14 de enero de 2015

La doble identidad (parte XI)

Nunca grité tanto en una sesión.
Durante el domingo posterior a la muerte de Claudio, y el sábado mismo mientras iba en zig zag llorando hacia la casa de mi amiga Carmen, casi sin saber donde me hallaba, comencé a colmar a mensajes el celular de Nicolás. Necesitaba una palabra suya como nunca.
No recibí respuesta. Sospeché que quizás no la tendría, y prefería esperar. De todos modos, no lo perdonaría.
¿Cómo me sacaría adelante ahora, con un nuevo duelo?
Él sabía que tanto Claudio como Jorgito habían sido mis dos pilares. Todo estaba bien con ellos cerca. El resto no importaba. Lo había manifestado muchas veces durante las sesiones de esos dos años.
El lunes, extrañamente, pude reunirme con mi amiga Luciana. Ella tampoco había recibido los mensajes.
Fue a la salida del trabajo, en nuestro entonces lugar predilecto, la confitería El Ateneo. Siempre nos juntábamos ahí, a escribir o a corregir nuestros escritos.
En la oficina no dije nada. Esta vez no pedí días. No quería volver a ser tan observada.
Solo lo supieron Yukino, la esposa de mi jefe con la que éramos amigas, y que prometió no decir palabra, y Rosario, que casi lloró a la par mía.
Con Luciana pude estar, hablar, me escuchó, no lloré. Sentí que quizás esta vez Dios me ayudaba y podría salir adelante en menos tiempo.
Claudio había sido mi pareja desde los veintidós años, a pesar de nuestras cinco separaciones.
El pasaje a Bariloche para el dos de febrero que quedó en mi bolsillo era nuestro sexto regreso.
Esperé a la sesión del martes. Nicolás y su cara, sus ojos, me demostraron que no había recibido ninguno de los llamados. A pesar de eso, le grité mucho.
Como de costumbre, no recibí mayores respuestas. Él quería escuchar todo lo que yo tenía para decir.
Sí supe que lo lamentó. Muchísimo. Que no podía creerlo. Poco pudo disimular.
Claudio me había jurado que yo iba a ser muy feliz y que todo quedaría atrás el primer día del otoño. Y así fue. No todo, pero comencé a resurgir...

4 comentarios:

Raúl dijo...

No hay nada como un resurgimiento. Resurgir, siempre resurgir.

Mario Gómez dijo...

"...pude estar, hablar, me escuchó, no lloré"...me encanta esta sucesión de verbos, de verbos puros, de verbos (estar, hablar, escuchar, llorar) fundamentales, que juntos en la misma frase, le dan al texto una sencillez y una altura emocional incomparable.

Mª Jesús Muñoz dijo...

Rochis, a lo largo de tu escrito podemos ver la evolución de la protagonista. Al principio desesperada, pero después se va calmando y es capaz de superar la pérdida. Las amistades siempre ayudan, son necesarias para llegar a la serenidad y levantar el ánimo.
Mi gratitud y mi abrazo grande, amiga.
M.Jesús

TORO SALVAJE dijo...

Resurgiendo como una tímida flor.

Besos.

 
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