27 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXX)

Elegiríamos dieciséis poemas, y se agregó un décimo séptimo "Oda", escrito en 1966. El maestro y yo sabíamos porqué...
La editorial optó por la sala Casacuberta del Teatro San Martín y el anunciado recital poético fue bautizado "Jorge Salcedo en Borges - Buenos Aires". Tendría lugar el dieciséis de junio de 1974. 
Serían doce presentaciones, seis de ellas en junio, y las otras seis en agosto.
El maestro tuvo razón cuando al inicio de nuestros ensayos afirmó que el proyecto se demoraría...

Borges entró junto al público y charló cuarenta y nueve minutos sobre el tema "Buenos Aires".
Mi padre recitó con el acompañamiento en guitarra de Jorge Valcárcel.
El compilado de su obra Borges lo dedica a su madre, Leonor Acevedo. Y la antecede el siguiente prólogo:

Quiero dejar escrita una confesión, que a un tiempo será íntima y general, ya que las cosas que le ocurren a un hombre les ocurren a todos. Estoy hablando de algo ya remoto y perdido, los días de mi santo, los más antiguos.
Yo recibía los regalos y yo pensaba que no era más que un chico y que no había hecho nada, absolutamente nada, para merecerlos. Desde entonces me has dado tantas cosas y son tantos los años y los recuerdos. Padre, Norah, los abuelos, tu memoria y en ella la memoria de los mayores _los patios, los esclavos, el aguatero, la carga de los húsares del Perú y el oprobio de Rosas_, tu prisión valerosa, cuando tantos hombres callábamos, las mañanas de Paso del Molino, de Ginebra y de Austin, las compartidas claridades y sombras, tu fresca ancianidad, tu amor a Dickens y a Eça de Queiroz, vos misma.
Aquí estamos hablando los dos, et tout le reste est littérature, como escribió con excelente literatura, Verlaine.

Nuestros encuentros en esos años devinieron rutina y ya no me parecía extraño frecuentar a mi padre con tanta asiduidad. Habíamos adquirido la suficiente confianza que no teníamos en nuestras citas del año setenta, como era lógico... y que se perdieron en el tiempo cuando con el maestro retrocedimos al año sesenta y seis.
También frecuentábamos mucho su casa como había sido mi sueño, con lo cual era corriente ver a mi madre y a mi abuela, con quien por supuesto ya habíamos coordinado desde hacía tiempo compartir todos los domingos la misa de la Iglesia del Socorro o algunas caminatas.
Yo continuaba reuniéndome con el Padre del Santísimo Sacramento. Me ayudo muchísimo. Sus charlas calmaron todos los nervios y la ansiedad del paso del tiempo y la llegada de mi nacimiento.
Como él me supo asegurar, sí podía haber una misma identidad en el mismo plano llevando adelante dos existencias distintas. Tenía una gran causa, y no lo había decidido yo, sino el destino. Solo me pedía rezase mucho. Temía por mi integridad. Siempre me auguraba fuerzas.
Borges, Fani y él, eran los únicos que conocían mi secreto.
Continué mi vínculo con María Gracia, se podía decir que ya éramos amigas.
Yo no había hecho más que seguir paso a paso los consejos del maestro.
A veces nos reuníamos a escribir, nos corregíamos los escritos y después de largas charlas, entendió que separarse del marido que le habían elegido los padres era la opción mejor. No se animaba a acercarse a mi papá, pero yo sabía que no faltaba mucho para que cobrase el coraje.
Lamentaba no poder contarle quién era de veras, aunque creo que me hubiera sabido entender.
Mi hermano iba creciendo a mi par. A la par de la beba que nació el catorce de octubre de 1970. A la par de mi hermano Jorge Hernán, que había nacido en el año setenta y tres, y a la par mía que tenía más años que su propia madre y la mía...
Con Jorgito nos adorábamos. Yo era la confesora de todas sus travesuras.
Un día le pedí a María Gracia que le dijera la verdad, o al menos comenzase a decírsela.
No estaba lejos de convencerla.
Yo entendía su miedo a inmiscuirse en la vida ya armada de mi padre, después de tantos años, pero intentaba que entendiese que su hijo debía ser su aliado, y no un ignorante de la verdad durante toda la vida. Lo debía dejar elegir a él.
Internamente sabía que no faltaba mucho para que lo hiciera.

4 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Claro, ya lo sabías.
Juegas con ventaja.

Besos.

Mario Gómez dijo...

1.Si me permites, comparto la emoción de imaginar y escuchar como recita Salcedo con Borges en ese día en que cualquiera desearía estar presente.

2.Una rutina como la que describes es lo más alejado del tedio que conozco. Sin embargo, la cadencia de los distintas partes invita a estar cómodo en la historia, a demorarse en ella, a hacer familiares los lugares que describes y no querer abandonarlos.

3.Parece obvio pero no lo es por lo doloroso: optar por saber y después elegir. No hay otra forma de hacer bien las cosas.

Mª Jesús Muñoz dijo...

Rochis,imagino lo bien que te has sentido escribiendo en mundos paralelos, adelantando y retrocediendo...Casi, casi has tocado la eternidad, amiga...Has resucitado a Borges y a tus seres queridos, que han latido contigo en la historia...Genial, emotivo y admirable, amiga.
Mi abrazo grande y mi ánimo siempre.
M.Jesús

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

Conocer a su hermano, tal vez cambiando el pasado, y conocerse a si misma.
Me recuerda un poco a La otra muerte.

 
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