En octubre de este año comencé a
escribir más extenso como todos me sugerían.
Había pasado casi un año únicamente
trabajando y yendo después para la casa de mi madre, excepto los días que nos
reuníamos con el grupo de la Iglesia de Loreto.
Santy se convirtió en mi fiel compañero de caminatas por Palermo. Hacíamos diez kilómetros, tres veces por semana, y el premio era siempre una bondiola o un lomito cumplida la meta.
Yo concurría para
entonces al Hospital de día de la Clínica Las Heras, eran solo
cuatro horas pero las suficientes para sentirme encerrada nuevamente y al mismo
tiempo, un modo de tener las tardes ocupadas.
Creo que todos los que estábamos ahí íbamos por lo mismo. Si no, no sabíamos cómo completar nuestras horas. Era un común denominador.
Creo que todos los que estábamos ahí íbamos por lo mismo. Si no, no sabíamos cómo completar nuestras horas. Era un común denominador.
Los viernes nos
preguntaban religiosamente ¿Planes?, ¿Qué piensan hacer el fin de semana?
Nadie tenía plan.
Estábamos todos sumergidos en un gran tedio, y odiábamos el interrogatorio.
Por la ventana de Gallo,
esa era la calle del lugar, se veía una escuela donde el año anterior había
hecho prácticas. No podía superar la desilusión, el haberme perdido en el
camino...
Un día se lo comenté a una
de las psicólogas y me dijo:
-Pero eso va a volver, lo
vas a poder volver a hacer.
-No, eso no va a pasar, porque yo ya dejé la carrera con el cincuenta por ciento de las materias aprobadas y este
año no pude cursar. Tuve que irme. Desistir de mi sueño. No puedo concentrarme
en ningún libro - le respondí.
-Bueno otro día lo
hablamos - me dijo, y cerró la conversación. Nunca más la retomó.
Yo tomé la decisión de
dejar la carrera, aconsejada por el Director del lugar en la entrevista de
admisión. Me vio con un libro de Friedrich Schiller y me dijo
que era mucho para el momento que yo estaba transitando, que luego podría
hacerlo, que me daba su palabra de caballero, que habría tiempo. Yo insistía en
que no y comencé a llorar, y no cesé siquiera mientras caminaba por la Avenida
Córdoba.
Solo
el día de la muerte de Claudio, recuerdo haber llorado tanto,
caminando casi en zig-zag, sin que me importasen los testigos.
Por supuesto lo único que
me interesaba era el Taller Literario. Mis compañeros estaban fascinados
con mis escritos, creo que fue en medio de todo lo malo que al menos volví a
escribir un relato cada día miércoles, y también me atrevía a leerlos delante
de todos, a pesar de lo crudo e íntimo de los contenidos.
Tampoco tenía mi letra de
siempre. Algunos de los medicamentos me traían muchos temblores. Me costaba
mucho mantener el pulso, uno de mis mayores traumas, porque cuanto más lo
percibía, más se incrementaba.
Al principio me
entusiasmé con las clases de gimnasia y yoga. Eran también los días miércoles.
Se convirtió en mi día favorito.
Pero también temblaba
mucho mi cuerpo y era muy difícil mantener las posiciones. Me ponía más mal que
bien.
A Gallo debo
haber dejado de ir paulatinamente cuando volví a trabajar, al principio por
pocas horas, y luego por el horario completo.
Solo extrañé a Daniel,
con quien manteníamos largas charlas. Nunca más volví a saber de él. No tengo
cómo...
4 comentarios:
He leído tus paseos y charlas con tus compañeros, que te hacían bien, Rochies...Esa frustración de haber abandonado tus prácticas y tu carrera y el retomar de nuevo la lectura...Poco a poco vas tomando tu fuerza, tu propia identidad...
Tenemos mucho en común, también yo me he sentido perdida miles de veces, sin embargo los libros y las letras me devolvieron mi fuerza y mi propia identidad.
Mi gratitud y mi abrazo.
M.Jesús
PD: En el anterior post te he dejado comentario.
Se me olvidó decirte, que no tengo Facebook. El blog me lleva tiempo y las tareas de casa. Además los fines de semana voy al pueblo a cuidar a mi padre.
Feliz fin de semana, amiga.
Mi abrazo.
Como dos gotas de agua...
Besos.
Daniel y tú.
Dos gotas de agua.
Besos.
Publicar un comentario