4 de diciembre de 2010

Incapacidad

Tenía veinte años, veinte menos que ahora y, cabe aclarar, me creía grande. Pero no esa madurez de la autosuficiencia, sino esa sensación de que ya había transcurrido mucho, y que tal vez no habría mayor oportunidad. Fatalismo. Si en verdad estaba todo, todo por construirse.
Suma de existencias quizás.
Y tal vez fue por eso que aquel viaje al pasado te mostró como el padre de mi hijo, ese nenito regordete y de pecas que llevarías aquella mañana al colegio para no volver más; ni él, ni vos. Y de ahí mi eterno miedo a conducir, y mi rechazo por aquel pedacito de mundo y su idioma. La casa era en un barrio residencial americano. Eso fue lo que vi, y ahí sí comprendí en parte mi miedo, ese pánico al verte; el temblor que recorría el cuerpo y hacía tambalear el equilibrio, el habla, la razón.
Para aquellos años, aún inédita, sonó en una noche de desvelo "Hay algo que te quiero decir y no me animo... pero sé que en esa forma de mirar hay algo que me pides sin hablar"... y casi por azar, por causalidad, cuando el tema en cuestión fue editado, me encontraba en el ámbito de siempre, con el cancionero de sus tapas sobre el escritorio, y sin siquiera pedirme permiso lo tomaste, lo leíste entero, sin decir absolutamente nada. Creo que fue el modo que el destino, o nosotros, autorizó para decirnos todo aquello que nos tenía, lo que movilizaba el alma al vernos o con tan sólo escucharnos a través de un teléfono.
La historia duró dos años. La historia del amor que no fue. ¿No fue?
Aún recuerdo la fecha que nos distanció para siempre, aquel 24 de febrero, que permitiría por fin la carta que recibiste ese 14 de abril, donde le puse letras a tanto...
Sí, los abriles pasan cosas. Catorce años más tarde vos, Jorgito, cuya existencia para ese entonces aún ignoraba, decidirías partir irremediablemente para siempre.

No hay persona que no sepa de vos. Personas que llegaron a mi vida tanto después. No existe ser a quien yo no haya hecho partícipe de esta historia que arrebataba el alma y lo hacía tambalear todo.

Meses más tarde, luego de liberarte escribiéndolo, un futuro aconteció. Un futuro tan cercano a vos, que resultaba imposible creer que se haya suscitado tan inesperada como rápidamente. Hechos que ocurren cuando la liberación es genuina, sentida, certera.
Fui feliz. Sí, lo fui. A pesar de los vaivenes y de tanta vida impar, de tantos perdones, de tanto volver a empezar. De Aylin que jamás llegó.

Hoy él ya no está, se fue en una esquina de Belgrano, en un kilómetro 5 de la Patagonia que tanto amaba, entre esas cuatro paredes que lo separaban del terror que le generaba el mundo. Nunca supo todo lo que te quise. Nunca supo que la sola mención de tu nombre me anudaba entera, y anulaba el habla.
Me encontré contándole esta historia a su hermano, a ese hermano que aún no conozco y con el que los diálogos eternos unen quince mil kilómetros. Le costó, le cuesta, creer que no me atreva a tener este mismo diálogo con vos. Cuando pasaron veinte años. Cuando me enorgullezco de no vivir como eterna. Cuando transcurrió tanta vida y aún inexplicablemente, existe el recuerdo.

Hace un par de noches te soñé. Soñe la naturalidad y el transcurrir de un encuentro.
Burlas del destino. Suma de historias que para qué fueron. Sin sentido. Pobres, vanas. Las que hacen descreer.
Un ayer tan hoy. Un hoy tan lejano.

 
design by suckmylolly.com.