30 de marzo de 2015

La doble identidad (parte XXXI)

Después de "Moravia" no me permitieron volver con Nicolás. Aunque Silvia, la psiquiatra asignada cuando la dejé, supiese ya la historia tanto como Nicolás, hubiera preferido no perder tanto tiempo en narrarla. Nicolás lo había vivido a la par mía, casi inmediatamente después de lo acontecido. Eso era lo que quería evitar: empezar de cero.

-Jorgito era hijo de mi papá, de otro amor, de otra mujer, María Gracia. El rol de padre lo ejercía otro, Luis. La ficción era completa.  Su madre lo mantuvo alejado de la verdad hasta los dieciocho años, edad en que de improviso e intempestivamente lo abrumó con su versión de la historia. Su verdad. La trama, que él recapitularía más tarde de a pedazos, y que no podría completar hasta varios años después, lo hizo abordar los hechos quizás tarde. Mi papá ya no estaba vivo. Él se solía justificar diciendo que "había estado Jorgito a la misma distancia de Salcedo, que Salcedo de Jorgito". Pero le dolía. Yo sé que lo lamentaba. Tarde pero lo lamentaba. En noviembre del noventa y nueve, quiso conocer a sus hermanos. Casi al azar optó por mí, la mayor. Me decía que no había juntado el valor en su momento, las fuerzas, las ganas, la necesidad imperiosa de saberlo todo, de conocer al menos uno de los motivos que justificase tanta mentira, tanto ocultamiento, tanta negación. Tal vez él no fue el culpable, quizás todo recae sobre mi madre, si después de todo me entregó para la crianza a mis abuelos, me supo decir. Le había inventado un padre, una historia que no era, y así sin medir el tamaño de las consecuencias, mientras él miraba una película de mi papá (ignorándolo) había irrumpido diciéndole: acercate a él, es tu verdadero padre... Fueron muchos los años que pasaron hasta que él comenzó a reconstruir su propia historia, esa que le robaron. Que no dejaron ser. A través de algunas revistas que guardaba celosamente, conocía mi rostro y el de mi hermano menor. Coleccionó nuestras fotos, sabía nuestras edades y cumpleaños... Pero fue nuestro tío, el hermano de mi papá, quien le completó la verdad. Ya no recuerdo cómo me contó que logró ubicarlo, a él y a mis tres primas. No había sido hijo de una aventura y nada más. Eran seis los años que habían compartido mi padre y su mamá. Un día sintió, que a quien debía conocer era a mí.  Lo amé desde el primer momento. Fue verlo y que todo recobrase un sentido. Verlo y confirmar que un hermano podía ser también un amigo, un par, un confidente. Ambos nos sentimos desde el comienzo almas gemelas. No existían secretos entre nosotros, nos adorábamos. Disfrutábamos de cada instante juntos. Todo se convirtió en un antes y un después de ese encuentro, ya nada nos iba a separar. Nadie podría imaginarlo... Mi hermano menor, nunca lo quiso conocer. Fue su decisión. Yo le insistí en que lo hiciera durante ocho años. Jorge sin embargo, tenía pensado darle todo el tiempo necesario.
Tal vez fui yo la verdadera víctima de todo...
Me encerraron.
Casi no podía soportar la vida ante la sola idea de no verlo nunca más. Desde aquel dieciséis de abril en que supe que había abrazado un tren, sentí que una mitad me faltaba.¿Podría con el tiempo superar, camuflar tanto dolor y dejarlo por fin descansar? Era mi hermano, mi espejo, mi mejor amigo. Habíamos sido tan felices desde el primer encuentro... No había nada que opacase el brillo que juntos emanábamos. ¿Podrá alguien hacerme entender, que fue él, quien decidió a sus cuarenta y dos años, aquella fatídica tarde de abril, terminar sus días en aquellas vías? Fue exactamente veinte años y dos días después de la muerte de mi padre. El que él no llegó a conocer jamás.
Un mes después, junto a Ciru, Cass, Fiorella y Álvaro, pactamos un "intercharqueando". Había que cruzar el río, llegar a Montevideo. Sentí que Jorge me permitía continuar viviendo...
Teníamos una gran sintonía alcanzada a través de nuestros escritos. Todos nos leíamos. Todos escribíamos. La magia del mundo cibernético que une tanto como aisla... Antes de vernos, sabíamos prácticamente todo, el uno del otro. Yo con la poca energía que me quedaba logré impulsar el encuentro. Fue muy emotivo y movilizante, porque las distancias suelen desfigurar la realidad y fomentar la utopía. No fue así. Mientras el tiempo transcurría y se acercaba la hora de la despedida. Dolía por anticipado. Con Álvaro fue un "hasta pronto" con un nudo en la garganta. Me había pedido no abriese los regalos, ni leyese las dedicatorias hasta hallarme embarcada. Ciru viajaba conmigo. Hubo lágrimas. Más lágrimas. Las dedicatorias, los libros y el disco "Sansueña", decían mucho más de lo que yo ya sentía. Sin embargo él, desde un principio, decía no extrañarme, porque desde aquel momento me llevaba en su corazón, y afirmaba que estábamos unidos por hilos invisibles... En los dos años posteriores a la muerte de mi hermano, nunca dejó de llamarme cada noche. Siempre supo todo lo que me pasaba, todo lo que me tocó transitar.
A los siete días de regresar del viaje fue la internación. 

-¿Entonces vos considerás que esa internación fue innecesaria? -me preguntó Claudia, como dudando de mi postura.
-Sé que estaba muy acelerada pero yo había justamente viajado a Mar del Plata por eso, para descansar en lo de mi amigo Fer. Quería caminar, caminar para descomprimir, para pensar. Para cesar de pensar. Empecé a tener encuentros muy simbólicos. Era como si estuviese más despierta... Hubo una iglesia, un auto blanco y una rama. Me apuntaron y me dijeron "si hasta ahí lo había ido a buscar". Hubo alguien que también me zamarreó y me preguntó si me había arrepentido ya... La empleada del locutorio de la terminal se llamaba Gloria, me dio una lapicera que un chico "muy apurado y angustiado" le había dejado para mí... Era la misma lapicera que Gabriel y yo, uno de los integrantes de la banda, usábamos siempre... Logré desde un locutorio escribirle a Álvaro y contarle lo ocurrido. Algo muy fuerte ya nos unía. Al entrar al casino, el señor de seguridad me dice: "con el día que pasaste, piba, hoy la banca la hacés saltar". No era fácil mantener la cordura.
-No, me respondió Claudia.
-La noche había entrado hacía varias horas. Seguí caminando, no encontraba disponibilidad en ningún hotel. Caminaba y veía claramente hacia adelante, hacia atrás... Comprendía todo, pero necesitaba descansar. ¿Hola?, me dijo un hombre joven por la calle. Hola, le respondí yo. ¿Necesitás algo?, me preguntó. Un locutorio abierto y además no tengo monedas, le contesté. Yo te presto, me dijo, y fuimos hacia un kiosco con locutorio a llamar a mi mamá. Me pasaba que a todos los reconocía mirándolos fijo a los ojos, y así sabía si me estaban diciendo la verdad. Hasta el momento no había errado. Confié y me dejé acompañar. No encontraba casas de cambio abiertas, tenía solo cincuenta euros. Para ese entonces todavía estaba en la embajada. Mi mamá solo gritaba y lloraba .Era imposible explicarle algo. Es ahí cuando confiando en los ojos de aquel hombre decidí aceptar, subir a su departamento y esperar hasta el horario del próximo ómnibus a Buenos Aires. Sé que fue algo inconsciente de mi parte... Sin embargo en medio del llanto de mi madre, creí escuchar que mi hermano ya había partido para Mar del Plata en mi búsqueda. No era simple explicarle las coordenadas, para que me pudieran ubicar. En Mar del Plata la mayoría de las calles no tienen nombre. Eso le intenté aclarar. Pero no me escuchaba, solo gritaba. Cuando sonó el timbre del departamento de este hombre, lo último que le escuché decir fue "tu familia te va a traicionar, no digas que no te avisé". Abrió la puerta y eran: mi hermano, su novia y la policía. Me asusté muchísimo. Comencé a temblar. No comprendía nada. Yo había tomado un día de vacaciones más, no era que pensaba faltar al trabajo, que estaba perdida, por eso ese lunes había decidido pasarlo en Mar del Plata, que podía ofrecerme mucho más que la ciudad. En vano y tal vez verborrágicamente, intenté poner a mi hermano y a Laura al tanto de todos los hechos. No valía la pena. Por todo era acusada conmigo misma. Temía por esa ruta de regreso. Ya eran varias las desgracias... Quizás por eso les hablaba, les contaba detalladamente todo. Pero claro, para ellos que tan poco conocían de mi vida, ese todo pasó a ser una fábula. ¿Quién es Fernando?, ¿qué es eso de que escribís?, ¿cómo que estás en contacto con la madre de ese tipo?, se refería a Jorgito. Te dejó así la psicosis de Claudio, aseveró mi hermano con la aprobación de su novia psicoanalista. Claudio, justamente Claudio, el ser que más he amado. Desde los dieciocho años. Desde que fue mi médico, el de mi nona, mi marido. Tanto más... Yo era inocente. Era víctima del padecer que me inventarían. A partir de ahí fue el horror, el encierro, rodeada de almas desoladas, sin rumbo, con miedo a todo. A la vida misma. Aliento químico, anfetamínico, inventado para vendernos felicidades exógenas. Sin embargo, a pesar de que mi imagen se desdibujaba ante la existencia de un diagnóstico erróneo que mi familia apoyaba, existía la promesa de un después: retomar las riendas de mi propia vida. Cuando las toman por nosotros no es simple y para mí tampoco lo fue. El encierro hermana, y después se sienten las ausencias. ¿Sería muy difícil desembarazarse de tanto rótulo, de tanta etiqueta adquirida? ¿Volvería a confiar en mí misma? Muchos ahí dentro pensaban en la muerte como única salida. Cada despertar era un tormento. Bastaba con un primer paso para avanzar, porque no avanzar también era retroceder.
-Por hoy es suficiente, gracias. La próxima vez hablaremos de lo que pasó en "Moravia", y por qué si no coincidís con el diagnóstico, el episodio se repitió - cerró la sesión Claudia.

No la dejé terminar. Urgía defenderme.

-El episodio no se repitió. Eso solo fue lo que dijo mi familia. Yo estaba rindiendo diez exámenes. Diez. Tenía toda mi energía puesta en eso. Estaba obteniendo excelentes notas. Eso también lo tomaron como síntoma de manía. Estudiaba todo el año, cada tarde. No me hacía falta ni repasar para los finales. No entendieron nada. El estado de estrés en el que yo estaba cuando llegó la ambulancia, era por el maltrato de mi hermano. Me encerró apenas entró. No quiero detallarte el resto. Ya lo sabés, Claudia. Estaba tan feliz. Casi llegaba a mi meta. La mitad de la carrera totalmente aprobada.
Entre medio del caos que fue mi casa hasta que llegaron los enfermeros, porque ni un médico vino, Nicolás telefónicamente, me decía que no me podía atender ese mismo día. Que no me podía evaluar. Que hacía dos años que no me veía. Y mi familia decidió no esperar. ¡Yo le supliqué tanto, Claudia!
Sin embargo, continuó negándose. Recuerdo que le dije, ya sabés que me van a internar, y sabés también los dos años que me costó salir adelante la última vez cuando mi médico eras vos. Pero nada. Su no era rotundo. Me ofreció un turno para el lunes a las diez de la mañana. Era viernes. Era tarde.

5 comentarios:

Mª Jesús Muñoz dijo...

Rochies, veo que haces un resumen de tu historia y circunstancias pasadas...Las letras van saliendo ligeras,quizá aún duelen al recordar y vivir todo lo pasado, amiga...Eres valiente y decidida...
Vuelvo de nuevo con vosotros después de la muerte de mi padre,que aún trato de asimilar y superar.
Te dejo mi gratitud y mi abrazo grande,Rochies.
M.Jesús

Mario Gómez dijo...

El texto desvela la maquinaria difícil del dolor, transmite, fácil, sentimientos desgarrados, claves para vivir con ellos, en una mezcla entre real y simbólica de lo que convierte a la literatura, tal vez, en recurso último contra las desdichas más crueles.

Susana dijo...

Rochi, soy susana y de lujan, quisiera hablar con vos en privado.

Susana dijo...

Rochi, soy susana y de lujan, quisiera hablar con vos en privado.

Susana dijo...
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