30 de enero de 2015

La doble identidad (parte XVI)

Para entonces concurríamos con Luciana al mismo taller literario los días miércoles. Era sobre todo especializado en poesía.
Supuse que quería conversar sobre eso. No era así...
Precisaba hablarme de otro tema, solo me anticipó que era importante.
Fuimos esa misma tarde al jardín del bar Notorious y ambas sin saberlo aún, tomaríamos una gran decisión.
Fue en el bar que me contó de la conversación que había mantenido con su novio la noche anterior, que además me implicaba a mí.
Nosotras hacía bastante tiempo que nos dedicábamos a tratar de encontrar el mejor taller literario, y por lo general terminábamos por quejarnos de quienes los coordinaban.
Él le había dicho entonces, que ambas estábamos perdiendo el tiempo. Que no recibiríamos un título por un taller. Que teníamos todas las condiciones dadas para convertirnos en profesoras y de empezar a hacer las cosas en serio.
No lo habíamos jamás pensado. Ninguna de las dos...
Yo misma me sorprendí de la percepción de él para conmigo.
Lo primero que pensé es que de ese modo ocuparía las ocho interminables horas de la embajada, donde mis funciones se habían limitado a abrir una puerta o a atender un teléfono...
Llevaba un ritmo de lectura increíble.
Si empezaba el profesorado, de veras tendría todo el tiempo del mundo para llevar las materias que fuesen al día. Habría entonces solucionado dos problemas.
Mi última carrera la había terminado hacía veinte años, y la única experiencia laboral con ella fue en San Martín de los Andes durante un corto invierno...
Pero esta vez no dudaba. A pesar de tener ya treinta y nueve años y de haber temido hasta hacía poco tiempo por todas mis capacidades, cuando Luciana terminó de hablar, yo ya lo tenía decidido.
En minutos estuvimos en Ayacucho y Córdoba en el Alicia Moreau de Justo. No había vacantes disponibles.
De ahí nos fuimos al Sagrado Corazón de Caballito, pero el horario de ingreso a clase era anterior al de la salida de mi oficina.
Estaba casi desistiendo, cuando una mañana comencé a ayudarme con internet : "Letras", "Literatura", "Profesorados" y la búsqueda me arrojó, Esmeralda al setecientos: Consejo Superior de Educación Católica.
Solo esperé hasta el horario de almuerzo para ir. Me indicaron que en ese turno era nivel primario, pero podía volver a la tarde.
Esa misma tarde, y mucho más tarde de lo que debería haber ido, fui a ver de qué se trataba.
Me preguntaron, "¿No querés ver una clase? empezaron el lunes, ya te perdiste dos días".
Sin pensarlo dije que sí, y en cinco minutos había sido presentada como una nueva alumna a la profesora de "Taller de Redacción".
Recuerdo haberme emocionado varias veces durante las tres horas que duró la clase.
Ese día nos habían dado un aula especial, no la que tendríamos. Era el aula de jardín de infantes.
No sé si eso tuvo que ver, pero estuve muy movilizada y feliz todo el tiempo.
Tardé mucho en contarlo a todo mi entorno.


Solo Luciana y yo sabíamos lo que habíamos emprendido. Ella en el Sagrado Corazón.

2 comentarios:

Mario Gómez dijo...

Entrar en un aula donde se hablara de libros, de literatura, de esas cosas, fue un sueño que me duró demasiados años. Siendo así quizás me es más fácil entender el texto y la felicidad de las protagonistas, pero igual me parece muy bien escrito.

TORO SALVAJE dijo...

No he ido nunca a un Taller Literario...
No creo que me emocionara, aunque igual si, no sé...

Besos.

 
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