6 de febrero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXXIII)

Gracias a todos los que han ido siguiendo esta historia. La causalidad quiso que hoy, que es el centenario de mi padre, publiqué el último capítulo de estas charlas.


Sonó el teléfono muy temprano, era el maestro, le urgía que fuera a su casa. Por supuesto que no me negué.
Él y María me esperaban con un rico desayuno.
Escúcheme, me dijo, pero escúcheme de verdad. He estado pensando en todo lo que afrontamos desde aquel día, en que en el año 2014, usted tocó el timbre de mi casa...
Usted jamás pensó en usted. Solo ha transcurrido el tiempo arreglando el pasado de los otros, me dijo con cierto enojo.
Es cierto, maestro, le respondí pensativa.
-¿Recuerda a aquella niña de seis años que usted arropó durante una noche en la habitación del Hotel Las Delicias?
No sé cómo hemos podido estar ahí, fue demolido a fines de los años cincuenta. Lo he verificado. Casualmente ahora usted en su otra existencia tiene la edad de esa pequeña a la que intentó darle fuerzas para afrontar la separación de sus padres, la vida con su futura pareja que morirá a los cincuenta y un años por evitar una operación, la carrera de Letras que no terminó y la hizo sentir tan triste... las internaciones posteriores al suicidio de su adorado hermano.  

El maestro enumeraba...

No le ha tocado lo que se dice una vida fácil.
Usted ha evitado frecuentar a la hija de Salcedo. Entiendo que quizás la impresiona, pero he estado pensando mucho y es posible que haya tenido que transitar todo este período para cambiar el futuro que no debió ser.
-Ay, maestro - exclamé casi llorando.
-No tema. Le hablo con total certeza. Usted puede.
Vaya a ver al Padre del Santísimo, que tanto la ha sabido acompañar en la transición y transmítale lo que le digo.
Quizás pueda comenzar a vivir su vida desde aquel entonces y olvidar, solo olvidar. La razón no la perdió nunca. Y yo he estado muy cerca constatándolo. 
Me refiero al momento en que la niña de seis años se desvaneció ante los primeros rayos de luz de aquella mañana en Adrogué.
Recuerdo todo, Rossina. La he acompañado con convicción.
Somos muchos los que hoy estamos viviendo nuestro presente en el año setenta y seis, precisamente la edad de la pequeña de Las Delicias...
¿Por qué no, usted también? 
A propósito ¿Cuándo es el encuentro entre María Gracia y Salcedo?
-Mañana.
-¿Va a ir?
-Sí, él me ha pedido que lo acompañe, pero no estaré presente durante la conversación.
-Que sea lo último que hace. Ya ha entregado mucho de su presente. Debe dejar que los acontecimientos sigan su curso.
Si usted recupera la edad de seis años, podrá disfrutar a su hermano desde pequeño. No es casual que esa niña haya tenido justamente esa edad. Estamos en 1976, mi querida. Su hermano tiene once años.
Quizás así pueda, quizás no, no lo sé, evitar la separación de sus padres y esas visitas pautadas que tanto la marcaron.
Eso también dependerá de ellos. Usted, no debe involucrarse.
Ahora debe elegir: quedarse en este presente o regresar al suyo, solo temo que no pueda olvidar.
Se me ha ocurrido que pasado el encuentro entre María Gracia y Salcedo debemos volver a Adrogué. Allí hay magia. Quizás el destino o el tiempo nos permitan pasar una vez más una noche en ese hotel y hallemos alguna respuesta a tanto interrogante.
-¿Está de acuerdo?
-Absolutamente, maestro.

Apenas me fui de la casa de Maipú, crucé a la Iglesia del Santísimo Sacramento.
No tenía mucho que explicarle al Padre, solo ponerlo al tanto de los últimos pensamientos de Borges, y saber si los compartía. El tiempo había transcurrido distinto en el mismo plano. Aún no habíamos llegado a la navidad del año 2014...
Incluso había festejado mi cumpleaños número cuarenta y cuatro, y continuaba frecuentando gente de mi presente que no estaba al tanto de lo que en verdad ocurría.
El Padre coincidió con el maestro, en que yo no había hecho nada por mi propia vida, y quizás era hora de remediarlo para por fin partir o regresar. 
Volví caminando a casa, tenía mucho que pensar. Perder no perdía mucho, no estaba lo que se dice plena en mi existencia actual. Quizás ellos tenían razón. ¿Lograría olvidar o al menos convivir con ambos pasados?

Fue emocionante ver llegar a mi padre a Luján y encontrarse con María Gracia y Jorgito. Me alejé. Ese momento era de ellos. Yo ya tendría tiempo de disfrutarlos. Me quedé con una imagen, la de un abrazo conjunto. 
Tenía la certeza absoluta de que conmigo presente o no, el final de Jorge sería otro, y no decidiría partir un catorce de abril de 2008, a veinte exactos años de la muerte de nuestro padre. 
Nadie nos robaría los años que ninguno supo del otro...
El maestro tenía razón, era cuestión de animarse, el pasaje de tiempos, más que probable se daría en Adrogué, en ese hotel que ya no existía y una vez más nos recibía.
El libro de registro de pasajeros tenía nuestros nombres ya escritos, y la tinta estaba todavía fresca.
A la mañana siguiente, Borges abandonó la habitación diecinueve y pasó a buscar a la pequeña que descansaba aún en la habitación dieciséis.


FIN

4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Es curioso que ese Borges te haya recomendado visitar a ese sacerdote, siendo más bien un librepensador. Aunque esos temas están presente en su obra, como en El poema de los dones.
Gran participación del erudito en demiurgo, para cambiar el pasado.

Mario Gómez dijo...

No hay mejor final para una historia que el anuncio de un nuevo comienzo...¿cómo resumir tanta emoción? Senderos de tiempo que se bufurcan para recobrar felicidades, edificios derruidos que se levantan, pasados alternativos que reviven encuentros y la imagen de ese viejo maestro junto a la niña, todo, oníricamente hermoso, en una fecha tan importante. ¿Qué más se puede decir? Ahora sería pertinente una ovación y un abrazo, lástima de las distancias...:)

Mª Jesús Muñoz dijo...

Rochies, buscaste a ese maestro para arreglar el pasado de los tuyos...Pero, te faltaba el tuyo propio y al final retomas el tiempo para ser de nuevo, para vivir lo no vivido...Ufff, amiga mía me encanta cómo sobrevuelas el pasado y lo haces presente de nuevo...Posiblemente no existen los tiempos, estamos en un presente continuo, que se va regenerando poco a poco...Mi felicitación y mi abrazo inmenso por tu magnífica inspiración y tu maestría para mostrarnos diálogos,situaciones y emociones, que van completando ese puzle de vida, que todos queremos...
Feliz fin de semana, Rochies.
M.Jesús

TORO SALVAJE dijo...

Existen las casualidades o son destellos del destino?
No sé...

Gracias a ti por compartirlo.

Besos.

 
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