26 de diciembre de 2014

La doble identidad (parte V)

Claudio no llamaba, pero un día sorpresivamente sonó el teléfono desde Italia, era su hermano Alejandro.
Vivía en Europa desde los dieciocho años y estaba casado con su primer mujer. Tenía tres hijos. El único de los tres hermanos que no era médico y que no había hecho y deshecho familias. Se dedicaba a menores con discapacidad. Era sociólogo.
No nos conocíamos. Tenía mi teléfono porque Claudio se lo había dado durante su estadía en casa.
Habíamos hablado una vez durante ese período. Yo le pedí ayuda sobre qué hacer...
Me dijo que por su hermano yo ya había hecho mucho desde siempre, y que tal vez era él, el destinado a agradecérmelo, que a veces las cosas no nos llegan desde el lugar o la persona desde donde nos deberían venir...
Él se llevó a su madre a Italia. Hasta ese entonces, ella había vivido en Bariloche cerca de Claudio, pero cuando Alejandro viajó a verla, se dio cuenta de las carencias y decidió hacerse cargo él mismo.
Comenzamos a hablar cinco veces por día. Controlaba todos mis estados.
Me llamaba al trabajo, cuando sabía que salía almorzar sola, cuando estaba caminando, y sobre todo cuando sabía que estaba en casa con tanto miedo.
Se convirtió en una compañía incomparable. Siempre tenía las palabras justas. Siempre. Y hablar con él me tranquilizaba tanto como cuando Álvaro llamaba cada noche desde Montevideo.
No sé qué hubiera sido de mí sin él. Sin ellos.
Alejandro seguía paso a paso el proceso de mi terapia, pero también lograba hacerme hablar de otros temas.
Le conté de mis sentimientos por Álvaro. Se alegró. Me dijo que merecía volver a querer y que me quieran.
Poco a poco los dos supimos todo de ambos. 
Me hacía muy bien saber que Guillermina, la mamá de Claudio, había tenido un final feliz, regresando a la tierra que la había visto nacer. Que estaba plena, junto a su hijo menor y sus tres nietos.
Yo había tenido desde siempre una excelente relación con ella. La había acompañado mucho cuando Claudio de lo único que se preocupaba era de controlar que tuviese comida y no pasase frío. La casita donde vivía era de verdad muy precaria, se la había construido Claudio con sus propias manos. 
Los llamados me acompañaron a la par de Nicolás. Fue casi como tener dos terapeutas...
La voz de Alejandro era especial, muy pausada, lograba darme paz. Paz. Había olvidado de qué se trataba eso...
Pero él me lo aseguraba, yo estará muy bien. Estaba haciendo todo para que así fuese.
Me transmitía su certeza.

2 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Parece que las cosas van a ir bien.

Mario Gómez dijo...

Leyendo esto se suaviza el odio que tengo a los teléfonos. A veces una voz basta. Es extraño lo de la voz. Como puede transmitir tanto por una mera coincidencia de tonos y palabras.

 
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