Claudio
falleció el veintisiete de enero de 2010, yo aún continuaba con mi tratamiento.
Estaba
en la esquina de Moldes y Congreso,
un sábado por la tarde, leyendo el poema de Borges "1964" que
habla de la muerte, como otro mar, como otra flecha que nos libra...
Al igulal que con mi hermano, lo supe cuarenta y ocho horas más tarde.
No
nos habíamos comunicado desde mi internación, con todo el dolor que eso me
deparó.
Finalmente
supe que había tenido sus valederas razones. Se lo habían impedido. No se
atrevió a enfrentarlos estando tan débil y temiendo perjudicarme con mi
familia.
Un
mediodía estaba en la embajada y a la hora del almuerzo decidí salir a caminar.
Necesitaba descomprimir. Pasé por la puerta de donde había sido nuestro último
consultorio en Buenos Aires: Almadei, e instantáneamente
decidí que regresaba a la oficina y lo llamaba yo, al último número celular que
tenía de él.
Ignoraba
si tendría las fuerzas, el coraje, pero mucho más me lastimaba el eterno
vacilar.
Marcar
su número, temblar, que el aire falte y sentirlo.
Dios
nos regaló esta etapa.
Escuché
su llanto de emoción que no cesaba. Supe que seguía siendo su sol, su luz, su
vida. Nos dimos cuenta que podía pasar el tiempo que sea, vivir, sobrevivir,
pero que era un juego macabro el que nos mantenía separados.
Fue
escucharlo y que volviera a cobrar sentido todo. No nos tuvimos que explicar
nada. Todo lo intuimos. La vida merecía ser vivida por la sola esperanza
de que nos volviera a unir. Tomar conciencia de la cantidad de botes encallados
que se remaron en pos de la salida, de la huida, la cantidad
de caídas que dolieron y dolían. Era escucharlo y descubrirme, y que me
recuerde quién era yo.
Demostrarme
que se podía, que aparte de tanta burla, algo nos tendría preparado el destino.
Ya no más. Ya basta. Un camino que sin él carecía de rumbo. Un permanente
subsistir.
Pudimos
aclararlo todo, llorar a la par, jurar que nuestro amor siempre había sido
genuino...
Comenzamos
a hablar cada día y paralelamente, a decidir que yo viajase.
Él
alquilaba una casita en el km.
5 de la Avenida de los Pioneros, al pie
del Cerro Otto. Sufría
de pánico. No se atrevía prácticamente a salir de su casa, solo lo hacía
sedado. ¿Quién mejor que yo para comprenderlo? Me contó que tomaba mucho, que
lo calmaba...
Intuí
en qué habría quedado su dieta para destapar las arterias...
Me
confesó que muy medicado se animaba a atender pacientes los días miércoles, y
que era su única satisfacción.
Yo
decidí que esta vez pedía una licencia sin goce de sueldo y me iba de la
embajada por tiempo indeterminado. No me importaría si la aceptaban o no. Ya
había sido demasiado el dolor y las pruebas sorteadas en nuestro vínculo casi
indestructible.
Saqué
un pasaje para el dos de febrero.
Nicolás estaba muy contento con mi actuar. Incluso llegaron a ponerse de acuerdo en cómo reducirme la medicación.
Nicolás estaba muy contento con mi actuar. Incluso llegaron a ponerse de acuerdo en cómo reducirme la medicación.
-Aunque
tengas abstinencia, bancatela - me dijo Claudio con vehemencia.
Su voz había perdido fuerza.
Él,
que siempre había estado para todos, no había recibido ayuda de nadie.
Ahí
fue consciente de que su famosa "ley del uno por mil" fallaba a
veces. Tristemente fue consciente después de una vida creyéndolo.
Lloraba
mucho. Me pedía que viajase cuanto antes.
Al
día siguiente de su muerte, precisé conocer a María Gracia. Nunca entenderé porqué.
Estuve
todo el día en Luján, en
casa de mi hermano. Solo ahí logré calmarme. Entre sus cosas, sus fotos, sus
discos.
No
había llegado a tiempo otra vez.
3 comentarios:
Rochis, la fuerza del recuerdo y el sentimiento sigue presente en tus letras...Cuando la vida se ha vivido con intensidad permanece siempre presente. Tus letras vuelven a vivir cada instante, cada palabra y cada movimiento...Esa intensidad ciertamente emotiva y nostálgica viene a mi y deja su huella...Mi gratitud y mi abrazo grande por tu amor a las letras y tu cercanía, amiga.
M.Jesús
No es culpa tuya de que no llegaras a tiempo.
Besos.
"Nadie pierde sino lo que no ha tenido nunca", y aquí en lo que escribes intuyo, no se, que en esta historia sí se tuvo algo y eso es primordial, diría que hasta consolador. Recuerdo el verso de 1964 siempre y me cuesta entenderlo a veces, pero me parece que encierra una especie de verdad. En cualquier caso, hay que ser valiente.
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