24 de enero de 2015

La doble identidad (parte XIV)

No solo iba al taller literario de los sábados, al que pude regresar contrariamente a lo que pensaba después de aquella tarde donde la noticia de la muerte de Claudio llegó por escrito a través de un teléfono, justamente ahí.
También empecé un curso sobre Borges que me llenaba el alma. Estaba atrapada con la relectura de "El libro de arena". Había conseguido una primera edición en la feria de Tristán Narvaja.
Con Álvaro pactamos vernos en mayo. Parecía una eternidad. Me costaba mucho poder sobrellevarlo, pero elegimos esa fecha porque el veintitrés era su cumpleaños.
Casi por casualidad, o el destino lo quiso así, terminé viajando con Inés, una ex mujer de Claudio y el hijo de ellos Juampi. Fue un viaje de liberación. Nos perdonamos tantas cosas...
El que no supo entender la nueva relación fue Alejandro. Me decía que no comprendía cómo yo podía perdonar a alguien que nos había hecho tanto daño.
Álvaro filmó a Juampi en su escuela de cine, el nene decía que cuando fuera grande quería ser director. También nos filmó a nosotras.
Durante bastante tiempo estuvimos muy conectadas. Creo que nos hizo bien a las dos. Ambas continuábamos amándolo...
Fue ella quien tuvo que tirar la puerta abajo, cuando al llevarle la comida a Claudio, éste no respondió.
Me aseguró que en el lugar había paz y que Claudio me estaba esperando, le había contado que yo viajaría.
Alejandro me supo decir "los muertos que entierren a sus muertos". No te tenía que tocar esa función a vos.
Pactamos con ella, que el trece de junio, fecha del cumpleaños número cincuenta y uno de Claudio, yo viajaría a Bariloche, a despedirme también.
Fue muy mágico. Estuvimos los tres frente a su tumba. Juampi hablaba en voz alta con su papá y le contaba todo lo que había pasado desde su partida. Al culminar nos dijo a las dos: "dice que ya no volvamos, que se va a ir, que va a cruzar la puerta azul".
Para ese entonces, había ido también a Luján, a ver por segunda vez a María Gracia, y a visitar el cementerio.
Ella no se había atrevido a regresar.
Yo le dejé un recuerdo muy simbólico, que le devuelve su verdadera identidad.
No hacía más que cumplir con ciertos consejos que me había dado Nicolás: "enterrá a tus muertos", "no te avisaron en la fecha exacta, andá y despedite, cerrá las historias".
Y así lo hice. Con ambos.
Antes de regresar del Sur, pasé una semana en San Martín de los Andes. Ahí comencé a dormir siestas, hacía dos años que no lo lograba. Hasta conseguí un trabajo en "Turismo Aventura" por esos días y volví a sonreír.
Por otra parte, no tenía noticias de Álvaro. El tema me tenía mal, pero no me quitaba las ganas de continuar. No me arrepentía de ninguno de mis pasos.

2 comentarios:

Mario Gómez dijo...

El destino siempre juega su papel en estas historias, no es un lugar común, es decisivo. Qué bueno, qué definición tan directa de la paz en ese San Martín ese "ahí comencé a dormir siestas". Los hechos fluyen, aderezados de emoción, con un ritmo perfecto.

TORO SALVAJE dijo...

Yo cerré todas las historias.
Ahora sólo queda la mía y ya está cerrada de antemano.

Besos.

 
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