20 de diciembre de 2014

La doble identidad (parte III)

En la cena supe donde estaba: un neuropsiquiátrico. Estaba colmado de jóvenes que habían intentado de distintas formas quitarse la vida. Paradójico. Mi hermano lo había logrado.
Contaban sus hazañas fallidas. Yo llegué a decirles "no jueguen más con el suicidio, el tren no falla, ustedes manejan a su entorno amenazando con pastillas y en verdad ninguno lo quiere lograr".
Los llamados se recibían a las veinte horas. Todos se desesperaban por el contacto con el afuera. Lo mismo que a la hora de las visitas, día por medio a las seis de la tarde.
Pasaron muchos días hasta que recibí las propias. Reglamento del lugar. 
La comida, los cigarrillos, los caramelos, eso era lo único que importaba.
Compartía la habitación con una mujer que me robaba la ropa, decía ser la novia del director del lugar, y estar embarazada de él.  Averigüé que hacía tres años que repetía la misma historia.
Suplicaba por las visitas de Ciru, de Luciano, de mi amiga Fabiana de Cataratas, que en esos días venía a Buenos Aires, y a pesar de tenerlas prohibidas, Olga, una compañera de trabajo, y Fabiana lograron entrar.
Yo les contaba mi verdad: me fui a Mar del Plata a lo de Fer, pero él no me dejaba dormir con sus charlas telefónicas con su novio español hasta altas horas de la madrugada.
No había descansado durante casi un mes mientras estuvo Claudio en Buenos Aires. El viaje lo programé para eso. Cuando vi que era imposible, me fui al Hotel Intersur. El mismo que elijo siempre. Fer se enojó mucho conmigo. No volvimos a hablar.
Salía a caminar casi cien cuadras todos los días. Lo único que de verdad me relajaba. Hablaba con Álvaro a Montevideo. El sabía todo. Era el único.

Con Álvaro se habían conocido el treinta de mayo de ese año. Se leían desde hacía muchísimo tiempo a través de sus blogs, y habían pactado un encuentro con otra gente de Montevideo. Ella había viajado con su amigo Ciru. No pudieron alejarse más...
También hablaba con Gabriel, ella había estado representando una banda de ocho saxos que hacían tango, él formaba parte, y surgieron inconvenientes hasta la disolución del grupo. Viajó también con ese problema a cuestas.

Cuando decidí volver, perdí un micro y ahí opté por lo que venía haciendo, las caminatas, hasta que saliera otro por la noche, pero mi hermano y la novia pasaron a buscarme con la policía, por un departamento donde sí, inconscientemente, acepté entrar. 
Lo había conocido en la calle y me ofreció esperar en su casa...
El celular lo tenía sin carga y cuando tanto mi hermano como mi mamá llamaban durante esos días, ignorando que había viajado, los trataba muy mal. Estaba muy dolida por sus reacciones para con la muerte de Jorge.
Fue por eso que me fueron a buscar, y de esa manera. Con la policía. Mostrando una foto por toda la ciudad, hasta que en la terminal de buses les indicaron donde vivía quien me había ofrecido su casa para aguardar hasta la medianoche. 
El lunes ya me reintegraba al trabajo. Tenía los días pedidos. No fue un impulso descontrolado. Solo que no me comuniqué con ellos. Por Jorge, por lo que me habían respondido cuando supieron del tren.

Pronto pudieron empezar a ingresar las personas por las que ella pedía. Eso la reconfortó. Eso y los llamados de Montevideo de cada día a las veinte horas.
El problema fueron los psiquiatras, estaban muy manipulados por lo que decía la familia. Negaban hasta que Jorge hubiese sido su hermano...
Transcurrieron treinta exactos días. No era casual. Es lo que cubre la medicina prepaga.
Al salir debía vivir un mes acompañada y se negó rotundamente.
Aceptó que fuera la novia de su hermano la que fuese a cenar todas las noches con ella, y le alcanzase la medicación.
En la clínica la habían tenido totalmente drogada. Era la única que recibía los medicamentos por la fuerza. Con cuchara.
Fue muy duro durante los dos años posteriores, lograr bajar esas dosis, pero lo más difícil luego del alta, fue poder habitar su casa sin sufrir pánico.
La invadían los ataques apenas entraba, con lo cual, intentaba estar afuera hasta la hora de la noche y la medicación.
También antes del alta, designaron un psiquiatra externo "es muy joven y muy capaz, se van a llevar perfecto", aseguró la más inoperante de las psiquiatras que la habían atendido, y con la que tuvo desde el comienzo una pésima relación. No medía consecuencias. Eso le traía aparejado más días encerrada...
El grupo era muy unido. Se ayudaban entre todos, y en la mayoría de los casos se juraron amistad eterna para la gran incógnita que todos deberían sobrellevar: regresar al afuera.
Los que habían intentado suicidarse, ya ni lo mencionaban. Evidentemente había sido muy vehemente la comparación que ella supo hacerles al inicio, con la elección tan irrevocable de su hermano. Muchos se lo agradecieron.

A los dos días me esperaba Nicolás. Era sí muy joven, y supe sentirme cómoda. Pactamos tres entrevistas semanales, y jamás miraba el reloj. Llegamos a tener sesiones de más de dos horas. 
Desde el primer día creyó en mi argumento, y afirmó que ese sería el espacio donde hablaríamos de Jorgito y de María Gracia. Y así fue.

3 comentarios:

Mª Jesús Muñoz dijo...

Impresionante esa estancia en el psiquiátrico, amiga...Mi felicitación por tu amor a las letras, que te permite crear y recrear la vida de esta forma, tan cercana y entrañable...
Sé muy feliz estos días...Te dejo mi abrazo y mi ánimo siempre, Rocchis.
Que el nuevo año te dejen en la ventana mucha salud e inspiración para seguir escribiendo.
M.Jesús

TORO SALVAJE dijo...

Ufffffffff...
Tan jóvenes y ya queriendo irse...
Bueno, quizás son los más listos.

Besos.

Mario Gómez dijo...

Estas descripciones son demoledoras, me viene la imagen del Pirovano de Alejandra, la doble imposibilidad del afuera y del dentro, siempre, una metáfora de cualquier vida. También preveo o espero, ahora que aparece Montevideo, que en estas historias se va a cruzar mucho el río.

 
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