9 de enero de 2015

La doble identidad (parte IX)

Cada día que pasaba estaba más enojada con Nicolás. Me costaba mucho tolerar irme siempre sin una mínima devolución de todo lo que yo quizás le había dicho durante casi tres horas.
A pesar de la amenaza que me había hecho de reducir los tiempos, no lograba cumplirlo.
Quizás él, no hallando "el punto neurálgico". Quizás yo, en medio de mi tribulación permanente, donde todo era angustia, nudos, pesar, confusión, miedo, mi mala relación con las medicaciones, la internación que había dejado tanta secuela, los amigos que no supieron acompañar.
Ignoro si es correcto decir "saber" o "querer"...
Por suerte estaba Florcita, viviendo de a ratos algo muy parecido. De a ratos no. Pero ambas nos sabíamos comprender, aunque fuésemos muy distintas.
También continuaba estando Alejandro y su voz desde Italia, expresando la palabra justa. Siempre conteniendo, siempre comprendiendo todo. Apuntando a que mi nuevo andar fuese más liviano, con menos carga.
"Has hecho tanto", me repetía. Él se refería sobre todo a Claudio y su mamá.
Estaba Álvaro, que ya casi era una utopía.
Cuanto más tiempo transcurría, sabía que estaba más lejos de animarme a cruzar el charco y llegar a Montevideo. Aunque fuese mi mayor deseo.
Nicolás trataba de quitarme responsabilidad, afirmando que Álvaro tampoco lo había hecho. Nunca yo me había negado, aunque también hubiese sido muy difícil. Vivía en estado de ansiedad, y no quería que me viese mal. 
Mi jefe, Arístides, "casi por casualidad" había contratado una chica para que me ayudase. Nada más lejos de lo que yo necesitaba. Debíamos mantener conversaciones, que me costaban verdaderamente, y compartir la oficina. Ella era pura energía. Mi trabajo en lugar de alivianarse, se complicó. 
Arístides un día me preguntó cómo había sido el accidente. Habían pasado muchos meses ya.
Le respondí que en moto. Con la menor delicadeza me contestó "¿Y para qué andaba en moto?, ¿tenés otro hermano?, le respondí que sí. "Ah, bueno", culminó.
Entendí que no lo había hecho con ninguna mala intención.
El catorce de noviembre del mismo año que partió Jorgito, marcó un antes y un después. 
Tenía que ver con uno de los mayores deseos que mi hermano tuvo para conmigo. Sin embargo, no se le cumplió. 
Él decidió aclararlo desde un principio para evitar confusiones, y nada tengo para reprocharle.
"Una perlita en la arena" que no quería perder por un "romance de estación". Debía ser "para toda la vida", y el único modo de lograrlo era continuar como hasta entonces.
Aún conservo la nostalgia de todo lo que en verdad pudo haber sido y no fue. 

2 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Esa nostalgia no desaparecerá.
Tendrás que vivir con ella.

Besos.

Mario Gómez dijo...

Se me ocurre así, de repente: enumeras, detallas con precisión hechos, sentimientos, palabras, muchos, todos necesarios, sin embargo, como toda buena historia, hay algo que se transmite y queda siempre sin decir, un algo más que se resume en esa última frase, ese "pudo haber sido" que incita a la nostalgia.

 
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