aires que tanto te llenaba de fluos. Porque me enseñaste a reconocer verdes, y a andar por donde la fluorescencia guiase...
Hace un par de sábados los encontré volviendo de Nuñez: García del Río, Amenabar, hasta que una esquina de Moldes me detuvo, y emergieron letras a narrar esos dos años que nos separaban. 
Volví a buscarlos hace una semana; ya no estaban. 
La tarde de la estación a Acassuso; la calle Elortondo, alejándonos por los jardines de Victoria. Alguna mañana de jueves de octubre yendo al curso de Literatura de la otra orilla.
Quisiera atraparlos en un frasquito, o entre las páginas de un libro que al abrirlo me regalase un segundo de esos instantes que aparecen imprevisibles. Que no se anuncian y, vivos en el hoy, son más que cualquier  presente.

Alguien dijo ayer, lo que me da miedo de la primavera, es que obliga a ser feliz. 
A mí, en cambio, me llega por añadidura.


15 de septiembre de 2012

Deshojando atardecidos


Antes de mi segunda caída. De mi incomprensible e injusta segunda caída, volví a Moldes y Congreso
Deshojando atradecidos titulé el escrito, que bien podría ser también el nombre de esta historia. 
¿Cómo estás, tanto tiempo? Me vine caminando hasta vos, para envolverme en tu recuerdo, que ya no es malo. Que ya no duele ni produce temor a las cenizas. 
Las letras surgen imprevistas y recorren esta servilleta que antaño secó lágrimas, cubrió los ojos y las mejillas; calmó el ahogo. 
Donde se desvanecieron las semillas de un mañana; del después que ya no sería. De ese instante donde algunas letras trajeron la sentencia definitiva. Diagnóstico irreversible: dolor, soledad, muerte, recuerdos llovidos y mojados. Anhelos dormidos.
Y pasaron, fueron las sumas y los días, la tarde noche donde decidí volver, a desmitificar/te. A poner tupido velo...
Porque no fue aquí, en una esquina de Moldes y Congreso. Fue allá, muy lejos y muy cerca, juntos en la añoranza, en el entramado de un después posible. Habíamos desafiado al tiempo y al destino. Y ya no lastiman el sabor de la frambuesa, ni el día y la hora exacta. Era veintisiete. Era enero. 
Hoy es septiembre. Casi primavera; se atreven los primeros soles. Se animan los pies a dejar nuevas huellas. Ha transcurrido mucho y poco tiempo. Hemos cambiado cuatros veces la cuarta cifra del año aquel, que hizo que vos y yo, nos detengamos en la espera.
Las letras no sólo ocuparon las tardes de sábado sino cada día de las semanas incesantes, de la sucesión que es rutina y vida, y decisión; elección.
Porque se allanaron los caminos, a pesar de los senderos dobles y los obstáculos. De lo resuelto que se tornó incertidumbre y por fin meseta, llanos, vida.
No anidan los miedos, ni el error. Todo se tornó razón y destino. Aceptación.
Ya no es causa. Es motivo. Y cesan los grises y los vaivenes sin sentido. Parece encauzarse el río.
Si habría motivo o por si acaso, si debía ser así; destinados.
Ya no sostienen los pasados no resueltos; las manos. Ya no llueven lágrimas las miradas, ni apuñalan los ayeres vencidos.
Alguien espera. No sabemos cuándo ni dónde. Y es mañana; el hado urge e impone.
Aún queda mucho por ser, por hacer; por darse.
No lloró el otoño. No presagió la mañana, aquel verano atardecido. 

8 de septiembre de 2012

De antes y de ahora


quiero hablar de vos, sí, de vos y de esto que hace que estés conmigo todo el tiempo aunque estés lejos, o que anoche sueñe su muerte y ya no duela. En el sueño dolía y mucho, había una desazón, una pena inmensa y casi que no podía ponerme de pie. Volvía a estar como antes, en medio del laberinto. Y pensaba que eran dos las muertes, la de él, y ahora la suya, y lo injusto, lo impensable, y no... no me podía poner de pie. Estaba apunto de caer. Pero sin embargo, cuando me desperté, me di cuenta de que no era cierto, y al margen de que fuese un sueño, ya no lastimaba. No, no lastimaba más con sus vacíos y sus silencios, con sus descuidos; con lo impensable del fin.  Más que del fin, de la manera. De que justo él hiriera, de que justo él que sabía todo, sumase más. Sí, más lágrimas... Él que las habías secado una a una y arropado en medio de la tempestad, cuando todo era nada. 
No se si fue que soñé con él porque sos un poco vos. Sí. Te lo confesé siempre. Eso fue lo primero que acercó. Claro, porque no estábamos cerca, o tal vez sí, pero fue ahí, fue desde entonces que fuiste más importante que el resto y de a poco, más importante que nadie. Con esa facilidad de juntar elegidos, a los que todo se les comprende. Todo se entiende como parte de un todo, que en definitiva es afín y cercano. Y duele más por eso, por abrir el alma y que entres, aunque sé que viniste con el corazón en la mano. De eso no caben dudas. Yo seré menos efervescente pero más continua; me quedo más tiempo. No sé si despegar es la palabra, porque en realidad desde el momento en que vivís adentro mío, se trataría más de escapar, de sacarte de adentro y arrojarte bien lejos, sin dañarte. Como en esas visualizaciones, esas de empaquetar, de anudar lo que ya no sirve y lanzarlo al medio del océano. Y ponerle colores y aromas y sentir que es verdad. En realidad, como digo siempre, cuando dolés, no dolés vos, duele la suma de dolores. La cantidad de veces que tocó perder. Y esta vez no, no debía ser así. No debíamos perdernos. Ni tampoco debió ser así cuando pasó con él, sí él, que soñé que anoche había muerto. Porque ya había llorado tanto. Había descreído de todo. De absolutamente todo y ya no había ganas. Ni de chocolates ni de viajes, ni de libros, ni del lago. Porque llegué al lago y lo comprobé: tampoco ahí había paz. Y después de tanto, no era justo que pasase eso, que otra vez se tratase de que duela. Que fuesen más las lágrimas y los nudos, la asfixia y los brívidos, los escalofrios, a mí me gusta más llamarlos brívidos... que el tiempo de la magia y el corazón explotando de alegría. Latiendo fuerte todo el tiempo. De los abrazos, de la comunión que todo lo justificaba. Fundidos. Que estuvieses en mi vida justificaba todo lo anterior. 
Por eso. Por eso ahora digo que no es justo. Yo diría que es demasiado. Que elegí de nuevo y que, aunque perdí desde el comienzo y lo supe, quizás cuando lo supe ya estabas dentro. Ahí arropado, entre la garganta y el pecho, viviendo ahí, aunque deambules y transites y te alejes, y vuelvas. Estás ahí siempre. Y como te decía, siento que no es justo. 
Una vez más en primavera, era tarde. 

2 de septiembre de 2012

Ineludible



Hay frío. Hay hielo. Dejo que te acerques, aunque no te atrevas. La distancia es un muro que se eleva y diluye entre las manos, que tocan y alejan, que empujan y sostienen; los puños apretados retienen pasados, sueltan murallas que se pegan y deforman, transforman y no sueltan.  
Equilibrio que es meta, verdad y razón; paciencia. 
Te creo y te abrazo en las noches de distancia, en lo días previsibles y contiguos, en la suma cotidiana. 
Temo a la sucesión, a lo estático que aferra y no afirma. Y te dejo ser en tu suma de vaivenes, en tus certezas inciertas, en la seguridad que es ambivalencia. Tus leyes que tiemblan ante lo irrefutable que crece y aumenta. Se eleva y construye, paredes de acantilados y olas; marea, remolinos. Se evapora y resurge, en tus ojos, en el cuerpo que avanza y conduce, a recuperar perdidos. En tu voz.
No te alejes. Te dejo llegar. Sigo siendo yo. No temas. No te vayas. 
¿Seguís siendo vos, el otro, el mismo? el que sostiene y determina, duda y lamenta. Y quiere pero vacila; por si acaso, por si nos duele, por si después lastima. El horror de lo imposible.
Y sin embargo, vivís aquí, entre estas paredes que no te tuvieron, entre sábanas ausentes del sentir que no muere, y sobrevive a la vicisitud. 
No te tuve, no me tuviste, y aún así: sos presente, sos constante. Irrumpe tu imagen. Resuena la precisión de tu palabra justa, que punza, que eriza la piel y trae la lágrima de la sentencia, del afecto. Y esta necesidad de vos a pesar de todo; ansiedad y alivio. Porque más allá de todo, qué límite, qué frontera nos separa, cuando la comunión ostenta, vence; inevitable.

 
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