No
solo iba al taller literario de los sábados, al que pude regresar contrariamente a lo que pensaba después de aquella tarde donde la noticia de la muerte de Claudio llegó
por escrito a través de un teléfono, justamente ahí.
También
empecé un curso sobre Borges que me llenaba el alma. Estaba atrapada con la
relectura de "El libro de arena". Había conseguido una primera
edición en la feria de Tristán
Narvaja.
Con
Álvaro pactamos vernos en mayo. Parecía una eternidad. Me costaba mucho poder
sobrellevarlo, pero elegimos esa fecha porque el veintitrés era su cumpleaños.
Casi
por casualidad, o el destino lo quiso así, terminé viajando con Inés, una ex
mujer de Claudio y el hijo de ellos Juampi. Fue un viaje de liberación. Nos
perdonamos tantas cosas...
El
que no supo entender la nueva relación fue Alejandro. Me decía que no
comprendía cómo yo podía perdonar a alguien que nos había hecho tanto daño.
Álvaro
filmó a Juampi en su escuela de cine, el nene decía que cuando fuera grande
quería ser director. También nos filmó a nosotras.
Durante
bastante tiempo estuvimos muy conectadas. Creo que nos hizo bien a las dos.
Ambas continuábamos amándolo...
Fue
ella quien tuvo que tirar la puerta abajo, cuando al llevarle la comida a Claudio, éste no respondió.
Me
aseguró que en el lugar había paz y que Claudio me estaba esperando, le había contado que yo viajaría.
Alejandro
me supo decir "los muertos que entierren a sus muertos". No te
tenía que tocar esa función a vos.
Pactamos
con ella, que el trece de junio, fecha del cumpleaños número cincuenta y uno
de Claudio, yo viajaría a Bariloche,
a despedirme también.
Fue
muy mágico. Estuvimos los tres frente a su tumba. Juampi hablaba en voz alta
con su papá y le contaba todo lo que había pasado desde su partida. Al culminar nos dijo a las dos: "dice que ya no volvamos, que se va a ir, que va a cruzar la puerta azul".
Para ese entonces, había ido también a Luján, a ver por segunda vez a María Gracia, y a visitar el cementerio.
Para ese entonces, había ido también a Luján, a ver por segunda vez a María Gracia, y a visitar el cementerio.
Ella
no se había atrevido a regresar.
Yo
le dejé un recuerdo muy simbólico, que le devuelve su verdadera identidad.
No
hacía más que cumplir con ciertos consejos que me había dado Nicolás: "enterrá
a tus muertos", "no te avisaron en la fecha exacta, andá y
despedite, cerrá las historias".
Y
así lo hice. Con ambos.
Antes
de regresar del Sur, pasé
una semana en San Martín de
los Andes. Ahí comencé a dormir siestas, hacía dos años que no lo lograba. Hasta
conseguí un trabajo en "Turismo Aventura" por esos días y
volví a sonreír.
Por
otra parte, no tenía noticias de Álvaro. El tema me tenía mal, pero no me
quitaba las ganas de continuar. No me arrepentía de ninguno de mis pasos.
2 comentarios:
El destino siempre juega su papel en estas historias, no es un lugar común, es decisivo. Qué bueno, qué definición tan directa de la paz en ese San Martín ese "ahí comencé a dormir siestas". Los hechos fluyen, aderezados de emoción, con un ritmo perfecto.
Yo cerré todas las historias.
Ahora sólo queda la mía y ya está cerrada de antemano.
Besos.
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