9 de octubre de 2014

Km 5 (parte V)

Compartieron un rico almuerzo. Él al llegar se devoraba lo que ella hubiese preparado. Aunque no variaban demasiado; lo perdían los sandwiches de queso con salsa golf y las empanadas de queso y cebolla. No así los dulces.
Hacía años que ambos eran vegetarianos.
Continuaron las visitas a Guillermina, al menos día por medio. Sabía que estaba muy sola, con la única compañía del televisor, y ella iba a visitarla con placer.
Agregó unas caminatas todas las mañanas que le hicieron muy bien al cuerpo y al alma. En el km 8 estaba la Virgen de las Nieves. Siempre se detenía ahí, y le pedía paz.
No tenía la obsesión antes latente, pero sin embargo, los asuntos no se definían. Él seguía buscando trabajos en el Sur y ella insistiendo con que él cumpliese la promesa de volver a Buenos Aires. Tenían su casa. La ciudad le daría mayores oportunidades laborales, y estaba Sebastián. Lo más importante.
Estaba hechizado por la Patagonia, como antes ella, como antes de él. Pero su lugar en el mundo era San Martín de los Andes, y él hasta experimentaba celos del lugar. No podía concebir que no hubiese ahí alguna historia pendiente. Él había sido su primer hombre, la había hecho a su medida, de otra cosa no podía acusarla. Sin embargo, sí.
Juntos tocaban el cielo con las manos. Pero siempre estaba el fantasma de la otra dando vueltas, con sus apariciones imprevistas.
Ella tenía una amiguita de cuatro años. Todas las tardes la nena la buscaba para peinarla. Su mamá, le había contado, vivía ahora en Bolsón. Tenía otro bebé y otro marido, y a ella la había mandado a vivir con su papá.
Él no le permitía ni saludar al padre.
Su vida era una verdadera prisión, pero más prevalecía su amor por él.
El último trabajo en Buenos Aires, había culminado con una conciliación obligatoria, que ya se vencía. Cada vez se acortaban más los tiempos. Debería sí o sí viajar, con o sin él, y eso la atormentaba. Y también la atormentaba la ciudad. Si bien no le producía la misma depresión que a él. No le hacía nada bien. Y obviamente temía alejarse y dejarlo a él libre.
Sin embargo estaba su casa, cuidadosamente elegida, ya casi lista. Era una cabañita en la propia ciudad. Ahí en cambio, alquilaban un bungalow que seguramente no había elegido él y sí ella, y cada vez costaba más afrontar los gastos.
La tijera continuaba cuidadosamente escondida dentro de la casa.

3 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Y con la tijera, el horror.

Besos.

Unknown dijo...

Resulta difícil comprender la actitud de él. Creo que tiene la cara más dura que el granito. Ella (la buena), al fin y al cabo, esta luchando por lo que cree.
Besos

Mª Jesús Muñoz dijo...

Trato de ponerme al día con tu historia, voy leyendo tus posts anteriores, amiga...Como siempre, eres muy amena y directa en tus exposiciones. Te dejo mi abrazo y mi ánimo siempre, Rochitas.
M.Jesús

 
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