Me enfermé de silencio.
Me hundía en mí misma como en un pantano buscando la salida. Comencé a ser un
estorbo errante. Un
alguien que precisa todos los minutos de su tiempo a otro cerca. Otro que tiene
su vida y sus placeres. Otro que intenta ayudar pero no lo logra.
Permanecer quieto. Sin voz. Sin vos. Cuando podría haber sido
tan distinto.
Y me enfermé de vacío, de desinterés. Me llené de huecos que
ignoro como completar.
Mi cabeza es un ping pong donde tampoco hay lugar para los
huecos. Sí, esos que intento llenar.
Esa luz que espero desde hace tanto. Esa compañía, la propia,
que me abandonó hace demasiado.
Busco y pienso y de pensar me agobio. Porque sé que los
umbrales son muchos y sin embargo es un túnel
a oscuras. Y es cada mañana al despertar donde los pensamientos y los nudos se abarrotan dentro y lo impiden todo: respirar, fluir, disfrutar del minuto a minuto que completa las horas.
Y sí, es cierto. Para mí hoy todo está en un mismo nivel de
prioridad: haber perdido el rumbo, las deshoras, que mi cabeza no haya
sido capaz tampoco esta vez y un tubo que espera.
Sí, otro túnel, que da pavor, que roba horas previas en mi
andar vacilante, en cada instante. Esos que no sé como completar, como
recuperar y recuperarme.
¿Cómo volver a ser yo? La de antes. La que se completaba sola
y era su mejor compañía.
¿Cómo creer que el túnel se ilumina al fondo? ¿Cómo no dudar de mí en
todo momento, en toda ocasión.
Preciso como nadie ese algo que no aparece y me hunde. Sí, me
hunde en el pantano y no me deja salir; ni siquiera ver. Ni siquiera vislumbrar
esa lucecita que guíe el camino.
Y son muchos los tramos, los trayectos con rumbo definido. El
ahogo de no serlo. El impedimento de lograrlo.
La inquietud de la quietud. El movimiento que se precisa
permanente, y no…
Comencé a ser un estorbo. Un estorbo que ocasionó mi mitad
perdida.
Me enfermé de silencio. Me hundía en mí misma como en un pantano buscando la salida. Comencé a ser un estorbo errante.
Felisberto Hernández "El acomodador"
Al salir de allí traté de pensar en algo que me justificara. Mi existencia desvalida, errante no me lo permitía ver.
Algo. Una pequeñez que justificase mi existencia, mi modo de ser en el mundo.
Este nuevo existir que conduce a ninguna parte
Al salir de allí traté de pensar en algo que me justificara. Mi existencia desvalida, errante no me lo permitía ver.
Algo. Una pequeñez que justificase mi existencia, mi modo de ser en el mundo.
Este nuevo existir que conduce a ninguna parte
3 comentarios:
Difícil saber a que atenerse, cada persona es un mundo, pero para mi buscar la salida es a veces inútil, quizás antes me sea necesario permanecer en el túnel, acomodarme en él, buscar la forma de conocer las bifurcaciones, encontrar mapas, hacerse con su oscuridad, de vez en cuando disimular estar bien, y cuando llegue el momento, inesperadamente, se está fuera.
Me reconozco en el texto y confío( en lo que tan bien dice Mario) que inesperadamente llega el momento en que se está fuera. Mientras... atravieso el laberinto, descubro oscuridades. Abrazos amiga
He vivido, como mucha gente, lo que describes. Como si fuese un patrón que la perversión de nuestra mente activa en un momento concreto. Pero nunca he tenido claro si no es un mecanismo de defensa para empujarnos a salir. Es la dualidad contrapuesta. El bien y el mal, la felicidad y el dolor, el día y la noche. Ambos existen por que existe su contrario, si no, quizás no tendría sentido.
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