Claudio
no llamaba, pero un día sorpresivamente sonó el teléfono desde Italia, era su hermano Alejandro.
Vivía
en Europa desde los dieciocho años y estaba
casado con su primer mujer. Tenía tres hijos. El único de los tres hermanos que
no era médico y que no había hecho y deshecho familias. Se dedicaba a menores
con discapacidad. Era sociólogo.
No
nos conocíamos. Tenía mi teléfono porque Claudio se lo había dado durante su
estadía en casa.
Habíamos
hablado una vez durante ese período. Yo le pedí ayuda sobre qué hacer...
Me
dijo que por su hermano yo ya había hecho mucho desde siempre, y que tal vez
era él, el destinado a agradecérmelo, que a veces las cosas no nos llegan desde
el lugar o la persona desde donde nos deberían venir...
Él se llevó a su madre a Italia.
Hasta ese entonces, ella había vivido en Bariloche cerca de Claudio, pero cuando
Alejandro viajó a verla, se dio cuenta de las carencias y decidió hacerse cargo
él mismo.
Comenzamos
a hablar cinco veces por día. Controlaba todos mis estados.
Me
llamaba al trabajo, cuando sabía que salía almorzar sola, cuando estaba
caminando, y sobre todo cuando sabía que estaba en casa con tanto miedo.
Se
convirtió en una compañía incomparable. Siempre tenía las palabras justas.
Siempre. Y hablar con él me tranquilizaba tanto como cuando Álvaro llamaba cada
noche desde Montevideo.
No
sé qué hubiera sido de mí sin él. Sin ellos.
Alejandro
seguía paso a paso el proceso de mi terapia, pero también lograba hacerme
hablar de otros temas.
Le
conté de mis sentimientos por Álvaro. Se alegró. Me dijo que merecía volver a
querer y que me quieran.
Poco
a poco los dos supimos todo de ambos.
Me
hacía muy bien saber que Guillermina, la mamá de Claudio, había tenido un
final feliz, regresando a la tierra que la había visto nacer. Que
estaba plena, junto a su hijo menor y sus tres nietos.
Yo
había tenido desde siempre una excelente relación con ella. La había acompañado
mucho cuando Claudio de lo único que se preocupaba era de controlar que tuviese
comida y no pasase frío. La casita donde vivía era de verdad muy precaria, se
la había construido Claudio con sus propias manos.
Los
llamados me acompañaron a la par de Nicolás. Fue casi como tener dos
terapeutas...
La
voz de Alejandro era especial, muy pausada, lograba darme paz. Paz. Había
olvidado de qué se trataba eso...
Pero
él me lo aseguraba, yo estará muy bien. Estaba haciendo todo para que así
fuese.
Me
transmitía su certeza.
2 comentarios:
Parece que las cosas van a ir bien.
Leyendo esto se suaviza el odio que tengo a los teléfonos. A veces una voz basta. Es extraño lo de la voz. Como puede transmitir tanto por una mera coincidencia de tonos y palabras.
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