27 de diciembre de 2014

Encuentros, Borges (parte XXI)

Contrariamente a lo que creía, dormí perfectamente y me desperté con los primeros rayos de sol.
Debía llevar ropa cómoda, pero de la que me había ayudado a escoger Fani.
Estábamos en el año setenta, por lo menos a partir de que llegase a casa de Borges.
Me fui en taxi y lo comprobé. Le pregunté al chofer cómo veía las elecciones para el año próximo, y comenzó a hablarme de política.
Sin embargo, al llegar, volvió a ocurrir: ese paso del tiempo que me transita y conduce como si fuera hoy en el ayer.
Tomamos un delicioso desayuno.
El maestro ya había llamado a María Gracia, y ésta se había mostrado disponible.
Dígame, le había preguntado ¿la casa de sus padres es también de las más antiguas de la zona?
Ella le había respondido que sí, y que lo que aún no había hecho, era avisarles si estaban dispuestos a la charla, a las fotografías...
Tiene dos horas para hacerlo le había respondido Borges.
No conocemos más gente allá y contamos con usted, que fue tan cortés.

Emprendimos la ruta a Luján. Tuvimos suerte con el viaje, era un día primaveral. María Gracia se emocionó con las flores. Ella nos esperaba con unos panes caseros deliciosos. No nos importó volver a desayunar, y lo más importante, nos confirmó que había hablado con sus padres.
Fuimos caminando. Eran solo trescientos metros.
Yo hurgaba la casa al menor descuido de ellos.
Borges les explicó brevemente cuál era la intención del encuentro: lugares, gentes ... de las zonas aledañas de Buenos Aires...
No parecían muy convencidos. Sin embargo, no se negaron.
El maestro había tenido razón cuando me dijo que la gente grande suele ser más desconfiada. No obstante cedieron.
Nos llevaron al jardín. Era un lugar fantástico. Me hizo pensar en el Hotel Las Delicias.
Pero no teníamos noticias de Jorgito...

-¿Se quedarán a almorzar? Mi marido puede preparar un asado para cuando regrese el niño del colegio. No falta mucho.

Ahí volví a respirar.

-Sí, encantados - respondió Borges.
¿Nos muestra la casa? - continuó.

Y ahí comenzamos con la sesión de fotografías. Mucho más extensa que la que habíamos hecho en la de la misma María Gracia.
Llegó mi hermano. Lo traía el padre de un compañerito del colegio.
No pude evitar las lágrimas. Pedí permiso para pasar al toilette...
Cuando logré componerme salí y el niño correteaba por toda la casa.

-¿Quién sos? - me dijo espontáneamente.
-Una amiga de tu mamá.
-Pero esta es la casa de mis abuelos.
-Sí, pero vinimos con ella y con un señor muy famoso que es escritor.
-¿Es por lo del secuestro? - preguntó con inocencia.
-No, qué secuestro...
-Hace poco jugaba a la pelota y me metieron en un auto. Los vecinos comenzaron a gritar y a correr el auto, y en la salida de Luján me rescataron. 
Por eso vivo con mis abuelos. Ellos están conmigo todo el día.
-¿Extrañás a tu mamá?
-Un poco. Mis abuelos son muy buenos.

Llegó la hora de comer, anunció el abuelo de mi hermano.

Le dije por lo bajo al pequeño: ¿Te sentás al lado mío?
-Sí, contestó sin dudar.

2 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Tus lágrimas son tan tiernas...

Besos.

Mario Gómez dijo...

La protagonista se buscó, definitivamente, un buen aliado..."como si fuera hoy en el ayer" Ahora me parece algo extraordinario, ¿lo pensó?, lo cómodos que a veces nos sentimos en el pasado.

 
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