9 de enero de 2015

Encuentros, Borges (parte XXIV)

Me intimidaba la idea de conocer a Victoria Ocampo, pero el maestro insistía en el encuentro.
Con toda la compañía que había recibido de su parte para todos mis malabares, no podía negarme, ni, a decir verdad, a perder oportunidad semejante. Además de que él me asegurase pasaríamos una tarde muy agradable.
Viajamos a Beccar. Lo hicimos en tren. La casa era maravillosa, como yo la recordaba...
Había estado ahí dos o tres veces cuando ya funcionaba como centro cultural.
Ella nos esperaba con un exquisito té. Su charla era fascinante.
En ese momento, y desde hacía años, era presidente del Fondo Nacional de las Artes.
Juntos recordaban las anécdotas de la Revista Sur, que ella había dirigido y por la que tanto habían trabajado. Se tenían un gran y notorio afecto.
Era una delicia oírla hablar de su encuentro con Virginia Woolf. Esto había sido en el año treinta y cuatro, y a pesar de las múltiples invitaciones de Victoria a Virginia, la salud de ésta última siempre lo impidió.
En 1939 tuvieron un nuevo encuentro en Londres que sería el último.
Su suicidio afectó mucho a Victoria.
En esos días, nos contó, estaba preparando unos números de Sur con entrevistas a Sábato y Arlt.
Y ya para entonces planeaba donar las residencias a la UNESCO.
El maestro tuvo una vez más razón, fue una tarde encantadora.
Volvimos a Palermo, y nos despedimos hasta la mañana siguiente, en que yo iría a ver una de sus clases.



3 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Yo quiero viajar en el tiempo.
Para arreglar cuentas con la familia.

Besos.

Mª Jesús Muñoz dijo...

Impresionante ese encuentro con Victoria y Virgina Woolf...Lo cuentas con tal naturalidad, que podemos asistir y disfrutar de ese viaje en el tiempo como algo natural, amiga...Realmente admirables tus mundos paralelos, cercanos y entrañables, una gozada leerte, Rochis.
Mi gratitud y mi abrazo inmenso, amiga.
M.Jesús

Mario Gómez dijo...

La idea de conocer a Victoria Ocampo creo que intimidó a todos los que la conocieron de una forma u otra...¿no estaba por ahí Silvina? Tener como anécdota conocer a Virginia, ¿se puede pedir más?

 
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