Se habían conocido hacía casi diez años. Ella recordaba perfectamente la fecha: veintiocho de junio de 1988. Acababa de terminar el colegio y era su primer día de trabajo en la clínica de la que era dueño su padrino. Poco la unía a él, pero no se negó a darle un puesto en la recepción del sanatorio.
Sonó el teléfono, le preguntaron desde la gerencia por un doctor, "que si lo veía no lo dejase ir sin que subiese a verlos".
No conocía a nadie. Fue su primera situación de incomodidad. Acudió a los compañeros de los sectores más cercanos, hasta que en un momento uno de ellos le indicó quien era. Se hallaba rodeado de unos pacientes.
Ella irrumpió pidiendo permiso y le transmitió el mensaje. Él le contestó con su mejor sonrisa, que iría "si se le daba la gana y si tenía ganas", e inmediatamente se retiró, no sin saludarla.
Ella quedó desconcertada y nerviosa. ¿Qué diría a la gerencia médica? Después de todo no era su culpa. Ella había cumplido en avisarle. Pero tampoco podía transmitir lo que había recibido como respuesta.
A partir de ese día y durante los años que transcurrieron, verlo la alteraba. No podía sostenerle la mirada.
A los veintiún años tuvo un estrés muy fuerte, culpa de la combinación entre la exigencia de la facultad y la clínica. No solo trabajaba durante la semana, sino un fin de semana completo cada quince días. Con lo cual se complicaban mucho los viajes y las prácticas de la carrera de Turismo.
Decidió recurrir a él. Lo hizo en los consultorios externos.
En la primera cita él intentó relajarla con una meditación, y le recetó, lo que después supo era un placebo. No quiso medicarla. La veía muy joven para empezar con sedantes...
Le dio dos meses de licencia. Y los malestares no cesaron. Al contrario, cada día que pasaba, ella estaba más preocupada.
En la segunda consulta le había propuesto trabajar con él en una revista llamada "Nuevo Médico", que apuntaba a una nueva visión de la medicina; menos invasiva.
Además de buscar publicidad, debía realizar entrevistas médicas que aportasen sus pareceres.
No era sencillo, pero menos sencillo era dejar la clínica de su padrino, un trabajo seguro que le permitía costearse los estudios hasta recibirse.
Sin que él le diese el alta, regresó.
La conoció frágil, vulnerable, sensible. No obstante ello, un treinta y uno de diciembre, luego de citarla para brindar (la revista "Nuevo Médico" continuaba en pie), no le abrió la puerta.
Hasta muchos años después ella no supo por qué.
Sí supo, al día siguiente, ya en la clínica, que él estaba de vacaciones en Villa la Angostura.
Se juró no entender nada, y desde ese día, decidió se negaría a cualquier tipo de diálogo.
Sumado a lo ocurrido, no había aprendido a controlar los nervios que tenerlo cerca le producía.
Pero, tiempo después, un ACV de la nona, le hizo rever la situación. Sabía que era el mejor y acudió con ella a verlo, a lo que más tarde sería una de sus casas. Ahí conocería a Guillermina. Ahí iniciarían también "Almadei", que era un proyecto más avanzado, que lo que años antes había sido "Nuevo Médico". Ahí al menos retomaron el diálogo.
En agradecimiento le envió un oso gigante. Él se lo agradeció con una sonrisa cómplice, cuando la vio a la vez siguiente en los consultorios externos de la clínica. Para ese entonces, ella había sido transferida allí, muy a su pesar. La clínica había sido su segunda casa...
La incomodidad que experimentaba al verlo, nunca cesó, siquiera cuando bastante tiempo después de haber renunciado él al lugar, él la llamó para proponerle participar del proyecto "Almadei Viajes de Salud".
A pesar del tiempo y la distancia ella siempre recordó con afecto aquel día de ese primer llamado. Quedaron en verse. La cita fue en su casa. Él tocó el piano, el violín, pintó, mientras conversaban. Como si se conociesen desde siempre. Y sí, se conocían desde hacía mucho, desde sus dieciocho años. Él tenía doce más que ella.
Juntos comenzaron a planificar lo que serían los viajes de salud: trasladar a lugares turísticos, pacientes con patologías crónicas. ¿Quién mejor que ella para ayudarlo?
Los viajes se confundieron con una escapada a Cariló. Irían los tres: él, su hijo de once años y ella.
Era dos de septiembre. El nene no viajó, porque temió, naciese su nuevo hermanito. La mamá se había vuelto a casar, y Lucas estaba por nacer.
Ella para sus adentros sintió un hormigueo, un "algo" que le decía "esta vez sí". Esta vez podés ser vos la protagonista de la historia. Fue una suerte de presentimiento...
Viajarían a Cariló a la mañana siguiente. Esa noche la pasaron juntos, abrazados, en silencio, en la que luego sería su primera casa.
Fue su primer hombre, y él eso no lo olvidó jamás.
Ella así lo había querido. La primera vez debía ser con alguien muy especial.
Nunca volvió a lo de su madre, más que en compañía de él, casi un mes después, donde pidió formalmente su mano y justificó tan arrebatado accionar.
Ella dudó siempre, si de verdad en él fue amor, o si vio en ella todo lo que hacía tiempo estaba esperando. Alguien que no dudó en dejarlo todo, apenas él se lo pidió y se marchó a vivir con él, en el término de cuatro días.
Regresaron de Cariló con la decisión tomada. Ella dio su sí inmediatamente.
Él le había preguntado sobre un placard, "qué lado escogería", y sobre una cómoda de cuatro cajones, "cuáles elegiría". Ella había respondido a ambas preguntas "intercalado", y así sospechó lo que él le estaba proponiendo. Tuvo la misma clase de presentimiento que cuando se enteró que su ex mujer estaba ya casada y a punto de ser mamá.
Y así comenzó ese amanecer juntos que podía encontrarlos en una playa, después de conducir toda la noche, pilotear una avioneta desde San Fernando hasta la Isla Martín García, pasar todo un día haciendo el amor... Todo lo vivían al extremo.
No era una relación convencional, y no lo fue nunca.
Sin embargo él no toleraba el comercio médico de la ciudad.
Los números tampoco cerraban del momento que para él, la medicina debía ser un servicio. Y así la ejercía, sin cobrar la consulta a casi ningún paciente.
Confiaba en la famosa ley del 1 x 1000...
Ella ya no trabajaba. Fue el primer "requisito" para estar con él. No permitiría que su mujer estuviese trabajando aún con sus ex colegas. Ni ahí, ni en ninguna otra parte.
Eso le restó la independencia económica que desde los dieciocho años había tenido. Pero su amor por él, lo superaba todo y así fue desde el primer día.
3 comentarios:
Esta es, quizás, la parte más dulce de lo escrito hasta ahora en el relato. Los fuegos artificiales del proceso de enamorarse son momentos bonitos e inolvidables.
Besos
Me incorporo ahora, tras leer despacio los diez capítulos: me dejaste sorprendido por el cambio de registro, por esta elección de distancias largas, me encanta. Se va tejiendo una historia muy seductora. Me quedé con varios nudos: el sur, las tijeras, me interesó especialmente los sentimientos crudos de los personajes, la forma directa en que son descritos. Seguiré atento,
por supuesto.
Ley del 1 x 1000?
No la conozco.
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