31 de enero de 2011

Distancias


Huir de la sombra que arremete

sigilosa, pendiente

Agobia, nubla, descree, palpita

Amarte así

El resto se transforma en nada

Si tal vez ya no estuvieras

quedaría el espacio y el vacío

Todo daría por el recuerdo

de ese encuentro que no fue

Por el olvido

Distancia que estremece

duele

El ahogo que dejó tu ausencia

Sin razón

Sin rumbo

Sueños dormidos

25 de enero de 2011

De estados y figuritas repetidas

Hace muchos pero muchos años, allá por el noventa y uno, mientras a mi rutina la condicionaba un trabajo y la facultad, supe por primera vez de qué se trataba eso de asfixiarse aunque estés en medio del verde, o bien sentir que vas a una velocidad que no es la real. Algo así como ir más rápido cuando nuestro paso es lento, o viceversa. Y tanto más.
Entrar a un espacio cerrado y sentir que todo gira, marea. El ahogo podía darse en medio de mi ya entonces "Patagonia de las hadas", en mi clase de geografía universal (mi materia favorita), o bien en el ámbito laboral de aquel entonces. Un espacio que amaba tanto como dañaba. Dolía el dolor. Vida y muerte allí no eran sólo dos palabras. Ameritaba tener emoción cero, el andar calmo. Pero esa especie de síndrome de la perfección, de autonomía, de la capacidad de acción inmediata, que me caracterizó siempre, aceleraba el ritmo.
Más de un mal intencionado (o sincero en alta dosis) sentenció que ese malestar, ese fuera de foco, me acompañaría hasta el fin de mis días.
No han sido pocas las veces que me planteé cuanto podían haber tenido de razón con respecto al vaticinio...
Claudio, quien intentaría por todos los medios sacarme de ese entorno, argumentaría ¿cómo te sentirías si te doy una licencia en el Caribe, pero te aclaro que tengo un león atado y que terminados los dos meses, ese león te va a comer?, ¿Podría ser felíz, relajarte y disfrutar? Aquellos días, sesenta exactos días, de hecho de nada sirvieron.
Su intención -vehemente, transparente- era que pudiese por fin desprenderme del lugar que por estar definida como "ser esponja", me perjudicaba por demás.
La gente debería acudir a mi en su mejor estado, vacacionar por ejemplo (de hecho turismo era la carrera en curso). Y allí, muy por el contrario, en el mejor de los casos se trataba de un nacimiento, pero en un ochenta por ciento del riesgo de vida.
El punto fue que no me animé. Por apego, por seguridad, sumado a un sentimiento muy fuerte hacia la persona que prescribía el consejo.
De irme, dejaría de verlo. Nunca me hubiera animado a decírselo.
Tres años después, y hasta dieciseis años más tarde cuando la muerte se lo llevó, se convertiría en mi compañero, en mi alma par. El ser que más amé.
Volví, resistí, y sólo me fui cuando "su secuestro inminente" me impidió volver. Comenzamos una vida juntos.
Ya son tres las veces que ocurre lo mismo en el lugar que me prostituye desde hace más de una década. El que impidió mi regreso a Patagonia, y que nuestra historia continuase en espiral y no circular. Tres las veces que por distintas razones necesité indefectiblemente alejarme.
No sabés el nudo de estos ciento ochenta días. Seis meses donde "el león atado" tenía fecha de excarcelación. Medio año que me llevaría por distintas rutas, sueños, proyectos de cambio, que hoy vuelvo a ver tan lejos. Como si todo hubiese conspirado para que así fuese. No sabés cuánto intenté adivinar, intuir, qué hubieras dicho esta vez.
Fue mucha la compañía, tantas las distancias, la suma de opiniones, y el laberinto propio y solitario. El mismo que hasta hace menos de dos días no encontraba el centro, y volvía a sumergirme en un abismo sin retorno.
Redescubro que la llave maestra consiste en no previsualizar, en no alejarme de la realidad. En mi caso personal, fomenta la utopía. Lidiar siempre con hechos concretos. Dejar ser. Tener la certeza que toda confusión, toda agitación, no es nuestra.
Somos luz, brillo, y aquello que nos opaca, simplemente no nos pertenece.

8 de enero de 2011

Ausencia

No, esta vez no. Ya no. No sabrás que una mezcla de escozor y escalofríos invade todo el tiempo. Que brotan las lágrimas, se anuda la garganta y se afloja el cuerpo. Que no hay fuerzas.
Que me estremezco al pensarte, que cada instante es tu recuerdo. Que envidio a la que te tuvo, a la que se abrazó a vos y después del silencio dio el primer beso.
La misma que nunca partió, y no, no podría olvidar que tu mano invisible durmió en su vientre desnudo, tenso y casi ajeno.
Cómo olvidar cuando tus labios lo besaron, se cobijaron y abrazaron a él. Cómo borrar la desesperación por tenernos. Fue mirarnos y entregarnos, zambullirnos en ese otro que ya era tan nuestro. Desaparecieron los abismos, los miedos. El todo y la nada cobrarían motivo.
Más tarde otra vez la distancia abrazaría el cuerpo, faltaría el aire, sobrarían lágrimas. Pero aún éramos.
El vacío de tu ausencia detuvo mis días. Sólo acompaña el brívido, el dolor, la desazón, la angustia, el sin sentido de todo, si no volviese a tenerte.
No, no quería que pasara, ¿curarme de vos?, esta vez quería quedarme. Te quería en ella. Desde esa noche del primer otoño que me imantó a vos para siempre.
Sí, hubo un tiempo que fue hermoso, el tiempo del reencuentro. Porque fue mirarte y reconocerte. Fue luz y energía. Fue creer, y que el pasado y tanta espera, cobrasen razón de haber sido.
Esta magia no es de ahora, viene de antes, de mucho antes, de cuando quizás aún no estábamos. De otros tiempos, de otros lugares.
Te lo dije la primera noche de otoño, lo dejé también escrito, no me animé a repetirlo. Tal vez sea eso lo que anuda el pecho.
Si te preguntan por mí, que dirás. Qué ganaron ellos. Qué venció el "mejor no por si acaso". Qué faltó comprenderte. Qué no era tiempo.

3 de enero de 2011

Abismos

Obligaba creer en esa ilusión habitual de los principios. Sin embargo, habíamos sorteado la distancia de veinte meses, para despedirnos intempestivamente para siempre. Lo ignorábamos. Te cercaban las mismas mentiras, el no arriesgarte por lo que decías querer y habías querido desde siempre. La muerte sorprendió, y no te le negaste.
Once meses ya. Los días veintisiete pasan cosas...
Un veintisiete también, fue la última vez que te vería, con la promesa de un regreso en horas. Aún recuerdo cuales fueron mis palabras, intento dormir pero te siento.
Y sobrevivieron los días. Me alzé cada vez más y vencí cualquier adversidad. Y sí fui de otros, sí lo fui.
Yo sí sé amar, e intente creer, creerles. No fue una la lágrima, ni uno el despecho. Hubo dolor, sí lo hubo. Hubo desesperanza, desilusión. Volví a confiar. Aposté. Perdoné también. Sí, yo sé perdonar. Quizás demasiado.
Me rodeé de gente que quise y me quisieron. Celebré también. Escuché. Me lastimaron. Intentaron que descrea, no lo lograron. Busco motivos. Me faltan.
Lo mínimo se derrumba. Cuesta mirar para adelante, creer en lo genuino de un sentimiento.
Qué no sea imposible volver a confiar. Qué no se trate sólo de encuentros.
Tus palabras me sumergen en un nuevo abismo sin dirección. El vacío posterior, el de la ausencia.
No hay flechas. No hay razones. Escasea la fuerza. Me pregunto por qué no me fui con vos...
¿Y por qué lo dejaste si aún lo amás?_ pregunto él. Porque por una vez debo quererme a mí. No puedo perdonar tanto descuido, ¿desinterés?, ¿desamor?
No obstante eso, recaigo, retrocedo, y pido perdón. Una vez más te hablo de lo que aún siento, de lo que permanece intacto. Del sentido que para mí tendría que pudiésemos volver a mirarnos.
No, no puede ser verdad. Tan lejos y tan cerca. Dentro mío. Y en un instante se desvanecen los grises, el dolor, la muerte, el arrepentimiento, por lo que tantas veces no fue. Una suerte de razón. Se aleja el temor y el terror de lo sucesivo.
Y si sólo se trató de una ilusión depositada en vos, que así sea.

 
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