Mi padre murió cuando yo
tenía diecisiete años. Siempre, desde pequeña había temido llegase ese momento.
Lo intuía. Fue un doce de abril del año ochenta y ocho. El día que finalmente
ocurrió, yo estaba con mi abuela, había apenas regresado del colegio, y sonó el
teléfono. Solo escuché que dijo ¡Pobrecito, no, y ¿cómo fue?.
No solo supuse de qué se trataba el llamado, sino quien lo estaba realizando.
Era mi padrino. Jamás se comunicaba. Al llegar mi mamá a casa,
mi abuela y ella se encerraron. No nos dijeron nada. Solo a la mañana siguiente
nos despertaron a Jota y a mí para ir al velatorio.
Allí estaba colmado de
fans que comenzaron a atacar a mi hermano, que para entonces tenía catorce
años. Había un chico mucho más grande que nosotros, que se hacía pasar por él.
Era sobrino de la última enfermera que cuidó a mi padre. Ambos colmaron
de escenas patéticas el lugar. Una de mis primas, de las
hijas de Antonio, y yo, sacábamos a la gente. Recuerdo que un
periodista muy conocido, se acercó y nos pidió que evitásemos escándalos. Era eso lo que
intentábamos...
No fuimos al entierro.
Ese fue un dato que también sorprendió a Nicolás. Nunca había estado en los
entierros de mis muertos: mi padre, mi marido, mi hermano mayor.
Con la familia de mi
padre: su hermano, su mujer y sus tres hijas, juramos seguirnos viendo. Estaba
segura de que eso no ocurriría y así fue.
Solo volví a tener
noticias de mi tío, el veintidós de noviembre del noventa y nueve. Me quería
invitar a su cumpleaños número ochenta. Le tenían preparado un festejo en La Boca y sus hijas le habían editado un
libro con todos sus poemas. También tenía uno para mí. Yo había recibido una
noticia hacía unos días, de parte de una amiga de la ex novia de Jota, mi
hermano menor: tenía un hermano que también se llamaba Jorge y que vivía en Luján. Esta chica quedó en
avisarle ese mismo fin de semana que yo quería conocerlo. Lo vería en un
bautismo. Recuerdo que me dijo ¿Así te lo tomás?, Si yo supiera que mi padre tiene
un hijo no reconocido no actuaría así, y me pondría muy mal. Solo
atiné a responderle que si me lo había contado para que yo me pusiese muy mal.
Y culminó la conversación.
Cuando el domingo sonó el
teléfono, pensé que era ella. Sin embargo era mi tía María, la mujer de
Antonio. Algo mucho más preciso. Más cercano. Luego de que terminaron
de invitarme a la fiesta, le pregunté a María si era cierto que yo tenía un
hermano en Luján. Me
contestó sin sorprenderse, que ese era un tema muy serio, que tenía que hablar
con Antonio. Me comunicó con él. Tal
vez sin quererlo, ya me habían dado la respuesta...
Antonio me dijo que mi
hermano también tenía muchas ganas de conocerme, y que ese era otro de los
motivos del llamado. Me contó que esa tarde Jorge iría con el marido de una de
mis primas a la cancha de Boca, que ambos eran fanáticos. Ahí resolví no ir. Yo al
día siguiente daba un examen internacional de italiano y había estudiado mucho.
Ya trabajaba en la embajada. Era algo muy movilizante
y temí emocionarme demasiado, y luego no estar lo suficientemente concentrada
para el examen. Prefería que Jorge me llamase al regresar de la fiesta. Solo
necesitaba hablar con él.
Para vernos todos, habría
tiempo.
Esa misma noche se
comunicó. Nuestra charla duró tres horas. Él no paraba de manifestarme su
sorpresa. Sabía de mi existencia desde los dieciocho años y nunca se había
atrevido a acercarse. No se creía con el derecho. Me agradeció tanto...
Durante la semana
hablamos cada noche por un lapso similar, y el viernes tres de diciembre nos
conocimos.
Vino a casa. Yo estaba
algo nerviosa pero fue verlo y abrazarlo y adorarlo desde el primer instante. Llegó a las dos de la
tarde y se fue a las siete de la mañana del día siguiente, entre mates, charlas,
sus miedos. El relato de dos vidas...
Con la misma alegría que
tenía lo transmití en mi casa. Ignoro si estaban al tanto, pero mi hermano
nunca quiso conocerlo y tanto a mi mamá como a él tenía prácticamente que
ocultarles cada vez que lo veía.
Todos nuestros encuentros
fueron mágicos. Como ya he dicho muchas veces, éramos pares, éramos almas
gemelas.
Quizás por no ir al
entierro de mi padre, el deudo fue Antonio, y fallecido él, la Asociación de
actores se desligó de la responsabilidad y ni siquiera intentaron
localizarnos...
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