La rutina había logrado
que mi familia fuesen mis compañeros de clase. Dos años, todos los días. La
previa de todo. El cotidiano. Hacer justicia siempre. En muchos casos actué
como una gremialista...
Tuve bastantes
dificultades con un incapaz que me la había jurado, y me produjo mucho estrés.
El problema era que yo
tenía la edad de la mayoría de los profesores. Con varios nacieron muy lindas
amistades. Me trataban como a una colega.
Algunos se convirtieron
en mis amigos más frecuentados, y a muchos otros ese mismo detalle les molestó.
Matías, Denise, Ruth y
Giza. Entre ellos transcurrían mis días.
Yo tenía el mismo horario
de trabajo de Matías. Los dos salíamos a las tres de la tarde, y a esa hora nos
encontrábamos para elegir un bar e instalarnos a ponernos al día con la charla,
pasar apuntes, hacer resúmenes, leer...
Cuando llegaban las cinco
y media de la tarde, seguramente ya habíamos pecado con algo rico, y estábamos
listos para esperar los sándwiches de jamón y ananá de la pausa de las siete y
continuar hasta las diez de la noche.
Él vivía en Ezeiza, su
esfuerzo era aún mucho mayor.
Con esas horas previas
que nos permitieron nuestros horarios laborales, estábamos más que listos con
casi las doce cursadas, y no hacía falta estudiar mucho para los parciales,
porque lo habíamos hecho de modo paulatino.
En algunos casos, al
principio pensábamos que íbamos a fallar, con Griego o
con Latín por ejemplo, y luego la mente lo incorporaba. Solo
era cuestión de esperar el "inside" como nos habían enseñado en
"Didáctica", que en general ocurría cuando ya corríamos
peligro.
Es un momento donde se da
la claridad, todo se incorpora sin interferencias y permanece sin posteriores
obstáculos. Matías era un fanático del café para la memoria a corto plazo...
Me es imposible no
recordar toda esta etapa como lo mejor que me tocó vivir en muchos años. Los
extrañe. Los extraño tanto. Me cuesta aún hoy transitar la manzana de Viamonte, Córdoba,
Esmeralda, Maipú. O escuchar "Estación Tribunales
descenso por el lado derecho"...
Vos Den, que ya casi
llegaste a la meta. La única de nuestro pequeño gran grupo. Siempre supe que lo
lograrías.
Lo que de verdad no
imaginé, es que no iba a estar ahí junto a vos, viviéndolo a la par.
Ya me había jurado que mi
compromiso con las letras era de por vida. Ni en mi peor pesadilla hubiese
imaginado lo que podía ocurrir.
Ya había sufrido tanto...
Varios de ustedes lo
ignoraban. Sé que se los fui contando a algunos, y de a poco... Porque ustedes,
la mayoría, eran tan chiquitos...
General Rodríguez para mí significaba
tanto en mi historia, Ruth. Pero no te lo conté hasta mucho tiempo después.
Tu estación era la que
había elegido mi hermano hacía ya cuatro años. Es más, sé que te conté de su
muerte, pero creo que omití decirte que había sido en tu lugar, Rodríguez. El que tanto amas.
Recuerdo que Giza me dijo
que mi historia superaba cualquiera de las novelas que había mirado. Y todos
sabíamos que miraba muchas...
También vi como sus ojos
se llenaron de lágrimas.
Te extrañé mucho, Gizita.
A vos, a vos y a tus mates.
A vos Den, te había
adoptado de hija, después que en nuestra panadería de siempre, nos habían
adjudicado el parentesco.
Sé que me esperaste
aquella tarde del siete de diciembre, en que las dos rendíamos y vos no
entendías dónde estaba yo.
Nadie lo entendió,
sabés...
Fue muy duro, y tampoco
elegí contárselos después.
Esta vez fue peor que la
anterior.
Mi familia decía que yo
estaba acelerada. ¡Todos lo estábamos! ¿Te acordás el día del filosófico Taller
de Informática? Había que llegar al veintitrés de diciembre vivos.
El entorno comenzó a
preocuparse por mi desaparición tan incomprensible, en plena fecha de exámenes,
justo cuando las dos llegábamos a la meta: nuestro anhelado cincuenta por
ciento para comenzar a ejercer...
No lo decidí yo, lo
decidió mi familia.
Mi hermano entró a mi
casa la mañana del seis, arrancó las llaves de la puerta. Me
encerró.
Evitaré contarte los
detalles, pero mientras yo intentaba hablar con el psiquiatra que me había
atendido hacía dos años, Nicolás, él y mi madre llamaron una ambulancia. Me
inyectaron. No eran médicos. Eran dos enfermeros.
Me desperté transcurridos
algunos días.
Esta vez no se había
muerto mi marido, ni suicidado mi hermano mayor, simplemente ellos optaron por
mí, porque "estaba mal, muy mal".
Vos me habías visto la
tarde anterior ¿Te acordás?
Vos me veías
cotidianamente, y no ellos.
Hasta el diecisiete de
enero nadie supo nada de mí.
2 comentarios:
Impresionante tu escrito, amiga...Me has recordado mis tiempos de bachillerato, también yo estaba muy unida a los profesores, los sentía como a mi familia...Muy duro el final en manos de los psiquiatras, menos mal, que todo pasó...
Te diré, que a Rochies la he sentido siempre más cercana...Rosina se ha escondido detrás los autores de literatura...(sonrío)
Mi gratitud y mi abrazo siempre.
M.Jesús
Vaya...
Hoy si que no sé que decir.
Un abrazo gigante para ti.
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