20 de febrero de 2015

La doble identidad (XXII)

La rutina había logrado que mi familia fuesen mis compañeros de clase. Dos años, todos los días. La previa de todo. El cotidiano. Hacer justicia siempre. En muchos casos actué como una gremialista...
Tuve bastantes dificultades con un incapaz que me la había jurado, y me produjo mucho estrés.
El problema era que yo tenía la edad de la mayoría de los profesores. Con varios nacieron muy lindas amistades. Me trataban como a una colega.
Algunos se convirtieron en mis amigos más frecuentados, y a muchos otros ese mismo detalle les molestó.
Matías, Denise, Ruth y Giza. Entre ellos transcurrían mis días.
Yo tenía el mismo horario de trabajo de Matías. Los dos salíamos a las tres de la tarde, y a esa hora nos encontrábamos para elegir un bar e instalarnos a ponernos al día con la charla, pasar apuntes, hacer resúmenes, leer...
Cuando llegaban las cinco y media de la tarde, seguramente ya habíamos pecado con algo rico, y estábamos listos para esperar los sándwiches de jamón y ananá de la pausa de las siete y continuar hasta las diez de la noche.
Él vivía en Ezeiza, su esfuerzo era aún mucho mayor.
Con esas horas previas que nos permitieron nuestros horarios laborales, estábamos más que listos con casi las doce cursadas, y no hacía falta estudiar mucho para los parciales, porque lo habíamos hecho de modo paulatino.
En algunos casos, al principio pensábamos que íbamos a fallar, con Griego o con Latín por ejemplo, y luego la mente lo incorporaba. Solo era cuestión de esperar el "inside" como nos habían enseñado en "Didáctica", que en general ocurría cuando ya corríamos peligro.
Es un momento donde se da la claridad, todo se incorpora sin interferencias y permanece sin posteriores obstáculos. Matías era un fanático del café para la memoria a corto plazo...
Me es imposible no recordar toda esta etapa como lo mejor que me tocó vivir en muchos años. Los extrañe. Los extraño tanto. Me cuesta aún hoy transitar la manzana de ViamonteCórdoba, EsmeraldaMaipú. O escuchar "Estación Tribunales descenso por el lado derecho"...

Vos Den, que ya casi llegaste a la meta. La única de nuestro pequeño gran grupo. Siempre supe que lo lograrías.
Lo que de verdad no imaginé, es que no iba a estar ahí junto a vos, viviéndolo a la par.
Ya me había jurado que mi compromiso con las letras era de por vida. Ni en mi peor pesadilla hubiese imaginado lo que podía ocurrir.
Ya había sufrido tanto...
Varios de ustedes lo ignoraban. Sé que se los fui contando a algunos, y de a poco... Porque ustedes, la mayoría, eran tan chiquitos...
General Rodríguez para mí significaba tanto en mi historia, Ruth. Pero no te lo conté hasta mucho tiempo después.
Tu estación era la que había elegido mi hermano hacía ya cuatro años. Es más, sé que te conté de su muerte, pero creo que omití decirte que había sido en tu lugar, Rodríguez. El que tanto amas.
Giza lo supo casi al final. Me había llegado un mail de Caro, la ex novia de Jorgito, y con Mati esa tarde estudiábamos en el departamento de ella. Yo lo había impreso, y en un momento lo leímos los tres juntos.
Recuerdo que Giza me dijo que mi historia superaba cualquiera de las novelas que había mirado. Y todos sabíamos que miraba muchas...
También vi como sus ojos se llenaron de lágrimas.
Te extrañé mucho, Gizita. A vos, a vos y a tus mates.
A vos Den, te había adoptado de hija, después que en nuestra panadería de siempre, nos habían adjudicado el parentesco.
Sé que me esperaste aquella tarde del siete de diciembre, en que las dos rendíamos y vos no entendías dónde estaba yo.
Nadie lo entendió, sabés...
Fue muy duro, y tampoco elegí contárselos después.
Esta vez fue peor que la anterior.
Mi familia decía que yo estaba acelerada. ¡Todos lo estábamos! ¿Te acordás el día del filosófico Taller de Informática? Había que llegar al veintitrés de diciembre vivos.
Volví a vivir algo que ya había vivido.
El entorno comenzó a preocuparse por mi desaparición tan incomprensible, en plena fecha de exámenes, justo cuando las dos llegábamos a la meta: nuestro anhelado cincuenta por ciento para comenzar a ejercer...
No lo decidí yo, lo decidió mi familia.
Mi hermano entró a mi casa la mañana del seis, arrancó las llaves de la puerta. Me encerró.
Evitaré contarte los detalles, pero mientras yo intentaba hablar con el psiquiatra que me había atendido hacía dos años, Nicolás, él y mi madre llamaron una ambulancia. Me inyectaron. No eran médicos. Eran dos enfermeros.
Me desperté transcurridos algunos días.
Esta vez no se había muerto mi marido, ni suicidado mi hermano mayor, simplemente ellos optaron por mí, porque "estaba mal, muy mal".
Vos me habías visto la tarde anterior ¿Te acordás?
Vos me veías cotidianamente, y no ellos.
Hasta el diecisiete de enero nadie supo nada de mí.

2 comentarios:

Mª Jesús Muñoz dijo...

Impresionante tu escrito, amiga...Me has recordado mis tiempos de bachillerato, también yo estaba muy unida a los profesores, los sentía como a mi familia...Muy duro el final en manos de los psiquiatras, menos mal, que todo pasó...
Te diré, que a Rochies la he sentido siempre más cercana...Rosina se ha escondido detrás los autores de literatura...(sonrío)
Mi gratitud y mi abrazo siempre.
M.Jesús

TORO SALVAJE dijo...

Vaya...
Hoy si que no sé que decir.
Un abrazo gigante para ti.

 
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