Continuábamos
el contacto con Luli, con Jorge, y sobre todo con Flor. Flor y yo nos hicimos
mucha compañía durante los dos años posteriores a la internación. Era muy
común que una se quedase en la casa de la otra y viceversa.
Flor
estaba mejor que yo. O sabía fingir mejor. Yo no podía simular mi verdadero
estado. Nicolás me sugería "salir del comparativo"...
Lo
más terrible eran los ataques de pánico y la abulia. El resto hubiese podido
ser más llevadero.
No
me animaba a volver a Montevideo, y al mismo tiempo era mi sueño. No me
atrevía a pesar de Álvaro. A pesar de todo. La mera idea de viajar,
incrementaba el miedo.
Solo
logré despegar de Buenos Aires y hacia San Martín de los Andes, casi
un año y medio más tarde de lo ocurrido. Me acompañó Patrisac, a pasar mi
cumpleaños número treinta y nueve.
El
lugar continuaba teniendo la magia de siempre, pero yo no la percibía de igual
manera.
Lo
mismo que me pasaba en Buenos
Aires. Me costaba disfrutar.
Sin
embargo ya de regreso, mi energía era otra. No era enorme el cambio pero había
un avance.
Me
animé a anotarme en un taller literario. Lo había decidido en San Martín. Fue así que pude
empezar a leer al menos cuentos cortos, y también a hacer pequeños ejercicios
de escritura.
Nicolás
me convenció de tener una computadora en casa. Según él sería de una gran
compañía.
A
mí, por el contrario, me parecían suficientes las horas que pasaba frente a la
pantalla durante el horario laboral.
Pero
Nicolás tuvo razón. Era una especie de presencia al llegar a casa.
Su
afán era bajarme la medicación. Según su opinión estaba demasiado aletargada
tanto para concentrarme, como para volver a disfrutar de algo.
El
taller comenzó a dar sus frutos, y aunque plagados de melancolía empezaron a
surgir los primeros textos.
A
medida que bajábamos la medicación también volví a soñar y a recordarlo.
Siempre me había gustado escribir los sueños por insustanciosos que fuesen.
También fueron tema de terapia, aunque nunca recibiese una devolución. Ya
tampoco las pedía.
El
problema continuaba siendo la noche. El día, aunque con gran esfuerzo, lo
lograba llevar. Pero no podía conciliar el sueño, ese era mi mayor pesar.
El
primer libro que leí completo fue "El cartero" de Bukowski. Me
acostumbré no solo a hacer la parada previa a la entrada a la sesión en "El Tejar", sino que regresaba a leer a la
salida.
Leer
y escribir comenzaron a salvarme del vacío.
Lo
que había en mi casa al llegar, era eso: vacío.
Tenía
tanto miedo de ver a Álvaro, como ganas de verlo. Olga era mi principal
confesora para con el tema, había muchas horas para hablar en la
embajada.
Creo
que él tampoco lo ignoraba, porque no intentó venir a Buenos Aires aunque no dejase de
comunicarse ni una sola noche, y supiese de todos mis temores. No pude hablarle
del miedo que también me daba, volver a verlo a él...
Me
enamoré de los cuentos de Abelardo Castillo, pero siempre se trataba de leer
fuera de casa. Lo único que adentro podía salvarme era, o una voz en el
teléfono, o estar transcribiendo lo escrito en los cuadernos durante el
día.
Olga
comenzó a insistir con que fuésemos a Uruguay.
Pocos días en Montevideo y algunos más en el mar, en Punta del Este. Esa era su propuesta.
Fue
la mejor decisión, pero costó muchísimo lograrlo. Solo junté el coraje para
marzo de 2010. Ella me supo esperar. Hoy a la distancia pienso que le perdono
su alejamiento cuando comenzaron los problemas con el nuevo agregado comercial
de la embajada, solo por esto, por haber estado aquellos años y aquella vez.
Iba
recuperando mi energía paralelamente al descenso de las dosis que ingería, pero
no era sencillo. Ni para mí, ni para Nicolás.
2 comentarios:
Cuando te leo siempre pienso en ir a Argentina y Uruguay...
Algún día.
Besos.
Bukoswski y Abelardo y leer y escribir sueños, ¡cómo no huir así del vacío!...QUE el año que entra te vaya bien, Rossina, es un deseo, sobre todo que esté cargado de letras, palabras, líneas, hojas, libros, quiero decir, a mi manera, de cosas buenas.
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