30 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXXI)

Después de "Moravia" no me permitieron volver con Nicolás. Aunque Silvia, la psiquiatra asignada cuando la dejé, supiese ya la historia tanto como Nicolás, hubiera preferido no perder tanto tiempo en narrarla. Nicolás lo había vivido a la par mía, casi inmediatamente después de lo acontecido. Eso era lo que quería evitar: empezar de cero.

-Jorgito era hijo de mi papá, de otro amor, de otra mujer, María Gracia. El rol de padre lo ejercía otro, Luis. La ficción era completa.  Su madre lo mantuvo alejado de la verdad hasta los dieciocho años, edad en que de improviso e intempestivamente lo abrumó con su versión de la historia. Su verdad. La trama, que él recapitularía más tarde de a pedazos, y que no podría completar hasta varios años después, lo hizo abordar los hechos quizás tarde. Mi papá ya no estaba vivo. Él se solía justificar diciendo que "había estado Jorgito a la misma distancia de Salcedo, que Salcedo de Jorgito". Pero le dolía. Yo sé que lo lamentaba. Tarde pero lo lamentaba. En noviembre del noventa y nueve, quiso conocer a sus hermanos. Casi al azar optó por mí, la mayor. Me decía que no había juntado el valor en su momento, las fuerzas, las ganas, la necesidad imperiosa de saberlo todo, de conocer al menos uno de los motivos que justificase tanta mentira, tanto ocultamiento, tanta negación. Tal vez él no fue el culpable, quizás todo recae sobre mi madre, si después de todo me entregó para la crianza a mis abuelos, me supo decir. Le había inventado un padre, una historia que no era, y así sin medir el tamaño de las consecuencias, mientras él miraba una película de mi papá (ignorándolo) había irrumpido diciéndole: acercate a él, es tu verdadero padre... Fueron muchos los años que pasaron hasta que él comenzó a reconstruir su propia historia, esa que le robaron. Que no dejaron ser. A través de algunas revistas que guardaba celosamente, conocía mi rostro y el de mi hermano menor. Coleccionó nuestras fotos, sabía nuestras edades y cumpleaños... Pero fue nuestro tío, el hermano de mi papá, quien le completó la verdad. Ya no recuerdo cómo me contó que logró ubicarlo, a él y a mis tres primas. No había sido hijo de una aventura y nada más. Eran seis los años que habían compartido mi padre y su mamá. Un día sintió, que a quien debía conocer era a mí.  Lo amé desde el primer momento. Fue verlo y que todo recobrase un sentido. Verlo y confirmar que un hermano podía ser también un amigo, un par, un confidente. Ambos nos sentimos desde el comienzo almas gemelas. No existían secretos entre nosotros, nos adorábamos. Disfrutábamos de cada instante juntos. Todo se convirtió en un antes y un después de ese encuentro, ya nada nos iba a separar. Nadie podría imaginarlo... Mi hermano menor, nunca lo quiso conocer. Fue su decisión. Yo le insistí en que lo hiciera durante ocho años. Jorge sin embargo, tenía pensado darle todo el tiempo necesario.
Tal vez fui yo la verdadera víctima de todo...
Me encerraron.
Casi no podía soportar la vida ante la sola idea de no verlo nunca más. Desde aquel dieciséis de abril en que supe que había abrazado un tren, sentí que una mitad me faltaba.¿Podría con el tiempo superar, camuflar tanto dolor y dejarlo por fin descansar? Era mi hermano, mi espejo, mi mejor amigo. Habíamos sido tan felices desde el primer encuentro... No había nada que opacase el brillo que juntos emanábamos. ¿Podrá alguien hacerme entender, que fue él, quien decidió a sus cuarenta y dos años, aquella fatídica tarde de abril, terminar sus días en aquellas vías? Fue exactamente veinte años y dos días después de la muerte de mi padre. El que él no llegó a conocer jamás.
Un mes después, junto a Ciru, Cass, Fiorella y Álvaro, pactamos un "intercharqueando". Había que cruzar el río, llegar a Montevideo. Sentí que Jorge me permitía continuar viviendo...
Teníamos una gran sintonía alcanzada a través de nuestros escritos. Todos nos leíamos. Todos escribíamos. La magia del mundo cibernético que une tanto como aisla... Antes de vernos, sabíamos prácticamente todo, el uno del otro. Yo con la poca energía que me quedaba logré impulsar el encuentro. Fue muy emotivo y movilizante, porque las distancias suelen desfigurar la realidad y fomentar la utopía. No fue así. Mientras el tiempo transcurría y se acercaba la hora de la despedida. Dolía por anticipado. Con Álvaro fue un "hasta pronto" con un nudo en la garganta. Me había pedido no abriese los regalos, ni leyese las dedicatorias hasta hallarme embarcada. Ciru viajaba conmigo. Hubo lágrimas. Más lágrimas. Las dedicatorias, los libros y el disco "Sansueña", decían mucho más de lo que yo ya sentía. Sin embargo él, desde un principio, decía no extrañarme, porque desde aquel momento me llevaba en su corazón, y afirmaba que estábamos unidos por hilos invisibles... En los dos años posteriores a la muerte de mi hermano, nunca dejó de llamarme cada noche. Siempre supo todo lo que me pasaba, todo lo que me tocó transitar.
A los siete días de regresar del viaje fue la internación. 

-¿Entonces vos considerás que esa internación fue innecesaria? -me preguntó Claudia, como dudando de mi postura.
-Sé que estaba muy acelerada pero yo había justamente viajado a Mar del Plata por eso, para descansar en lo de mi amigo Fer. Quería caminar, caminar para descomprimir, para pensar. Para cesar de pensar. Empecé a tener encuentros muy simbólicos. Era como si estuviese más despierta... Hubo una iglesia, un auto blanco y una rama. Me apuntaron y me dijeron "si hasta ahí lo había ido a buscar". Hubo alguien que también me zamarreó y me preguntó si me había arrepentido ya... La empleada del locutorio de la terminal se llamaba Gloria, me dio una lapicera que un chico "muy apurado y angustiado" le había dejado para mí... Era la misma lapicera que Gabriel y yo, uno de los integrantes de la banda, usábamos siempre... Logré desde un locutorio escribirle a Álvaro y contarle lo ocurrido. Algo muy fuerte ya nos unía. Al entrar al casino, el señor de seguridad me dice: "con el día que pasaste, piba, hoy la banca la hacés saltar". No era fácil mantener la cordura.
-No, me respondió Claudia.
-La noche había entrado hacía varias horas. Seguí caminando, no encontraba disponibilidad en ningún hotel. Caminaba y veía claramente hacia adelante, hacia atrás... Comprendía todo, pero necesitaba descansar. ¿Hola?, me dijo un hombre joven por la calle. Hola, le respondí yo. ¿Necesitás algo?, me preguntó. Un locutorio abierto y además no tengo monedas, le contesté. Yo te presto, me dijo, y fuimos hacia un kiosco con locutorio a llamar a mi mamá. Me pasaba que a todos los reconocía mirándolos fijo a los ojos, y así sabía si me estaban diciendo la verdad. Hasta el momento no había errado. Confié y me dejé acompañar. No encontraba casas de cambio abiertas, tenía solo cincuenta euros. Para ese entonces todavía estaba en la embajada. Mi mamá solo gritaba y lloraba .Era imposible explicarle algo. Es ahí cuando confiando en los ojos de aquel hombre decidí aceptar, subir a su departamento y esperar hasta el horario del próximo ómnibus a Buenos Aires. Sé que fue algo inconsciente de mi parte... Sin embargo en medio del llanto de mi madre, creí escuchar que mi hermano ya había partido para Mar del Plata en mi búsqueda. No era simple explicarle las coordenadas, para que me pudieran ubicar. En Mar del Plata la mayoría de las calles no tienen nombre. Eso le intenté aclarar. Pero no me escuchaba, solo gritaba. Cuando sonó el timbre del departamento de este hombre, lo último que le escuché decir fue "tu familia te va a traicionar, no digas que no te avisé". Abrió la puerta y eran: mi hermano, su novia y la policía. Me asusté muchísimo. Comencé a temblar. No comprendía nada. Yo había tomado un día de vacaciones más, no era que pensaba faltar al trabajo, que estaba perdida, por eso ese lunes había decidido pasarlo en Mar del Plata, que podía ofrecerme mucho más que la ciudad. En vano y tal vez verborrágicamente, intenté poner a mi hermano y a Laura al tanto de todos los hechos. No valía la pena. Por todo era acusada conmigo misma. Temía por esa ruta de regreso. Ya eran varias las desgracias... Quizás por eso les hablaba, les contaba detalladamente todo. Pero claro, para ellos que tan poco conocían de mi vida, ese todo pasó a ser una fábula. ¿Quién es Fernando?, ¿qué es eso de que escribís?, ¿cómo que estás en contacto con la madre de ese tipo?, se refería a Jorgito. Te dejó así la psicosis de Claudio, aseveró mi hermano con la aprobación de su novia psicoanalista. Claudio, justamente Claudio, el ser que más he amado. Desde los dieciocho años. Desde que fue mi médico, el de mi nona, mi marido. Tanto más... Yo era inocente. Era víctima del padecer que me inventarían. A partir de ahí fue el horror, el encierro, rodeada de almas desoladas, sin rumbo, con miedo a todo. A la vida misma. Aliento químico, anfetamínico, inventado para vendernos felicidades exógenas. Sin embargo, a pesar de que mi imagen se desdibujaba ante la existencia de un diagnóstico erróneo que mi familia apoyaba, existía la promesa de un después: retomar las riendas de mi propia vida. Cuando las toman por nosotros no es simple y para mí tampoco lo fue. El encierro hermana, y después se sienten las ausencias. ¿Sería muy difícil desembarazarse de tanto rótulo, de tanta etiqueta adquirida? ¿Volvería a confiar en mí misma? Muchos ahí dentro pensaban en la muerte como única salida. Cada despertar era un tormento. Bastaba con un primer paso para avanzar, porque no avanzar también era retroceder.
-Por hoy es suficiente, gracias. La próxima vez hablaremos de lo que pasó en "Moravia", y por qué si no coincidís con el diagnóstico, el episodio se repitió - cerró la sesión Claudia.

No la dejé terminar. Urgía defenderme.

-El episodio no se repitió. Eso solo fue lo que dijo mi familia. Yo estaba rindiendo diez exámenes. Diez. Tenía toda mi energía puesta en eso. Estaba obteniendo excelentes notas. Eso también lo tomaron como síntoma de manía. Estudiaba todo el año, cada tarde. No me hacía falta ni repasar para los finales. No entendieron nada. El estado de estrés en el que yo estaba cuando llegó la ambulancia, era por el maltrato de mi hermano. Me encerró apenas entró. No quiero detallarte el resto. Ya lo sabés, Claudia. Estaba tan feliz. Casi llegaba a mi meta. La mitad de la carrera totalmente aprobada.
Entre medio del caos que fue mi casa hasta que llegaron los enfermeros, porque ni un médico vino, Nicolás telefónicamente, me decía que no me podía atender ese mismo día. Que no me podía evaluar. Que hacía dos años que no me veía. Y mi familia decidió no esperar. ¡Yo le supliqué tanto, Claudia!
Sin embargo, continuó negándose. Recuerdo que le dije, ya sabés que me van a internar, y sabés también los dos años que me costó salir adelante la última vez cuando mi médico eras vos. Pero nada. Su no era rotundo. Me ofreció un turno para el lunes a las diez de la mañana. Era viernes. Era tarde.

20 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXX)

Son las siete de la mañana. Como cada día desde hace un tiempo, suena un mensaje desde España. Es Carlos. Cuesta creer que unas letras atraviesen el océano y provoquen un sonido, aquí, allá...
Sería más sencillo poner el despertador que no tengo, o la alarma del celular que no escucho. Entonces llega ese mensaje de Zaragoza, que insiste, que sí me despierta. Que ya no sé si pedí o me ofrecieron...
Creo que me lo ofrecieron cuando me quejé. Sí, de quedarme dormida y casi no llegar a zambullirme en el quinto subte que debo dejar pasar, para lograr subirme a uno, y llegar a las nueve a Plaza de Mayo.
Antes de salir es ritual el mate y el jugo de naranjas, y desde hace un tiempo el kriya casero: las respiraciones cortas de cada mañana que inician el día. Retengo dos, inspiro en cuatro, retengo en cuatro, exhalo en seis, que me enseñaron en "El arte de vivir".
Los miércoles a la noche nos encontramos para hacer el satsang todos juntos. 
Llego a Plaza de Mayo, camino por Perú, ya los artesanos acomodan sus objetos, a la espera de la primera venta. Ellos también comienzan su semana. Son más libres, ven el cielo. Elecciones de vida...
Doblo por Avenida de Mayo. Es lunes. Elijo las flores. Si no son macetillas, son margaritas de varios colores. Mi jefe quiere flores.
Pueden faltar muchas cosas en el despacho, pero nunca las flores...
La dueña del puesto me augura buena semana, y yo a ella.
En el ascensor está Betty. Conoce de memoria los pisos a los que vamos.
Llego y miro el río, hacia la otra orilla, hacia mi paisito del alma. Respiro bien profundo. Abro mi libreta, buscando hacer el sentimiento letras. Suena Trumpet, Vivaldi, Albinoni, Mozart...
Desde hace mucho, solo se trata de estar. De estar para lo que haga falta. Hace tiempo que recurro a mi imaginación para pasar las horas.
Enciendo mi ordenador. Necesito saber quien está del otro lado.
Qué esperar. Qué sentir. ¿El cotidiano me deparará algo nuevo? Me lo pregunto desde la mesa de este bar, Soraya, son las dos de la tarde, y una vez más me detengo un par de horas en la previa a la terapia. Aquí inicio otros nuevos cinco días, a pasar, a vivir, aunque no cese de preguntarme si seré capaz, si seré feliz, si hay algo que pueda hacer para variar mi vida, o debo esperar que los cambios vengan solos, agradeciendo este presente.
A veces me pregunto qué pasaría si no estuvieran las flores...

13 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXIX)


Caminos

Confluyen en mí, la suma de ayeres.
Sin embargo el tiempo se bifurca hacia incontables futuros posibles
porque es solamente en el presente que los hechos ocurren...
Pienso en una trama de tiempos que se aproxima
un viaje quizás
Desplazarme de mi lugar de siempre
que no se convierta en obsesión
porque las ganas desbordan
El paisito siempre me espera
y también mi Sur
pero son muchos los kilómetros que nos separan
Tener las fuerzas y las ganas
que no me abandonen
Que todo sea disfrute
Que desaparezca la abulia
Sin premoniciones
Y pienso en el presente
alejando el pensamiento del futuro
como si fuera tentación
Ruego cada mañana y repito mantras
intentando alejar la agitación
la preocupación.
Sin tormentos
sin confusiones
ni desesperación o apuros inventados
Porque nada urge
y sin embargo
cuesta el instante mismo

El diecisiete de enero serán exactamente dos años de mi regreso al afuera.
Al comienzo no me sentí extraña. Recuerdo que en una de mis primeras salidas, decidí ir a ver a Luciana en su horario de almuerzo, y nos deleitamos con uno de nuestros rituales: los sandwiches de salmón. A ella también mi familia la había tratado muy mal, y no la dejaron tampoco visitarme. El único autorizado era mi amigo Luciano, y el día que le tocaba ir lo olvidó...
Ella me había traído un mate de cerámica de sus vacaciones en La Lucila del Mar, que decía "estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo", una hermosa frase de "El amenazado" de Borges.
Regresé a pie. Me quedé en casa. Las primeras noches venía mi hermano a quedarse conmigo. Luego pactamos que podía dormir sola.
No sé cuando fue que comenzó el pánico. Nuevamente el pánico, como la otra vez. Como cuando caminaba ochenta cuadras al regreso de lo de Nicolás, para que se hiciese la noche.
Recuerdo un día que Silvia, mi psiquiatra, me preguntó si me lograba concentrar en los libros. Le respondí que sí, que totalmente, casi exclamándolo, como si eso estuviese descartado de poder ocurrir.
Me presenté a tres materias en febrero, y saqué el puntaje máximo. Los médicos estaban sorprendidos, pero recuerdo muy especialmente que Carolina, la profesora de Griego, me preguntó si me sentía bien. Le dije que sí,  que no se preocupara, que solo me había puesto algo nerviosa.
Di también "Contextos socio-culturales", la materia que tenía que rendir el día que mi hermano y mi mamá entraron a mi casa por la fuerza.
En esos primeros tiempos, regresaba a casa, hablaba por teléfono, me reencontré con alguna gente, actualizaba mi blog, y el veintitrés de enero por ejemplo le dediqué un escrito a uno de mis escritores más amados, Mario Levrero. Hubiera sido su cumpleaños número setenta y tres.

Hoy el día es de él. Ineludible.
Bajo el gobierno de Urano y Saturno, hace setenta y tres años, nació un señor que yo iba a querer mucho, conocerlo otro tanto, aunque seguramente no nos hayamos cruzado nunca. Y si digo seguramente y no lo afirmo es porque vivió también en Buenos Aires y quién podría discutirlo...  
Acaso no son a veces los escritores nuestros mejores amigos... 
Habitó Colonia y sus tiempos, Montevideo, y creo que no era muy devoto de los aviones. Tenía un tema con las palomas, la tecnología, con las horas sin dormir y los espacios, lo vacío o lleno de sus discursos; el vínculo entre una buena caligrafía y un supuesto orden psicológico. Siento que siempre buscó la paz. Ignoro si alguien le dijo que vino a regalarnos tantos momentos de buena literatura. Cuántos lo consideraron luminoso. Cuánto nos regaló en su primera persona. Cuánto nos hizo reír su detective.
Hace muy poco, la causalidad, la amistad, hicieron que supiese que su casa de Colonia era hoy posada y tardé en llegar lo que el barco y las seis o nueve habitaciones disponibles lo permitieron. 
He charlado con sus vecinos (sus casi biógrafos) y mucho antes, abrazado fuerte a su hijo -al de siempre-, y al del corazón. He recorrido infinidad de estanterías buscando sus huellas, preguntado siempre por él, desde que nos conocemos, desde el año 2010.
Fue por ahí, por un rincón de Tristán que nos cruzamos. Quedan pocas páginas por encontrar. Mucho por releer. Algunos consideran que eso es un lujo a celebrar.
Recuerdo cómo un "Larga vida a Onetti" terminó siendo "Levrero Luminoso", con los ojos llenos de lágrimas de Marcial, su primer editor. 
El jueves próximo, un juego propuso la página cincuenta y tres del libro en el que estemos sumergidos, y a pesar de "La Eneida", mi verdad tiene que ver con "El alma de Gardel".
Sé que me enamoré sin retorno desde "Dejen todo en mis manos",  y que también supe esa tarde montevideana, con mi ventana que miraba al Solís, que sería para siempre. 
Aún escucho tus palabras: y eso que no has descubierto "La máquina de pensar en Gladys". Y entonces me traslado a Luján, a un 57 para charlar un ratito con vos, Jorgito, y entro en "El Sótano", para saber mucho tiempo después que ese había sido tu hallazgo y tu enojo, Nico. Aunque en aquellos primeros cafés de "La Paz", recuerdo que dijiste inmediatamente "Gelatina".
Hoy es su día. 

Pero ocurrió como en el año 2008, después de la inesperada muerte de Jorgito. Pasaban los días y se incrementaba el miedo. A todo. Ya no me concentraba en los libros. Tomé aquella pregunta de Silvia como un mal presagio. Quizás si no lo hubiera dicho...
Tampoco sabía sobre qué escribir, y lo peor, lo que menos deseaba que se repitiese, el miedo a estar sola en casa comenzó a aparecer. Me resultaba imposible siquiera recordar cómo había salido adelante la vez anterior. Porque no hay raciocinio que valga.
Era un temor a todo, que te toma por completo. Se manifiesta al inicio con sequedad en la boca, nudos por dentro, respiración agitada, pensamientos acelerados, velocidad abismal para realizar cualquier cosa y un temblor inmanejable. Es imposible poder pensar en otra cosa que no sea en salir de ese estado cuanto antes y como sea.  Le sigue el miedo a que vuelva a ocurrir y se relacionan los lugares, las situaciones...

-¿Cómo llenar una hora de mi tiempo? -pregunté muchas veces a todos los que se encargaban de mi tratamiento. No sé cómo llenar una hora de mi tiempo. Me siento fuera del mundo. Despersonalizada. Intento recordar qué hice de mi vida hasta ahora y nada me atrae, ni mucho menos me tranquiliza. La propia tribulación no cesa, aunque esté mirando una película, intentando leer, o en una conversación con alguien.


Cuando llegó el mes de mayo de este año y comencé a atenderme con Lucas, supo justificarme muchos de esos síntomas. No podía creer que con la cantidad de medicación que ingería, trabajase y fuese todos los días a la facultad...
Mi paso por el Sagrado Corazón fue como un trance. Pocas cosas recuerdo.
Eso sí, no puedo olvidar que las cuatro materias en las que me había anotado, me resultaban imposibles de asimilar. Sin embargo, me comparaba con el resto y les pasaba algo muy parecido, lo que me serenaba un poco. Un día, ya ni recuerdo cuándo, le mandé un mail a la Directora de Carrera agradeciéndole por todo. Había ido con mis equivalencias de un profesor a otro. Cuando cesamos con la tarea, aunque pareciese increíble, desistí.
Me hice amiga de tres bares. Es en ellos donde más escribo: "Soraya" en Cabildo y Olleros, antes de entrar los lunes a mi sesión con Claudia, mi terapeuta, donde jamás ceso de escribir. Las palabras fluyen, la mano cobra velocidad...
Me atiende siempre la misma moza, ya sabe cuál es mi pedido. El otro día me quedé sin lapicera, y a pesar de que se retiraba me dejó la suya. Estuve más inspirada que nunca. "Cómo no te la voy a dejar si sé que venís a escribir todos los lunes", me dijo.
Los viernes voy a ver a Lucas. En la esquina de su consultorio tengo otro bar amigo "Sofía". Él se sorprende que en quince o veinte minutos de café, siempre llegué con algo escrito en borrador, más todo lo impreso.
Siempre y en cada sesión leemos todo lo que escribí durante la semana. Él, al inicio, se encargó de limpiar mi organismo. Según me dijo, estaba intoxicada de remedios. Al principio iba con miedo, a ver qué pastilla me retiraba esa vez, porque a pesar de la necesaria reducción, había una abstinencia. Así estuvimos meses. Siempre al principio me negaba y después aceptaba. Afortunadamente nunca se equivocó. Fue retirando lenta y paulatinamente hasta dejarme con el mínimo. Me aseguró que sería en diciembre que llegaríamos a una buena instancia.
En junio, destruida como estaba, y en pleno mundial 2014, recurrí a "El arte de vivir". También me lo sugirió Lucas. "A algunos pacientes míos les hizo muy bien", me dijo. "Te enseñan a respirar".
Fue un curso de cuatro días que durante el tiempo que duró estuve siempre a punto de dejar. Las posturas, las respiraciones, la concentración que piden al ciento por ciento, y yo adormentada.
Se le sumaba el proyecto "Manos que dan". Salíamos a dar de comer a la gente de la calle. No era para mi estado de aquel entonces, pero contra todo lo predecible, fue Rodo, el instructor, el que me aseguró varias veces que confiaba en mí y me lo repitió durante todos los días que duró el curso. Soy la única del grupo que continúa yendo. Estoy en la sede cada miércoles, en "Uri" como la llaman ellos, para hacer todos juntos el "satsang", y respirando todas las mañanas quince minutos antes de salir de casa.
Rodo está en La India hace meses. Nuestro grupo fue el último que coordinó. Hace unas semanas me envió una medallita desde allá para que esté conmigo.
Fue en agosto, que pude de verdad empezar a escribir nuevamente. Hasta entonces eran solo intentos. Solo prosa poética muy laberíntica. Eran exorcismos, casi vómitos de todos mis estados. También decidí seguir el consejo de Lucas, de buscarme un entrenador. Casi por casualidad me reencontré con Helen, nos habíamos conocido el año anterior en la Iglesia de Loreto. Íbamos todos los viernes a un grupo y habíamos sido bastante unidas. Desde que comenzamos, como dice ella, "tengo asistencia perfecta": cada martes, cada jueves y cada sábado. Dos horas cada vez.
Llega el final de otro año. Me espera un mar de sal en pocos días. Voy a estar un poco sola y un poco acompañada.
No es un desafío, siento que lo preciso.
Desde aquella vez con Luciana en Atlántida no volví a viajar, excepto los días de "ensayo" con Antonella en Uruguay.
Lucas dice que estoy preparada. Que aunque no nos veamos por un mes, voy a estar bien. Que estoy habituada a "esperar" en mi vida. Que puedo llamarlo por cualquier cosa y en cualquier momento. Así nos despedimos.
Miriam que me ha ayudado tanto, y es capaz de percibir las cosas sin que uno se las cuente, piensa lo mismo. La conocí casi por casualidad y no cesan las coincidencias. Ella habla de causalidades. Es montevideana, vive la mitad del tiempo en Rodríguez, lo descubrimos juntas mientras leíamos el capítulo donde te cuento, Ruth de mi corazón, por qué omití decirte qué estación había escogido mi hermano.
Mi tercer bar amigo es "Varela Varelita", en la esquina de Paraguay y Scalabrini. Ahí no soy la única que se sienta a escribir. Está lleno de escritores y cineastas. Un clásico de Palermo. Hace pocos días entré en crisis al llegar una tarde a casa, y faltaban muchas horas para la noche. Salí con mi cuaderno y "Varela Varelita" transformó mi ansiedad en tres capítulos de esta historia.

7 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXVIII)

Solo al mes surgió Andares.

Oscilo flotando buscando tomar pertenencia de mi espacio.
Sentimientos intrincados. Vacío. Silencios que no cesan, palabras que no salen; cuesta decirlas, cuesta escribirlas.
Augurios. Esperas.
Temores, andares. He escuchado tanto, y sin embargo...
Cómo se entromete el enemigo, el temor feroz, las horas infinitas, los minutos que no avanzan y a la vez retroceden, hacia pensares muy lejanos, a otros tiempos, a otras orillas. Cuando era otra, cuando bastaba con ser uno mismo.
Te quiero cerca, independiente, poco memoriosa para lo que vale olvidar. Más fuerte. Disfrutando del instante mismo.
Cómo marcó el destino, por donde estará la calle de salida. Si estaremos haciendo las cosas bien, si vale el cambio. ¿Cómo? ¿Hacia dónde?
Ahoga mis días tu silencio. Tus no aprendidos de memoria, que eluden los por si acaso. Los propios. Los menos admisibles. Los que cuesta trascender; superar. La despersonalización, el desdoblaje.
Extraño tu mirada, tus manos; los imprevistos que tanto cuesta sobrellevar. La rutina que es tedio y desespera.
Escucho tu silencio, la ausencia de tu huella par, la cantidad de horas que han completado esta pausa aún sin fin.
En octubre logré cumplir con lo que me venían sugiriendo. Y empecé a sacar de adentro una historia a la que bauticé "Km5". Fue el km desde donde Claudio partió para siempre. Y también años atrás, el que me había deparado un año de mucha angustia, de mucha inestabilidad. Él, que no quería volver a Buenos Aires a pesar de que me lo había prometido antes de que yo viajase a socorrerlo nuevamente en una de sus depresiones. Sino que estaba Viviana, siempre en el medio. Una mujer que me llevaba diez años, que había estado con él en mi ausencia y que no dejaba de intentar recuperarlo.
La consigna que nos habían dado en el taller, era la de un policial, y automáticamente había pensado en ella. 
Los viernes eran los días de escritura. De terapia y de escritura. Ambas cosas me ponían de muy buen humor, siempre y cuando también supiese que ya tenía también programados mis espacios del fin de semana.
Para el policial me basé en todo lo que me hizo sufrir durante ese período, y en cuánto hubiera deseado hacerla desaparecer del modo que fuese. Me imaginé matándola. Necesitaba escribir un policial y no un relato de rivalidades.
En octubre también logré volver a Uruguay con mi amiga Antonella. Al mismo hotel donde había prácticamente vivido en junio de 2010. Tengo un cariño muy especial por ese lugar. Pedí la ventana que miraba al Teatro Solís. Fueron solo tres días, pero cumplí mis propósitos. Antes que nada, despedir e iniciar mi cumpleaños en tierra oriental, visitar el lugar donde descansa el maestro Benedetti, y sobre todo volver a mi paisito anaranjado, junto a mi amiga. Al regresar del cementerio, me fui a su bar y comencé a escribir "Montevideando". Ya le había dejado una carta a él, junto a unos liriums naranjas.

Montevideando

San José y Michelini, dieciséis horas. Escribo. Trato de plasmar tanto y tan sentido en el papel.
La mezcla de sentimientos; el alboroto inicial. Los miedos. Las previas.
Lo que significás para mí, paisito de mi alma.
Quién dirá por qué te quiero tanto. Te lo pregunto desde la mesa del maestro en el San Rafael, a metros del departamento que ocupabas con Luz, el amor de tu vida. Tu eterna compañera.
Quién pudiera asegurarme que alguna vez va a ser así... Que caminare nuevamente de a dos. Que no todo haya sido pasado...
Vengo de verte, Mario. Me costó encontrarte esta vez, pero cuantos más tropiezos tuve, mas me obstiné.
Me dirigí al Cementerio Central sin liliums naranjas, con esas flores que se parecen al amancay. Al principio con algo de incertidumbre...
No era ahí. Lo supe apenas entré.
No dudé en buscar un auto, ante la inseguridad del camino cierto, y después de mucho andar, llegué al Buceo donde sí era, pero tampoco estabas. Ahí supe que ahora descansás junto a Luz, en el segundo cuerpo del Central, en el número 148.
Acabo de llegar de dejarte las flores y una carta. No, no te conté todo...
Te conté de eso de no querer vivir más de hace un tiempo, o de no saber qué hacer con las horas, del amor y la tierra que no fueron.
Porque hacía mucho que no te veía, y ni vos, mi amada Montevideo, supiste todo lo que tocó vivir hasta volverte a encontrar.
El encierro y las lágrimas; el vacío. El dolor, el temor por todo; la angustia infinita que parecía no cesar. Solo viva en el recuerdo.
Ay maestro, gracias. Llegué. Estuve. Pude.
Tu tierra no fue la mía, a pesar del amor incondicional y del amor.
Nunca supe más de él. Como si lo vivido hubiese sido imaginación, ensueño...
No sé si las calles y tu mesa me han recordado. Si sentiste hoy mis flores y mi empeño. Promesa hecha desde que te fuiste aquel diecisiete de mayo de 2009.
Después de dos años vuelvo aquí y casi no te encuentro. Llevo el día recorriendo entre ésta tu nueva morada, y el lugar donde charlamos la última vez...
Si estás en el cielo descansando en paz, no te molesto.
Si estás aún cerca nuestro, te pido fuerzas para seguir.
Quiero volver a esta tu tierra; siempre.
  

2 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXVII)

En agosto ya llevaba tres meses con mi nuevo psiquiatra. Tres meses reduciendo medicación. Tres meses duros, en los que había abandonado nuevamente la carrera. La había empezado en marzo en el Sagrado Corazón, sin mayores expectativas. Lo intuí.
A partir de mis palabras, tanto él, mi psiquiatra, como ella, mi analista, continuaron insistiendo con los escritos.
Cada lunes lograba al menos llevarle uno a ella, y leérselo también a él, a Lucas, los días viernes.
También me reconcilié con las mesas de los bares.
Había apreciado mucho toda la dedicación de Silvia, pero en mayo de este año, decidí dejarla.
La prepaga otorga otra interconsulta y lo hace con alguien del equipo que previsiblemente opinó lo mismo que mi médica tratante, y sugirió todo el vademecum para concluir, en que lo mejor era volver a uno de los medicamentos que me habían dado en la clínica.
Fue un total retroceso.
Un día me atreví a cambiar por un médico particular. La idea era conseguir alguien que me fuese retirando de a poco la medicación, como había hecho Nicolás, como hizo también Claudio antes de morir con su "bancate la abstinencia".
Si aquella vez funcionó, por qué esta vez no, me repitió mi amiga Antonella hasta el cansancio.
Con Antonella nos volvimos a ver casi un año después.
Habían existido muchos agravios de mi familia hacia ella, y pasaron más de dos años hasta que le pidieron disculpas. No solo no la dejaron ir a verme, sino que pusieron en su boca cosas que ella no dijo. Ella sí les repetía que yo esta vez no los iba a poder perdonar, y asevera que no le quedó nada por decirles.
Antonella tenía su departamento preparado para recibirme el día que tardé en salir de casa y no pude llegar...
Yo le había contado que me veía venir algo raro, que me habían mandado a un colega psicólogo de mi trabajo a mi casa, después de rendir la última materia que pude dar, y que me había obligado a llamar a mi ex psiquiatra Nicolás a las doce de la noche, a pesar de que hacía dos años que Nicolás ya no me trataba. Antonella también tuvo un mal presentimiento. Nicolás me dio sin embargo un turno telefónico para las catorce horas del día siguiente. Pero sería tarde.
Con Antonella al comienzo nos veíamos en secreto. Yo, si me preguntaban, siempre estaba con la gente de "Fubipa", pero me parecía una falta de respeto hacia ella y su incondicionalidad. Así que un día me atreví y hablé con mi madre.
Antonella inventó "los martes cine", y fue con la primer persona que me animé a volver a ver una película, la tercera parte de "Antes del amanecer".
Era un desafío que me había planteado Débora, la psicóloga de entonces: salir de la propia película por un lapso de tiempo. Una especie de ejercicio de concentración.
Después me acompañó Santiago. Luego Luis. Comenzó a ser asiduo ir al cine con los pocos amigos que me rodeaban.
Eso al menos podía hacerlo, aunque al poco tiempo me di cuenta que así como las veía, las olvidaba.
Los "martes cine" eran en la casa de Antonella. Ella me esperaba a la salida del trabajo, intentábamos siestas, tomábamos tés de durazno y mirábamos películas.
Antes de que se vencieran los pasajes a Colonia, los que no habíamos podido utilizar en año nuevo, decidimos un diez de noviembre, usarlos. "Ensayar" y viajar.
Fue un paso adelante, aunque yo fui muy contrariada porque la tercer psicóloga de la lista me abandonaba. Argumentó lo que más me conflictuó, yo no correspondía a su "casuística".
Me lo dijo la noche anterior al viaje. Esa noche no dormí y luego temía que el episodio se repitiese.
Nada de lo que me ocurría me sorprendía. Lo que desconocía era cómo terminar de salir. De avanzar.

Agosto trajo esto:
Distancias
(Inspirado en cronopios cortazarianos)
                       "y que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas"

Él es perfecto. La compañía perfecta. La palabra justa.
Siempre está; presente. Jamás olvidará un cumpleaños ni un aniversario. Para él lo eres todo. Y él para ti también. No hay obstáculos. No hay desencuentros.
Ambos coordinan sus relojes para estar. Siempre.
Cuesta la distancia. Sí que cuesta.
No hay navidades ni fines de semana juntos, ni siestas de domingo. No hay caminatas al sol, ni helados compartidos.
Falta su olor, su música, sus rabietas, su amigos que quizás ni conoces.
Cada minuto compartido es tan preciado como asfixiante, porque sabemos que pronto cesará, que vendrá un nuevo adiós. Que habrá muchos amaneceres solos y muchas noches de nostalgia.

Lacrados
Y son huellas; en la memoria y en el corazón. Lacrados.
Dejan cicatriz. No se regresa al anterior estado.
Y pienso en Gallo y en todo ese grupo de gente con tanta historia común, y sin embargo tan ajenos.
Cuando tocaba mirar el ayer por una ventana y llorar pasados. En vos, Daniel.
Esmeralda y Viamonte, nunca, nunca más podré dejar de escribirte y de contarte lo feliz que fui, a pesar del fin. Los dos mejores años en muchos, entre esas paredes de donde me robaron, adonde no pude llegar aquel seis de diciembre. 
Y hoy toca sentirme y sentirte, y llorarte. Porque no habrá regreso y sí añoranza.
Y floté el ayer en una punta en el este y los naranjas me colmaron la mirada y los poemas llenaron el corazón.
Donde nací. Donde me juré volver: Arenales. Donde aún a pesar de tantos años transcurridos el sueño no se ha cumplido.
Suipacha y los conejitos cortazarianos, que me son imposibles de no pensar al transitarte. Ese cuento que marcó tantos inicios...
La Spezia en aquel año 2000 que vaticinaba muchos regresos y no fue así. Monterosso Vernazza. Los colores de esa luz.
Y tus palabras, Isa, en aquel tren en la Bourgogne. Y cuánto intentabas ayudarme en que pusiese fin , pero sin embargo no pude y fue ese el año clave. Un hijo que nos separaría para siempre...
Aún lo ignoraba.
Hubo muchos trenes al oeste para encontrar el sol, Máximo de mi corazón. Y tus muchos "me hacés falta Rouch".
Tantas tardes de domingo con saxos hechos tango. Hoy ya sos feliz. Sin mí.
Las sales del este, del aire, del sol. Cantidades de papel en libros montevideanos. Tanta sincronicidad. Tanta alegría de por fin tenerte. Un sueño realizado.

Abriles
Y te fuiste en abril, igual que él, que sí supo de vos, como vos no supiste de él hasta después de tanto.
Y fue así que costó y cúanto.
Fue encuentro. Fue comunión; de almas…
Y te dejo ir y me acerco. Y te pienso, te tengo, te traigo. Te hablo, te imploro, me alejo, y sin embargo…
Eligieron abril. Sí, en abril siempre pasan cosas.
No supe jamás ni intuí que así sería y sin embargo…
En ese llamado no era necesario que me dijesen la decisión que habías tomado. Le imploré lo callase. Ya lo sabía. Como supe de vos en dos líneas de un teléfono olvidado, que reclamaba un te extraño: él ya no está, se fue, descansa en paz.
Y por qué te pienso, te tengo, te traigo. Por qué no te suelto, ya no te lloro ni reclamo. Simplemente te extraño.

Almas
Iba a tratarse de tantas cosas, de futuros imprevistos, de suma de caminos que condujeron a sitios impensados. Se iría él. Sí, al principio lo querías para vos sola y por eso pudiste tolerar la separación con tan solo seis años.
Más tarde se iría para siempre, y ahí sería más tuyo que nunca antes.
Imploraste soñarlo al menos, y tuvieron un pequeño encuentro en un sueño donde intentarías saber por qué no lo había reconocido. Por qué tuviste que saber de tu hermano mayor, aquel ser adorable, a los veintinueve años. 
Le contaste de él, de los parecidos que encontrarías entre ambos, de ese amor que te marcó la vida y que también partió tan pronto. Del vacío, de la soledad hecha carne, después de tanto. 
De la pérdida irremediable de aquel catorce de abril.
Pesarían las horas. Los instantes infinitos. Porque no fue fácil y no lo es, y me dan ganas de abrazarte y decirte que estoy contigo, que no te asustes porque vamos a estar juntas, aunque a veces no nos baste y necesitemos de un otro.
Te diría que evites conocerlo...
No, no te lo diría.
Se quisieron con el alma.

Abismos
La invadió la nada. La dificultad de ser. Como nunca antes. Como jamás hasta ahora.
¿Qué hacer? ¿Hacia dónde ir? Las metas prefijadas han ya desaparecido. Carecer de rumbo; abismos.
El rumor permanente. El desvelo. La sinrazón.
Se trata de una búsqueda, la más compleja. Se trata de avanzar sin miedos hacia alguna parte. Se trata de perdonarse y perdonar. De volver a elegir.
Y el sin-rumbo todo lo inunda. Asfixian las horas; la suma de horas vacías que se completan de pensamientos vanos. Vaivén.
Agobia el dolor de los pasados ya vencidos en un presente continuo.

Suma de dolores vanos. Enteros. Que arremeten sigilosos, pendientes, que impiden ser.

 
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