13 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXVI)

-He hablado con Silvina, estarán en Mar del Plata la próxima semana. Le conté del proyecto del libro y no tienen inconveniente en que vayamos.
Me ha propuesto también una cena en el departamento de Posadas.

Desde el 2011 la ex Schiaffino lleva el nombre de Adolfo Bioy Casares, entre Posadas y Avenida Alvear, pensaba mientras tanto.

-¿Le interesa conocerlos?
-Claro, maestro.
-A Silvina le apasiona que vaya a cenar con ellos, dice que soy un "gran conversador". Es una mujer muy cortés.
Nos conocimos hace tiempo, en casa de Victoria, y desde entonces no hemos dejado de frecuentarnos.
Me ha comentado que está a punto de publicar. No lo hace asiduamente.
Desde el cuarenta que escribimos juntos "La antología de la literatura fantástica", no nos hemos distanciado jamás. Bioy lleva un registro de todos nuestros encuentros...
Somos también adictos a contarnos nuestros sueños.
-Siempre me han interesado los sueños, y si los recuerdo en detalle, luego los escribo.
Anoche, a propósito, soñé con mi padre y la casa de Arenales, pero no logro saber bien qué.
No ha sido común desde que partió, soñarlo. Solo aquella vez, que ya le comenté, donde él me decía que "estábamos en un mismo plano". No llegaba tampoco a contarle de Jorgito. Fijábamos un encuentro. Era por la Avenida Belgrano... pero me desperté antes.
-¿Quién le hubiera dicho que ahora iba a tener la oportunidad de verlo cotidianamente? Este es un regalo precioso que le ha dado la vida - agregó. -Y le repito, debe haber una razón de la que aún no somos partícipes.
-No ceso de pensar en eso.
-Yo creo que debe tener que ver con su hermano, pero también con usted. Hoy tiene la oportunidad de conocerlo como de pequeña no pudo.
-Maestro, desde su clase en la universidad que transitamos el sesenta y seis, yo sin embargo vivo, vuelvo a mi casa todas las noches, sigo experimentando el paso del tiempo a través mío ¿Usted cómo está?
-Preocupadísimo con los planes de madre. Le temo a su gran habilidad para alcanzar lo que quiere lograr, porque esta vez tiene que ver con Elsa Astete.
Me preocupa también que su padre no venga, nos hemos atrasado en el tiempo. Por lo pronto, prepárese para disfrutar la cena de esta noche, que Bioy y Silvina son excelentes anfitriones.

Borges se casa con Elsa Astete Millán en 1967, el veintiuno de septiembre, en la "Iglesia Nuestra Señora de las Victorias".
La luna de miel fue en Rincón Viejo, en la estancia de los Bioy, cerca de Las Flores.
A partir de ese momento compartió con su esposa un departamento en la Avenida Belgrano 1337.
A Elsa la irritaba que Borges fuese todo el tiempo a su casa de soltero, dicen que incluso la noche de bodas, por haberse hecho tarde, la pasaron ahí.
A Borges por el contrario le molestaban sus conversaciones, le extrañaba y no comprendía que Elsa dijera no soñar...
Ella como señal de enfado, podía no prepararle su plato casero favorito "ñoquis a la romana" o "sardinas".
Transcurridos tres años, con Bioy se organizaron con respecto a lo que a Borges más le preocupaba: sus libros. Planearon entonces un "contrabando hormiga".
"Puchero" y "hasta luego" fueron las dos últimas palabras que Borges esbozó en su fallido matrimonio. Huyó acompañado por Di Giovanni, con destino a CórdobaCoronel PringlesCoronel Suarez, y Tres Arroyos, para después regresar a casa de su madre.
Efectivamente, Elsa no era la misma mujer que él había conocido a sus treinta y dos años.
Dijo después de su separación de Elsa "Y no considero inalcanzable la felicidad como me sucedía hace tiempo. Ahora sé que puede ocurrir en cualquier momento, pero nunca hay que buscarla (...) 
Su separación de Elsa lo había dejado libre de concretar su amor con María Kodama, pero aún no estaba seguro de los sentimientos de ella.
Fue en Islandia en abril del setenta y uno, donde María lo estaba esperando. Un sueño hecho realidad. Ahí Borges le declara sus verdaderos sentimientos, y ella le responde que lo suyo no es una amistad sino amor. Vuelven nuevamente a Islandia en el setenta y seis.
María lo acompañó siempre después de la muerte de su madre, Doña Leonor Acevedo.
Ella conoció a Borges a sus dieciséis años participando en un seminario de épica que él dictaba, y al poco tiempo comenzó a frecuentarlo.
Desde el setenta y uno, tras Borges separarse de su primera esposa, comienzan a estudiar juntos anglosajón e islandés antiguo.
Ella le leía, él le dictaba, ella le dibujaba el mundo que los rodeaba.
Borges supo decir con respecto a los viajes: "son estímulos para escribir, sobre todo si uno no los busca, si uno deja que los estímulos lleguen a uno".
"Ahora que sé que no puedo ver los países, pero si soy capaz de sentirlos, viajo".

La última tarde de Borges en Buenos Aires fue el veintisiete de noviembre de 1985, lo estaría esperando Alberto Casares en su librería de la calle Arenales 1723. Allí, entre muchos otros, estaba su gran amigo Adolfo Bioy Casares.
Vieron cómo firmó libros con la mano y con las palabras; Borges preguntaba de qué título se trataba para así soltar su comentario. Mientras tanto el tema de su viaje a Europa reinaba en el ambiente. 
La pregunta no era por qué se iba, sino cuándo volvería, ya que llevaba unos diez años en un eterno peregrinaje por el mundo entre condecoraciones y conferencias. Nadie tomó en cuenta su respuesta: "No, no voy a volver; estoy enfermo". 
Nunca entendieron por qué no regresó, si quería ser enterrado en La Recoleta en Buenos Aires, junto a sus padres, Leonor Acevedo y Jorge Guillermo Borges, a los que visitaba con Fani mientras decía "Acá voy a estar yo también".
Al día siguiente, jueves 28, Fani lo llevó al almuerzo de despedida con su hermana Norah. El restaurante escogido estaba frente a su casa de la calle Maipú señalado con el número 963, el del Gran Hotel Dora. Fani volvió por él para que hiciera la siesta, pero la idea del viaje se la robó. Estuvo en su habitación en la cama de toda su vida, una de bronce de una plaza, rodeado de un cuadro de su madre, dos bibliotecas pequeñas y un caballo de bronce.
Llegado el momento cobró coraje, pero ya nada parecía detener los planes, ni siquiera el arrebato de estirar su mano en busca de las columnas de su cama para exclamar "¡Yo no me quiero ir! ¡Si me voy, me muero por allá!". Fani, que estaba cerca, le preguntó: "¿Y por qué no se queda?". 
En ese momento llegó María que lo había alcanzado a escuchar y le dijo: "¿Por qué dice esoUsted no sabe el problema que tendría yo si le pasa algo ". Las palabras lo serenaron y Borges apenas soltó un suave "Bueno, bueno, ya está". Hacia las cinco de la tarde, se despidió con su frase habitual: "Me voy".
Dos horas después partió de Argentina.
El catorce de junio de 1986, Jorge Luis Borges Acevedo muere en Ginebra, en el mismo tiempo en que se había ido de Buenos Aires, en primavera...
Sus restos allí descansan, en el Cementerio de Plain Palais

María estaba con él. 

4 comentarios:

El Demiurgo de Hurlingham dijo...

No podía faltar la mención a Bioy Casares.

Mª Jesús Muñoz dijo...

Me alegro que Borges encontrara en María Kodama el amor de su vida y ésta en él...Todo tiene su tiempo y su razón de ser. Tus letras nos acercan a Borges y lo eterniza,amiga. Mi felicitación y mi abrazo inmenso por tu buen hacer.
M.Jesús

TORO SALVAJE dijo...

Alucino con ese final conjunto de tiempo y espacios diferentes.
Alucino con tu cabeza.

Besos.

Mario Gómez dijo...

No se si a los cuentos de Silvina se le prestó la atención que merecían, yo creo que no, me gustan. De Elsa, incluso de María, de los debates que se urden sobre todo esto, prefiero no opinar. Para mi todo se reduce a que Borges tenía una idea muy particular de que cosa era el amor y no le fue fácil compartirla con las mujeres de las que se enamoraba, habitualmente. Por lo demás, la forma con la que Bioy se quejaba de que su amigo se fuera a morirse a un sitio tan extraño como Suiza, es decir, lejos de ellos, para mi sirve de muestra de la calidad de esa amistad, innegable.

 
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