En abril de 2010 recibimos en la embajada al que sería el nuevo agregado comercial. Hasta ese entonces, Arístides, había estado casi siete años. Era un momento de cambios, de mucha melancolía por todo lo compartido, y también temor.
En mi caso se incrementaba. Mi jefe para ayudarme en la relación con quien vendría en su lugar, me puso como referente vía email, y quien sería su reemplazo comenzó a comunicarse conmigo diariamente con todo tipo de pedidos. Algunos de lo más insólitos.
Esto no había ocurrido nunca desde que yo estaba, hacía once años.
Todos llegaban al país, elegían sus casas, los colegios y clubes para sus hijos, las esposas comenzaban a apreciar el buen vivir que les otorgaría Buenos Aires, pero no utilizaban para ello al personal administrativo.
Todos llegaban al país, elegían sus casas, los colegios y clubes para sus hijos, las esposas comenzaban a apreciar el buen vivir que les otorgaría Buenos Aires, pero no utilizaban para ello al personal administrativo.
Yo recién comenzaba a vislumbrar una lucecita al final del largo túnel. Temía cometer errores. Sin embargo, no los tuve.
Llegó el ocho de abril. Se presentó en la oficina. Se dirigió a mí en primer lugar y me agradeció por todas las molestias ocasionadas.
Ya había tirado por las ventanas del hotel, los chocolates que tenía el frigo bar de la habitación, que según él, pidió dos veces que se los retirasen argumentando la tentación que le producían.
Comenzó a pedirme que lo acompañase en horario laboral a recorrer departamentos. Tenía la intención de comprar, porque Buenos Aires lo pensaba como su último destino.
No solo me encargué de eso. Debí ocuparme de todo, y él estaba fascinado con mi compañía.
Yo prácticamente ya no cubría mi horario. Estaba con él, con "Pino", como se hacía llamar.
No tutearlo podía conducir a un despido, anticipaba.
Los recorridos lograban que compartiésemos desayunos, almuerzos, y cuando llegaba la hora de la cena me suplicaba no lo dejase solo, y al negarme respondía: "He hecho una vida solo, no te preocupes"...
Un día me preguntó por mi situación sentimental. Le dije que había quedado viuda hacía dos meses. Que él estaba en Bariloche y que me habían avisado a través de un mensaje de texto. No lo pudo concebir. "Qué horror", exclamó. "No lo merecías"...
A partir de ese momento, comenzó a intentar acercamientos, y ante mi rotunda negativa empezó a ejercer una violencia primero verbal y luego física. Llegó a apuntarme con un facón diciendo que quería mi cuerpo o el de una amiga mía de veintisiete años. Él tenía sesenta y ocho.
Había averiguado que mis padres se llevaban treinta años de diferencia, así que, según él, mi madre no iba a poder decir nada.
Comencé a tenerle mucho temor.
Me obligaba a ir a terapia con el celular encendido. Manifestaba que el ladrón que yo tenía adelante, me cobraba para que yo hablase a las paredes, y que seguramente jamás me serviría de ayuda.
Por el contrario, él se ofrecía a escucharme y a responderme. Sin cobrarme.
Nicolás escuchó lo que dijo. Por suerte lo escuchó...
En julio, cuando la situación ya era inmanejable, y por supuesto ninguno de mis colegas intervenía en mi defensa, me cerró una puerta encima gritando que se había terminado, que ya había jugado lo suficiente. Que era una inútil.
Para entonces, ya me había zamarreado de los puños o arrancado el teléfono de las manos mientras hablaba con los exportadores, y quitado la oficina que miraba al río por apenas un espacio sin luz ni ventilación al lado de la suya.
Me fui directo a ver a Nicolás. Creo que le avisé en el camino. Me dio un certificado por cinco días de licencia psiquiátrica por estrés laboral.
Tenía testigos de todo lo que ocurría, pero nadie arriesgaría su trabajo. Ni Olga. Que cuando se iniciaron los problemas, comenzó a alejarse de mí y a acercarse a él, mostrándose totalmente disponible.
Pude comprenderla. Tenía solo a su madre en este mundo. Había estado casada toda su vida y se había divorciado hacía poco. No tuvo hijos. Tenía mucho miedo de una vejez sola. Su trabajo era su motor, su vida.
Entre toda la gente que perdí en estos años, la perdí también a ella. Nos perdimos ambas...
Fueron doce años compartiendo ocho horas diarias, me había sabido acompañar en mis peores momentos. Eso no lo olvido.
Tuve mucho miedo de caer en un pozo nuevamente.
Nicolás había logrado bajar las dosis de los sedantes pero las había tenido que volver a incrementar.
La estadía de este señor sería de tres años. No iba a poder soportarlo. Ni él tampoco a mí, si no lograba lo que quería.
De todos modos me inclino a pensar que ya me odiaba con todas sus fuerzas.
Con la licencia que me había firmado Nicolás, y que luego volvió a extender, pasaba muchas horas en casa, aunque la embajada nunca mandase un control médico.
Aprendí, eso sí, a volver a estar sola en mi lugar y sin miedo. Uno de los problemas que más me había costado trascender.
El abismo que significaba entrar a mi casa, comenzó a reducirse. También el vacío.
Había vuelto a Montevideo en junio. Pasé un mes en el Hotel Espléndido que se convirtió en mi casa.
Con Álvaro las cosas no marchaban bien...
Yo viajé a buscar trabajo. Había conocido en Buenos Aires en la "Bienal Borges Kafka" al secretario cultural de allá, y pactado una futura charla.
Mis sentimientos por Álvaro estaban intactos, pero no podía comprender que no quisiese compartir más cosas juntos estando yo en su país.
Su escuela de cine quedaba a siete cuadras del hotel...
Tampoco había querido importunarlo instalándome en su casa. Ni siquiera se lo pedí. Él vivía la mayor parte del tiempo con su hijo, y después de todo, la idea de viajar e intentar trasladarme allá era mía, e iba mucho más allá de él. Siempre amé el paisito.
A partir de la Bienal habían surgido muchos contactos. Tenía grandes expectativas de poder lograrlo.
Abandonar mi casa de Palermo, donde durante el último tiempo había sufrido tanto, y mi trabajo al que por el concepto de seguridad mal aprendido había cuidado siempre ¿en pos de qué?, ¿de mi vida en Bariloche junto a Claudio por ejemplo?
La licencia otorgada por Nicolás fue de seis meses.
Resulta indescriptible y continúa siéndolo contar cómo fue regresar el día que culminó, y tuve que presentarme finalmente.
Era veintitrés de enero. Había pasado los cinco días anteriores en Uruguay, para no pensar en lo que se venía, pero fue imposible. Los nervios me doblegaban.
Mi cabeza ensayaba mentalmente, cómo sería volver a entrar, qué me diría ¿Yo debería decirle algo?
Llegó el momento y lo afronté. Mis compañeros me recibieron muy bien. Él aún no había llegado. Al hacerlo, vino con dos integrantes de la sede, y se vio obligado a saludar.
Mi ingreso después de tanto meditarlo, había sido así:
-¿Limpieza, portería, a qué sector me derivó?
-Bueno, te puso en el escritorio de la entrada - dijo Luis apesadumbrado. Solo quiere que "aprendas a abrir la puerta y a responder al conmutador".
-¿Limpieza, portería, a qué sector me derivó?
-Bueno, te puso en el escritorio de la entrada - dijo Luis apesadumbrado. Solo quiere que "aprendas a abrir la puerta y a responder al conmutador".
-Perfecto - respondí. -Lo aprenderé seguramente...
Nadie comprendía mi buen humor.
Nadie comprendía mi buen humor.
El sedante en gotas recetado por Nicolás para el día del regreso estaba funcionando magníficamente.
Pero yo estaba alerta. En algún momento me llamaría. En esos seis meses mi abogado le había mandado cartas documento enumerando todos los hechos, y acusándolo de mi estado de salud a causa del estrés vivido.
No me habló el primer día, ni el segundo. No me habló más.
Todas las reuniones de staff las hacía a puertas cerradas.
Solo comenzó a entrevistar chicas bilingüe cada día. Yo las recibía y las acompañaba al despacho de él.
Después salía y les preguntaba a mis compañeros: ¿Será mi sucesora?
-No, no pienses eso - me respondían intentando tranquilizar el ambiente. Está buscando promotoras.
-No, no pienses eso - me respondían intentando tranquilizar el ambiente. Está buscando promotoras.
Sin embargo, así fue. En cuatro días cumplía doce años de mi ingreso en el año noventa y nueve. Mi función había sido siempre la de asesorar a los exportadores, encargarme de la secretaría privada del dirigente, además de estar a cargo del vínculo con todos los hoteles de Buenos Aires y la actualización del sitio web.
Durante esos tres exactos meses, no pude cumplir con ninguna de mis tareas asignadas, así fue que me inventé qué hacer, durante ocho horas diarias. La meta sería un libro por día.
Había llegado el momento de leer todo lo comprado en la última Feria del libro, donde había quebrado una de mis tarjetas.
Empezaría por la colección completa de Cortázar, culminada esta, la sucedió la de Abelardo Castillo, hasta que un día recibí un llamado de mi amiga Luciana, quería verme esa misma tarde.
2 comentarios:
El tema del mobbing laboral es terrible.
Lo sé bien, he visto casos y hace tiempo lo padecí.
Deberían condenar a cárcel a quienes lo causan.
Besos.
Hay un constante uso de términos que definen sentimientos desnudos: temor, odio, nervios, vacío. Yo lo considero un punto fuerte del escrito, una forma de expresión que es eficaz para transmitir cosas tan difíciles e hirientes.
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