13 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXIX)


Caminos

Confluyen en mí, la suma de ayeres.
Sin embargo el tiempo se bifurca hacia incontables futuros posibles
porque es solamente en el presente que los hechos ocurren...
Pienso en una trama de tiempos que se aproxima
un viaje quizás
Desplazarme de mi lugar de siempre
que no se convierta en obsesión
porque las ganas desbordan
El paisito siempre me espera
y también mi Sur
pero son muchos los kilómetros que nos separan
Tener las fuerzas y las ganas
que no me abandonen
Que todo sea disfrute
Que desaparezca la abulia
Sin premoniciones
Y pienso en el presente
alejando el pensamiento del futuro
como si fuera tentación
Ruego cada mañana y repito mantras
intentando alejar la agitación
la preocupación.
Sin tormentos
sin confusiones
ni desesperación o apuros inventados
Porque nada urge
y sin embargo
cuesta el instante mismo

El diecisiete de enero serán exactamente dos años de mi regreso al afuera.
Al comienzo no me sentí extraña. Recuerdo que en una de mis primeras salidas, decidí ir a ver a Luciana en su horario de almuerzo, y nos deleitamos con uno de nuestros rituales: los sandwiches de salmón. A ella también mi familia la había tratado muy mal, y no la dejaron tampoco visitarme. El único autorizado era mi amigo Luciano, y el día que le tocaba ir lo olvidó...
Ella me había traído un mate de cerámica de sus vacaciones en La Lucila del Mar, que decía "estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo", una hermosa frase de "El amenazado" de Borges.
Regresé a pie. Me quedé en casa. Las primeras noches venía mi hermano a quedarse conmigo. Luego pactamos que podía dormir sola.
No sé cuando fue que comenzó el pánico. Nuevamente el pánico, como la otra vez. Como cuando caminaba ochenta cuadras al regreso de lo de Nicolás, para que se hiciese la noche.
Recuerdo un día que Silvia, mi psiquiatra, me preguntó si me lograba concentrar en los libros. Le respondí que sí, que totalmente, casi exclamándolo, como si eso estuviese descartado de poder ocurrir.
Me presenté a tres materias en febrero, y saqué el puntaje máximo. Los médicos estaban sorprendidos, pero recuerdo muy especialmente que Carolina, la profesora de Griego, me preguntó si me sentía bien. Le dije que sí,  que no se preocupara, que solo me había puesto algo nerviosa.
Di también "Contextos socio-culturales", la materia que tenía que rendir el día que mi hermano y mi mamá entraron a mi casa por la fuerza.
En esos primeros tiempos, regresaba a casa, hablaba por teléfono, me reencontré con alguna gente, actualizaba mi blog, y el veintitrés de enero por ejemplo le dediqué un escrito a uno de mis escritores más amados, Mario Levrero. Hubiera sido su cumpleaños número setenta y tres.

Hoy el día es de él. Ineludible.
Bajo el gobierno de Urano y Saturno, hace setenta y tres años, nació un señor que yo iba a querer mucho, conocerlo otro tanto, aunque seguramente no nos hayamos cruzado nunca. Y si digo seguramente y no lo afirmo es porque vivió también en Buenos Aires y quién podría discutirlo...  
Acaso no son a veces los escritores nuestros mejores amigos... 
Habitó Colonia y sus tiempos, Montevideo, y creo que no era muy devoto de los aviones. Tenía un tema con las palomas, la tecnología, con las horas sin dormir y los espacios, lo vacío o lleno de sus discursos; el vínculo entre una buena caligrafía y un supuesto orden psicológico. Siento que siempre buscó la paz. Ignoro si alguien le dijo que vino a regalarnos tantos momentos de buena literatura. Cuántos lo consideraron luminoso. Cuánto nos regaló en su primera persona. Cuánto nos hizo reír su detective.
Hace muy poco, la causalidad, la amistad, hicieron que supiese que su casa de Colonia era hoy posada y tardé en llegar lo que el barco y las seis o nueve habitaciones disponibles lo permitieron. 
He charlado con sus vecinos (sus casi biógrafos) y mucho antes, abrazado fuerte a su hijo -al de siempre-, y al del corazón. He recorrido infinidad de estanterías buscando sus huellas, preguntado siempre por él, desde que nos conocemos, desde el año 2010.
Fue por ahí, por un rincón de Tristán que nos cruzamos. Quedan pocas páginas por encontrar. Mucho por releer. Algunos consideran que eso es un lujo a celebrar.
Recuerdo cómo un "Larga vida a Onetti" terminó siendo "Levrero Luminoso", con los ojos llenos de lágrimas de Marcial, su primer editor. 
El jueves próximo, un juego propuso la página cincuenta y tres del libro en el que estemos sumergidos, y a pesar de "La Eneida", mi verdad tiene que ver con "El alma de Gardel".
Sé que me enamoré sin retorno desde "Dejen todo en mis manos",  y que también supe esa tarde montevideana, con mi ventana que miraba al Solís, que sería para siempre. 
Aún escucho tus palabras: y eso que no has descubierto "La máquina de pensar en Gladys". Y entonces me traslado a Luján, a un 57 para charlar un ratito con vos, Jorgito, y entro en "El Sótano", para saber mucho tiempo después que ese había sido tu hallazgo y tu enojo, Nico. Aunque en aquellos primeros cafés de "La Paz", recuerdo que dijiste inmediatamente "Gelatina".
Hoy es su día. 

Pero ocurrió como en el año 2008, después de la inesperada muerte de Jorgito. Pasaban los días y se incrementaba el miedo. A todo. Ya no me concentraba en los libros. Tomé aquella pregunta de Silvia como un mal presagio. Quizás si no lo hubiera dicho...
Tampoco sabía sobre qué escribir, y lo peor, lo que menos deseaba que se repitiese, el miedo a estar sola en casa comenzó a aparecer. Me resultaba imposible siquiera recordar cómo había salido adelante la vez anterior. Porque no hay raciocinio que valga.
Era un temor a todo, que te toma por completo. Se manifiesta al inicio con sequedad en la boca, nudos por dentro, respiración agitada, pensamientos acelerados, velocidad abismal para realizar cualquier cosa y un temblor inmanejable. Es imposible poder pensar en otra cosa que no sea en salir de ese estado cuanto antes y como sea.  Le sigue el miedo a que vuelva a ocurrir y se relacionan los lugares, las situaciones...

-¿Cómo llenar una hora de mi tiempo? -pregunté muchas veces a todos los que se encargaban de mi tratamiento. No sé cómo llenar una hora de mi tiempo. Me siento fuera del mundo. Despersonalizada. Intento recordar qué hice de mi vida hasta ahora y nada me atrae, ni mucho menos me tranquiliza. La propia tribulación no cesa, aunque esté mirando una película, intentando leer, o en una conversación con alguien.


Cuando llegó el mes de mayo de este año y comencé a atenderme con Lucas, supo justificarme muchos de esos síntomas. No podía creer que con la cantidad de medicación que ingería, trabajase y fuese todos los días a la facultad...
Mi paso por el Sagrado Corazón fue como un trance. Pocas cosas recuerdo.
Eso sí, no puedo olvidar que las cuatro materias en las que me había anotado, me resultaban imposibles de asimilar. Sin embargo, me comparaba con el resto y les pasaba algo muy parecido, lo que me serenaba un poco. Un día, ya ni recuerdo cuándo, le mandé un mail a la Directora de Carrera agradeciéndole por todo. Había ido con mis equivalencias de un profesor a otro. Cuando cesamos con la tarea, aunque pareciese increíble, desistí.
Me hice amiga de tres bares. Es en ellos donde más escribo: "Soraya" en Cabildo y Olleros, antes de entrar los lunes a mi sesión con Claudia, mi terapeuta, donde jamás ceso de escribir. Las palabras fluyen, la mano cobra velocidad...
Me atiende siempre la misma moza, ya sabe cuál es mi pedido. El otro día me quedé sin lapicera, y a pesar de que se retiraba me dejó la suya. Estuve más inspirada que nunca. "Cómo no te la voy a dejar si sé que venís a escribir todos los lunes", me dijo.
Los viernes voy a ver a Lucas. En la esquina de su consultorio tengo otro bar amigo "Sofía". Él se sorprende que en quince o veinte minutos de café, siempre llegué con algo escrito en borrador, más todo lo impreso.
Siempre y en cada sesión leemos todo lo que escribí durante la semana. Él, al inicio, se encargó de limpiar mi organismo. Según me dijo, estaba intoxicada de remedios. Al principio iba con miedo, a ver qué pastilla me retiraba esa vez, porque a pesar de la necesaria reducción, había una abstinencia. Así estuvimos meses. Siempre al principio me negaba y después aceptaba. Afortunadamente nunca se equivocó. Fue retirando lenta y paulatinamente hasta dejarme con el mínimo. Me aseguró que sería en diciembre que llegaríamos a una buena instancia.
En junio, destruida como estaba, y en pleno mundial 2014, recurrí a "El arte de vivir". También me lo sugirió Lucas. "A algunos pacientes míos les hizo muy bien", me dijo. "Te enseñan a respirar".
Fue un curso de cuatro días que durante el tiempo que duró estuve siempre a punto de dejar. Las posturas, las respiraciones, la concentración que piden al ciento por ciento, y yo adormentada.
Se le sumaba el proyecto "Manos que dan". Salíamos a dar de comer a la gente de la calle. No era para mi estado de aquel entonces, pero contra todo lo predecible, fue Rodo, el instructor, el que me aseguró varias veces que confiaba en mí y me lo repitió durante todos los días que duró el curso. Soy la única del grupo que continúa yendo. Estoy en la sede cada miércoles, en "Uri" como la llaman ellos, para hacer todos juntos el "satsang", y respirando todas las mañanas quince minutos antes de salir de casa.
Rodo está en La India hace meses. Nuestro grupo fue el último que coordinó. Hace unas semanas me envió una medallita desde allá para que esté conmigo.
Fue en agosto, que pude de verdad empezar a escribir nuevamente. Hasta entonces eran solo intentos. Solo prosa poética muy laberíntica. Eran exorcismos, casi vómitos de todos mis estados. También decidí seguir el consejo de Lucas, de buscarme un entrenador. Casi por casualidad me reencontré con Helen, nos habíamos conocido el año anterior en la Iglesia de Loreto. Íbamos todos los viernes a un grupo y habíamos sido bastante unidas. Desde que comenzamos, como dice ella, "tengo asistencia perfecta": cada martes, cada jueves y cada sábado. Dos horas cada vez.
Llega el final de otro año. Me espera un mar de sal en pocos días. Voy a estar un poco sola y un poco acompañada.
No es un desafío, siento que lo preciso.
Desde aquella vez con Luciana en Atlántida no volví a viajar, excepto los días de "ensayo" con Antonella en Uruguay.
Lucas dice que estoy preparada. Que aunque no nos veamos por un mes, voy a estar bien. Que estoy habituada a "esperar" en mi vida. Que puedo llamarlo por cualquier cosa y en cualquier momento. Así nos despedimos.
Miriam que me ha ayudado tanto, y es capaz de percibir las cosas sin que uno se las cuente, piensa lo mismo. La conocí casi por casualidad y no cesan las coincidencias. Ella habla de causalidades. Es montevideana, vive la mitad del tiempo en Rodríguez, lo descubrimos juntas mientras leíamos el capítulo donde te cuento, Ruth de mi corazón, por qué omití decirte qué estación había escogido mi hermano.
Mi tercer bar amigo es "Varela Varelita", en la esquina de Paraguay y Scalabrini. Ahí no soy la única que se sienta a escribir. Está lleno de escritores y cineastas. Un clásico de Palermo. Hace pocos días entré en crisis al llegar una tarde a casa, y faltaban muchas horas para la noche. Salí con mi cuaderno y "Varela Varelita" transformó mi ansiedad en tres capítulos de esta historia.

3 comentarios:

Mª Jesús Muñoz dijo...

Impresionante Rochies...Tu amor a los libros, a los autores...Tus largas crisis,tu afán por unir los tiempos en presente, tu lucha con la ansiedad y los miedos a la soledad...Ese camino largo de la vida, que la vas llenando de letras, que eternizan el recuerdo y lo elevan al universo purificándolo...
Mi felicitación y mi abrazo grande, amiga.
M.Jesús

TORO SALVAJE dijo...

Me gustaría escribir en Varela, Varelita.
Seguro que es un bar magnífico.

Besos.

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