30 de julio de 2011

Ayeres


Medianoche. Algo me lleva hacia atrás, a leerme, leerlos, leerte y confirmar cuán impensado era un desenlace en silencio, cuando lo que nos unió fue la palabra; el ida y vuelta cotidiano que tal vez te acercó antes a vos, que a mí. ´

Sí, porque hoy reparo en un sentir del que no fui consciente en aquel entonces. Y yo, la que no se había dado cuenta aún de nada, soy quien permanece en el recuerdo vivo, de ese ayer donde tocó ser felices.
Y voy con este amor a todas partes, venciendo incertidumbres; caminamos, dejamos huella, abrimos nuevas puertas. Él y yo solos, sin vos. Prisioneros de este hoy que te invoca; testigos silenciosos.
Y ahoga la suma de días, meses, horas infinitas sin nosotros, que sumergen en una especie de abismo insondable con la secuencia de escenas, de ese ayer donde pudimos ser.
Perdoná la demanda, había sido tanta la espera, y de pronto encontrarte... No pude evitar la lucha; con esa fuerza absoluta que todo lo puede y que a nada le teme, cuando se ama.
Hay noches que no empiezan, cuando el azar elige detenerse en vos. Y recrea pasados que sé eternos. A pesar del descuido, de la crueldad de tu inercia, ante un futuro que por fin llegaba.
Perdón de veras. Perdón por tanto amor que salía de la piel, que dolía encerrado en el alma, que no temió, ni se privó de ser, cuando fue turno de tenernos... No sin lágrimas; presagio impertinente de este nudo que hoy cierra la garganta; de esta desazón en la mirada. El sinsabor. Un mundo que se desafía en el umbral...
Y vamos él y yo juntos, buscando pretextos; juntos en alguna tarde de sol, nos sentamos en la mesa de un bar; escribimos, buscamos evadirte, intentamos recuperar ese antes que era antes de ayer y de ahora; hemos visto nuevas caras, oído otras voces, afrontado imprevistos que desviaron la ruta; he transitado tus pasos sin vos, él y yo, te sentimos en cada instante, en aquellos atardeceres naranjas, en tantos entornos casuales, en muchas melodías, caminando tus calles, descifrando silencios, en lugares que no podrían desprenderse de lo que fue, y resisten a creer que ya no será.

15 de julio de 2011

Así empezamos...

Creo que fue a los seis que ya sabía que quería estudiar italiano. Estaba fascinada con un tema de Iva Zanicchi, pero pasó mucho tiempo para que ese fuese un sueño cumplido. Exactamente diez años, cuando elegí que esa fuera mi segunda lengua, y para eso tuve que optar por el Bachillerato en Letras, si no el idioma en cuestión sería, o el inglés, o el portugués.
Y el tema del inglés lo veníamos eludiendo, desde aquel sorteo que en primer grado determinó, que estaría dentro del grupo de francesitas, con el slogan que consolaba, "que quien obtenía inglés como primera lengua, jamás transitaría por los exquisitos caminos de la lengua francesa, pero sí al revés". No fue así. Era tal la presión de aquellos años de escuela -años de gobierno militar-, que a duras penas llegaba a lidiar con la enorme cantidad de horas.
Recuerdo como si fuese ayer, que en casa había un libro de inglés muy antiguo de Julia, la primera esposa de mi papá, y solita antes del ingreso al benemérito instituto, me había dado por descifrarlo.
Fue tal la desilusión de aquel día del sorteo donde me quedé afuera, que me resistí a desmenuzarlo y no con demasiado éxito, hasta hace más o menos una década.
Y después estaba, la absoluta convicción, de que quería ser maestra, e ignoro por qué razón, en algún momento dudé, y los caminos se bifurcaron entre la Psicología y el Periodismo, para elegir finalmente Turismo.
Fue también a los seis que escuché en una tira de la tarde que tenía que ver con una escuela, siempre adoré estas historias, que un profesor de letras leía un poema de Borges, 1964, y como mi biblioteca tenía desde hacía días el libro gordo y verde de sus obras completas, empecé a investigar. Y me enamoré del "ya no seré feliz tal vez no importe, hay otras tantas cosas en el mundo. Ya no es mágico el mundo, te han dejado", lo repetí hasta aprenderlo de memoria; y me marée con la esfera de tres centímetros donde convergía el universo, y también me enojé un poco; pero sin embargo repetía también de memoria "Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga", perdiéndome entre esas calles, en alguna caminata de domingo. Sí, por aquellos años cumplía religiosamente con noventa cuadras diarias, y una cámara de fotos en mano.
Después llegó el libro de arena, para sentirme entonces sí, extasiada por completo ante cualquier línea que tuviese que ver con él, sí con ese anciano ciego que había sabido juntarse con mi papá para la selección de poemas que tendría lugar en una lectura del Teatro San Martín, el mismo que en el salón del hoy club de amigos, entonces Kdt, había visto por casualidad en una conferencia a la que no recuerdo cómo llegué.
Y fue hace casi dos años que, el gusto por sus letras se volvió adicción. Y ahí empezó un sinfín de caminos que me acercaron cada vez más a él, a él y sus letras, a él y sus calles, a él y su filosofía, a su laberinto, a sus espejos. Y esa pasión que no cesa se canalizaba entre tardes de letras palermitanas los días miércoles, y meses después, los sábados en aquella esquina de Moldes y Congreso, donde te irías para siempre...
Hoy sin embargo, no da dolor transitar esas calles. Afirma.
Hace pocos meses, ignorándolo por completo, exactamente un día treinta, volví a un aula. En principio fue ver "de qué se trataba", pero la autoexigencia, la necesidad de no claudicar, de provocar algún cambio contundente, de darle forma a tantos años de perderme entre páginas de tantos, hizo que me quedase. Me quedé no sin quejas, y continué no sin dudar, y hoy llegué hasta aquí, hasta esta escuela, cuando aún era de noche, con tanto miedo por transitar una zona desconocida y algo riesgosa, que no alcanzó el tiempo para caer en la cuenta de que se trataría de mi primer día de clases, que en horas pasé de ser "seño" a "profe", con un ida y vuelta increíble; como si así hubiese sido desde siempre, como si no quedasen dudas de que ese era mi único lugar, como si jamás hubiera vacilado ante aquella certeza de la niñez: "cuando sea grande voy a ser maestra".

2 de julio de 2011

Devenires

Y los días transcurrieron entre Moritz y las horas de escuela.

Y no, esos lugares, tan conocidos por mí, no me avisaron nunca que así sería.
Porque sí, ha sido un regreso a las aulas, de donde nunca debí alejame, como si no hubiese tenido claro desde siempre, el destino que sabía elegido. Futuro que hoy, se visualiza cercano.
El asunto se complicó cuando, después de más de una década de encierro estipulado, la fecha final llegó. Sí, esa que intenté adivinar tantas veces; juegos de números y señales que me permitiesen anticipar cuando, el paréntesis casi interminable, concluiría.
Se trató también de darme cuenta que, como casi todo, nada es para siempre; y que cuando nos sentimos caer ante la rutina impuesta, sin embargo, la mayoría de las veces, hay un después.
Comprobar que para los lazos que creamos no hay respuestas conclusas, ni generaciones que lo impidan. Que alguien con quien conviviríamos a diario, desaparecía de nuestras vidas, sin que siquiera hubiésemos descubierto el por qué del encuentro y sí generado un vínculo. Nueva lección de desapego. Nuevos choques con más verdades, que llegan sin sigilo, sin máscara. A modo de impermanencia.
Las letras latinas, casi imposibles, que me retrotrajeron a un año 88 ya muy lejano, donde una hoguera a modo de ritual, convirtió en cenizas aquella tortuosa etapa. Y hoy, tanto después otro volver, y volver y ver que se podía. Primer insight del trayecto.
Y se podía también recordar lo que ya sabía, que lo francés, el francés y en especial sus músicas y sus libros, están en mi esencia. Y sentirme unida al cosmos entre papeles de Gallimard, y manuscritos de tantos que fueron tan míos desde siempre. Desde que aquella casualidad venturosa, a los seis años, hizo que protagonizase tanta vida.
Y pasear por un Petrarca enamorado de otra Beatrice, recorrer el infierno de la mano de Virgilio, cánticos y laudas, apologías, tesis, crítica y verdad, y entonces encontrarme en Barthes y pelear con Deleuze, y enamorarme de La Rochelle, y concluir siempre en que a él, nadie lo alcanzó, ni nadie tampoco lo superará. Y que ha sido causa de miles de razones.
Escribir instrucciones para el olvido, intentos proustianos de llegar al ilusionismo, devenir en un sueño ya contado, y que esta vez sí genere un ida y vuelta, una razón de haber sido.
Que Sócrates, Platón, Hegel, Pieper y Nusbaum, me convencieran en horas de que sí valía la pena. Y en medio de tanta rutina veloz, e ineludible, esa ventana; verte, verte de improviso y esconderme, verte y no arrepentirme de lo vivido. Y retomar el diálogo, y que algo se movilice aún. Y los silencios inexplicables, tácitos. Recorrer con vos lugares del ayer, hoy ya desvinculados del recuerdo; no vacilar ante el perdón...
Alejarme del tránsito y circular desvíos. Convencida de ser mi mejor compañía, la única; indefectiblemente incondicional y eterna. No sé si hay tantas señales de hacia donde vamos, sí creo saber de donde venimos.

Que ya sea un año sin nosotros. Saber que existís por los otros; ironía impertinente.


 
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